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Día de la Prevención de la Capa de Ozono

¿Qué fue del agujero de la capa de ozono?: "El problema no está resuelto, hay que mantener la guardia"

  • Un ‘agujero’ fue detectado en la Antártida en 1985 y se prevé que pueda cerrarse entre 2040 y 2066
  • El humo de grandes incendios, compuestos químicos y cambio climático pueden ralentizar su recuperación

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¿Qué fue del agujero de la capa de ozono?

Conocida como el ‘escudo protector’ de la Tierra, la capa de ozono capta la radiación ultravioleta más peligrosa procedente del sol a una eficacia mayor que cualquiera de los guerreros y guerreras de los cómic. Pero, como ellos, tiene sus ‘kryptonitas’, es decir, elementos que la han debilitado en las últimas décadas poniendo en riesgo la vida del planeta.

Los componentes dañinos para la capa de ozono, sin embargo, no tienen nada de ficción: son los clorofluorocarbonos (CFCs) - cloro, flúor, carbono, etc.- muy usados hasta los años 80 en refrigerantes, aislantes y aerosoles. Tampoco lo son las consecuencias de su uso: en 1985, tres científicos, Joe Farman, Brian Gardiner y Jon Shanklin, detectaron una fuerte disminución por sustancias químicas del espesor de esta capa – conocido comúnmente como agujero de la capa de ozono –, especialmente, en la zona de la Antártida que, de seguir creciendo, aumentaba el riesgo de quemaduras o cáncer, así como de alterar gravemente los ecosistemas.

La adopción en 1987 del Protocolo de Montreal, un pacto mundial para prohibir la emisión de estas sustancias destructoras, significó el primer paso para la recuperación de esta lámina gaseosa que va "despacio", pero que, según el último informe de la ONU, podría alcanzarse entre 2040 y 2066. “La capa de ozono está recuperándose muy despacio. El problema no está completamente resuelto y hay que mantener la guardia”, afirma a RTVE.es la investigadora en el Departamento de Física de la Tierra y Astrofísica de la Universidad Complutense de Madrid, Marta Ábalos, con motivo del Día Internacional de la Prevención de la Capa de Ozono.

A los efectos de los CFC, que pese a prohibirse en los 80 tienen una larga vida y aún hoy siguen destruyendo moléculas de ozono, los investigadores señalan otras posibles amenazas como el cambio climático, gases producidos por las oleadas de incendios de sexta generación y varios componentes químicos, que podrían “ralentizar" su recuperación. "Sigue siendo frágil y tiene un equilibrio delicado", cuenta el investigador y divulgador del CSIC, Fernando Valladares, sobre esta lámina situada entre unos 20 y 30 kilómetros de altitud, concretamente en la estratosfera, una de las cinco capas que forman la atmósfera. Contiene, como su nombre indica, ozono (03), una molécula cuya misión es filtrar la radiación ultravioleta B y C, las más dañinas procedentes del sol, dejando pasar la A, necesaria para la vida.

La capa de ozono y su estado en la actualidad

El cambio climático y su papel en el equilibrio de la capa

El funcionamiento del ‘agujero’ en este escudo de la Tierra es algo peculiar, pero se puede entender como una suma de causas. Cada año, de forma natural, “entre primavera y verano se produce una disminución del ozono”, especialmente, en la Antártida por la variabilidad de climática, las bajas temperaturas y otras reacciones, explica Marta Ábalos. Este proceso aún es mayor cuando incluimos la presencia de estos CFC u otros componentes dañinos - añade – y en 2020 llegó a alcanzar su máximo en la última década: 24 millones de kilómetros cuadrados, una superficie similar a la de toda América del Norte.

“Las dimensiones varían y aunque a veces se ve uno más grande y otro más pequeño ha podido establecerse una tendencia de recuperación”, señala, por su parte, el investigador Alberto Redondas, responsable del Grupo de Ozono y Radiación Ultravioleta del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña (CIAI), en Tenerife, entidad coordinadora de la Red Mundial de Observación del Ozono, Euronet, y calibradora de los datos de esta molécula.

Ahora, ¿qué ocurriría si a este delicado equilibrio, se le añade el cambio climático? Se está investigando, pero se apunta a que "el aumento de la temperatura puede favorecer la mejora de los niveles de ozono", cuenta Redondas. "Sin embargo, si son muy altas podría llegar a producir una ‘sobrerecuperación’ de estas moléculas que dificultarían el paso de la parte de radiación ultravioleta que sí es necesaria para la vida, la de tipo A. Por lo tanto, no debe haber ni una cantidad muy elevada de ozono, ni una muy baja sino se debe conseguir mantener el equilibrio”, afirma.

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Nuevos retos: humo de incendios, volcanes y compuestos químicos

Si la situación ya es compleja, en los últimos años se ha detectado un posible nuevo actor. Estudios liderados por la investigadora estadounidense, Susan Salomon, revelan que los fuegos de sexta generación –con llamas de mucha intensidad como los de Australia en 2020 - alteran las dinámicas de las capas altas de la atmósfera. “Ponen sobre la pista algo muy importante: el humo inyecta materia orgánica en forma de carbono en la estratosfera y junto a otros componentes pueden acelerar la destrucción del ozono”, indica, en este sentido Valladares, que recalca que, aunque de momento “el efecto es limitado”, “puede variar si la frecuencia de este tipo de situaciones sigue en aumento”.

También se estudian los efectos de erupciones como la del volcán submarino Hunga Tonga, en el océano índico, en 2022, considerada una de las más poderosas en la Era Moderna, cuyas partículas pueden haber llegado a la extratosfera. “Estas situaciones son poco frecuentes, pero todo suma. En el caso de la erupción del volcán de La Palma, que cumplirá el próximo martes su segundo aniversario, por suerte no llegó a niveles tan altos”, especifica Alberto Redondas.

Lo mismo ocurre con compuestos como los halógenos de vida corta. Investigadores del CSIC han descubierto recientemente la responsabilidad de compuestos halógenos, como el cloroformo o el diclorometano, - tanto naturales como industriales - en la reducción del 25% del total de ozono, aunque, en este caso, en la baja estratosfera tropical. Estas sustancias, que no están recogidas en los protocolos, tienen un corto tiempo de vida, pero pueden ser “rápidamente transportados” y en altas cantidades podría llegar a tener efectos relevantes, afirman en un comunicado los investigadores responsables del trabajo Julián Villamayor y Alfonso Saiz-López.

¿Es necesaria una nueva actualización del Protocolo de Montreal?

En este contexto, asaltan las dudas sobre si el Protocolo de Montreal debería ser actualizado con estas amenazas o se debe recurrir a otras medidas. Sobre esta cuestión, Alberto Redondas, se muestra partidario de seguir adaptándolo cuando sea necesario y recuerda que el protocolo ya ha tenido que ser enmendado en cinco ocasiones, la última de ellas la de Kigali en 2019, para prohibir elementos que se estaban usando en sustitución de los CFC y que también son perjudiciales.

“El tratado ha funcionado y debemos seguir cumpliéndolo, ya que también está ayudando a prevenir el cambio cambio climático", insta Redonda sobre el acuerdo que se calcula que ha prohibido la producción del 99% de las sustancias que afectan la capa. Sobre si aplicar otras medidas, Redondas explica que hay científicos que apuestan por inyectar ozono de manera artificial, "pero no sabemos si eso tendría éxito o si los efectos podrían ser contraproducentes" y llama a la precaución. "Hay que reforzar la investigación y no hay que darle carpetazo al asunto porque se estén dando muestras de recuperación. Estamos ante escenarios muy variables y hay que estar prevenidos”, advierte.

No debemos darle carpetazo al asunto porque se estén dando muestras de recuperación

La investigadora Marta Ábalos, por su parte, se muestra convencida de la importancia de “seguir monitorizando” los datos y evaluando la información proporcionada por los satélites para detectar cambios y “actuar a tiempo”. “El 'agujero' se detectó en 1985 y en 1987 se estaba firmando el Protocolo de Montreal, es un ejemplo real de buena respuesta internacional ante estos grandes desafíos”, añade. También ve necesario complementarlo con otras propuestas: "Evidentemente, no puedes prohibir a un incendio que emita humo o a un volcán que erupcione, pero sí prevenir los fuegos o aplicar medidas contra el cambio climático", considera.

Para Fernando Valladares, los ingredientes para que el tratado funcionara de manera tan rápida, a diferencia de otros relacionados con el medio ambiente como el Acuerdo de París, son: la “unanimidad de los países”, “su carácter vinculante” y un “efecto tangible” de los resultados. “Los pactos de cambio climático son más complejos, ya que influye a una gran cantidad de actividades, pero sin duda el protocolo de Montreal ha tenido y tienen un efecto esperanzador para el movimiento ambientalista y demuestra que se puede”, sentencia.

El gallo que no cesa - Así se comporta el agujero de la capa de ozono - Escuchar ahora