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"Mi padre acaba de morir, ¿puede ayudarme?"

  • Una periodista de Reuters cuenta una noche en un hospital improvisado
  • Haitianos heridos durante tres días preguntan cuándo llegará la ayuda
  • Los voluntarios médicos trabajan sin descanso y están traumatizados

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Tres millones y medio de personas vivían en las áreas más castigadas por el terremoto de Haití

HAITÍ es el país más pobre de América y uno de los que más sufre la crisis alimentaria. La esperanza de vida es de 52 años.

Tiene una población de 8,5 millones de habitantes, de los cuales el 78% sobrevive con menos de dos dólares al día.

Puerto Príncipe, su capital y principal ciudad afectada por el seísmo, tiene un millón de habitantes oficiales y 1,7 en su área metropolitana.

Abandonando su camino entre los retazos de cuerpos que gimen tendidos en camas improvisadas sobre la acera, un joven toca mi brazo.

"Por favor, señorita, ¿habla francés? Mi padre acaba de morir,  ¿qué debería hacer?¿Puede ayudarme?".

Un médico voluntario comprueba el pulso del anciano que ha estado echado sobre una puerta de madera durante dos días. Su pie roto está envuelto en una sábana. Confirma que, en efecto, ha muerto hace unos momentos. Es otra víctima del devastador terremoto que ha dejado decenas de miles de víctimas en Haití.

El médico le dice al hijo del anciano que trate de buscar una sábana para cubrirle pero primero tiene que tratar con una mujer que chilla violentamente en un ataque de histeria, ahogando los aullidos de una chica que tiene una herida abierta en su pierna cosida bajo la luz de una lámpara.

Alrededor de la capital de Haití miles de personas pasan la tercera noche a la intemperie retorciéndose de dolor, tendidos en las aceras a la espera de ayuda. La desesperación se convierte en pánico a medida que nuevas muertes se avecinan.

Tres días de espera

"Llevamos esperando aquí fuera durante tres días y tres noches pero no se ha hecho nada por nosotros, ni siquiera una palabra de ánimo del presidente. ¿Qué deberíamos hacer?" se queja Pierre Jackson mientras cuida a su madre y a su hermana que están tendidas en sábanas mientras gimotean con las piernas rotas.

Solo entre este pequeño grupo de personas, los voluntarios médicos aseguran que han muerto una docena por sus heridas graves desde el martes a pesar de los esfuerzos contrarreloj para realizar vendajes de miembros rotos y realizar operaciones a cielo abierto con anestesia local.

La ayuda internacional vuela camino a Haití pero la incapacidad del gobierno para coordinarla y llevar una atención médica adecuada para los incontables heridos está teniendo efectos demoledores.

"Perdemos unos pocos más cada día. Estoy completamente traumatizado", asegura Kilford Archer, un voluntario de 19 años que lleva tres días trabajando día y noche para administrar los primeros auxilios.

"Tenemos cabezas abiertas, hemorragias internas, huesos rotos, pero no hay medicamentos de verdad, ni antiinflamatorios y muy pocas agujas. No tenemos información, nadie nos dice nada. Mucha más gente va a morir", añade.

Agonía

Detrás de él, un hombre con la espalda rota pone los ojos en blanco en señal de agonía, aunque no hace ruido mientras una mujer con una rodilla rota chilla como un animal salvaje, contorsionando su cara de dolor.

En este improvisado campo de refugiados de la ciudad, las víctimas del terremoto comparten agua y comida traida por los familiares, duermen en filas y se consuelan unos a otros entonando rezos.

Cada pocos minutos alguien me pregunta si puedo cambiarle un vendaje, encontrarle un calmante o enseñarle cómo entablillarse un miembro roto. También preguntan cuándo llegaran los médicos con equipamiento apropiado.

Mientras tanto, le dejo mi teléfono vía satélite al hijo del hombre muerto para que llame a sus hermanas que viven en Nueva York para contarles la noticia. Entonces, una mujer llega y rompe finalmente una sábana para que pueda levantar el cuerpo de su padre y se lo lleve.