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Esta semana en Documentos RNE rescatamos a una persona imposible de encuadrar en un solo perfil, Miguel de la Quadra-Salcedo. Uno de los pioneros legendarios del reporterismo televisivo en nuestro país, que se definió como un antiguo monje giróvago, movido por su incesante curiosidad y su afán de traspasar límites.

En este documental de Ana José Cancio descubrimos cómo destacó en todo lo que se propuso: atleta de élite en los años 50 del siglo XX; aventurero a comienzos de los 60, en los que vive un año en la Isla de Pascua, y pasa tres en la selva del Amazonas trabajando como etnobotánico para el Museo Antropológico de Bogotá.

De la Quadra-Salcedo documentaba todo lo que hacía y a su regreso del Amazonas generó un gran impacto en TVE con la imagen que trajo en la que aparecía luchando con una anaconda enroscada en su cuerpo.

Desde 1964 desataca como reportero televisivo en programas como A Toda PlanaLos ReporterosDatos para un informe, que se enriquecieron con la captación del sonido directo que él incorporó.

Entre sus coberturas como reportero de guerra y desastres naturales, destacan la guerra de Vietnam, el conflicto palestino-israelíEritrea y Biafra; fue de los primeros en llegar a Valle Grande (Bolivia) a la morgue donde estaba el cadáver del Che Guevara, reportaje por el que recibió el Premio de la Crítica del Festival de Cannes. También fue el primer periodista español en entrar en la China de Mao, donde realizó en 1973 el primer rodaje en color para TVE.

A mediados de los 70, De la Quadra -Salcedo dio un giro a su vida profesional pues sentía que las guerras le empezaban a deshumanizar. Siguió viajando como giróvago y dirigió en TVE uno de los programas de más fama,  El mundo en acción, serie documental dedicada a grandes exploradores de la antigüedad.

Desde 1979 a 2016, Miguel de la Quadra-Salcedo se dedicó por completo a su gran obra, La ruta Quetzal. Un proyecto educativo y de intercambio cultural entre España e Iberoamérica a través de la exploración, en el que participaron 10.000 jóvenes de 50 países.

Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Pier Paolo Pasolini, Documentos RNE dedica un programa al cineasta y escritor italiano, homosexual y comunista, que marcó la época de su país conocida como los años de plomo.

Hijo de un militar del ejército fascista, con el que nunca se entendió, y de una madre con la que mantuvo una estrecha relación hasta su muerte, Pasolini estudio Letras en su Bolonia natal y parecía destinado a enseñar Arte y Literatura, pero las circunstancias le llevaron por otro camino. Durante la Segunda Guerra Mundial se trasladó a la aldea materna de Casarsa, en la región del Friuli, donde desarrolló sus ideas políticas. Pasolini se definía como un intelectual marxista independiente y mantuvo una relación de amor-odio con el Partido Comunista.

En Casarsa también explotó la atracción que, desde muy pronto, sintió por los jóvenes de su mismo sexo, lo que la traerá múltiples conflictos. Uno de esos escándalos le obligó a abandonar Casarsa en 1950 y trasladarse a Roma con su madre.

En la capital los apuros económicos se mezclan con una sexualidad más libre. En este ambiente, comienza a desarrollar su carrera literaria. Publica novelas como Chicos del arroyo, y también poesía, donde, con cierto desaliño estético, refleja su conciencia social. En 1957 publica Las cenizas de Gramsci, quizá su poemario más importante, como homenaje al político marxista italiano.

Buscando un lenguaje con el que llegar a más gente, se encontró con el cine. A los cuarenta años, sin apenas formación, se lanzó a dirigir películas. Su filmografía contiene importantes títulos que no dejaban indiferente a nadie: Accatone, Mamma Roma, El Evangelio según San Mateo, Teorema, El Decamerón, o la última, Saló o los 120 días de Sodoma.

Buscaba la provocación y tuvo que afrontar 33 procesos judiciales a lo largo de su vida. Sus críticas iban contra la sociedad italiana de su época que, en su opinión, había cambiado sus costumbres por el consumo desenfrenado capitalista. Atacaba a la televisión por haber acabado con la cultura, a la religión, a los políticos, a la mafia… todo el poder era objeto de sus dardos.

Por eso, a muchos no les extrañó cuando apareció muerto en la playa de Ostia, la madrugada del 2 de noviembre de 1975, en lo que pareció un peligroso encuentro homosexual. Sin embargo, su muerte dejó tras de sí muchos puntos oscuros.

Más allá de ser una de las mejores bailarinas del siglo XX, Maya Plisétskaya es un emblema de la danza clásica. Destacó en los escenarios de todo el mundo, pero siempre mantuvo un especial vínculo con España.

Maya desde joven se sintió atraída por la cultura española y, tras haber bailado con éxito gran parte del repertorio clásico, comienza a acercarse a nuestro país a través del papel de Carmen. El fuerte carácter de la joven cigarrera andaluza curiosamente se adaptaba a la perfección a su decidida personalidad rusa.

Fue directora del Ballet del Teatro Lírico Nacional -la actual Compañía Nacional de Danza- de 1987 a 1990. Su paso por esta institución, junto a su hermano Azari Plisetsky, fue determinante para consolidar la danza clásica en España. Además, obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Las Artes en 2005 junto a Tamara Rojo. Pero sería en 1993 cuando tuvo una de sus mayores alegrías al obtener la nacionalidad española.

Maya Plisétskaya había nacido en el Moscú de 1925, en el seno de una familia de origen judío y su infancia no fue fácil. Siendo pequeña vivió en sus propias carnes el terror estalinista. Fusilaron a su padre cuando ella tenía 11 años y su madre y su hermano pequeño fueron deportados al Gulag en Kazajstán.

La pequeña Maya fue adoptada por una tía suya que era primera bailarina en el Bolshoi, lo que le permitió mantener los estudios de danza que ya había iniciado en su escuela. Entra oficialmente en el ballet del Bolshoi con 18 años y pronto es nombrada primera bailarina, la única en lograrlo a una edad tan temprana.

Con dos obras emblemáticas, El Lago de los Cisnes y La Muerte del Cisne, Maya definirá el conocido Estilo Plisétskaya: manos, caídas, codos de cisne, cabeza erguida, torso inclinado hacia atrás… ejecutado con la máxima perfección técnica y delicada sutileza. Su marido, el compositor Rodion Shchedrín contribuyó a su fama con la creación de cuatro ballets para ella, además de Carmen SuiteEl Caballito JorobadoAnna KareninaLa gaviota y La dama del Perrito.

Encarna Hernández, conocida como La niña del gancho, es la deportista española viva más longeva. En enero de 2022 cumplió 105 años. Se dedicó activamente al baloncesto durante 22 temporadas: fue jugadora en 7 equipos, la primera entrenadora y de las primeras mujeres árbitro. Todo entre 1931 y 1953.

Nació en Lorca, pero su vida cambió cuando su familia numerosa se trasladó desde a Barcelona. Allí descubrió el baloncesto en 1929 y empezó a competir en 1931, con 13 años, en el Atlas Club que fundó con los chicos y chicas del barrio. La II República invitaba a las mujeres a participar en la vida pública y el deporte no es una excepción. En los años 30, sobre todo en Barcelona, fueron miles las jóvenes que se engancharon a deportes como el atletismo, el baloncesto o la natación.

Justo cuando estalló la Guerra Civil en 1936, Encarna Hernández se encontraba en el estadio de Montjuic, preparada para competir en la Olimpiada Popular en pruebas atléticas, pero los juegos se frustraron por la urgencia bélica. No obstante, el deporte, y en particular el baloncesto, fue su vía de escape para superar la guerra civil y afrontar la postguerra.

En 1941 la captó la Sección Femenina como jugadora y entrenadora. Al contrario que la mayoría de las mujeres de su época, Encarna Hernández siguió jugando al baloncesto 8 años después de casada, sus 8 temporadas en el FC Barcelona. Se retiró con 36 años, cuando decidió ser madre.

Pero además de ser una deportista española pionera, Encarna Hernández, La niña del gancho, deja un enorme legado documental, ya que durante 80 años fue recogiendo fotografías, datos y recortes de prensa. Todas las imágenes están con los nombres de las jugadoras. Gracias a ella, a su memoria oral y a su archivo, se puede documentar la práctica deportiva femenina en España, en particular el baloncesto, en los años 30, 40 y 50 del siglo XX.

Mirada irónica con carga social. El carácter del vidrio. Material duro pero dúctil, según el estado. Puede dejar ver o apenas insinuar. La forja deSilvia Levenson derrite elementos italianos y argentinos. En 1987 descubre el vidrio como material de infinitas posibilidades y tres años después abre su propio estudio. Su instalación “Están lloviendo cuchillos” de 2004 está en el prestigioso Corning Museum of Glass de Nueva York pero también podemos ver parte de su obra en Buenos Aires, Milán, Houston o Lausana. Silvia nos habla de sus proyectos y nos revela las músicas que suenan en su estudio mientras trabaja.

Ana María Matute vivió casi noventa años (1925-2014), pero le gustaba decir que no pasó de los doce. Ocupó un sillón de la Real Academia Española. Fue una de las voces más singulares de la narrativa española del siglo XX, recibió los premios más importantes de la literatura en castellano y fue varias veces candidata al Nobel.

Decía que escribir era para ella una forma de ser y de estar en el mundo. Por eso, su vida y su obra no pueden separarse. Su infancia, que en alguna ocasión dijo que es más larga que la vida, fue fundamental. Por eso, muchos de sus protagonistas eran niños, o los adultos que recuerdan su niñez.

Ana María Matute nació en una familia burguesa de Barcelona, de madre riojana y padre catalán. Una torre de marfil, un mundo lleno de convenciones y de hipocresía que poco tenía que ver con la vida, y donde, desde pequeña, supo que no encajaba. Se sintió mucho más cómoda en Mansilla de la Sierra, el pueblo de su madre, donde conoció unos niños más pobres y más auténticos. Y donde conoció en profundidad el bosque, ese paisaje que también formó parte de muchas de sus obras.

Pronto la literatura fue para ella un refugio ante la extrañeza de un mundo que no entendía. Su primera novela, Pequeño teatro, la escribió a los 17 años, con la que doce años después ganó el Premio Planeta. Quedó semifinalista del Premio Nadal en 1947 con Los Abel, la primera novela que publicó y que había escrito con 19 años.

Su vida atravesó el éxito profesional en paralelo a algunos sufrimientos personales, como su doloroso fracaso matrimonial. En 1971 entró en una depresión que la apartó de su actividad, cuyas causas, según reconoció años después, tenían que ver con todas las malas experiencias de los años anteriores. Pero en 1996 llegó el resurgimiento definitivo con una novela de casi mil páginas que llevaba 25 años sin terminar: Olvidado rey Gudú. Recibió el Premio Cervantes en 2010 como culminación de toda su obra.

Tony Leblanc fue una de las figuras más populares y características del mundo del espectáculo español durante la segunda mitad del siglo XX. Polifacético artista, trabajó como actor, bailarín, director de cine y teatro, escritor de guiones y libretos, empresario y productor. Además, fue boxeador y futbolista, y prolífico autor de canciones, algunas especialmente famosas.

Ana Vega Toscano, autora de este documental sonoro, se acerca a las múltiples facetas de un artista que fue gran estrella del teatro musical español, actividad que compaginó con un extenso trabajo cinematográfico y con su destacada participación en TVE, donde fue pionero con actuaciones emblemáticas.

Su verdadero nombre era Ignacio Fernández Sánchez, y nació un 7 de mayo de 1922 en el Museo del Prado de Madrid. Su actividad profesional comenzó como bailarín de claqué, actuando durante la guerra civil. Finalizado el conflicto, su formación como bailarín le sirvió para entrar como boy en la compañía de Celia Gámez. Su primera oportunidad importante en el teatro fue en el Circo Price con Carlos Saldaña, Alady.

Por esas mismas fechas una casualidad hizo que consiguiera su primer papel con diálogo en el cine en la película Los últimos de Filipinas. De esta forma, inició una carrera imparable que le llevó a tener una extraordinaria popularidad. Además de ser un actor destacado en muchos títulos clásicos, como Los tramposos,  Las chicas de la cruz roja,  El astronauta, y tantas otras, fue director y guionista de tres películas muy personales, entre las que destaca El pobre García por sus toques autobiográficos. No tan conocido es su interés por figurar en todos los aspectos del espectáculo: de hecho, colaboró en la creación de sus espectáculos teatrales de forma integral, desde hacer coreografías a escribir el libreto.

Es destacada su contribución al teatro musical español, particularmente con revistas que podemos llamar de variedades. Espectáculos que estuvo haciendo toda su vida con grandes éxitos como Lo verás y lo cantarás, o Te espero en Eslava.

Para TVE creó personajes que se hicieron muy populares, como Kid TaraoCristobalito Gazmoño o don Anselmo Carrasclás, y protagonizó sketches de corte vanguardista, como el famoso número de la manzana que hizo en Esta noche fiesta, de José María Íñigo.

Digitalizamos y publicamos en nuestra página web Centenario de José Luis López Vázquez. Recuperamos el homenaje que realizamos al actor José Luis López Vázquez, en marzo de 2022, cuando se cumplieron 100 años del nacimiento de uno de los rostros más populares del cine español.

Puede parecer la piel de una serpiente pero el brillo es claramente metálico y urbano. La imagen es poderosa y ya no está presa en una fotografía. Forma parte de una de las instalciones del artista Christian Lagata, partipante en el Sexto Programa de Investigación y Producción del Centro de Creación Contemporanea de Andalucía, en Córdoba. Es jerezano, ama las artes visuales y se declara consumidor compulsivo de música a cualquier hora del día.

Documentos RNE se detiene en uno de los mitos más potentes del imaginario colectivo de Estados Unidos y que exportó por todo el mundo con enorme éxito.  La leyenda de Buffalo Bill hunde sus raíces en el salvaje oeste, pero también en la imaginación desbordante de su fuerte espíritu fabulador.

Buffalo Bill, cuyo nombre real fue William Frederick Cody, pasó su juventud en las grandes praderas del medio oeste. Gracias a sus habilidades como jinete y tirador fue cazador de bisontes para el ferrocarril, y aprovechó su conocimiento del territorio y de las costumbres de los indios como explorador del ejército. Participó activamente en las guerras indias y buscó fortuna a fuego junto a personajes tan turbios como Wild Bill Hickok. Pero Cody trascendió con mucho su condición de hombre de las praderas.

Su vida cambió cuando el escritor Ned Buntline le eligió como figura literaria para sus exitosos folletines sobre Buffalo Bill. Cody decidió confundirse con su personaje de ficción, primero en el teatro y después en su propio circo. Creó para su Buffalo Bill’s Wild West un relato mítico de aventuras del salvaje oeste.

Buffalo Bill fue, en buena medida, el inventor del western, pero no solo eso, también forjó una identidad nacional para un país en proceso de construcción. Muchas de las claves del espíritu nacional de Estados Unidos surgen de la puesta en escena de su circo, lugar de refugio de figuras legendarias como el gran jefe sioux Toro Sentado o la extraordinaria tiradora Annie Oakley.

Su tremendo éxito le llevó a cruzar el océano para ser aclamado en Londres, París, Roma o Barcelona. Allí donde plantaba su carpa sonaba la marcha The Star Spangled Banner, que terminaría convertida en el himno de Estados Unidos años después de su muerte.