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Lula da Silva: "No destruyan mi legado"

  • El expresidente brasileño habló en exclusiva para Informe Semanal
  • A sus 70 años cree que el Partido de los Trabajadores le necesita
  • Se interesa por España, desde Podemos hasta la delantera del Barça

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Informe Semanal - ¿El ocaso del populismo?

"Lula habla demasiado", cuenta, con una mezcla de resignación y cariño, el presidente del Instituto Lula, Paulo Okamoto. El expresidente de Brasil sigue castigando su ya de por sí quebrada voz. A los 70 años cree que el partido le necesita y sigue viajando, dando mítines, hablando con la misma vehemencia con la que arengaba hace cuatro décadas en las fábricas de São Paulo.

Para nosotros, esa locuacidad era un regalo. Habíamos cogido un vuelo desde Río a la capital paulista la mañana del 19 de mayo, contentos de poder entrevistar a un mito. Al menos un mito de la izquierda. Y para millones de brasileños, un benefactor, un padre, uno de los suyos. Para la otra mitad, un demagogo y un corrupto.

En un chalet del Instituto Lula, el think tank que intenta preservar el legado del fundador del Partido de los Trabajadores, aguardamos turno de entrevista. Somos solo tres medios. Entramos después de colegas rusos y venezolanos; ambos claramente pro-Lula, y pro-izquierda latinoamericana: la cadena rusa RT y la oficialista venezolana Telesur.

Nos habían dado 20 minutos, pero se alargó hasta los 35. Lula nos preguntaba por Podemos, por el PSOE, por la delantera del Barça, mientras presumía de buena relación con Felipe González, con Juan Luis Cebrián, con el difunto Emilio Botín...

El Lula más mitinero salía a relucir cuando enumeraba todo lo hecho por los pobres en sus dos mandatos. Hasta tres veces se le saltaron las lágrimas recordando cómo habían reducido la miseria en un 90% en los estados del nordeste, desde donde él emigró en los 50.

La corrupción... y los coxinhas

Menos emocional y convincente estuvo en el tema de la corrupción, el gran cáncer de su partido. Esos escándalos que le afectan a él de lleno y que despachó sin mucha convicción. Y todo trufado de continuas referencias al supuesto odio que le profesa la derecha brasileña.

Y la verdad es que si uno no es brasileño y se zambulle de buenas a primeras en la política de este país, una de las primeras cosas que llaman la atención es la inquina que se le tiene en buena parte de la sociedad brasileña, así como los ataques de los principales medios, sobre todo, la poderosa Rede Globo.

En Europa o en Estados Unidos, Lula cae bien (o al menos caía hasta hace bien poco) incluso al votante de centro derecha. O al menos no cae tan mal como otros conspicuos líderes de la izquierda de la región, pasados y presentes, como Hugo Chávez, Nicolás Maduro o Cristina Kirchner.

"Los que me odian son los coxinhas", nos dice. Los coxinhas serían los pijos, la gente de orden, la élite blanca de los barrios nobles de São Paulo, esos mismos barrios donde está el Instituto Lula.

Los minutos volaron y, tras una señal de su jefe de prensa, terminó nuestro encuentro con un gigante de la política, de enormes virtudes y no menos grandes defectos, Luiz Inácio Lula da Silva. "Obrigado, presidente", nos despedimos. "Obrigado a você, querido".