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El otoño islamista diseña el futuro de la primavera árabe

  • La victoria de Al Nahda en Túnez prefigura lo que ocurrirá en Egipto
  • Los islamistas cuentan con mayor infraestructura para vencer en los comicios
  • Los sectores liberales se ven salpicados por décadas de laicismo obligatorio
  • La influencia de Turquía y Arabia Saudí, clave para el islamismo árabe
  • La sombra de la sharía planea sobre las nuevas constituciones

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Informe Semanal - Túnez, el día después

Tras 22 años en el exilio, Rachid Ganuchi volvió a su país quince días después de que el régimen de Ben Alí cayese,  fruto de una revolución popular que ha cambiado el curso de la historia en el mundo árabe.

Rodeado de miles de seguidores que daban gracias a Alá por su vuelta, otra imagen similar ocurrida 32 años antes recorrió como un escalofrío las cancillerías occidentales: la del ayatolá Alí Jomeini que tras la caída del Sha volvió para establecer una República Islámica.

Junto a la multitud que le aclamaba, un centenar de jóvenes protestaba por su vuelta con un lema tan simple como efectivo: “¡No islamismo, no teocracia, no ‘sharía’, no estupidez!”.

Sin embargo, las apariencias engañan. Ganuchi, un anciano de 69 años, no quiere tener un papel activo en la vida política de su país y su modelo, tal y como se ha cansado de repetir estos últimos meses, no es ni Irán ni Arabia Saudí, sino Turquía.

Más aún, pese a la victoria arrolladora de su partido, Al Nahda (Renacimiento en árabe) en las elecciones del pasado domingo ya ha dejado claro que los próximos años serán de gobiernos de consenso que sirvan para consolidar la democracia en su país y negocia con dos partidos laicos la formación de un nuevo ejecutivo.

La historia de Ganuchi y de la joven democracia tunecina que empieza a dar sus primeros pasos resume los retos a los que se enfrenta la Primavera Árabe, una vez que han caído tres de los regímenes dictatoriales del norte de África: el de Ben Alí en Túnezel de Mubarak en Egipto y, hace apenas unos días y de manera sangrienta, el de Gadafi en Libia.

Subirse al tren

Ganuchi poco o nada tiene que ver con el movimiento comenzado por Mohamed Bouazizi, el joven de la localidad de Sidi Bouzid, en el centro del país, que prendió la chispa de las revueltas en el mundo árabe quemando su propio cuerpo.

Su expansión dio lugar a la ya conocida como Revolución de los Jazmines y se hizo a través de las redes sociales y de las manifestaciones un día tras otro en la avenida Bourguiba –el ‘padre de la patria’ que ilegalizó Al Nahda- de Túnez, la capital.

El líder islamista pertenece a otra generación: fue seguidor de Nasser primero, fundador de un movimiento imitación de los Hermanos Musulmanes después, encarcelado por ello por Burguiba y usado como excusa democrática por Ben Alí antes de ser acusado de conspiración y pedir asilo político en Londres.

La ventaja de la clandestinidad

Llegado con la revolución ya hecha, Ganuchi era consciente de que en la siguiente fase tenía todas las de ganar.

Su partido había sido el único que había logrado crear una red tupida de oposición al régimen desde la clandestinidad, sobre todo en las zonas rurales, menos occidentalizadas.

“Los islamistas han sido los principales antagonistas del Gobierno de Ben Alí, el grupo más oprimido y eso lo saben todos los tunecinos. Su éxito ha sido cosecha de todo este tiempo de sufrimiento”, resume Kristina Kausch, de Fride, que considera que los partidos seculares de izquierda que sí que eran tolerados por el régimen han terminado pagando sus esfuerzos para hacer una oposición desde dentro.

La historia de Al Nahda tiene visos de repetirse en el país más influyente del mundo árabe, Egipto, que además cuenta con la organización islamista más poderosa y modelo para el resto en la zona, incluyendo a Ganuchi y sus seguidores: los Hermanos Musulmanes.

El talón de Aquiles laico

Para sorpresa de los occidentales y alivio de los liberales árabes, los islamistas no fueron los manifestantes más destacados de las revoluciones de los jóvenes que han cambiado la cara del mundo árabe. Sin embargo, al ser las fuerzas de oposición más organizadas en regímenes autocráticos, tienen la ventaja en las primeras elecciones libres”, resumía hace unos días la situación la editora de Financial Times para Oriente Medio, Roula Khalaf.

Los islamistas no fueron los manifestantes más destacados de las revoluciones 

Hay otra razón para el éxito actual y futuro de los islamistas en un primer momento: el uso del laicismo que hicieron los regímenes caídos, tal y como recuerda Haizam Amirah Fernández, investigador principal de Mediterráneo y el Mundo Árabe del Real Instituto Elcano.

Algunos de los que han defendido el laicismo han reprimido cualquier posición pacífica de otros sectores y por eso se ha asociado a represión y ateísmo", subraya Amirah.

Esa confusión entre ateísmo y secularismo la vivió el propio primer ministro turco, Racep Tayyip Erdogan, que sorprendió a un grupo de dirigente islamistas hace unos días al defender que Egipto debía convertirse en un "estado secular".

Los Hermanos Musulmanes rechazaron de plano sus palabras y aseguraron que Turquía no era modelo para nadie.

"En un sistema secular la ley protege al adúltero pero para la sharía esto es un crimen", le contestaba el portavoz de los Hermanos, Mahmud Ghozlan.

Islamistas y democracia

Sin quererlo Ghozlan planteaba con crudeza la cuestión que preocupa a liberales, minorías religiosas y Occidentales respecto al creciente poder islamista en la Primavera Árabe : ¿Se puede confiar al islamismo la construcción de las nuevas democracias árabes sin que ellos terminen imponiendo sus valores a los demás?

Mohamed Nadi, un manifestante salafista, planteaba la pregunta desde otra perspectiva en un reciente artículo de The New York Times: Es la democracia la voz de la mayoría? Nosotros como islamistas somos la mayoría. ¿Por qué quieren imponer la visión de las minorías, los liberales y los seculares?".

¿Por qué quieren imponer la visión de las minorías, los liberales y los seculares?

Esta afirmación no es exacta en dos sentidos. En primer lugar, como recuerda Amirah, pese a la abrumadora victoria islamista, Ganuchi no ha logrado superar el 50% de los votos, por lo que de facto la mayoría de los tunecinos no votaron a una opción islamista el pasado domingo.

Las estimaciones previas muestran que si bien los Hermanos Musulmanes pueden ser los más votados no lograrán una mayoría tan aplastante.

"No creo que los Hermanos puedan tener más del 25% de los escaños, lo que es un bloque importante pero no la mayoría", aseguraba a Reuters Hassan Abu Taleb, del Centro Al-Ahram de Estudios Políticos y Estratégicos.

Islamistas contra islamistas

La otra razón por la que se equivoca Nadi y en cierto sentido el portavoz de los Hermanos Musulmanes es que el escenario post revueltas demuestra que no hay una sola forma de ser islamista ni una única lectura de la Sharía.

Si el espectro islámico va desde Bin Laden hasta Erdogan, ¿Cuál de ellos es el verdadero Islam?", se preguntaba Ganuchi en un debate reciente con un opositor secular.

Ganuchi se presenta a sí mismo como escorado hacia la línea de Erdogan, lo que le hace tener una postura más abierta que los Hermanos.

Al Nahda es el más moderado de estos partidos islamistas y pueda liderar el camino para demostrar que se puede aplicar el modelo turco", considera Kausch.

Ganuchi tiene una larga historia de enemistad con el otro país que quiere exportar su modelo de Islam a las nuevas democracias árabes, Arabia Saudí, que llegó a deportarle cuando fue de peregrinaje a La Meca.

La monarquía saudí apoya una lectura de la Sharía y patrocina el islamismo Wahabista, que inspira a salafistas como Nadi.

En Túnez un partido salafista aún pequeño pero de influencia creciente marcó la campaña al atacar un cine y una televisión por mostrar material que consideraban blasfemo.

Este partido, como su equivalente Al Nour en Egipto, se han colocado al extremo de los partidos islamistas tradicionales y amenazan con escorar su discurso.

La verdadera lucha de futuro irá sobre quién es capaz de satisfacer a un público devoto. Va a ir sobre quién es islamista y quién es más islamista", resumía al New York Times la situación Azzam Tamimi, biógrafo de Ganuchi.

¿Un futuro con sharía?

En esa carrera parece haberse metido el presidente del Consejo Nacional de Transición libio, Mustafá Abdel Jalil, tras anunciar la "liberación" del país.

Nosotros, como estado islámico, hemos adoptado la sharía islámica como la principal fuente de legislación", proclamó dejando atónitos a los países occidentales que apuntalaron la caída de Gadafi.

Nosotros, como estado islámico, hemos adoptado la sharía principal fuente de legislación

En realidad, la presencia de la sharía en la nueva Constitución libia no sería una novedad: muchos países la tienen como principio pero solo unos pocos la aplican de forma literal.

El problema, recuerda Amirah, es la interpretación que se haga de la sharía, ya que a veces lleva incluso a posturas opuestas.

"Si la sharía sirve para dar un nuevo marco moral no excluyente igual es una etapa por la que hay que pasar, el problema es si se usa para concentrar poderes", resume el experto del Elcano.

Visto desde esta perspectiva, Kausch ve preocupante las palabras de Abdel Jalil porque "un gobierno que nadie ha elegido se atreve a decir qué leyes se van aplicar en el futuro".

Lo que más me preocupa ahora es que cualquier partido, dirigente o poder quiera imponerse y no respete las reglas de convivencia", añade Amirah.

Ese riesgo es muy real: si en Túnez todas las miradas en un partido, Al Nahda, en Libia las luchas de poder entre dirigentes del nuevo poder rebelde pueden hacer despertar al país del sueño democrático mientras la junta militar egipcia dilata la transición y sigue aplicando leyes arbitrarias.

Y mientras sus pueblos esperan que la Primavera Árabe florezca y dé lugar a algo mejor que aún no conocen realmente. "El problema del mundo árabe es que no sabe todavía a lo que se parece la democracia", confesaba al New York Times Fares Mabrouk, un experto tunecino.