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La danza que cautivó a Lorca y Picasso

  • La Residencia de Estudiantes repasa el auge de la danza a principios del siglo XX
  • Nuevas tendencias llegaron a España en una corriente multidisciplinar

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La Compañía de Bailes Españoles caracterizada para 'El amor brujo', 1933. De izq a dcha, Rafael Ortega, la Malena, Encarnación López ('La Argentinita'), Pilar López, la Macarrona y Antonio Triana.
La Compañía de Bailes Españoles caracterizada para 'El amor brujo', 1933. De izq a dcha, Rafael Ortega, la Malena, Encarnación López ('La Argentinita'), Pilar López, la Macarrona y Antonio Triana.

En 1919 un joven Lorca estrenó su primer drama teatral, El maleficio de la mariposa. La obra fue un estrepitoso fracaso, con abucheos incluidos, pero sirvió para fraguar una estrecha amistad entre su protagonista, la bailaora Encarnación López, La Argentinita, y el poeta granadino.

Ignacio Zuloaga, 'La Faraónica' (gitana azul), 1919. Colección privada duque de Terranova.

Esta complicidad personal y artística les llevaría a crear en 1933 junto con Ignacio Sánchez Mejías y otros intelectuales del 27, la Compañía de Bailes Españoles, que recogía las esencias del folclore popular en una evolución hacia un espíritu más “puro” y “auténtico” y sin ningún tipo de “estilización”, según relata a RTVE.es, Idoia Murga, doctora en Historia del Arte por la Universidad Complutense.

El ejemplo de la Compañía de Bailes, cuya versión de El amor brujo se subió al escenario de la Residencia de Estudiantes [Ver la imagen que encabeza la noticia], es solo un ejemplo de la efervescencia de la danza en las primeras décadas del siglo XX, en la llamada Edad de Plata de la cultura española.

Un tiempo de convivencia entre academicismo y vanguardia que iluminó nuevos caminos con primeras figuras que encabezaron la renovación y avance del baile español. Una danza moderna con vocación transversal e interdisciplinar que atrapó a su vez a músicos, pintores, poetas y artistas de renombre como Lorca, Dalí o Picasso.

Poetas del cuerpo

Este brillante legado hasta el estallido de la Guerra Civil es el que repasa la exposición Poetas del cuerpo. La danza de la Edad de Plata, organizada por Acción Cultural Española y la Residencia de Estudiantes (c/ del Pinar 21-23, Madrid. Hasta el 1 de abril de 2018).

La selección exhibe más de 300 piezas, muchas de ellas inéditas, entre las que se encuentran escenografía, maquetas, vestuario, pinturas y fotografías que ponen en valor este esplendor olvidado, vinculado al carácter intangible del baile al que el poeta José Bergamín definió líricamente como “artes mágicas del vuelo”.

Pablo Picasso, Figurín para 'El sombrero de tres picos' de los Ballets Russe de Sergei Diaghilev, 1920. Archivo Manuel de Falla.

“El problema de la danza es que como arte efímero es irrepetible y es muy difícil poder investigarlo. Hay una gran ausencia de fuentes, si lo comparamos con nuestra historia de las artes plásticas, de la música y de la literatura. Y además quizás no tiene tanto apoyo como otras disciplinas artísticas como otras ramas de la cultura, pero la danza es esencial para la definición de nuestro imaginario y la imagen que damos dentro y fuera de nuestras fronteras”, reflexiona la también comisaria de la exposición, Idoia Murga.

El punto de inflexión lo marcarían en España los Ballets Russes de Sergei Diaghilev, que en sus giras insuflaron modernidad a la danza española que los tomó como referente.

“Su fórmula, que venía de Wagner, era la del arte total aplicado a la danza, por lo que todas las disciplinas que intervenían en el ballet estaban encomendadas a reconocidos artistas y creadores del momento”.

Paralelamente y fruto de esta influencia, Picasso, que estaba casado en aquel tiempo con Olga Khokhlova, integrante del cuerpo de baile ruso, estrenó Parade (1917), su primer trabajo como escenógrafo para la compañía.

Néstor de la Torre, Traje de la «Niña Bonita» de 'El fandango de candil' de Antonia Mercé, 'La Argentina', 1927. Museo del Teatro, Almagro

Parade se presentó ante el público en París y poco después llegaría a Madrid y Barcelona. “Picasso estaba fascinado por el mundo del ballet y va a ser un referente para muchos artistas que van a seguir sus pasos como figurinistas o escenógrafos”.

En el espejo ruso se mirarían los Ballets Espagnoles, fundados por la bailarina Antonia Mercé, La Argentina. El grupo artístico paradójicamente nunca actuó en nuestro país pero adaptó el sistema de Diaghilev al ámbito nacional y lo expandió en un éxito sin precedentes en giras por Japón, Vietnam, EEUU o Filipinas, con la colaboración de autores como Cipriano Rivas Cherif o Falla.

La iniciativa de La Argentina, condecorada con la orden de Isabel la Católica por el Gobierno republicano, abrió brecha y elevó a la danza al primer plano cultural.

Tradición y vanguardia

Además del flamenco, la exposición madrileña también pone el foco en el ballet clásico con figuras como Teresina Boronat o María Esparza, primera bailarina del Teatro Real que llegó a ser directora del fugaz Teatro Lírico Nacional, impulsado por la República.

Tórtola Valencia en la Danza del incienso, 1912. Museo Nacional del Teatro, Almagro

En la línea de experimentación, sobresale el nombre de la rompedora Tórtola Valencia, una de las grandes renovadoras de la danza de principios del siglo XX. Valencia arrancó un repertorio “totalmente ecléctico con obras orientalistas, herencia del simbolismo decimonónico; otras muy basadas en el imaginario de lo español y, otras, con una raíz más grecolatina al estilo de Isadora Duncan”.

En el centro de este magma creativo se situó la Residencia de Estudiantes, a través de su rama satélite, la Residencia de Señoritas, donde profesoras americanas enseñaban nuevas tendencias como la gimnasia sueca o clases de bailes rítmicos, a la vez que la institución cultural pugnaba por preservar y documentar la riqueza cultural de los cantos populares.

Una progresión que quedaría truncada por la Guerra Civil. Como ejemplo de estos proyectos innovadores que nunca vieron la luz, la muestra se detiene en el caso de Clavileño, un espectáculo plástico “absolutamente puntero” que debía haber sido estrenado en el otoño de 1936.

Diseñado por la pintora surrealista Maruja Mallo, que ejercía de docente en la Residencia, la música vino de la mano de Rodolfo Halffter.

“Era un espectáculo plástico musical que tenía mucho de danza, también elementos de los títeres que fascinaban a los intelectuales y artistas del momento y también muchos elementos de la ópera “, explica Idoia Murga.

Maquetas para 'Clavileño' de Maruja Mallo, 1936.

El conflicto bélico también volteó sin retorno las formas y el destino de la danza. A imagen y semejanza del “teatro de guerra” surgió la “danza de guerra”: piezas breves con fuerte carga propagandística que interpretaban grupos de mujeres, ya que los hombres estaban en el frente.

En este ámbito, cabe destacar el repertorio de las Guerrilleras del Teatro y de la Cobla Barcelona que llegó hasta el pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937. Un grito de auxilio en forma de movimiento corporal que se exhibió junto al Guernica de Picasso.