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Goyas 2020

Mejor dirección novel: Inspirados desconocidos

  • Salvador Simó, Galder Gaztelu-Urrutia, Aritz Moreno y Belén Funes
  • Cinco variantes de lo más sólido, sorprendente y creativo que puede ofrecer una industria tan paradójica como la española

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'El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia
'El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia

Toda primera película es, como diagnosticaba Gabriel Celaya de la poesía, un arma cargada de futuro y como tal un cúmulo de esperanzas e incertidumbres, por más que sea en sí misma una certeza. No hay dos primeras películas iguales, aunque haya modelos similares, patrones que resuenan unos en otros, parecidos sobre todo en intenciones.

Las hay que responden a un impulso personal de sacar a la luz ese algo de especial, con suerte universal, que todos llevamos o creemos llevar dentro, ejercicios de sinceridad, con frecuencia dolorosa, que surge como a borbotones. Otras se plantean como evidentes ejercicios de estilo, demostraciones fehacientes del conocimiento del oficio, como apuestas o guiños de complicidad sobre su solvencia frente a la industria.

Y también, las menos, las que hacen coincidir el talento del artífice con una historia única que merezca ser contada. De sus responsables poco o nada se sabe, salvo en los círculos de iniciados que puedan conocer sus andaduras previas en el mundo de los cortometrajes y demás actividades audiovisuales, perfectos desconocidos sobre los que se proyectan todo tipo de expectativas que solo el tiempo constatará en sucesivos proyectos o diluirá en la desaparición, en la decepción o en el olvido.

Las nominadas a esta categoría son este año tan potentes como dispares, cinco variantes de lo más sólido, lo más sorprendente y lo más creativo que puede ofrecer una industria tan paradójica como la española.

Salvador Simó, por Buñuel en el laberinto de las tortugas

Por encima de las demás, la más sorprendente y original, puede que sea la de Salvador Simó, Buñuel en el laberinto de las tortugas, una propuesta verdaderamente especial que se sirve de la animación para contar una historia inimaginable en otro soporte, seguramente insostenible con actores de carne y hueso encarnando a los personajes, una especie de making of de Las Urdes, Tierra sin pan, el cómo se hizo de un documental perturbador rodado por Luis Buñuel en los años treinta en la región posiblemente más miserable y atrasada de Europa.

Ese viaje iniciático hacia la pobreza obsesiva es tan solo la cara más visible de un filón que se erige en sugerente retrato, nada complaciente además, del propio Buñuel, joven inquieto en busca de algo nuevo, diferente, que le satisfaga, pura contradicción andando, que se propone huir de la impronta transgresora que le convirtió en el más genuino de los surrealistas con El perro andaluz y La edad de oro, en el París de finales de los años veinte, un relato lleno de momentos impactantes, entre lo poético y lo descarnado, que pormenoriza el pintoresco origen del proyecto y la paradójica generosidad del escultor anarquista Ramón Acín, amigo de Buñuel, que cumplió su compromiso de producir la película si le tocara la lotería, como así fue.

'Buñuel en el laberinto de las tortugas'

Entre las secuencias animadas sorprenden y fascinan algunas imágenes reales de la película de Buñuel, hallazgos de montaje que evidencian la profunda impresión del cineasta aragonés y de sus cómplices, y de cualquier espectador, frente a la crudísima realidad. Nominada también, lógicamente, en la categoría de largometraje de animación, lo que sin duda le perjudicará en esta, además de guion adaptado y música original, Buñuel en el laberinto de las tortugas se ha ganado un puesto entre las mejores películas españolas del año, sin apellidos que camuflen o rebajen su auténtico valor.

Galder Gaztelu-Urrutia, por El hoyo

La originalidad es quizás la nota predominante entre las candidatas a mejor primera película, como podrá comprobar quien se asome a las imágenes de El hoyo, una distopía algo deprimente dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia, que inventa un mundo claustrofóbico, alegoría o hipotética degradación del que conocemos, reducido a algo así como una prisión vertical en la que solo parece posible subir o bajar aleatoriamente, sin que los prisioneros conozcan las razones ni las reglas que deciden su cambiante situación en ese corredor estratificado en el que cada nivel, en el que conviven dos únicos individuos, marca la diferencia, la abundancia y la calidad de la comida que van consumiendo en función de lo que van dejando los de los pisos superiores.

'El hoyo'

Ciencia-ficción con regusto fatalista y cierta complacencia en la escatología y la violencia, dosificada siempre con rigor, al ritmo que marca un guion diseñado a conciencia, como una propuesta de reflexión sobre algunos temas universales, políticos, religiosos, sociales, que parecen haber conectado con los aficionados a este género escurridizo. Austera, eficaz, impecable puesta en escena que saca lo máximo del reducido espacio en el que transcurre cada situación y lo mejor de su variopinto reparto y su excéntrica galería de personajes extremos, en su mayoría marginales, desclasados, excluidos, marcados por un fatalismo endémico. El hoyo también cuenta con nominaciones a mejor guion original y a efectos especiales.

Aritz Moreno, por Ventajas de viajar en tren

Más que original, inclasificable es Ventajas de viajar en tren, de Aritz Moreno, fascinante adaptación de la novela de Antonio Orejudo, abigarrado ejercicio de funambulismo narrativo contando historias que encierran otras y remiten a otras tantas, que a su vez derivan en alguna más, como un sinfín de cajas chinas o muñecas rusas, sin que el espectador pierda en ningún momento el interés y una permanente sensación de sorpresa.

Contarla minuciosamente sería un esfuerzo tan desproporcionado como inútil, porque sin sus intérpretes, de Pilar Castro a Quim Gutierréz, pasando por Ernesto Alterio, Luis Tosar o Belén Cuesta, y las imágenes convincentes en las que se mueven sería seguramente un jeroglífico incomprensible, aunque la lógica, al menos la convencional, no sea precisamente su característica principal.

'Ventajas de viajar en tren'

Baste decir que todo empieza con una mujer que viaja en tren tras haber ingresado a su pareja en una institución psiquiátrica y es abordada por un individuo que se ofrece a contarle una historia y de ahí surgen como afluentes y subafluentes todas las demás. No es fácil ver algo ni parecido en el cine español, tampoco en el de casi cualquier otra nacionalidad, bordeando el surrealismo, la hipérbole, el malabar, y eso sin perder nunca o del todo el principio de realidad, de verosimilitud, y mezclando con mágica habilidad lo divertido con lo patético, ni dejar de remitir, más en serio de lo que pueda parecer, a infinidad de temas reconocibles.

Belén Funes, por La hija de un ladrón

En el extremo opuesto a casi todas las demás se sitúa La hija de un ladrón, obra de Belén Funes, realismo social en el más estricto sentido del término, en la onda implacable del cine de los hermanos Dardenne, del que toma prestados la austeridad, el rigor y una manera de seguir a los personajes, sobre todo a la protagonista, como de documental, con la cámara cercana e infatigable a la altura de la oreja, lo que además aquí tiene un sentido más que apropiado por la sordera de esta mujer joven, madre soltera y abandonada a su suerte por sus progenitores, que encarna con deslumbrante convicción Greta Fernández, hija en la ficción de su propio padre en la realidad, el gran Eduard Fernández, que aquí encarna al ladrón del título, un superviviente con desastrosas iniciativas que ha propiciado la ruina y la descomposición de su entorno familiar.

'La hija de un ladrón'

Pero la historia es la de la hija y la de su reinvención escapando con coraje y convicción de la marginalidad y la exclusión social, afanada en recomponer su propia vida pero también la de su hermano menor, del que pretende su custodia como acto de suprema responsabilidad, la historia de una mujer que aspira a que se la considere como una persona normal.

La fuerza del relato se sustenta sobre todo en el trabajo de esta actriz novata, Greta Fernández, que soporta el protagonismo con el aplomo de una veterana, destilando autenticidad en cada gesto, en cada palabra y cada silencio, que además opta, por méritos propios, al Goya a mejor actriz protagonista, saltándose con justicia el paso iniciático por la categoría de actriz revelación.