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Científicos descubren por primera vez el origen de una supernova termonuclear

  • Es una explosión de una enana blanca comprimida por otra estrella compañera
  • Hasta ahora se desconocía el mecanismo de estas detonaciones
  • Las supernovas termonucleares sirven para indicar las distancias de las galaxias

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Descubren por primera vez el origen de una supernova termonuclear
Imagen de archivo de una supernova.

Un equipo internacional con participación de investigadores del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha logrado determinar el origen de una explosión de supernova termonuclear (también denominada de tipo Ia), producidas cuando una enana blanca (la etapa final en la evolución de la gran mayoría de las estrellas) es comprimida por el material procedente de una estrella compañera. Los resultados aparecen publicados en el último número de la revista 'Nature'.

Los científicos han observado que la explosión en la supernova estudiada, ha sido producida por la detonación de una delgada capa de helio en la superficie de la enana blanca. Esta detonación podría haberse producido en una estrella con masa cercana a la masa límite de Chandrasekhar (máxima masa posible de una estrella de tipo enana blanca que equivale a 1,44 masas solares) o incluso en una menor por fusión con una estrella compañera más ligera.

"Se trata de la primera evidencia de este tipo, porque hasta ahora no sabíamos con certeza el mecanismo de estas explosiones", asegura la investigadora del CSIC Pilar Ruiz Lapuente, del Instituto de Física Fundamental. Según Ruiz, esta evidencia, además, "revela la presencia de una estrella compañera".

Las supernovas termonucleares o de tipo Ia son gigantescas explosiones que, por su luminosidad, sirven a los astrónomos como indicadoras de las distancias de las galaxias. Su uso como patrones de distancia cosmológicos se basa en que puede conocerse su luminosidad intrínseca a partir de la rapidez con la que decae su brillo tras alcanzar un valor máximo.

Esta supernova, situada a una distancia de 550,3 megapársecs (unos 1.200 millones de años luz), fue observada inmediatamente después de su primera detección y, por tanto, los científicos pudieron ver el efecto del estallido que se produjo en la superficie de la enana blanca.