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Adolfo Suárez, el carisma de un actor político que no quiso ser solo intérprete

  • De origen humilde, pero encantador y carismático, ha sido el Kennedy español
  • Conocedor del poder de la televisión, por ella transmitió y personificó el cambio
  • "El rey era el empresario, Torcuato el guionista y Suárez el actor principal"
  • El Congreso fue escenario de su fracaso como gobernante y de su leyenda

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Adolfo Suárez, natural ante las cámaras antes y después del discurso

Adolfo Suárez, el primer presidente de la democracia española, era un auténtico animal político pero carecía de pedigrí. Desclasado le llamaron. Lo cierto era que no pertenecía a una saga de políticos; era un chico de provincias, autodidacta, hecho a sí mismo, que dio sus primeros pasos en la escuela del Movimiento, como no podía ser menos, pero que también fue maletero en una estación y hasta extra de cine. Consciente de sus orígenes humildes, se calificaba a sí mismo de “chusquero de la política”: y, sin embargo, terminó siendo presidente del Gobierno.

El joven Adolfo Suárez González (Cebreros, 1932) no era un elitista ni un plutócrata, era un español de a pie. Más listo que inteligente, más audaz que estratega, no era un hombre de libros, sino un posibilista con carisma y toneladas de encanto personal, que tuvo por encima de todo la virtud de escuchar a la calle.

Ahí fue donde mamó la política ese chaval que desde pequeño era el líder de la pandilla, como recordaba su cuñado y colaborador Aurelio Delgado. “El poder del grupo estaba donde estaba él y él era el jefe”.

Se define su carácter en una anécdota de juventud, cuando en el verano de 1957 y como presidente de la asociación “De Jóvenes a Jóvenes” de la Acción Católica de Ávila organiza un congreso y, para llamar la atención de los medios, empapela las calles de carteles y después, con nocturnidad y alevosía, los arranca él mismo junto a Aurelio Delgado con el fin de denunciarlo al día siguiente en el Diario de Ávila tal si fueran víctimas de un boicot. Como resultado, éxito de público y atención garantizada de los medios. Apuntando maneras.

Pero el niño que decía que de mayor quería ser presidente del  Gobierno, el joven pícaro y 'echao p'alante' no se quedó en escaramuzas.  Tuvo la grandeza de asumir en primera persona y con plena conciencia un  papel protagonista para traer la democracia a la España después de  Franco.

Un Kennedy para España

Los manuales retratan al líder político ideal como un compendio de virtudes de características personales, preparación profesional, arsenal ideológico, habilidades comunicativas y algún que otro intangible, ese 'no sé qué' que solo tienen unos cuantos. Si Suárez tenía alguno de estos dones era sin duda el del carisma, coinciden los que le han conocido y observado.

Suárez ha sido para España lo que Kennedy para Estados Unidos o Tony Blair para el Reino Unido”, señala José Luis Sanchis, consultor político y asesor de Suárez en el Gobierno entre 1977 y 1981. “La variable clave es el carisma. La telegenia se puede practicar y aprender, el carisma es un don que lo da Dios o no hay quien lo coja”.

La comparación con Kennedy emerge con frecuencia y con argumentos. Para el periodista Manuel Campo Vidal, Suárez ha sido el más kennedyano de los presidentes, no solo por reminiscencia física sino por el uso que supo hacer de la televisión.

Adolfo Suárez irrumpió en 1976 para el gran público casi como un galán cinematográfico, no solo por su aspecto y porte sino por su conocimiento del medio televisivo. Eso supuso una ruptura del código narrativo audiovisual que hasta el momento había generado el franquismo”.

Los discursos televisados de Adolfo Suárez, aún en blanco y negro, paralizaban el país

“La primera intervención pública que hace como presidente todavía sin tomar posesión la hace desde el salón de su casa, hablando de sofá a sofá, con lo cual entra con una gran eficacia en los hogares de los españoles. Es algo distinto, porque hasta aquel momento nos hablaban ancianos o personas de mucha edad, casi siempre con uniformes, desde tribunas o púlpitos o balcones, y de pronto irrumpe este hombre joven, con aire seductor y cercano y generando confianza”.

La encarnación del cambio político

Suárez desplegaba su personalidad en la pequeña pantalla para trasladar al ciudadano la hoja de ruta del cambio político que estaba en camino, y en su caso, él era también el mensaje, considera Jorge Santiago, profesor de comunicación política en la Universidad Camilo José Cela de Madrid.

Suárez representaba el cambio, la otra España, otra manera de hacer política, porque terminaba una época y empezaba otra. No era bien visto en muchos sectores, pero fue ganándose poco a poco la confianza de quienes no veían en él alguien que diera la talla para dirigir el cambio que se avecinaba en España.

Adolfo Suárez era, así pues, un actor. En ese sentido, recuerda Campo Vidal, en la obra de la Transición “alguien escribió que el rey era el empresario, Torcuato Fernández Miranda el guionista y Adolfo Suárez el actor principal”.

"El motor de la Transición es el rey y Suárez fue el ejecutor"

Sin embargo, ese calificativo hería su orgullo político, puesto que la Historia se ha empeñado en ocasiones en asignarle no un papel protagonista, sino secundario, de intérprete meritorio del guión escrito por otros.

“Era actor en ambos sentidos”, concede el periodista Fernando Ónega, guionista también de alguno de los discursos más memorables de Suárez, como el ya mítico 'Puedo prometer y prometo' de las elecciones de 1977.

El motor es el rey, lo ha sido clarísimamente, el que ha marcado la meta de llegar a la democracia plena -que es el único guión que hubo, según confesión del propio rey-. Luego se fueron cubriendo etapas sobre principios previamente aceptados: legalización de los partidos políticos, etc. Y Suárez fue el ejecutor”.

“Ahora bien, un líder necesita ser actor, ejercer un papel de representación en la obra, y eso Suárez lo hacía muy bien. Se presentaba en la televisión en los momentos trágicos, como en la semana trágica de enero de 1977, o la matanza de Atocha, y es el gran actor que interpreta la obra de teatro que se necesita en ese momento para dar seguridad y serenidad”.

La noche en que ganó un millón de votos

Un golpe típicamente 'suarista' y todo un ejercicio de salida del guión vino en la víspera de las elecciones de 1979, cuando UCD y PSOE llegaban con una diferencia mínima en las encuestas que hacía depender el resultado del voto indeciso.

Por eso, Suárez utilizó el espacio electoral gratuito en TVE para lanzar un ataque inédito, contundente e inesperado a su rival político: “Difícilmente podemos creer en la moderación centrista de que hace gala el PSOE. El programa del XXVIII Congreso, por ejemplo, defiende el aborto libre y, además, subvencionado por el contribuyente, la desaparición de la enseñanza religiosa, y propugna un camino que nos conduce hacia una economía colectivista y autogestionaria”.

Jose Luis Sanchis lo rememora para RTVE.es: “Lo puedo contar porque lo viví directamente. Le recomendaron que no tocaran el tema del aborto, él no hizo caso y lo usó, para estupefacción de todos los presentes. Se la jugó y le sirvió. Esa noche, el día antes de las elecciones, consiguió un millón de votos”. UCD se alzó con 171 escaños, al borde la mayoría absoluta, y dejó al PSOE en 116.

El error que precedió a la caída

Paradójicamente -aunque sea algo común en los actores-, Suárez “tenía también algunos comportamientos propios del tímido”, señala Fernando Ónega. “En algunas circunstancias, cuando se sentía acorralado, le salía aquello que le valió el apodo de “chuletón de Ávila”, el hombre que se sobrepone a sí mismo y pasa a ser un desafiante, que le recuerda a un teniente general y vicepresidente del Gobierno que la pena de muerte sigue vigente en el código de justicia militar”.

Sin embargo, su proverbial habilidad en las distancias cortas, en el tú a tú, se tornaba retraimiento en otros escenarios. “Tenía un miedo escénico a las Cortes, probablemente ligado a los feroces ataques del PSOE en la oposición”, señala el consultor José Luis Sanchis.

Fernando Ónega: "El gran error de Suárez fue la sesión de investidura de 1979, cuando se niega a intervenir"

“El gran error político y personal de Suárez fue la sesión de investidura de 1979, cuando él, por las razones que sean, se niega a intervenir y son los ministros los que van contestando”, opina Ónega.

“Eso lo destrozó políticamente: dentro del partido les llevó a preguntarse qué tipo de líder tenían que no salía; fuera del partido dio una imagen rara y eso destruyó todo el capital político que había acumulado en las elecciones, que había sido una victoria impensable y provocada por la intervención que tuvo en la víspera de las elecciones. Ese fue el principio de la caída”.

El precio del poder pasa factura

Suárez, como primer presidente de la democracia, fue también el primero en sufrir el desgaste del poder. “Una cosa es ser candidato y otra es gobernar, ser gestor", reflexiona Jorge Santiago. "A Suárez le ocurrió lo que a otros dirigentes políticos, lo que a todos si no se van antes. A Obama le pasó al llegar a la presidencia con las expectativas de muchos colectivos disparadas. El precio del poder también pasó factura muy rápido a Suárez cuando empezó a tomar decisiones que había que tomar y que desagradaban a muchos sectores”.

"Suárez era un unificador para tiempos de unión. Superado eso, la ola pasó rápido al otro joven atractivo del momento, Felipe"

El consultor en comunicación pública Luis Arroyo abunda en la idea: “Suárez era un unificador para tiempos de unión. Superado eso, la ola pasó rápido al otro joven atractivo del momento, y más representante de las aspiraciones mayoritarias de libertad, que era Felipe González”.

Para José Luis Sanchis, la caída en la estrella de Suárez a partir de 1979 se resume en la pérdida de “la credibilidad”. “Se puso en duda la credibilidad de Suárez por parte del rey, los militares, los medios de comunicación, los políticos... Como resultado de eso vino la retirada”.

Suárez, un presidente carismático a quien no se lo pusieron fácil

El 23F, icono de Suárez, pero no para un cartel electoral

Fue en su despedida del Gobierno cuando Suárez dejó la que para quizá es la imagen más memorable y evocadora del presidente, cuando el 23 de febrero de 1981 se negó a esconderse y doblegarse ante los golpistas en el Congreso.

Pese al consejo de algunos asesores, Adolfo Suárez no quiso usar esa imagen en los carteles electorales de la campaña de 1982, a la que concurría con el recién fundado CDS. Él mismo explicaba las razones a un grupo de corresponsales extranjeros.

Suárez no quiso usar su imagen en el escaño el 23F en la campaña electoral de 1982

“Personalmente creo que esa foto no debe influir en las urnas. Es penoso que influya más esa imagen que cinco años de esfuerzos impresionantes para lograr el entendimiento de los españoles y afianzar la democracia. Ese gesto era para mí obligado, entre otras muchas razones porque era el presidente del Gobierno. Y también porque no estoy dispuesto a dejarme humillar por nada ni por nadie, como yo tampoco pretendo humillar nunca a nadie”.

Descifrando ese no sé qué que tenía Suárez, se termina por explicar la alquimia que hizo posible la Transición. La resume Fernando Ónega:

Aquella época se hizo sobre cinco palabras: audacia, dignidad, diálogo, concordia y generosidad. Le doy mucha importancia hablando de Suárez a la palabra dignidad, y hablando de la clase política a la generosidad. La clase política que procedía de la clandestinidad o de las cárceles vuelve sin una expresión de revancha, sin pedir cuentas y queriendo participar en el proyecto de democracia. Eso es un tesoro. Por la otra parte, salvo el establishment militar, el resto de la sociedad española estaba en aquel proyecto de la libertad a través de la democracia. La confluencia de aquellos ingredientes es irrepetible”.

Quienes compartieron vida vida política con Adolfo Suárez recuerdan su carácter conciliador y capacidad de comunicación