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Historias de un continente abandonado

Los inmigrantes africanos en España 'celebran' el Día de África con escepticismo

Sigue siendo el continente más pobre, muy lejos de los Objetivos del Milenio

Un tercio de la población sobrevive con menos de un dólar al día

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La pobreza hace estragos en África

Es el continente más empobrecido del planeta. Según el Índice de Desarrollo Humano, elaborado por la ONU a partir de indicadores como la sanidad o la educación, los países más miserables de la tierra, es decir, los que viven en la pobreza extrema, están todos en el África subsahariana.

Allí, cerca de 15.000 niños mueren cada día por causas que podrían evitarse. Son la mitad de todos los que mueren en el mundo. Y los adultos languidecen por el sida: según datos del Banco Mundial, en una decena de países africanos, el 10% de la población mayor de 18 años está infectada por el virus. En Swazilandia, la cifra alcanza el 33%.

El hambre, la enfermedad y las guerras les empujan a emigrar a Occidente. La ONG Karibú se ha convertido en un oasis para miles de estos inmigrantes subsaharianos: aquí les dan de comer, les visten y les enseñan a valerse por sí mismos.

Un equipo de 150 voluntarios, entre psicólogos, trabajadores sociales, médicos y religiosos, les ayudan desde 1990. Capitaneados por Antonio Díaz, el "padre Antonio", conocen de cerca miles de dramas: niños soldados, mujeres explotadas y sueños rotos en un éxodo que, a veces, les cuesta la vida. RTVE.es ha visitado este reducto africano en Madrid para conocer sus historias.

"Karibú es una palabra suajili que significa bienvenido", explica el padre Antonio, que aprovecha sus últimos instantes de tranquilidad antes de que empiecen a venir los primeros inmigrantes. "No llegan ni con maleta ni con equipaje, sino salvando sus propias vidas para alcanzar la opulencia y el Occidente", cuenta este sacerdote gallego. 

Sabe de lo que habla: antes de poner en marcha esta ONG, fue misionero en Burundi durante más de una década. "Tuve que volver porque la situación política empeoró y me echaron". Allí vio de cerca los estragos de la miseria y la violencia.

"La gente viene de aquellos lugares donde hay problemas. La emigración no es una anécdota ni una actitud irresponsable, por causa del 'efecto llamada'. Es una situación en la que la gente tiene que escapar de la hambruna, para buscar un destino mejor para los suyos", explica desde la experiencia.

"Dame 20.000 euros y me vuelvo mañana"

Son las diez de la mañana y la ONG empieza a bullir de actividad. Los inmigrantes llegan en un goteo incesante a la sede central de la organización, en la madrileña calle de Santa Engracia. Unos vienen buscando trabajo. Otros necesitan asesoramiento legal. Los hay que simplemente quieren algo que llevarse a la boca. Isabel, una antropóloga que trabaja dos días a la semana como voluntaria, comienza a repartir los turnos. "A veces hay que ponerse seria porque algunos intentan colarse".

Hawasetu tiene 31 años y es de Gambia. "He venido a buscar trabajo, porque llevo cuatro meses en el paro", cuenta. Llegó a España hace 9 años y desde entonces ha vivido en Cataluña y en Madrid. Hoy está aquí para ver a José Luis, un psicólogo retirado que les ayuda a encontrar empleo. "Tienes que enseñarles a manejarse para que no les engañen, porque son gente muy vulnerable. A veces les contratan para trabajar, sobre todo a los sin papeles, y luego no les pagan", denuncia.

Es el caso de Fabirama, un senegalés de 37 años. En Dakar era pescador, pero la miseria le empujó a embarcarse en un cayuco con otras 73 imigrantes. Pasó seis días en el mar hasta que llegó a las costas de La Gomera. Era septiembre de 2006.

Ahora sobrevive en los invernaderos de  Almería, como temporero. Cuenta que ha venido a Madrid para "arreglar" su pasaporte. "Lo que quiero son papeles. Sin papeles no me contratan. Cada vez es más difícil", relata angustiado. La vida de su mujer y sus tres hijos, que continúan en Senegal, dependen de ello.

El laberinto de los 'sin papeles'

La dificultad para regularizar su situación es el gran escollo con que se encuentran los inmigrantes subsaharianos que llegan a España. "La única posibilidad que hay para los inmigrantes africanos es lo que se llama la vía del arraigo, es decir, demostrar que llevan tres años aquí", explica Antonio. Pero sobrevivir tres años como un 'ilegal' no es tarea fácil.

"Duermo en una obra, porque tengo un amigo que es vigilante. A las ocho tengo que irme a la calle, aunque llueva", relata Tiefolo, de Mali, que ha venido a buscar trabajo. En su país, era comerciante: "Vendía ropa y comida". Hace dos años cogió un barco rumbo a Canarias. Su sueño es volver con su mujer y sus dos hijos. "Mi mujer me pide dinero por teléfono, pero no tengo ni para mí. Ella no lo entiende. Si tuviera 20.000 euros para poner una tienda me iría a Mali mañana", cuenta.

Su compatriota Diakria, de 30 años, también echa de menos a su familia, aunque lo lleva con resignación: "Llamo a mis padres y a mi hermano cada dos semanas, si tengo dinero", dice encogiéndose de hombros. No los ve desde hace tres años, cuando llegó a Fuerteventura en cayuco.

Huir con lo puesto

A medida que avanza la mañana, la sala de espera de Karibú se llena con nuevas nuevas historias. "Con mi vida se podría escribir un libro", asegura 'George', que nos pide que ocultemos su verdadera identidad. La guerra le obligó a escapar de su país, la República Democrática del Congo. Varios miembros de su familia murieron asesinados, explica sin entrar en detalles. 

En su camino a España recorrió medio continente africano: "Fui a Malí, Argelia, Marruecos...", explica mientras traza con el dedo su viaje sobre un mapa que cuelga de la pared. Su última parada, Ceuta. Allí logró saltar la valla fronteriza, aunque se rompió una pierna en el intento.

Un continente abandonado

Según el Banco Mundial, 16 países de África viven en la pobreza extrema. Al menos un tercio de su población sobrevive con menos de un dólar al día. "La actitud de los europeos es una actitud egoísta", denuncia el padre Antonio. "Los usamos mientras los necesitamos. Una vez que no los necesitamos, los desechamos, como quien desecha un mueble de su casa cuando ya no le sirve".

Osman, de Sierra Leona, no sabe que este domingo se celebra el Día de África. Su principal preocupación ahora mismo es conseguir un par de mantas. "Duermo en la calle, en una esquina", le explica a Isabel. Lleva 11 años en España, pero aún no tiene papeles porque la última regularización le pilló en la cárcel. Tiene 29 años, aunque a su sonrisa ya le faltan algunos dientes.  "Lo que me gustaría es ser cantante de hip-hop", confiesa.

"El 99% de los que están aquí no se enteran. Es un día folclórico más. Por desgracia, no tiene ninguna significación", comenta Antonio con escepticismo mientras vuelve al trabajo, que ya empieza a acumularse. Su 'Día de África' no ha hecho más que empezar.