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El gusto por la buena vida y la capacidad de emprendimiento son dos rasgos grabados a fuego en el alma de Reus. El prestigio de sus comercios y la importancia histórica de su industria textil y vitivinícola propiciaron la existencia de una fuerte burguesía, responsable del deslumbrante catálogo de edificios modernistas que adornan la ciudad. Antes de que la plaga de la filoxera arrasara con sus vides, la famosa frase "Reus, París, Londres" denotaba su peso internacional en la fijación del precio de los destilados. Aún hoy, el volumen y calidad de sus vinos aromatizados hacen que la capital de la comarca del Baix Camp lo sea también del vermut. Exploramos este mundo en compañía de la técnica municipal de turismo Cristina Pedret y del propietario del Museo del Vermut, Joan Tapias. Nuestra ruta sonora la conduce la escritora Coia Valls, autora de novelas como 'El legado de las cenizas' o 'El mercader'. Sus recuerdos de infancia nos guían hasta el Paseo de la Boca de la Mina, espacio abierto a la naturaleza en torno a un antiguo manantial y vinculado a ciertas festividades. Las celebraciones aquí son algo muy serio: Oriol Nicolau, director del Instituto Municipal de Cultura, nos invita a vivir la muy sonora y emocionante Fiesta Mayor de San Pedro. Continuamos recorrido en la plaza dedicada a Prim, donde recordamos la importancia de ilustres como este general o el pintor al que está dedicado el Teatro Fortuny. Otro genio que dio Reus al mundo es el arquitecto Antoni Gaudí, al que han consagrado un moderno centro de interpretación que nos muestra la guía Lucía Redó. En esa misma Plaza del Mercadal llama poderosamente la atención la Casa Navàs, único edificio modernista de Europa que ha llegado hasta nuestros días con su interior y mobiliario prácticamente intactos. Su directora, Sílvia Sagalà, nos explica todos los detalles de esta construcción firmada por el arquitecto Lluís Domènech i Montaner. Este viaje concluye en la iglesia prioral de San Pedro; la guía Mari Carmen Granados nos ayuda a visualizar todo un icono local que se proyecta hacia el cielo con su imponente campanario.

Aunque el territorio galo esté formalmente dividido en departamentos, hay topónimos como el de la provincia histórica de Turena que se siguen usando. La guía Magali de Val nos acompaña en un paseo por Tours, su animada capital al borde del río. En la plaza Plumereau, centro de la vida social, conversamos con Baptiste Fouchard, copropietario del restaurante Chez Madie. Loira abajo, en la comuna de La Chapelle-sur-Loire, conocemos a Jean-Baptiste Sáez, miembro de la asociación Les Bateliers des Vents d'Galerne, que ofrece cortas travesías fluviales a bordo de embarcaciones tradicionales. En Saint-Nicolas-de-Bourgueil nos espera Églantine Arnaud, relaciones públicas del Vignoble de la Jarnoterie, explotación vitivinícola que madura sus caldos en una antigua cantera subterránea de toba. Esa piedra blanca es el material principal de los cientos de castillos y palacios que trufan el valle. La jefa de comunicación del Château de Villandry, Guillaumette Mourain, nos descubre su inigualable conjunto de jardines. Unos kilómetros más allá aguarda el rotundo castillo de Langeais, cuya responsable de educación, Amélie Delaunay, muestra el escenario de una de las bodas más cruciales de la historia de Francia. Hacia el noroeste encontramos el Château de Gizeux, habitado por la familia de Stéphanie de Laffon, que aloja a huéspedes en algunas estancias de la propiedad. La última fortaleza de nuestro viaje la hallamos en el pueblecito medieval de Montrésor, a orillas del río Indrois. En la cercana y floreada aldea de Chédigny nos reciben su alcalde, Pascal Dugué, y la chef del restaurante Le Clos aux Roses, Armelle Krause. Terminamos ruta en Loches, ciudad comercial con un casco viejo lleno de palacios renacentistas y una inexpugnable ciudadela elevada. El portavoz de su oficina de turismo, Olivier Châble, y la guía local Virginia Martínez proponen un paseo por esta pequeña urbe rodeada de bosque y regada por un afluente del Loira.

Conversamos mejor el cielo gracias al director del Instituto de Astrofísica de Canarias, Rafael Rebolo, una institución desde la que gestionan dos de los mejores observatorios internacionales; el observatorio del Teide y el del Roque de Los Muchachos. Y descubrimos que el cielo de Canarias reúne las mejores condiciones para conocer este medio, entre otras cosas la baja contaminación lumínica.