Enlaces accesibilidad
GEN PLAYZ

¿No has podido irte de vacaciones? No sufras, eso te hace moralmente superior

Te ayudamos a autoconvencerte de que viajar no mola. Una guía definitiva para no hundirte ante la pornografía exhibicionista digital de barcos y playas en redes sociales

Por
¿No has podido irte de vacaciones?

El mundo es complicado y eres totalmente consciente de que comprendes muy pocas cosas —así en general— pero hay algo que sabes con una certeza tan brillante y pesada que podría hacer desequilibrar el eje de rotación de la tierra: no tienes dinero y seguramente nunca tendrás dinero. El mundo está orquestado para que seas pobre eternamente así que relájate, no es culpa tuya. Aun así, a tu alrededor, has visto como tus contemporáneos de clase se han ido de vacaciones a países cuyos nombres y coordenadas ni conoces. No sabes cómo lo han hecho —probablemente incrementando y posponiendo su pobreza—, pero ahí están esas fotos, lejos de casa, tomando el sol, subiendo montañas, visitando iglesias, recorriendo museos, comiendo en Hard Rock Cafes. Cada noche antes de dormirte das vueltas en la cama y piensas en facturas y deudas y créditos. Y te repites una y otra vez que no te puedes permitir esos malditos viajes. Es un hecho, la gente viaja y tú no.

Pero tranquilo, no pasa nada, no te sientas mal, no dejes que la envidia alimente esa sensación de fracaso e inutilidad existencial. Ya no es que tengas que asumir que en la confluencia de lo digital y lo social todo es trampantojo y espejismos —en las redes, la gente miente—, vayamos al corazón del asunto: viajar es una mierda, y aunque no sea verdad, tenemos que obligarnos a pensar que sí lo es. Si no puedes permitirte viajar porque estás estudiando y trabajando y perdiendo medio sueldo alquilando una habitación mediocre y pagando una tarifa de la luz hipertrofiada, lo mejor que puedes hacer es autoconvencerte de que no quieres viajar, y no quieres hacerlo porque es algo profundamente detestable.

Apunte: esto no es un ataque a la acción de “viajar”. Evidentemente, “viajar” a la panadería a por pan, a tu pueblo a ver a tu familia o fumarte algo raro y “viajar”, son usos bastante correctos del verbo. Aquí lo que se discute es la idea de turismo contemporáneo, de la necesidad de esas escapaditas —avión mediante— cada vez que cae un puente en el calendario y de la pornografía exhibicionista digital que consolida y valida la experiencia. Este es el “viajar” que debemos menospreciar, porque piensa que existen centenares de excusas para odiar el concepto de turismo que pueden situarte moralmente por encima de todas estas personas que viajan sin pudor, personas en las que, de hecho, te encantaría convertirte —al fin y al cabo este artículo solo intenta que no te pegues un tiro en la cabeza gracias al autoengaño—. Te encantaría ser como ellos, pero no puedes permitírtelo y por eso te propongo que intentes sentirte moralmente superior a ellos. Es algo totalmente normal y humano. El resentimiento es el motor que mueve el mundo.

Para empezar, uno de los grandes males que acecha nuestras ciudades es la gentrificación y esa ramificación suya llamada turistificación. Ya sabéis, esos fenómenos urbanísticos y antropológicos que logran transformar barrios y expulsar a los vecinos de toda la vida en pro de esos individuos que pernoctan pocos días en dicho barrio, o sea, los turistas. Ahí están la subida de alquileres debido al poco acceso a las viviendas por culpa del aumento descontrolado de pisos turísticos; la transformación económica y estética del barrio mediante la sustitución de los comercios de toda la vida que proporcionaban los elementos básicos para vivir en el barrio (bares, escuelas, zapaterías, pescaderías, fruterías, droguerías, papelerías y todas las “-ías” que se os ocurran) por locales de uso turístico amoldados a una economía y estética “de lo moderno” internacionalizada, es decir, de poco carácter local, que incluso fingen respetar el barrio y sus tradiciones conservando los letreros originales del comercio al que, sin querer, han terminado expulsando del barrio (aquí tenemos las cafeterías de especialidad, los restaurantes adictos al aceite de módena y a los aguacates, las cervecerías artesanas o las tiendas de ropa que respetan el medioambiente pero no los bolsillos de todos). No te gusta ver tu barrio siendo destruido, ¿verdad? Pues piensa que si viajas ayudarás a que estas mierdas sucedan en otras ciudades.

“No te gusta ver tu barrio siendo destruido, ¿verdad? Pues piensa que si viajas ayudarás a que estas mierdas sucedan en otras ciudades”

Sigamos. Como consecuencia de la turistificación, el propósito mismo del turista —que consiste en viajar y descubrir las particularidades de cada territorio— se ve traicionado. Con este trastorno social, la misma presencia del turista ha ido sustituyendo las particularidades locales de los lugares visitados por un modelo copiado y reproducido en todo el mundo diseñado especialmente para él. Vaya donde vaya el turista se encontrará con los mismos comercios, las mismas ofertas de ocio y los mismos espacios urbanos. El turista está visitando una pantomima, un decorado construido por encima de la realidad local para que se sienta cómodo y pueda reconocer todas las actividades creadas especialmente para él que allí se realizan. ¡Qué fracaso es esto de viajar lejos para ver siempre la misma mierda! ¡Es que ya ni se puede ser turista! Es por esto que es mejor evitar el timo y quedarse en casa, ¿no?

Hay otro timo del que pocos turistas se han dado cuenta: en Google ya hay fotos de todo. De la Torre Eiffel, del Templo de Kukulkan o del McDonalds de Collblanc. Incluso en Google Maps puedes viajar por la ciudad que quieras sin gastarte dinero en aviones, taxis ni restaurantes. No lo digáis muy fuerte, pero esta gente —la gente que viaja— está tirando el dinero a la basura. ¡Se puede viajar desde casa!

Otra excusa moral perfecta para no sentirte como un perdedor al no tener suficiente dinero para pagarte un viaje es tirar la carta del “turismo local”. Utiliza esa sarta de conceptos como “gentrificación” o “turistificación” y articula un discurso que no hace falta ni que comprendas del todo para hacer que la gente que viaja se sienta muy mal y así les puedes decir que tú no viajas por respeto. No es que no puedas pagarte un viaje, es que no quieres hacerlo. Entonces les comentas que lo mejor que pueden hacer para destruir la industria del turismo es hacer lo que haces tú cada año: “viajar local”. Ya sabes, conocer tu propia ciudad, pillar el metro y descubrir barrios lejanos, hacer ahí la compra y pegarte un buen bocadillo de manchego con anchoas y así ayudar al comercio local. Lo que haces tú es siempre mejor que lo que hacen los demás. Así lograrás que esa gente se sienta mal con sus viajecitos.

Bien. Vuelve a leer otra vez este artículo y quédate tranquilo. No eres un fracasado si no has podido llevar a tu familia a Copenhague o a Teruel durante un par de semanas, lo estás haciendo bien, eres moralmente superior a la gente que sí que lo hace. Ya puedes cerrar los ojos y dormir tranquilo, y ahora sí, viajar muy lejos.