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Redescubrir el fuego: ¿Por qué los jóvenes tenemos la obligación de ser conservadores?

  • Gen Z Topic: Artículos escritos por los jóvenes de nuestra generación
  • Diego Martínez: "Chesterton solía decir que la tradición es la preservación del fuego y no la adoración de las cenizas"

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Adam Wilson @fourcolourblack | Unsplash
Redescubrir el fuego: ¿Por qué los jóvenes tenemos la obligación de ser conservadores?

Tenía veinticuatro años recién cumplidos. Sentado en la ventana de su apartamento en el Barrio Latino de París, con una copa de vino en la mano, Sir Roger Scruton observaba a los estudiantes arrancar adoquines para lanzárselos a la policía. Era mayo del 68 y una revolución cultural sacudía el corazón de Europa. Para Scruton, hoy consagrado como uno de los mayores filósofos conservadores de todos los tiempos, aquello supuso un punto de inflexión: «De pronto me di cuenta de que yo estaba del otro lado. Lo que estaba viendo era una turba incontrolada de autocomplacientes vándalos de clase media. Cuando pregunté a mis colegas qué querían, qué intentaban lograr, sólo me contestaban con una grotesca jerga burocrática marxista. Me sentí asqueado y pensé que, frente a eso, tenía que haber un camino para regresar a la defensa de la civilización occidental. Ese día me hice conservador».

¿Y qué pasa con nosotros, los jóvenes de hoy? En estas breves líneas trataré de exponer algunas de las claves principales que podrían responder a la pregunta que da título a este artículo: ¿por qué los jóvenes tienen (tenemos) la obligación de ser conservadores?

1. Porque somos jóvenes

En La imaginación conservadora (Ariel, 2019), Gregorio Luri resuelve esta aparente contradicción afirmando que si bien los jubilados tienen motivos para ser conservadores debido a su experiencia, los jóvenes aún tienen más, debido a su inexperiencia. La vejez —sostiene— no es un axioma moral y por eso el conservadurismo no puede ser la ideología de los jubilados.

El autor señala la importancia de la experiencia como aspecto definitorio del pensamiento conservador. Y lo es porque éste no conforma un sistema filosófico ni un marco teórico desde el que aprehender la realidad. Su aproximación a la comprensión de la misma es empírica antes que racionalista. Por eso el conservador interpreta la realidad de abajo arriba: es inductivo —extrae conclusiones a posteriori—, y no deductivo.

Desde luego, considera la razón como una vía fundamental para comprender lo que nos rodea, pero sabe que ella sola no basta. En consecuencia, el conservadurismo rechaza la ficción del homo economicus, esa suerte de ser racional capaz de procesar adecuadamente la información de que dispone para maximizar sus beneficios, porque sabe, y lo sabe por experiencia, que su asunción ofrece una visión limitada e incompleta de la realidad.

2. Porque, en realidad, todos lo somos

Es un elemento fundamental de la tesis de Scruton. El inglés parte del deseo natural de conservar las cosas que amamos, aquellas que nos resultan familiares y predecibles (también frágiles), para afirmar que, de algún modo, todos somos conservadores. El conservadurismo consistiría entonces en transcribir ese deseo natural, un deseo basado en la certeza de que es mucho más fácil destruir una catedral que construirla, en un proyecto político coherente. El pensador colombiano Nicolás Gómez-Dávila diría que el libro más subversivo en nuestro tiempo es una recopilación de viejos proverbios.

Debemos aclarar que el conservadurismo no es -no debe ser- un folclore, ni una reacción furibunda contra cualquier forma de cambio; no puede conformarse con ser una mera negación del statu quo. Ciertamente el conservador no reniega del pasado, pero tampoco vive en él y tiene mucho más de reformista que de reaccionario. Lo recordaba Ana Iris Simón en una entrevista reciente: «Es momento de revisar si la revolución también es conservar ciertas cosas».

3. Porque somos hijos de alguien

El joven conservador es consciente de que el mundo no ha nacido ni con él ni con su generación. Por eso su actitud frente a quienes le precedieron en el tiempo expresa modestia y agradecimiento (virtudes nada incompatibles con el espíritu crítico). Chesterton solía decir en un aforismo repetido hasta la saciedad que la tradición es la preservación del fuego y no la adoración de las cenizas. Es por eso que buena parte del pensamiento conservador consiste en determinar qué es lo que aquí y ahora merece ser conservado.

Y es que antes de ser ciudadanos somos hijos de alguien. Si la experiencia del desarraigo nos hace vulnerables, la identidad nos vincula, nos ofrece un modo de estar y un espejo en el que, reconociendo al otro, nos reconocemos a nosotros mismos. De nuevo acierta Luri con gran belleza: «Para Ulises la añoranza común de la esposa y la patria es más fuerte que la seducción de una inmortalidad sin nada auténticamente suyo».

4. Porque necesitamos a nuestro vecino

Desde Aristóteles sabemos que el hombre es un animal social y político, que vive en sociedades organizadas políticamente y no puede concebirse al margen de sus relaciones con los otros. El conservadurismo reniega de la ilusión del individuo como ser autónomo y aislado del resto, que vive por y para sí mismo como proclamaba el egoísmo racional randiano -así, frente al «no existen cosas tales como las sociedades» de Thatcher, el conservador diría que «no existen tales cosas como los individuos», entendidos como átomos autosuficientes-.

Pero de ningún modo el conservador puede aceptar que, en contrapartida, no seamos más que engranajes del aparato estatal, como predican las utopías marxistas y totalitarias, sino que, frente a las lógicas individualistas y a las pulsiones totalitarias, promueve lo que Luri llama «ámbitos de copertenencia», ya sean la familia, la nación, el vecindario o el club de petanca.

Es en este punto donde el conservadurismo ofrece una tercera alternativa. Coindice con las izquierdas al señalar los peligros de la sociedad del desarraigo, el individualismo feroz y el consumismo obligatorio. Por eso le recuerda el error que se cometió en mayo del 68 —señalado por Alain de Benoist— al pensar que la mejor forma de luchar contra la lógica del capital era atacar los valores tradicionales sin darse cuenta de que esos valores «y lo que todavía quedaba en pie de las estructuras orgánicas» constituían el último obstáculo al despliegue universal e ilimitado del poder de los mercados.

Pero el conservador también se yergue contra quienes piensan el Estado como un mero proveedor de servicios, cuya realidad siniestra refleja el documental La teoría sueca del amor (2015), y que, habiéndonos emancipado de nuestros familiares más cercanos, nos hace dependientes de un asistente social. El conservador, parafraseando a Carlos Marín-Blázquez, encuentra en el cuidado de los suyos la posibilidad de una enmienda a la deuda de gratitud contraída con su pasado.

5. Porque nos preocupa el medio ambiente

A día de hoy no sorprende a nadie que el medio ambiente se sitúe como una de las grandes preocupaciones de los jóvenes a nivel global. Pero, ¿dónde está escrito que el ecologismo sea una causa necesariamente izquierdista?

Si, como hemos dicho, parte fundamental del pensamiento conservador consiste en determinar qué es lo que aquí y ahora merece ser conservado, sin duda el medio ambiente es una de esas cosas. De ahí que el conservador ecologista se sienta más cómodo con la etiqueta de conservacionista que con la primera, teñida de churretones anticapitalistas y altermundistas cuando no abiertamente malthusianos.

En este sentido me remito a lo expuesto por el filósofo Quintana Paz en un artículo brillante titulado Por un ecologismo de derechas. Según el autor, el ecologismo conservador se sostiene sobre dos columnas: por una parte, sobre la pietas romana, una virtud consistente en reconocernos deudores de quienes nos han precedido y responsables de quienes vendrán; por otra, en la pietas cristiana, que «no solo es más universal que la romana; también nos invita a mirar hacia todo lo vulnerable, todo lo herido, todo lo mortal que tengamos alrededor».

Pese a todas estas razones, lo "conservador" está hoy vagamente relacionado con lo antiguo y lo extravagante, cargado de connotaciones tan negativas y denostadas como mal comprendidas -y quizá mal explicadas-: En España, por ejemplo, sólo el 8% de los jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y los 24 años se identifican con esta etiqueta. Pero también parece estar proscrita en la academia: según un estudio de N. Gross y S. Simmons (The Social and Political Views of American Professors), el porcentaje de profesores conservadores en Humanidades se sitúa en torno al 3,6% y sobre el 4,9% en Ciencias Sociales. Entonces ¿qué sentido tiene cargar sobre los hombros con una etiqueta tan impopular?

Apuntaré una última razón. Seamos conservadores, en fin, porque la libertad, decía Gómez Dávila, no es otra cosa que el derecho a ser diferente.

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Diego Martínez Gómez (Cartagena, 1999) estudia Derecho y Periodismo en Madrid. A día de hoy edita y dirige el magacín digital lacontroversia.com.