Por las fronteras de Europa   Martin Amis: La furia y el lodo 14/03/2023 12:59

“Nada es más extraño que la ficción”, afirma el escritor británico Martin Amis en Dentro de mí, su libro o contenedor voraz y magistral de historias personales, de historias recorridas con otros que lo han marcado y lo han acompañado a lo largo de su vida y su carrera de escritor, pero también esos diálogos directos y vigorosos, esa íntima colaboración en el arte del narrar que establece con un lector al que invita a pasar y tocar de cerca aquella “furia y lodo de las venas humanas” de las que hablaba el poeta Yeats.

El poder de la literatura, la furia insaciable de contar historias sin red ni cortapisas de ningún tipo ha guiado la vida de Martin Amis, uno de los mejores escritores de nuestros días.

Y lo ha hecho acompañado de un círculo reducido de personas y amigos escritores que ya no están. Esas presencias fundamentales que lleva siempre dentro de él, como reza el título de estas emocionantes memorias noveladas de 2020, fueron: su muy admirado mentor literario Saul Bellow; su amigo y compañero indispensable durante años de andanzas y disensiones intelectuales, Christopher Hitchens, enfrentado de forma desgarradora a una muerte cruel y prematura; y por fin ese genio huraño y lacónico tan presente en su familia desde siempre que fue el gran poeta inglés Philip Larkin.

Escrito en la estela, apenas superada, veinte años después, de su anterior y magnífica incursión en el género autobiográfico y memorialístico que fue su deslumbrante obra Experiencia, en este nuevo libro que lleva el subtítulo de “cómo escribir” afirmará: “En la vida real -en la sociedad, en la civilización- nos plegamos a las viejas normas. No hay libertad sin leyes y, al mismo tiempo, la libertad no tiene límites. La narrativa es libertad: escribe lo que te venga en gana, nadie te lo impide. Aún así, he llegado a una conclusión incómoda: hay ciertas cosas que la narrativa debe abordar con suma cautela -o no abordarlas, sin más-; es decir, ciertas vastas zonas familiares de la existencia humana que se nos antojan naturalmente inmunes al arte del novelista”.

Cuando al escritor británico Martin Amis (nacido en Swansea, Gales, en 1949) le hacían la eterna pregunta de supuesta filiación literaria («¿Es Saul Bellow su padre literario?») él respondía con el ofendido orgullo de hijo que no procede precisamente de una anónima y gris inclusa: «¡Yo ya tengo un padre literario!». Hijo del famoso novelista Kingsley Amis – miembro en su día de los «Angry Young Men» – criado en una burbuja de apariencia normal y burguesa, como cualquier familia británica de la época de Harold Macmillan y Profumo, pero a la vez al margen, como muy pronto aprendería cualquier miembro de la tribu Amis («Papá ¿de qué clase somos?... De ninguna, estamos al margen de eso, somos la intelligentsia» le respondería invariablemente su famoso progenitor) con su trayectoria meteórica de niño prodigio de la joven narrativa británica muy pronto asentada, Martin Amis se lanzará precozmente a la neurótica vida de escritor «todo ansiedad y ambición», como él diría, destino de clase que le aguardaba nada pacientemente a él y otros parecidos a él.

Consanguíneo, literariamente hablando, de Bellow, Nabokov, y de la desenvoltura ácidamente poética, irónica y social de un Capote, Martin Amis, en vez de con leche y papillas, crecería matando su sed de crecimiento con biberones diarios etiquetados con nombres como Literatura, Escritura, Obras de mi padre, Cientos de Obras de otros que no son mi padre, y así hasta llegar a la redacción del Times Literary Supplement, al premio Somerset Maugham, al New Statesman y, en definitiva, a su carrera imparable como uno de los más dotados novelistas de su generación,

gracias a novelas que marcaron los años 80 como Dinero y Campos de Londres, que junto a la espléndida La información (de 1995) conformarían lo que ha venido a llamarse su London Trilogy.

Luego llegarían otras, de irregular aceptación, pero siempre con rasgos de su genialidad rebosantes por algún rincón, más o menos desmesurado, como La flecha en el tiempo (1991), Tren nocturno (1998), Perro callejero (2003), La casa de los encuentros (2006), La viuda embarazada (2010) o Lionel Asbo. El estado contra Inglaterra (2012). Con idas y venidas, con sonoras salidas y entradas de los focos y la escena, con presencias constantes y fantasmas trágicos y recurrentes, todo ello aparecerá mezclando géneros, creando nuevos recursos en la prosa, con un estilo inconfundible de gran viveza, humor corrosivo y cinismo destemplado – el New York Times lo designó en su día como uno de los maestros del new unpleasantness (lo nuevo desagradable) – que lo ha hecho célebre. Algo plenamente visible en esa obra autobiográfica, o suma de caminos que se bifurcan y se encuentran sin cesar, que sería su magnífico libro autobiográfico Experiencia (de 2000). Un proceso privado, peculiar y genial, desternillante por momentos, violentamente satírico, cruelmente autocrítico, sobrecogedor y emocionado en ocasiones, atravesado por vastísimos conocimientos literarios y, siempre, con un grado de sinceridad inhabitual para este tipo de libros.

Carta al padre o, si se prefiere, «autobiografía de alto nivel», como él mismo definió en alguna ocasión a la literatura del siglo XX, también será, sobre todo, una novela familiar. Pero de una familia múltiple. Familia que aparece sin cesar (sus padres divorciados, sus hermanos, su prima asesinada en la tristemente célebre «casa de los horrores», su madrastra la escritora Elizabeth Jane Howard) pero aparece también sin parar otro tipo de familia de ingeniería genética, elegida y obsesiva, que es esa familia mundial de escritores (incluido su padre, por supuesto) con sus enfermedades, achaques, rasgos inconfundibles y manías conectadas como de forma hereditaria; con sus frases y párrafos que se intercambian, en los que cada uno cede a otro el puesto, para volver a comenzar en la cadena.

Lo advierte desde el principio, junto al dolor de la ausencia: «Lo hago porque mi padre ya ha muerto. Era escritor y yo soy escritor y siento como un deber el relatar nuestro caso. Ello implica que en ocasiones me entregue a ciertos hábitos feos: citar nombres importantes será uno de ellos».

Su hijo y mejor crítico lo definió como «el mejor novelista humorístico de su generación». La primera novela de Kingsley Amis (Londres, 1922-1995) La suerte de Jim (de 1954), una comedia que se desarrollaba en una universidad de provincias, fue un inmenso éxito e hizo de él una de las figuras principales de la generación de escritores ingleses de la posguerra bautizada como «Angry Young Men» de la que formaban parte otros autores como John Braine, John Osborne o Alan Sillitoe. Veinte años más tarde, con una genética paralela e implacable, y con El libro de Rachel, Martin Amis ganaría el mismo premio que su padre obtuvo igualmente por su primera novela: el Somerset Maugham de 1973. Perteneciente a la floreciente y espléndida generación de nuevos narradores británicos de los años ochenta, en la que también estaba su ex amigo Julian Barnes (1946); su amigo Ian McEwan (1948), que asistiría al entierro de su padre; Kazuo Ishiguro (1954) o William Boyd (1952), Amis, devoto de la novela norteamericana, publicará éxito tras éxito de forma ininterrumpida y empezará a ser también retribuido como pocos a partir sobre todo de su novela La información (1995), momento en el que se desatará una auténtica crucifixión hacia su persona por parte de «la hostilidad siempre vigilante» de la prensa de su país, en sus propias palabras.

En 2002 Martin Amis cambiaría totalmente de registro y publicaría un libro o apasionada diatriba contra los totalitarismos: Koba el Temible (La risa y los Veinte Millones). Ensayo de género inclasificable, continuamente atravesado de una autobiografía en curso, también habría podido llamarse de muchas otras formas: «El comunismo y yo», «Orgía de sangre (roja)», «Un siglo criminalmente comparatista», «Territorios inmensos, cifras aterradoras», «Mi padre, los Conquest y yo», «Hitch y yo» o, más misteriosamente, si no se poseen las claves adecuadas: «Koba, ¿qué necesidad tienes de matarme?», palabras pronunciadas por Bujarin, el amigo de Stalin, antes de morir, en plena época del Gran Terror, inaugurada en 1936 con «los grandes procesos» de Moscú y desencadenada de lleno en julio de 1937. Con este libro, mitad novela, ensayo magnífico y estremecedor sobre el estalinismo o memorias alrededor de unos cuantos figurantes fijos, Martin Amis se podría decir que arreglaba un gran número de cuentas, privadas e históricas, con el tiempo que le tocó vivir.

La suya era una indignada, exasperada autobiografía o intento en lo posible de contrición privada, llena de ira retroactiva. Una ira que se refería sobre todo a la injerencia escandalosa, denunciable éticamente, desenmascarable ahora (con la avalancha de información ya imposible de contener o manipular), de lo que significó una palabra, comunismo, en la vida de cada cual. Este «cada cual», en este caso concreto, es un intelectual: el mismo Martin Amis, que fue joven en los años 60 y que mantuvo más de una polémica generacional con su conservador padre.

«La admiración por Lenin y Trotski carece de sentido si no se admira el terror. Ellos no querrían tu admiración si ésta no incluye la admiración por el terror, serías alguien a liquidar», le dirá a su amigo eterno, el famoso izquierdista británico Christopher Hitchens que, por otro lado, no pocas veces cambiaría de bando ideológico. «¿Por qué si amas la libertad, quieres al mismo tiempo la tiranía?» Preguntas hechas, se supone, al vacío de toda una generación cautivada durante décadas por el «experimento» revolucionario soviético, que costó, en cifras aún no precisadas por los historiadores, alrededor de 20 millones, millón arriba o abajo. Ya lo dijo cínicamente Stalin: «Mientras una muerte es una tragedia, un millón de muertes es simple estadística».

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