María Elvira Lacaci cruzará la Gran Vía una tarde en Madrid de los cincuenta sin saber que está en su plenitud. Pero ¿quién lo sabe? Ha dejado Ferrol y ha decidido conquistar ese cielo mucho más limpio que la tierra con su poesía sutil y femenina, en esa humana voz que dejará el latido de un diálogo de suave calidez que se enlaza, en su vivencia cotidiana, al misticismo intimista. En 1956, cuando ya se ha publicado Tierra viva, de María Beneyto, accésit luminoso del Premio Adonáis un año antes, María Elvira Lacaci se presenta al premio: su libro Humana voz la convertirá en la primera mujer en ganarlo. Es el comienzo de una rápida evolución que abarcará la década siguiente y que la llevará a la verdad de sí misma. En la pugna cada vez más anacrónica entre el mármol victorioso, ebrio de glorias imperiales en la revista Garcilaso, y la poesía existencial en su desgarro, ante el desgaste moral de la posguerra y de la dictadura, en la publicación leonesa Espadaña, la poesía humanista de María Elvira Lacaci representa un encuentro personal entre la denuncia cívica y la profundidad de una visión cristiana. El medio será un lenguaje nuevo, nítido y hondo, coloquial y directo, que parece seguir el hilo de una conversación que el lector no recuerda haber comenzado, pero se siente cómodo siguiéndola. Es poesía social del momento, a la manera de Gabriel Celaya y Blas de Otero, que la hará ser incluida en la antología de Leopoldo de Luis, junto con María Beneyto, Ángela Figuera Aymerich y Gloria Fuertes. María Elvira Lacaci escribe poemas con pulso y densidad, en una delicada cadencia sostenida, desde la realidad, para verle el rostro a Dios.
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
Al este de la ciudad, de María Elvira Lacaci
28/03/2025
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