Tras la publicación primeriza de Ámbito en 1928, Vicente Aleixandre se deja seducir por esa marea muscular de sensaciones extrañas y vibrantes, con su pulso alucinatorio y una hondura plástica de asombro en las imágenes, a la que sus contemporáneos se referirán, en pintura y poesía, como surrealismo, y que él prefiere llamar superrealismo. Su escritura entonces se desembaraza de toda rima, y cruza el territorio ondulante del sueño. Llegará hasta un libro de poemas en prosa, Pasión de la tierra, que concluirá durante las vacaciones de verano de 1930, cuando las está pasando con su familia, en Francia, en el balneario de Royat, que se publicará en México cinco años después, en 1935. En 1935 publicará también La destrucción o el amor, que ha recibido, un año antes, el Premio Nacional de Literatura. Pero, justo entre medias -libro de transición y tensión plena desde la experiencia emocional-, en 1932, Vicente Aleixandre da a la imprenta un título que será un punto de giro: porque rompe con toda la poesía que se puede leer entonces, por su fuerte peso simbólico y su desembocadura irracionalista. Es el libro que comienza a entregar ya su gran poesía, con el éxtasis y la condena desde el amor: Espadas como labios.