Las cuñas de RNE   Hellen Keller, el mundo en sus manos 26/05/2021 00:37

Helen Adams Keller es la persona sordociega más conocida de la historia que se convirtió en un símbolo, como queda ejemplificado por el hecho de que, el 27 de junio, cuando nació, esté declarado Día de las Personas Sordociegas. La vida de Hellen Keller es un ejemplo de superación personal que abrió el camino a las personas sordociegas. Demostró que podía ser educada, acceder al conocimiento, elaborar un pensamiento propio e involucrarse de forma activa al servicio de la sociedad.

Helen nació sin ninguna discapacidad, pero a los 19 meses, a consecuencia de una enfermedad quedó sorda y ciega. Tuvo que construirse una nueva imagen del mundo con el tacto como principal sentido.

Anne Sullivan, fue su maestra. Conoció a Hellen con siete años y, tras un mes de trabajo, la niña comprendió que los signos de Anne en la palma de su mano eran palabras y que todas las cosas tienen un nombre. Primero dominó el alfabeto dactilológico, luego aprendió el sistema braille y a escribir con una pauta especial, y, finalmente, a leer los labios y a hablar. Dominó el francés, el alemán, el latín y el griego. Además, fue la primera persona sordociega en el mundo que logró un título universitario.

Pero, junto a esa historia de superación personal, hay una historia de compromiso social, menos conocida. Helen comprendió que la injusticia social estaba en buena medida en la base de las discapacidades. Además de defender al colectivo de personas ciegas, sordas y sordociegas, Helen se involucró en la lucha por los derechos civiles y la mejora de las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Se hizo socialista, sufragista, pacifista, participó en marchas a favor de presos y huelguistas, denunció la explotación laboral o las infraviviendas.

Visitó 35 países de los cinco continentes como embajadora de la Fundación Americana para Ciegos en el Extranjero. Escribió once libros, además de numerosos artículos, y dio cientos de conferencias. Se impuso un extenuante ritmo de trabajo que sólo la enfermedad pudo detener rebasados ya los ochenta años.

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