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Gueorgui Gospodínov: "Vivimos en una sociedad que literal y metafóricamente va perdiendo la memoria"

  • El autor búlgaro ha ganado el Premio Booker con Las tempestálidas, una distopía sobre los recuerdos

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Imagen del escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov
Imagen del escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov

"El hombre es la única máquina del tiempo". Gaustín, uno de los protagonistas visionarios de la novela Las tempestálidas (Fulgencio Pimentel), aporta una de las claves que disuelve parte de la complejidad de un escollo con mil aristas: solo la mente humana es capaz de amasar recuerdos y retornarlos al presente en una travesía infinita, pero no exenta de trampas.

Es una de las cargas de profundidad reflexiva, aunque entre sus páginas se agazapan muchas más como en un juego de muñecas rusas, que emerge a la superficie en una apnea agridulce, Las tempestálidas (Time Shelter en su título en inglés ). Esta distopía sobre la memoria de la mano del escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov ha ganado recientemente el prestigioso Premio Booker Internacional 2023, que valora la mejor obra de ficción traducida al inglés.

La trama anuda tanta originalidad, ternura y humor como un atractivo magnético en su lluvia fina de referencias literarias y metafísicas de la historia europea. En una clínica de Zúrich para enfermos de alzhéimer cada habitación es un “cronorrefugio” y reproduce las diferentes décadas del siglo XX para que los pacientes retornen a sus épocas de esplendor.

El sueño se desborda cuando personas sanas de toda Europa quieren probar la experiencia como millones de "Robinsones" en busca de su isla temporal, en un augurio inquietante de un ¿futuro? desdibujado.

Gospodínov (Yambol, Bulgaria, 1968) es uno de los escritores y poetas más reputados de Bulgaria, al Booker también suma el Premio Strega de Europa, entre otros muchos reconocimientos. Su novela, Física de la tristeza (2012), agotó su primera edición en un solo día y se convirtió en el libro más vendido de la década en su país.

Una obra que también ha publicado en España la pequeña editorial Fulgencio Pimentel, que cuida con mimo la selección de sus títulos con tan buen olfato que reclutó en su catálogo a un premio Booker.

El autor ha visitado recientemente la Feria del Libro de Madrid donde ha contactado con lectores y novelistas españoles que se han aproximado a la disrupción modulada con ironía de Las tempestálidas, una novela que viaja de lo íntimo a lo político. "Compartí momentos muy agradables con escritores como Marcos Giralt Torrente, Javier Cercas, Enrique Vila-Matas o el chileno Alejandro Zambra. Estas conversaciones son siempre inspiradoras", responde en una entrevista a RTVE.es.

PREGUNTA: ¿De dónde partió la idea de una novela distópica?

RESPUESTA: El tema de cuánta memoria sin despertar hay almacenada en nosotros y de cómo podemos despertarla es algo que me lleva interesando mucho tiempo. De modo que me propuse la tarea de imaginar una clínica que produjera pasado, un pasado capaz de cobijar a las personas en su interior. Luego me di cuenta de que la idea no era tan inocente. Ya había señales en el ambiente de que se acercaba una pandemia de pasado.

P: Las tempestálidas aborda los peligros de la nostalgia colectiva. Cuando la política se apodera de la memoria, ¿se convierte en propaganda?

R: La nostalgia fue descrita por primera vez en el siglo XVII por un médico suizo como una dolencia cuyos síntomas observó en los soldados de su ejército cuando estaban lejos de casa. Creo que la nostalgia, entendida como un sentimiento íntimo, es algo muy comprensible y muy humano.

El peligro viene cuando los políticos empiezan a alimentar y a explotar la nostalgia colectiva por una época del pasado o incluso por una tiranía del pasado. Entonces se trata de propaganda o incluso de algo peor. Es un intento de dejar a sociedades enteras sin futuro para que vivan únicamente en los sótanos de su pasado.

Portada

P: El jurado del Booker señala que ofrece "información sobre su país (Bulgaria) y sus recuerdos de sus vínculos con el comunismo, así como su postura actual sobre Occidente", ¿cree que es inevitable idealizar el pasado?

R: Quería explorar ese sutil veneno del pasado y de la nostalgia, sobre todo cuando son usados como arma por los populistas. En situaciones como la actual, cuando el presente da miedo y está lleno de angustia, es del todo natural que la gente busque refugio en el pasado, que lo idealice. Esta novela ofrece una realización de este deseo para ver que un retorno al pasado puede ser mucho más complejo y terrible.

"Había señales de que se acercaba una pandemia de pasado"

P: También trata el tema del alzhéimer y las demencias que cada vez afectan a más personas en el mundo.

R: Sí, quería también entender y narrar con cariño y compasión lo que le ocurre a una persona que empieza a perder la memoria. Sabemos que los recuerdos más antiguos son los últimos en desvanecerse, es decir, las personas que pierden la memoria vuelven realmente a su pasado. Vivimos en una sociedad que literal y metafóricamente va perdiendo cada vez más la memoria.

Es el precio a pagar por el aumento de la longevidad, también por el ritmo vertiginoso de las autopistas de la información. Y tenemos que descubrir cómo vivir con ello. El alzhéimer y la demencia senil son dos de las enfermedades que se propagan más rápidamente en el mundo. Quería que mi novela hablara de esto.

P: Las guerras y la fragmentación continúan en Europa, ¿es una muestra de que no aprendemos del pasado y de que el fantasma de la Segunda Guerra Mundial sigue vivo?

R: Heráclito dice que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río. Por desgracia, nosotros intentamos sumergirnos interminables veces en el mismo pasado. Repetir viejas guerras y tragedias. No hemos comprendido que entrar dos veces en el río del pasado suele acabar en tragedia.

Mi novela termina con una escena de una detallada recreación y la repetición del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y esta repetición desencadena una nueva guerra… Pensaba que me había pasado un poco. Ahora veo que tal vez no.

"La política explota la nostalgia y se convierte en propaganda"

P: En la novela los países votan la década en la que quieren vivir, generalmente asociada a su juventud y a un tiempo de felicidad. En España eligen los 80 ubicados en la efervescencia de La Movida.

R: Leí y hablé con mucha gente de España acerca de su nostalgia del pasado y su percepción de aquel escenario. La década de los ochenta fue la década de apertura después del franquismo. Y esta nueva sensación de salir a la luz, de salir del sótano del régimen me resultaba familiar. Para nosotros en Bulgaria esto pasó más tarde, después de 1989. La gente quiere vivir en tiempos de apertura y de luz, tiempos que den un nuevo sentido a sus vidas.

P: Juega con la idea de la fragilidad de la memoria y de cómo borramos los malos recuerdos o cómo dos personas recuerdan el mismo hecho de forma distinta.

R: La memoria no sólo es algo frágil y que se desvanece con facilidad. También suele ser compartida. Hay una frase así en la novela: “El pasado se toca sólo a cuatro manos”. Aunque cada uno de los intérpretes tenga su propia versión y sus propias notas guardadas en la memoria. En una parte de la novela se habla también de eso, de si cuando reconstruimos un pasado podemos juntar las historias del perseguido y el perseguidor.

P: Si pudiera vivir en otro tiempo, ¿cuál escogería y por qué?

R: Me gustaría probar la vida en diferentes décadas, pero probablemente donde más tiempo me quedaría remoloneando sería en alguna de las tardes de 1968.

P: El recuerdo de lo cotidiano es el primero en desaparecer, asegura en el libro, pero también indica que la luz del atardecer y los olores nunca se olvidan.

R: Precisamente por eso la memoria de la vida cotidiana es muy importante y me gustaría conservarla y trasladarla a través de las historias que cuento. Esta memoria efímera de lo cotidiano es una parte esencial de nosotros. Siempre me han gustado las cosas perecederas y frágiles que se desvanecen minuto a minuto.