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La huella "imborrable" del trauma infantil en la salud mental de un adulto: "El dolor es como un agujero negro"

  • Los traumas durante la infancia están vinculados a trastornos como la bipolaridad, la psicosis o los de conducta alimentaria
  • La familia es el principal factor protector, pues la crianza es fundamental en el desarrollo humano

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Silueta a contraluz de un niño sentado en el suelo del pasillo de una casa
Silueta a contraluz de un niño sentado en el suelo del pasillo de una casa

Elena pidió ayuda psicológica por primera vez cuando tenía alrededor de 14 años. Sufría unas horribles pesadillas que no le dejaban descansar y, pese a que intuía el origen de aquellos terrores nocturnos, todavía no lo había verbalizado. Entonces entendió que el desahucio que padeció su familia en su noveno cumpleaños se había convertido en un “recuerdo marcado a fuego” que nunca la iba a abandonar. Aunque se aprende a convivir con él, "el dolor de la infancia es como un agujero negro", relata.

Lo cierto es que la infancia es la etapa más importante en el desarrollo del ser humano. Por eso es común que los traumas experimentados durante este periodo afecten gravemente a la salud mental de adolescentes y adultos, asegura el presidente de la Asociación Española del Trauma Psicológico, Manuel Hernández. El maltrato y la negligencia emocional son algunos de los más frecuentes, pero algo tan habitual como un divorcio también puede "marcar el cerebro de por vida".

Fue mi forma de externalizar la falta de cariño

María recuerda perfectamente la ropa que llevaba y cómo olía su casa el día que su padre se marchó. No solo fue un momento duro porque apenas tenía cinco años, sino porque con la separación empezó una dolorosa guerra entre sus progenitores en cuyo epicentro siempre se sentía sola. Poco más de un lustro después fue diagnosticada con anorexia. "Fue mi forma de externalizar la falta de cariño y atención", lamenta.

Los traumas en la infancia triplican el riesgo de sufrir trastornos psicológicos

Según un estudio publicado en la revista European Archives of Psychiatry and Clinical Neuroscience este mes de noviembre, sufrir un trauma en la infancia triplica el riesgo de desarrollar un problema de salud mental.

Entre las situaciones traumáticas más comunes se encuentran el abuso emocional, físico y sexual, el acoso escolar y las separaciones o divorcios, pero también la negligencia emocional o física. Es decir, para los niños puede ser igualmente dañina la falta de cariño que otros problemas considerados habitualmente más graves. En el caso del abuso emocional, por ejemplo, suele derivar en uno de los trastornos más frecuentes entre la población, la ansiedad.

La investigación señala que los traumas infantiles están vinculados igualmente a la psicosis, el trastorno obsesivo-compulsivo, el trastorno bipolar y el trastorno límite de personalidad, cuyo riesgo se incrementa hasta 15 veces. Pero el psicólogo Manuel Hernández apunta también como consecuencias habituales el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), los ataques de pánico, las adicciones y los trastornos alimentarios.

Las psicopatologías empiezan a gestarse cuando los menores se enfrenta a una "sobrecarga de malestar" para la que no tienen herramientas. No obstante, las consecuencias del trauma suelen pasar desapercibidas para muchas familias hasta la adolescencia, cuando es más probable que se externalicen a través de dificultades serias como la anorexia.

Los propios niños a veces tienden a "callar y aguantar", narra María. Ella comenzó a relacionar sus problemas de salud mental con el divorcio de sus padres después de varios años y tras observar que continuaba repitiendo "ciertos patrones de conducta". Reconoce, sin embargo, que en el fondo siempre supo "que había algún por qué" detrás de ellos. El problema es que "no quieres llegar al fondo y remover porque duele", insiste.

Fobia a la maternidad, relaciones dependientes y otras consecuencias

Tanto para María como para Elena la huella que dejan los traumas infantiles son evidentes. Conviven con ella todos los días, y a veces su herida vuelve a abrirse. "Aunque ya no me acuerdo todos los días, cuando paso por un momento difícil, vuelve el mismo dolor", relata Elena a RTVE.es.

A sus 30 años, aún siente que su ansiedad y muchos de sus comportamientos "están conectados al pasado". La pérdida de su casa cuando era una niña y ser testigo del sufrimiento por el que pasaron sus padres le han provocado auténtico pavor a la inestabilidad económica. Además, le han hecho desarrollar ansiedad y hoy día acude todavía a terapia psicológica. "Para mí es mucho más complicado afrontar problemas", lamenta la joven.

María, por su parte, tiene 33 años y la separación no amistosa de sus padres cuando cumplió cinco años le ha regalado "una fobia enorme a la maternidad". El divorcio la posicionó como intermediaria en una guerra "sin amor" que terminó llenándole la mochila de demasiadas carencias afectivas. A raíz de ello desarrolló anorexia a los once años, pero también ha sufrido relaciones emocionalmente dependientes y depresión. Por eso, dice, conoce de primera mano la importancia de la crianza de los progenitores en la salud mental y no quiere arriesgarse a pasarle el testigo del sufrimiento a sus hijos.

No puedes llevar a terapia ni a tu madre ni a tu padre

En cualquier caso, la joven recuerda que "echarle la culpa" a los padres no es la solución a los traumas de la infancia. María cree que comprender el origen de los mismos ayuda a "encontrarle sentido" a ciertos problemas de salud mental y a descubrir las claves para sanarlos, pero que hay que tener en cuenta que "el trabajo es solo tuyo". "No puedes llevar a terapia ni a tu madre ni a tu padre", y tampoco es posible arreglar el pasado.

La familia, un "factor de protección" desprotegido

Una situación de gran malestar o estrés no siempre tiene por qué afectar a los niños negativamente y desembocar en un trauma. Según el presidente de la Asociación Española del Trauma Psicológico pueden incluso ser una oportunidad de aprendizaje que fomente la resiliencia. La clave está en los factores protectores, es decir, en aquellos que dotan de herramientas y disminuyen la posibilidad de desarrollar problemas de salud mental futuros.

El principal factor de protección en la infancia es la familiar. Como señala la Convención sobre los Derechos del Niño (1989) de la ONU, es imposible que los menores alcancen un desarrollo integral pleno si crecen en entornos familiares inseguros y sin afecto. Por tanto, explica Hernández, "el mayor riesgo" de psicopatología en niños es el comportamiento de sus padres y los propios traumas que estos pueden arrastrar desde su niñez.

Así, la crianza exige "adultos conscientes y responsables" que sean capaces de servir de sostén emocional y proporcionar las herramientas necesarias para afrontar las dificultades. Esto ayudaría a que los menores pudiesen identificar situaciones de violencia, expresar su malestar y saber cómo ponerlo en conocimiento de una persona adulta de confianza, recoge Unicef.

Pero para conseguir lo anterior se precisan medidas sociales y de conciliación, pues en la mayoría de los casos no es solo una cuestión de voluntad de los padres. La falta de tiempo, los ritmos de trabajo frenéticos del siglo XXI, la carga mental, la ansiedad, el estrés o el pluriempleo tienen un grave impacto en los adultos y, por ende, en sus hijos. Y es que, por desgracia, el mundo actual ni siquiera permite que el 55% de los niños de tres y cuatro años de 74 países jueguen con sus padres.

Señales de alerta del trauma infantil

Entre otras claves para identificar si un menor puede haber pasado por un trauma, el psicólogo Manuel Hernández indica que el cese del juego es uno de los más llamativos. Si el niño ha dejado repentinamente de jugar o de relacionarse con sus iguales, es sin duda una señal de alarma que debería valorar un profesional. 

También, y como recoge Save the Children, los niños pueden presentar dificultades para dormir, terrores nocturnos o pensamientos intrusivos recurrentes. El aislamiento, los miedos, la baja autoestima, los trastornos alimentarios, la desconfianza y las conductas agresivas y violentas son otros de los posibles síntomas a los que se debe permanecer atento.