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Premio Cervantes

Francisco Brines, el poeta melancólico "que tantea en las sombras que nos acompañan"

  • En la obra del Premio Cervantes 2020 predomina la actitud contemplativa y la voluntad de belleza

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Francisco Brines, en una imagen de 2007.
Francisco Brines, en una imagen de 2007.

“Con la poesía he tratado de tantear respuestas, clarificar oscuras emociones y, así, ir tratando de ver con mayor nitidez, con mayor claridad, las oscuridades que nos acompañan en la vida. La poesía tantea las sombras para encontrar un poco de luz”.

Sierva la sencilla y profunda definición de Francisco Brines como explicación del ganador del Premio Cervantes 2020. Autor de obra breve, cincelada, nada profusa, Brines se define como un eslabón de la tradición, marcado por sus lecturas de Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda. “Somos poetas porque una vez fuimos lectores”, explica en distintas entrevistas del archivo de RTVE.

El premio a Brines se circunscribe en una tendencia global de reconocimientos a la poesía: tres consecutivos lleva el Cervantes (Joan Margarit e Ida Vitale); dos en cinco años el Nobel de Literatura (Bob Dylan, Louise Glück), dos en cuatro años el Princesa de Asturias de la Letras (Adam Zagajewski, Anne Carson). Tendencia paradójica en un panorama general en el que la poesía esta orillada dentro de la literatura. Lo sabe bien el propio Brines: cuando con 27 años obtuvo el Premio Adonais por su primer poemario, el galardón era un empujón de prestigio suficiente para justificar una carrera.

“Los poemas salen de lo que a mí me importa, que sobre todo es el hombre, que es tiempo. Y en la vida eso es todo: es el amor, que es la intensidad mayor del tiempo; el goce, que es el tiempo bueno”, explica sobre los temas de su obra. “También lo contrario del goce, que se baraja con lo positivo. Así es la vida: barajar cosas maravillosas con las que estamos agradecidos con otras que soportamos y aceptamos”.

Las edades de Brines

El tiempo define su obra y Brines separa su yo joven de su yo maduro. “Hay diferencia entre la visión de un adolescente con la de un viejo, que es lo que deseamos ser: haber vivido el pequeño tránsito de la vida en todas sus edades, que son distintas, pero maravillosas. Esa es la gran sorpresa que hay en la vividura de la existencia. Crean que en la vejez hay cosas buenas, como dejar de preocuparte por las cosas: eso es muchísimo”.

Con despreocupación, sostiene que no le mueve un plan para sus poemarios. “Cuando escribo los libros no tengo ninguna línea, escribo un poema, que es lo que me importa. Y luego al reunirlos veo como componer el libro”.

Sin vocación de trascendencia, otorga a la poesía, si no la eternidad, al menos su caricia. “Cuando escribimos un poema, lo que hacemos es recuperar el tiempo y darle una perennidad, quizá falsa, pero la única que podeos realizar los hombres. No solamente nos reflejan, sino que nos testimonian. Si algo sabemos de un hombre que vivió en el siglo XVII y se llama Quevedo son sus poemas. Todo lo demás tiene el mismo anonimato que el de cualquier personaje descocido para nosotros”.

Dice que cada vez que le piden firmar un libro suyo, lo hace sin más. Pero cuando le piden firmar un poema concreto, se activa su curiosidad y tira del hilo del lector. “A veces en la respuesta, veo que el poema ha cumplido la razón de su existencia”.