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La "Transición" y la desmemoria toman el María Guerrero de Madrid

  • Hasta el 8 de abril en el teatro María Guerrero (CDN)
  • Fantaseando con el pasado, la obra reivindica el consenso para el presente
  • Se inserta con naturalidad la música, las imágenes y los anuncios de la época

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Para entender cómo somos hora tenemos que entender cómo fuimos, aseguran los directores de Transición
Para entender cómo somos hora tenemos que entender cómo fuimos, aseguran los directores de Transición

Los autores:Los autores:

Alfonso Plou (Zaragoza, 1964) ganó el Premio Marqués de Bradomín en 1986 por su primera obra, 'Laberinto de cristal' y, desde entonces, ha estrenado una quincena de obras de teatro. Entre sus trabajos más destacados se encuentra su tetralogía sobre figuras artísticas: 'Goya'; 'Buñuel, Lorca y Dalí'; 'Picasso adora la Maar' y 'Yo no soy un Andy Warhol'.

Por su parte, Julio Salvatierra destaca por los trabajos de dramaturgia 'La verdadera historia de los Hermanos Marx'; 'Ser o no ser', adaptación de la película de Lubitsch; 'Romeo, versión montesca de la tragedia de Verona'; 'Calisto, historia de un personaje'; Qfwfq, una historia del Universo', adaptación de 'Le Cosmicomiche', de Italo Calvino; 'John & Jitts'; 'Negra!'; 'Cómo ser Leonardo'; o 'Miguel Hernández y Cyrano,' adaptación de la obra de Rostand para cuatro actores, entre otras.

Los directores del montajeLos directores del montaje

Carlos Martín y Santiago Sánchez vivieron la Transición siendo adolescentes y eso les convierte en "una generación puente". "Somos un buen vínculo para conectar las dos generaciones. Las que nos han precedido y las posteriores", ha comentado Martín en declaraciones a EFE.

Un plató de televisión. Un señor trajeado y canoso defiende la labor realizada en la transición, ocupa el sillón de la izquierda de la pantalla. En medio, el presentador, y en el lado derecho, una joven politóloga y socióloga. Ella expone sintéticamente su tesis sobre ese periodo político: "la transición fue un enjuague con el que la clase dirigente de siempre se acomodó a las nuevas circunstancias sin pagar ningún precio gracias a la ley de amnistía del 77".

El hombre trajeado le rebate. Achaca a su juventud su falta de comprensión. Le explica que su discurso (el de ella) es formalmente impecable pero condensa un sinfín de falsedades. El y ella se lanzan duras acusaciones con exquisita cortesía.

Pausa. Paran unos minutos del falso directo, antes de seguir grabando...

Entran la directora, la guionista, el regidor...Quieren elegir algunas imágenes (que veremos en la pantalla cuadriculada del fondo del escenario) para ilustrar el siguiente bloque: Franco en el balcón del Palacio Real junto a los Príncipes de España, la coronación de Don Juan Carlos.

Sorprende que las imágenes tienen sonido, voces. Son imágenes que hemos vistos miles de veces, casi siempre mudas o con música de fondo o con una locución actual...Y no sorprende que el presentador ordene: "nada de sonido".

Así comienza Transición de Julio Salvatierra y Alfonso Plou en el montaje dirigido por Santiago Sánchez y Carlos Martín, una coproducción del Centro Dramático Nacional (CDN) y las compañías L’Om-Imprebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple, que podemos ver en el Teatro María Guerrero.

Un reparto capaz de encarnar a varios personajes (por ejemplo la enfermera se convierte en la esposa de Suárez) y en el que destaca Antonio Valero. Él es quien presta su elegancia física y expresiva al personaje que cree en casi todo momento ser Adolfo Suárez.

Jugando con el tiempo

Todo lo que viene después es una historia en la que juega con la ambigüedad para que el espectador no tenga muy claro qué es realidad y qué es ficción. El pasado, el presente y el futuro se solapan.

De pronto estamos en una clínica donde un paciente llamado Adolfo cree ser Adolfo Suárez y confunde a médicos y pacientes con Torcuato Álvarez Miranda, Felipe González, Santiago Carrillo, su mujer Amparo, la reina doña Sofía, Don Juan Carlos, o Carmen Díaz de Rivera, quien fuera secretaria de Suárez.

"La memoria del personaje es una metáfora de la desmemoria del país", ha explicado Carlo Martín a EFE. La obra, a su juicio, toma poéticamente la figura de Adolfo Suárez para tejer un puente entre el nacimiento de la democracia y la incertidumbre actual.

Cómo los médicos no saben aún si el paciente -que repite con contundencia pasajes de los discursos más célebres del primer presidente de gobierno de la democracia- sufre o no Alzheimer, en muchos momentos le siguen la corriente. También lo hacen los propios pacientes.

Exceso de memoria

Y así, en una escena estamos en el despacho de Suárez, escuchamos sus conversaciones más privadas sobre cómo afrontar la transicion con el Rey o con Carrillo. En otra en el palacio de la Zarzuela, en las Cortes, durante el 23-F, o en la casa de retiro de Suárez, ya afectado en los últimos años por la enfermedad.

No es la desmemoria (sino el exceso de ella en el que vive el paciente) el que nos lleva de un lado a otro. Y no siempre para escuchar interesantes diálogos sobre sociedad y política. También para escuchar, de voz de los mismos actores, o con espléndidas imágenes de archivo melodías de la época:. Vamos a la cama, Familia Philips-familia feliz (Carmen Sevilla), Mi querida España, Al vent...

Toda esta mezcla de personajes y situaciones desembocará ya al final en una escena en la que veremos la discusión entre un guardia civil, un alcalde corrupto, el presidente del Poder Judicial y una afable Carmen Polo de Franco.

Un mensaje directo

Y el hecho de insertar todos esos gags en la historia principal no es fácil. Pero no se ha hecho "con calzador". Todo fluye, todo encaja, con mucho ingenio. Y en resumen, la obra quiere dar -y lo hace de modo muy explícito de boca de varios personajes- un mensaje muy sencillo y sensato.

Podríamos resumirlo de la siguiente forma. Cuando Franco muere en 1977, todo estaba revuelto y se produjo un consenso, del que los ciudadanos se sintierón partícipes. Ahora todo está igual de revuelto y, aunque no sentimos partícipes de nada, haría falta, igualmente, un gran consenso para afrontar el futuro.

En unas dos horas, La transición, resume (y no puede caber más) acertada y de forma amena los principales acontecimientos políticos de la transición, los conecta con con nuestra actualidad y nos invita a reflexionar.

En otras palabras, las de los dos directores "el montaje cumple con una labor terapéutica. La de reivindicar que somos ciudadanos y tenemos que estar ahí. El ciudadano se ha diluido, todo ha estado en manos de la política partidista, no de la política con mayúsculas. Hemos perdido mucho terreno y mucho tiempo para poner en valor todas estas cuestiones",

En la escena final, en un jardín, el Rey abraza a Suárez y les vemos por detrás caminar cómo en la famosa foto que hiciera el hijo del político, hace algunos años.