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Premios Oscar 2017: Mejor actor y actor secundario

Convicción masculina en una edición más que notable

  • Las interpretaciones masculinas varían desde la instropección contenida a la locuacidad desmesurada
  • Casey Affleck, Denzel Washington, Viggo Mortensen, Ryan Gosling y Andrew Garfield, nominados a mejor actor
  • Jeff Bridges, Dev Patel, Lucas Hedges, Mahershala Ali y Michael Shanon, a mejor secundario

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Denzel Washington en 'Fences'
Denzel Washington en 'Fences'

A estas alturas no cabe la menor duda sobre la extraordinaria preparación de casi cualquiera que aspire a ponerse delante de una cámara en el entorno de la gran industria, entiéndase Hollywood, el cine norteamericano de cualquier calibre, y por extensión el anglosajón en general. Todos parecen en condiciones de afrontar cualquier tipo de reto o dificultad física o intelectual, por supuesto, cantar y bailar, montar a caballo, imitar convincentemente cualquier tipo de acento y casi cualquier excentricidad que se les ocurra a los guionistas o a los productores.

Entre los intérpretes masculinos nominados a los premios Oscar en la edición de este año, tanto en la categoría de protagonista como en la de secundario, puede encontrarse casi de todo, en un amplio abanico de registros que van desde la introspección contenida a la locuacidad desmesurada o la más extrovertida o exultante de las actitudes.

Ryan Gosling, bailando y cantando sin trampa ni cartón

Por supuesto, a la cabeza de ese ránking de más difícil todavía se sitúa por encima de todos Ryan Gosling, como protagonista junto a la fascinante Emma Stone, de La ciudad de las estrellas (La La Land), un musical en toda regla en el que baila y canta sin trampa ni cartón, además de asumir los ademanes y los gestos de un virtuoso del piano por imperativo de su personaje, un músico con ínfulas que aspira a regentar su propio club de jazz. Gosling, que esconde todo el esfuerzo y la disciplina que exige el papel detrás de una imagen impoluta, consigue estar más que convincente en ese papel que le saca de la languidez estilizada que ha venido caracterizando su trabajo de adulto, bien diferenciado del de su etapa de precoz estrella televisiva.

El director Damien Chazelle, precoz melómano confeso que debutó con Whiplash, ha sabido situarle en esa sugerente dimensión que le permite parecer un tipo corriente, de la calle, y al mismo tiempo una estrella de las de antes, de la época dorada del género musical, de aquellas que emanaban magia y parecían desafiar con sus movimientos las leyes de la lógica física y de la gravedad. Ryan Gosling, que empezó a ser tomado en serio con unas cuantas exquisiteces del cine independiente, como Lars y una chica de verdad (2007), Blue Valantine (2010) o, sobre todo, Drive (2011), cuenta a su favor con el precedente de haber obtenido ya el Globo de Oro en el apartado de comedia o musical de este año por este mismo trabajo.

Denzel Washington, aplomo de gran histrión

Por edad y peso específico en el panorama cinematográfico planetario, Denzel Washington debería ser un serio competidor en la carrera por la estatuilla como protagonista de Fences, una película de la que además es responsable casi absoluto, como director, productor y coguionista, junto al dramaturgo Arthur Wilson, fallecido en 2005, autor de la otra de teatro original que Washington interpretó en los escenarios de Broadway, en compañía también de la magnífica Viola Davis. Se diría que Fences juega en una liga muy diferente de la de Training day (2001) o Tiempos de gloria (1989), por las que el actor ganó sus estatuillas a mejor protagonista y secundario respectivamente, porque rebaja notablemente sus aspiraciones puramente comerciales y pretnede ser, y lo logra, una película de calidad, con calado dramático e intelectual, en su condición de drama sobre la frustración y el determinismo social y racial, ambientada en los años cincuenta en Pittsburg, en torno a un hombre de color, un negro, que rozó la gloria en el beisbol profesional y se quema la sangre y la de su familia atormentado por el fracaso.

Denzel Washington, que asume sus funciones de director con la pereza de un mero fotógrafo de la puesta en escena teatral, da lo mejor de si mismo en la intensidad de los diálogos y la expresividad elocuente tanto de lo que dice como de lo que sugiere u oculta, manejando la creciente tensión con aplomo de gran histrión. En su contra juega tanto la densidad como el pesimismo que destila la propuesta.

Viggo Mortensen, deslumbrante inspiración

Viggo Mortensen, que sigue teniendo un pie en el cine independiente norteamericano y otro en las cinematografías periféricas, la argentina, la española o la francesa, es seguramente la apuesta más exótica o menos convencional de la tanda de nominados a protagonista de esta edición. Su papel de padre en Capitán Fantastic es un prototipo prácticamente imposible de reproducir en serie, un auténtico outsider que profesa una admiración casi religiosa por Noam Chomsky, pensador alternativo entre los alternativos que encarna lo más opuesto al sistema que cualquier mente cabal pueda imaginar, un guía inigualable en el ejercicio de las libertades individuales que el personaje de Mortensen intenta proyectar sobre la educación de sus seis hijos y su vida, paradójicamente espartana, en perfecta comunión con la naturaleza.

Presentada en el festival de cine independiente de Sundance y aplaudida en Cannes, donde Matt Ross fue premiado en la sección "Una cierta mirada" como mejor director, este drama original en el que brilla Viggo Mortensen ("El Señor de los Anillos") apela a reconciliarse con la naturaleza humana. Ben construye un paraíso para sus seis hijos en plena naturaleza, donde les da una educación intelectual, artística y física mientras aprenden a cazar, hablar idiomas, tocar la guitarra o filosofar. Tras la pérdida de su madre la familia se verá obligada a regresar a la civilización, donde el contacto con la sociedad moderna será un desafío para todos.

Y es que Mortensen, que maneja con deslumbrante inspiración ese registro de extrema contención que predomina en la mayor parte de sus trabajos, logra mantener la disciplina y la cohesión de su gran familia manteniendo los pies en la tierra, sacrificando sus propias convicciones en beneficio de un difícil equilibrio entre la vehemencia radical y un destello de sensatez que finalmente se resuelve como un derroche de generosidad o de simple sentido común.

Andrew Garfield, personaje indescifrable

De un personaje pintoresco a otro, el que interpreta Andrew Garfield en Hasta el último hombre, la nueva propuesta de Mel Gibson como director, sobresale como rareza de difícil comprensión racional. Tal es el caso real de Desmond Doss, un objetor de conciencia que se obstina en servir a su país como médico de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, en el terrorífico y descarnado frente del Pacífico. Garfield, una especie de Anthony Perkins del siglo XXI, mantiene una permanente sonrisa, casi ingenua, como de pirado, que le distancia de este abnegado personaje tras el que se esconden indescifrables motivaciones de inspiración mística, posiblemente bíblica, que responden con toda probabilidad a ese gusto casi morboso de mezclar las carnicerías hiperrealistas con los sentimientos más elevados que viene caracterizando la escueta pero contundente filmografía de Mel Gibson, cineasta al que se le puede atribuir todo tipo de patologías espirituales pero al que sería injusto negar un gran manejo de los medios técnicos, pulso narrativo y auténtico virtuosismo en la puesta en escena.

Una década después de "Apocalypto", Mel Gibson ha vuelto a la dirección con "Hasta el último hombre", una cinta presentada fuera de competición en el pasado Festival de Venecia. El oscarizado director cuenta la historia de un joven médico militar que, sin armas e inspirado por su fe, asistió a sus compañeros heridos en la II Guerra Mundial y se convirtió en el primer objetor de conciencia en recibir la Medalla de Honor del Congreso estadounidense.

Comprensible o no, lo cierto es que el personaje que sostiene el peculiar Andrew Garfield logró salvar un buen puñado de vidas, se dice que unas setenta y cinco, en medio de la vorágine bélica sin traicionar su loable decisión de negarse a empuñar un arma.

Casey Affleck, prodigio de contención

Por último, Casey Affleck podría dar la gran sorpresa con su papel de Lee Chandler en Manchester frente al mar, tercer largometraje del más que interesante Kenneth Lonergan, uno de esos personajes que tardan en hacerse comprender, así es la manera característica de contar del director, mostrándose en un principio caprichosamente violento y hermético, hasta que poco a poco los saltos atrás en el tiempo narrativo van perfilando una experiencia traumática previa, trágica, que lo explica todo y acaba por despertar comprensión y empatía por su manera de intentar sobrevivir a lo inasumible.

Este drama familiar dirigido por Kenneth Lonergan cuenta ya con un Globo de Oro a mejor actor de drama -por la interpretación de Casey Affleck- y con seis nominaciones a los Óscar, incluyendo mejor película y director. Tras enterarse de que su hermano ha fallecido, un fontanero tiene que regresar a su pueblo natal, donde se encontrará con su sobrino de 16 años del que tendrá que hacerse cargo.

El trabajo de Affleck, significativamente premiado ya con el Globo de Oro en la categoría de drama, es por tanto un prodigio de contención que no deja que unas cosas se adelanten a otras, conformando una especie de puzle o de crucigrama en el que todo termina por tener sentido, a medida que se van rellenando los espacios en blanco y lo opaco se transforma en transparente, manteniendo una distancia emocional que impide el desmelenamiento melodramático. En su ensimismamiento dolorido, el personaje de Affleck se cruza con Michelle Williams, su exesposa en la ficción, en al menos una secuencia conmovedoramente portentosa, memorable, y convive, incluso con sutiles destellos de humor, con el sobrino huérfano que encarna Lucas Hedges, del que se convierte inesperadamente en tutor.

Los candidatos a mejor secundario

Lucas Hedges, por su parte, opta de manera meritoria, a la estatuilla en la categoría de actor secundario, en ese personaje de adolescente que se mantiene distante, como inmunizado, de la tragedia en la que se ve envuelto y que redondea con su polifónica vida amorosa la extraordinaria propuesta de Manchester frente al mar. Nacido en 1996, hijo de una actriz y de un guionista, Hedges ya lleva diez años apareciendo en la pantalla y promete una posible carrera más que interesante.

Siguiendo con los más jóvenes en esta ronda de nominaciones a secundario, la de Dev Patel, que encarna la mitad del personaje principal de Lion, un cuento dickensiano inspirado, como casi todo el cine actual, en hechos reales, que ilustra la dramática peripecia de ida y vuelta de un niño indio que se extravía y acaba primero en un orfanato en la otra punta de su tumultuoso país y finalmente adoptado por una familia australiana. El mundo entero descubrió a Patev por su papel protagonista en Slumdog Millionaire. Ahora, ya crecido y convertido en un corpulento veinteañero atormentado por el misterio de su origen, toma el relevo a media película al fascinante Sunny Pawar, mirada hipnótica que llena la pantalla en su deambular por una India de postal miserabilista y pone a Patev el listón muy alto en la carrera por ganarse la empatía del espectador.

Mahershala Ali es seguramente el más sorprendente de los nominados, no porque su trabajo no sea meritorio, que lo es, o su personaje no tenga la enjundia suficiente, que la tiene, sino por el calado y el alcance de cada una de las tres interpretaciones que sumadas componen el personaje principal de Moonlight, quizás el título más convincente de entre los que compiten en esta apreciable edición de los premios de la Academia, que reconstruye en tres actos la evolución de un niño negro en un barrio marginal de Miami, hasta convertirse en un joven adulto plenamente consciente de su condición sexual. Mahershala Ali encarna el persona de Juan, un clarividente ángel protector que asume el papel de espejo premonitorio en el que el protagonista puede mirarse.

Capítulo aparte merece Michael Shanon, que asume el papel de sheriff cavernoso y amoral en Animales nocturnos, un personaje escueto pero contundente que se inscribe en la parte más ficcionada de una película que contrapone ficción y realidad o simplemente dos ficciones que se complementan en un estimulante juego de tensión narrativa, sobre una historia dentro de otra historia de literatura y venganza. Shanon, que logra sobreponerse siempre a los carismáticos y marcados rasgos de su contundente físico, apenas convive en secuencias comunes con los verdaderos protagonistas del segundo largometraje de Tom Ford, la siempre espléndida Amy Adams y el personalísimo Jake Gyllenhaal.

Por último, el carismático Jeff Bridges como coprotatonista, más que secundario, de la gran película coral que es Comanchería, encarnando a un especialísimo policía a punto de jubilarse en un pueblo perdido de Texas que condensa el espíritu de la reciente crisis, como caldo de cultivo del éxito electoral de Donald Trump, algo así como una paradójica puesta al día del western crepuscular. La gran personalidad de Bridges brilla y sobresale en compañía de un mestizo, medio indio, medio hispano, que patrulla con él en la cacería de dos hermanos, metódicos asaltantes de bancos, destilando humor socarrón y cínico e indignación moral a partes iguales desde su imagen de cowboy uniformado. Esta es su quinta nominación a secundario, desde aquella ya lejana y memorable por The Last Picture Show, y no estaría mal que fuera el ganador, dado que como protagonista ha sido nominado tres veces y se llevó la preciada estatuilla por su trabajo en Corazón rebelde.