Enlaces accesibilidad

'Mr. Turner', retrato del artista rudo

  • Mike Leigh estrena su visión del célebre paisajista inglés
  • Timothy Spall compone una de las interpretaciones del año

Por
Tráiler de 'Mr. Turner'

FICHA TÉCNICA

Título original: Mr. Turner

Año: 2014

Duración: 149 min

País: Reino Unido

Director: Mike Leigh

Guion: Mike Leigh

Fotografía: Dick Pope

Reparto: Timothy Spall, Jamie Thomas King, Roger Ashton-Griffiths, Robert Portal, Lasco Atkins, John Warman

Al arte moderno no le faltan padres. Si la elección fuera un chiste, un español diría Goya y un francés diría Cézanne. Todo depende del momento en el que se quiera cortar la baraja del siglo XIX: o en la eclosión del romanticismo y la expresión de yo, o en la ruptura de lo figurativo y el nacimiento de lo abstracto. Pero un inglés diría Joseph Mallord William Turner (1775-1851). Y, si es verdad que la virtud está en el punto medio, tendría razón. A favor de esa tesis, el cineasta británico Mike Leigh ha dedicado su última película al paisajista inglés que, el 19 de diciembre, se estrena en España.

La película de Leigh viene avalada por la impresionante interpretación de Timothy Spall, galardonada en Cannes y, recientemente, en los premios del cine europeo. Leigh es, junto a Ken Loach, el mejor representante cine realista inglés contemporáneo (Secretos y mentiras, Another year), aunque también ha tocado la época (El secreto de Vera Drake) e incluso el mundo artístico del XIX (Topsy-Turvy) al que ahora regresa.

Pese a su relevancia histórica, batir cada año su propio récord en las subastas, y dar nombre al galardón más importante de arte contemporáneo, Turner estaba inédito como personaje cinematográfico y no es casualidad: alcanzó rápido reconocimiento, no sufrió penurias económicas y vivió con un cierto distanciamiento buscado.

Mr. Turner se centra en los últimos 25 años de vida del pintor (murió con 76 años), es decir, el retrato de su madurez. Se inicia con Turner contemplando la campiña holandesa para recordar los orígenes de su pasión por las marinas y paisajes y, a lo largo de más de dos horas, se muestra su evolución hacia descomposición semiabstracta de la luz.

La vida privada de Mr. Turner

Pero la película es, sobre todo, la recreación del Turner privado: la estrecha relación con su padre al que tenía de ayudante, su relación sexual con su ama de llaves, y su retiro secreto a Chelsea donde inició una nueva vida junto a la dueña de una posada. Mr. Turner no puede escapar a todas las esclavitudes de los biopics: encajar hechos a una trama dramática, trufar diálogos de información biográfica. Pero la naturalidad de Leigh supera las pequeñas miserias del género, aunque haya tenido que echar el freno a su método de no escribir guion y desarrollarlo en improvisaciones con los actores.

Timothy Spall utiliza para su composición del pintor lo sabido, es decir, que Turner tenía un punto misántropo, borde, engreído, pero también vital y generoso. Y lo no demasiado conocido: que se expresaba con gruñidos. Como resultado, Turner se asemeja a un jabalí por el modo que come o folla. Y ese contraste entre el ser sensible y el ser primitivo funciona, aunque el peaje sea la dificultad de empatizar con un personaje tan desabrido.

Mr. Turner es también un fresco del mundillo pictórico victoriano y sus habitantes: desde la misma reina Victoria (que despreció públicamente un cuadro de Turner), a compañeros de la Academia Real de Bellas Artes (como su rival Constable, al que Turner vacila sin piedad), o el escritor John Ruskin (defensor de la maestría de Turner).

Si todos estos datos son más o menos enciclopédicos, entonces ¿qué cuenta Leigh en Mr. Turner? Por un lado, la porfía del artista en perseguir lo sublime (“¡El sol es Dios!” dijo en su lecho de muerte) y la realidad a cualquier precio, como ejemplifica la célebre anécdota en la que se ató al mástil de un barco para captar matices de una tormenta desde dentro.

Y es también el contraste entre esa inmutable búsqueda del artista y la transformación económica, social y tecnológica que le rodea: Mr. Turner muestra, en primer lugar, el momento en el que las representaciones de la naturaleza pierden su carácter subsidiario en la escala pictórica. En segundo lugar, la transición de los artistas dependientes de los mecenas o el Estado a los artistas cortejados por el dinero de la burguesía. Y, por último, la aparición de la fotografía que Turner adivina como el final de su oficio. Todo en una vida, todo muy rápido. ¿Resulta familiar?