Enlaces accesibilidad

Van Gogh y Artaud, entre los límites de la genialidad y la locura

  • Una exposición recoge la visión de Antonin Artaud del pintor holandés
  • Hasta el 6 de julio en el Museo de Orsay de París

Por
"Autorerrato" (1899), Vincent Van Gogh y fotografía de Antonin Artaud por Man Ray.
"Autorerrato" (1899), Vincent Van Gogh y fotografía de Antonin Artaud por Man Ray.

“Van Gogh, el suicidado de la sociedad”

La exposición del Museo de Orsay (11 de marzo – 6 de julio) reúne cerca de 40 cuadros del impresionista holandés., entre las que destacan obras emblemáticas como "Noche estrellada", "La habitación" o "Autorretrato delante del caballete".

Según su comisaria, Isabelle Cahn, la exposición "invita a comprender lo esencial de su pintura y a desembarazarse de la leyenda en torno a Van Gogh", rehuyendo  la imagen estereotipada del artista holandés.

A finales del siglo XIX, el hueco que dejaba la idea de un dios en franca retirada era reemplazado por la adoración al arte. Dos hombres simbolizaron ese proceso de sacralización: arriba y aclamado, Richard Wagner, el artista que fue divinizado en vida; y, abajo e ignorado, Vincent Van Gogh, el pintor que abandonó el sacerdocio para retirarse a una vida de anacoreta ambulante, desde Holanda hasta el sur de Francia, para abrazar la fe del color. Al trabajo de este último, pero visto a través de Artaud, le dedica su nueva exposición el Museo de Orsay de París hasta el 6 de julio.

Van Gogh (1853-1890) vivió y murió solo, aunque sus tribulaciones son bien conocidas por las cartas que enviaba a su hermano Theo. En 1881, nueve años antes de pegarse un tiro, escribía: “Si tú me respondes: «Pero hay sin embargo hombres que atentan contra su vida», yo te respondo simplemente: «Yo no creo ser hombre de semejantes inclinaciones»”.

El suicidio de Van Gogh, en uno de los paisajes de Auvers-sur-Oise que retrató febrilmente en un sus últimos días, fue un acto íntimo y solitario y, por tanto, pasto de teorías como la que en 2011 afirmaba que fue un accidente. Mucho antes, en 1947, Antonin Artaud, el padre del teatro de la crueldad, ya le había exculpado de algún modo afirmando que fue la sociedad, en su incomprensión hacia el artista, la que había “suicidado” a Van Gogh.

Si Van Gogh fue un asceta, Antonin Artaud (1896-1948) fue un soldado de la fe artística que combatió en las agitadas guerras de la época de las vanguardias. Se rebeló contra el tradicional componente narrativo del teatro, en busca de una pureza expresiva. Batalló la supremacía del lenguaje escrito con -paradójicamente- ensayos. Como Van Gogh, fue un devoto religioso en su juventud, un teórico obsesivo del arte en su madurez, un enfermo en sanatorios mentales, y finalizó su vida con su propia mano.

Al salir de su más larga reclusión, desde 1937 a 1946, el Museo de la Orangerie le encargó una presentación de la obra de Van Gogh para una exposición. Artaud proyectó sus propios fantasmas sobre el pintor con el que tantos rasgos compartía en un breve ensayo: Van Gogh, el suicidado de la sociedad. 67 años después, el 'Van Gogh a través de Artaud' cruza el Sena y de la Orangerie se instala en el Museo de Orsay de París, el mayor templo del arte del XIX y comienzos del XX.

Un ajuste de cuentas con la psiquiatría

La tesis de Artaud es que la sociedad aísla al artista que busca verdades superiores, pero, sobre todo, el texto es un ajuste de cuentas con la psiquiatría personalizada en el Dr. Gachet, testigo de los últimos días de Van Gogh en Auvers-sur-Oise.

“En todo psiquiatra viviente hay un sórdido y repugnante atavismo que le hace ver en cada artista, en cada genio, a un enemigo”, escribe Artaud pensando seguramente en Jacques Lacan, el célebre psiquiatra francés que le diagnóstico/profetizó que nunca volvería a escribir y viviría 80 años (no llegó a los 50 y sus obras más importantes brotaron tras su peregrinaje sanatorio). “Frente a la lucidez de un Van Gogh que trabaja, la psiquiatría no es más que un reducto de gorilas ellos mismos obsesionados y perseguidos que sólo cuentan, para paliar los más espantosos estados de la angustia y sofocación humanas, con una terminología ridícula, digno producto de sus cerebros atrofiados”, sentenciaba Artaud.

La insoportable soledad

Genialidad, locura y su frontera parece un tema ya gastado. El propio Van Gogh aprendió a conciliarlas: “Lo que me consuela es que comienzo a considerar la locura como una enfermedad como cualquier otra y acepto la cosa como tal”, escribió a su hermano.

El enfoque de Artaud se centra en que no es la locura, sino la radical incomprensión de su empeño la que quebró a Van Gogh. El que no participa de la ciudad, decía Aristóteles, “o es una bestia o un dios”. Cualquiera que haya leído sus cartas comprende que no es su fracaso contumaz para vender cuadros, sino la ruptura con Gauguin, la que le hace descender a los infiernos.

Ahora que el arte ha perdido su aura divina y adoramos a sus antiguos sacerdotes como estatuas de otro tiempo, la única justicia poética para Van Gogh es que comparte techo con sus admirados Millet y Monet. "Lo que Claude Monet es en el paisaje, vendrá alguien que lo será en la figura pintada, ¿quién será el que lo haga? Porque el pintor del porvenir es un colorista como no lo ha habido todavía", preguntaba Vincent a Theo sin reconocerse a sí mismo como un futuro adelantado.