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El Thyssen juega con los reflejos en el arte desde Van Eyck a Magritte

  • "Reflejos. De Van Eyck a Magritte", la nueva instalación de la serie "miradas cruzadas
  • Enfrenta obras de autores como Bacon, Morisot o Jan van Eyck

Por
'Cabinas telefónicas' (1967). Richard Estes.
'Cabinas telefónicas' (1967). Richard Estes.

El juego entre imagen real e imagen reflejada es el tema de la nueva instalación de la serie "miradas cruzadas", programa en el que maestros antiguos y modernos presentes en la colección permanente del Museo Thyssen Bornemisza conviven en el mismo espacio.

En "Reflejos. De Van Eyck a Magritte",  artistas de distintas épocas demuestran su dominio de la técnica al servirse de metales, cristales, espejos y diversas superficies reflectantes para mostrar detalles que han quedado fuera del cuadro o que permanecen ocultos en la escena representada.

En algunos casos aprovechan para retratarse a ellos mismos pintando tras su caballete. Un juego visual que cuestiona al propio observador de la obra sobre qué es realidad y qué es reflejo dentro de cada lienzo.

El Díptico de la Anunciación (c.1433-1435) es uno de los mejores y más tempranos ejemplos de la perfección ilusionista en la escuela flamenca del siglo XV. La técnica de la grisalla, que imita la escultura, junto al uso de las sombras y de los reflejos permite a Jan van Eyck dotar a las figuras de un increíble efecto tridimensional.

Quinientos años más tarde, el pintor belga René Magritte recuperó la tradición pictórica ilusionista iniciada por Van Eyck, con el objetivo de cuestionar la idea de la pintura como espejo del mundo real, como ocurre en La Clef des champs (1936).

Diosas ante el espejo

El tradicional tema de la diosa de la belleza ante el espejo, se relaciona en ocasiones con el mito de Narciso y el deseo pictórico de consagrarse a la belleza ideal y representarla tal y como lo hace el espejo. Así ocurre en El espejo psiqué (1876) de Berthe Morisot o en Mujer ante el espejo (1936) de Paul Delvaux, modernas interpretaciones de la clásica Venus.

Este mito tiene un desenlace adverso en la imposibilidad de abrazar el propio reflejo en la superficie del agua. Esto parece materializarse en obras como el Retrato de George Dyer en un espejo (1968), de Francis Bacon, que convierte al espejo en un instrumento que transforma la realidad.

Nicolaes Maes se pintó ante su caballete reflejado en un espejo al fondo de la habitación en El tamborilero desobediente (c. 1655) junto al retrato de su propia familia. En la segunda mitad del siglo XX, Lucian Freud hizo de su figura uno de sus temas predilectos y, al igual que Maes, se acompañó de dos de sus hijos en Reflejo con dos niños (Autorretrato) (1965).

En la exposición se puede observar el interés de muchos artistas por representar lo que se encuentra fuera del cuadro. En El evangelista san Lucas (1478), el pintor germano Mälesskircher pinta un interior lleno de detalles.

Espejos en las naturalezas muertas

La tendencia de utilizar los reflejos para eliminar los límites del marco se extendió en el contexto centroeuropeo en el siglo XVII, y particularmente a través del género de las naturalezas muertas. Ejemplo de ello es Bodegón con fuente china, copa, cuchillo, pan y frutas (c. 1650-)1660) de Jan Jansz. Van de Velde III, donde a través del cristal de la copa se observan los reflejos que provoca la luz de unas ventanas situadas fuera del campo visual.

Trescientos años más tarde, se encuentra ese mismo dominio de las leyes de la óptica en la obra de Richard Estes y de muchos de sus compañeros hiperrealistas. En Cabinas Telefónicas (1967) el artista norteamericano reproduce con máxima fidelidad las texturas de las superficies reflectantes.

Una década antes, Joseph Cornell introdujo en sus construcciones objetos reflectantes reales; logró abolir, de esta forma, la separación entre el espacio del espectador y el de la creación artística como se aprecia en las copas de Burbuja de jabón azul (1949-1950).