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Obama baja a la tierra para salvar su proyecto

  • El presidente de EE.UU. lucha a contrarreloj para evitar una victoria republicana
  • La decepción de su base social contrasta con la esperanza de hace dos años
  • La derrota de los demócratas le obligaría a reinventarse y a enterrar su agenda

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Obama interviene en seis mítines

Chicago, otoño de 2010. Barack Obama vuelve a hacer campaña en la misma ciudad que se echó a la calle para celebrar que él se convertía en el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos. Dos años después el tono es distinto: las críticas a los republicanos son más ácidas y la expresión más repetida ya no es “podemos” sino “mantener la fe”. 

Al fin y al cabo, lo que tiene enfrente también es distinto: si en 2008 reunió a 200.000 personas en su victoria, ahora solo unas 30.000 le siguen pese a su posible derrota. 

“Muchos de vosotros os implicasteis en 2008 porque creíais que estábamos en un momento decisivo de nuestra historia. Ahora, dos años después sé que mucha de la alegría que teníamos se ha desvanecido”, ha repetido la confesión que viene subrayando cada día en su recta final de campaña.

Esa confesión es la pérdida de ese algo -en Chicago lo llamó alegría, en otros sitios esperanza- que forjó el ‘enamoramiento entre el presidente de Estados Unidos y su base social, un magma de jóvenes, minorías, independientes y mujeres que ahora por acción u omisión le dan la espalda.

Un matrimonio en crisis

Ese matrimonio está en crisis -una encuesta del New York Times muestra que los republicanos han reducido la ventaja demócrata entre mujeres, católicos, personas que no suelen votar e independientes- y corre el serio riesgo de precipitarse hacia una separación temporal con la pérdida de la mayoría demócrata en el Congreso e incluso en el Senado, un resultado que vaciaría de contenido el proyecto político que llevó a Obama a la Casa Blanca.

Si no ocurre un seísmo político y la carrera a contrarreloj del inquilino de la Casa Blanca por todo el país no obra una movilización como la de 2008, a partir del miércoles 3 de noviembre Washington será mucho más republicano y la agenda política estará controlada por aquellos que, sin éxito, habían intentado hasta ahora frustrar medidas como la reforma sanitaria o la financiera.

El movimiento no es ni mucho menos nuevo. Ronald Reagan perdió el control del Congreso y el Senado dos años después de arrasar en las presidenciales de 1980; Bill Clinton sufrió la misma derrota en 1994 y George W. Bush se convirtió en el perfecto ejemplo de un presidente 'pato cojo' tras ser arrollado por los demócratas en 2006.

Los demócratas han obtenido la mayoría en la Cámara de Representantes.

La posible derrota del partido de Obama que predicen los sondeos no sería ni siquiera tan grave. Aunque los demócratas podrían perder más de 50 escaños en el Congreso -los republicanos necesitan 39 para la mayoría- es probable que mantengan los 50 que dan la mayoría en el Senado, en el que sería el primer capitolio dividido desde los años 30.

El mortal Obama

El problema es que Obama se ha dado cuenta de que, más allá de ese movimiento natural -y concebido por los padres de la Independencia al colocar a mitad de un mandato presidencial las elecciones legislativas- hay otros dos tendencias mucho más profundas: la rabia del americano medio ante su incapacidad para transmitir en medio de la crisis más profunda desde el 29 y el alejamiento progresivo de su base social por las ilusiones incumplidas.

Ambos factores no solo ponen en peligro su agenda legislativa -virtualmente enterrados quedarían sus proyectos de reforma migratoria, permitir a los homosexuales en el ejército o una ley de emisiones que se ajuste al cambio climático- sino que le colocan en una posición de debilidad para la reelección en 2012.

Por eso, frente a lo que hizo Clinton, que en parte se resignó a la derrota demócrata para no verse salpicado directamente, Obama se ha arremangado para tratar de minimizar los daños, consciente de que ya no es Barack Obama, el profeta de una nueva era de la política, sino solo es un político, el político más poderoso del planeta, pero un político al fin y al cabo.

"En vez de ese halo divino que le rodeaba hace dos años, ahora es un simple mortal", resume William Galston, ex asesor de Clinton, a la página web Politico.

Carrera a contrarreloj

Como simple mortal, Obama recorrió el oeste del país la pasada semana para asegurar las carreras en las que se juega la mayoría en el Senado, las de California y el estado de Washington.

Este fin de semana ha hecho lo propio en Ohio, Pensilvania, y Delaware, lugares en el centro y el noreste en el que los demócratas se juegan buena parte de sus bazas. 

Finalmente, ha querido estar en Illinois, donde el demócrata Giannoulias mantiene una lucha cerrada por proteger para los demócratas nada menos que el antiguo escaño ocupado por Obama. 

Allí, como si hablase de un tiempo muy lejano, Obama ha recordado el día que tomó posesión cuando Beyoncé “estaba cantando y Bono estaba allí arriba y todo el mundo se sentía bien”.

“Sé que esos buenos sentimientos empiezan a pasar. Habláis con vuestros amigos que están sin trabajo, ves a alguien perder su casa y eso os desanima. Entonces veis todos esos anuncios de televisión y todos esos rostros parlantes en televisión y todo parece negativo. Y quizá muchos de vosotros dejáis de creer”, ha relatado.

En realidad, Obama es consciente de que solo él puede movilizar a ese electorado, y por eso se esfuerza en acercarse a ellos a través de su apoyo a iniciativas como un vídeo en apoyo a los adolescentes gays o su participación en el programa de Jon Stewart, en el canal de humor 'Comedy Central'.

Sin embargo, en un plató ya conocido, Obama evidenció lo que le separa de su base no solo con sus palabras, también con sus gestos.

El gap de entusiasmo

"¿Cómo hemos ido a parar en dos años de la esperanza y el cambio...a 'No vas a darles a ellos las llaves,verdad'? ¿Está decepcionado de cómo ha ido?¿No se sorprende de que otras personas, incluso de su base social, esté decepcionada?", le preguntó el humorista ante su semblante serio.

Con sus palabras, Stewart estaba resumiendo lo que los expertos demócratas llaman el "gap de entusiasmo" que existe ahora entre los votantes demócratas y los republicanos, mucho más movilizados.

Encuestas recientes apunta a que seis de cada diez republicanos quieren votar este año, una cifra que baja en los demócratas a cuatro de cada diez. Si eso se plasma en votos, la tragedia estará confirmada.

Por eso, lo que ya muchos se preguntan no es si el martes Obama sufrirá una derrota, sino su magnitud y hasta qué punto supondrá un punto de inflexión en su propia forma de hacer política.

¿Un nuevo Obama?

Su "no drama con Obama" ha sido visto como ingenuo y fuera de la realidad por el grueso de americanos que viven la crisis económica, que tiene al país con un 10% de paro y que echan de menos un estilo más empático y cercano, como el del ex presidente Clinton,  recuperado por los demócratas para la campaña.

En una entrevista reciente, el presidente ha llegado a reconocer que necesitará, junto a los demócratas, mostrar "un apropiado sentido de la humildad" y que ha estado tan ocupado haciendo política que no siempre ha estado seguro "de haberla publicitado correctamente".

Así, una nueva era de la comunicación -¿les suena?- parece abrirse en la segunda parte de la legislatura de Obama, más centrada en vender sus logros que en una ambiciosa agenda, a la manera que hizo Clinton en 1994, logrando una cómoda reelección dos años después.

George Bush ha sido elegido gobernador de Texas.

"Algunos políticos son capaces de transformarse, otros no. ¿Cuál de ellos es Obama? Estamos a punto de enterarnos", resumía el politólogo Bill Schneider la encrucijada del primer presidente negro de EE.UU. a partir de la semana que viene.