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La sombra de Lula busca asombrar a Brasil

  • El Partido de los Trabajadores proclama candidata a Dilma Rousseff
  • Necesita un perfil propio tras el criticado 'dedazo' de su mentor
  • Se especula con un giro a la izquierda que puede ahuyentar a los inversores
  • Con fama de dura y tecnócrata, nunca ha sido candidata en unos comicios

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Dilma Rouseff coge el testigo a Lula da Silva

"Cuando crees que lo has visto todo, te das cuenta de que no has visto nada". Esta frase, con la que es difícil estar en desacuerdo, refleja la encrucijada en la que se encuentra Dilma Rouseff, la mujer sobre la que ha posado su dedo Lula da Silva , que lucha a contrarreloj por construirse una personalidad política propia.

La pronunció en pleno sambódromo de Río de Janeiro, en una de sus últimas oportunidades para salir de la imagen de mujer fría y antipática antes del decisivo congreso del Partido de los Trabajadores que la coronará este sábado como candidata oficial tras un año de líder in pectore de la izquierda brasileña.

Allí, junto a Madonna -que la saludó animadamente tras ser presentada como la futura presidenta de Brasil- Rousseff no pudo evitar dar rienda suelta a su subconsciente.

Porque, en efecto, quién le iba a decir a la hija de un empresario búlgaro, a la ex guerrillera en la cárcel, a la tecnócrata en la sombra, incluso a la enferma de un duro cáncer linfático que iba a estar allí, con una sonrisa permanente, junto a la reina del pop, preparando el terreno para ser la futura reina de Latinoamérica.

El dedazo de Lula

El responsable de todo eso no estaba por primera vez en mucho tiempo con ella. Después de llevársela de gira por todo el país, a cada inauguración, a cada acto, Lula da Silva decidió apartarse un momento para no recordar a los responsables de su partido que todo se trata de un enorme "dedazo".

Hace un año, sin preguntar a nadie, solo confiando en la experiencia de verla cinco años manejando la trastienda de su Gobierno , Lula da Silva, el alma y en cierto sentido el traidor del Partido de los Trabajadores, decidió que Dilma tenía que ser su candidata.

Por mucho que se oyeran algunas protestas, en realidad nadie dijo esta boca es mía: al fin y al cabo, un presidente con una popularidad del 80% que ha llevado al otrora radical PT a ser el partido de referencia en Brasil, tenía las de ganar.

Inexperiencia de una recién llegada

Con todo, las críticas han aflorado y son claras. La primera y más inmediata, que nunca ha resultado elegida para ningún cargo.

Antes ministra de Energía en la primera legislatura de Lula, luego ministra de la Casa Civil -una especie de superministra de Presidencia- Rousseff nunca ha tenido un perfil político claro ni está asociada a ninguna familia del PT.

La segunda, insistente, es que en realidad Dilma es una recién llegada al partido. Se afilió apenas un año antes de las primeras elecciones que ganó Lula y siempre ha estado a su sombra. Nadie sabe qué piensa o cuál sería su acción de Gobierno y eso genera inquietud.

"La aclamación por el partido es importante para su posición como candidata. Hasta ahora ha vivido del respaldo de Lula y no de la imagen que ha creado, es conocida como la candidata de Lula", asegura Sarah-Lea John da Sousa, experta en Brasil de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE).

La sombra de Lula le ha dado un porcentaje en las encuestas de un 25% frente al 3% con el que empezó hace un año, aunque sigue por detrás del gobernador de Sao Paulo, el socialdemócrata José Serra.

¿Un giro a la izquierda?

Sin embargo, a su aclamación como candidata le seguirá algo más importante aún que marcará su agenda hasta las elecciones del 3 de octubre: un programa que se teme mucho más orientado a la izquierda que la política del gobierno Lula.

El ala izquierda del Partido de los Trabajadores ha visto en la relativa debilidad de Dilma una oportunidad para incluir en su agenda gubernamental temas que Lula ha evitado, especialmente un mayor intervencionismo del estado en la economía, sobre todo a través de las grandes empresas públicas -Dilma es miembro del consejo de administración de Petrobras- y del Banco do Brasil.

"Este discurso de crecimiento inducido por el gobierno y grandes empresas estatales nos preocupa. Ha fracasado en el pasado", asegura Rodrigo Nogueira, de la constructora JC Gontijo Engenheira, a la agencia Reuters.

El tema no es baladí, dado el periodo en el que Dilma gobernaría Brasil, entre 2011 y 2014, es decir, los años decisivos para preparar las infraestructuras del Mundial de Fútbol y sobre todo de los Juegos Olímpicos de Río, que dependerán en buena medida de la confianza del inversor extranjero.

"Es importante saber si va a seguir la misma línea macroeconómica de Lula para mantener las inversiones extranjeras", subraya la experta de Fride, que recuerda que Lula utilizó también una retórica de izquierdas en la campaña que le llevó a la victoria, en 2002, y que luego cambió al llegar a Plan Alto, la sede del Gobierno, en Brasilia.

Posible pérdida de calidad democrática

Pero, más allá del riesgo económico, la forma en que Dilma ha llegado a esta proclamación como candidata ha avivado un miedo político en Brasil más profundo: ¿Hasta qué punto su imposición no supone una pérdida de la calidad democrática del país?

Las especulaciones sobre un posible retorno de Lula en 2014 -que él mismo se ha encargado de desmentir en una reciente entrevista- y palabras como la de su predecesor, Fernando Henrique Cardoso, que la califica de "marioneta" del actual presidente, alimentan el debate en la prensa brasileña, que evoca el fantasma de los métodos del PRI mexicano.

Mientras, Dilma, que en cierto sentido lo ha visto todo en la trastienda del poder con total firmeza y lealtad -eso fue lo que la llevó a la Casa Civil tras el escándalo de corrupción de su predecesor, José Dirceu- confiesa que aún no ha visto nada.

Su mentor es la prueba viviente de que tiene razón. Antes de ser el presidente más popular de la historia de Brasil, Lula saboreó hasta en tres ocasiones las mieles la derrota.

Ahora, su "delfina" tiene la oportunidad de cambiar el destino trágico de los candidatos novatos del Partido de los Trabajadores. Así evitaría que, sin presentarse, Lula cosechase su cuarta y quizá más amarga derrota.