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Atlas de lo pequeño

Claudio repica las campanas de su pueblo desde hace 60 años

  • El último campanero de Arabayona sigue con la tradición a sus 89 años
  • Sube al campanario para llamar a misa, toca a clamor por los muertos, anuncia las fiestas…
  • Su hijo es la última esperanza para que el toque de campanas no enmudezca | España Directo

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España Directo - Atlas de lo pequeño: El último campanero de Arabayona

El depósito del agua besa el cielo de Arabayona, aunque es la iglesia la que lo rasca. Claudio Martín de Dios no es muy alto, pero está a la altura del skyline de su pueblo. A sus 89 años, sigue subiendo al campanario a llamar a misa a los vecinos cada domingo, desde hace 60 años.

En el garaje de su casa guarda todavía los aperos del labrador que fue. “Ahí están los yugos de las mulas de aricar, el yugo de los bueyes de arar… “. Señala con el bastón una pared forrada de aparejos. “He sido labrador toda la vida, desde los nueve años que empecé a trabajar” para ayudar a la economía familiar.

Claudio Martín de Dios
Claudio Martín de Dios

Claudio Martín de Dios Laura García Rojas

El campo fue su gran pasión, pero de lo que se niega a jubilarse es de su papel de campanero y de guardián de la iglesia. La llave, negra y pesada, cuelga de la pared. El guardián de las tradiciones es en realidad un moderno y se mueve por el pueblo en bicicleta eléctrica. “Uy, la utilizo para ir a todas partes. Antes tenía una de las que había que dar los pedales”. La aparca con soltura a la puerta del templo, y saca esa llave que pesa un quintal para abrir con estruendo el portalón. “Como me marche yo no hace falta que abran la puerta con la llave, porque no va a venir nadie… Hay domingos que vienen 22 vecinos, no más. Recuerdo hace 80 años, que tenía yo nueve años, se llenaba la iglesia a tope”, dice con pesar.

La llave del portalón

La llave del portalón Laura García Rojas

Cuando las campanas no repiquen

A su lado, su hijo Jesús lo mira con aprobación. “En las fiestas, los domingos, cuando muere alguien… En el momento en que las campanas dejan de sonar, pues va a faltar algo”, asegura.

Se oyen voces en la sacristía. Ana María Miguel (57 años) y Maribel González (60 años) forman parte del coro de la iglesia y, además, se encargan de adecentarla. La dejamos “como los chorros del oro”. La limpian cada dos meses, pero “si hay mucha suciedad venimos antes”, explica Ana. “Yo conozco a Claudio tocando las campanas toda la vida. Ahora, para la edad que tiene, es muy peligroso subir al campanario”. Por eso, todavía tiene más mérito que Claudio se resista a abandonar el toque de campanas. Enciende la luz y se ilumina una escalera de caracol estrecha. “Este cachillo hay que hacerlo a gatas”. Y como un gato sube Claudio ese tramo de escaleras.

Claudio Martín a sus 89 años sigue subiendo al campanario
Claudio Martín a sus 89 años sigue subiendo al campanario

Claudio Martín a sus 89 años sigue subiendo al campanario Laura García Rojas

En el campanario sopla el viento con ganas, pero a este hombre risueño no le importa. Le falta tiempo para explicar el sonido tan distinto de cada una de las campanas. “Esta tiene un toque muy fino, pero aquella tiene un toque triste, triste. Ahora lo vas a ver”. Se empeña en tocar a clamor. “Si es hombre el que ha muerto, se dan tres clamores”. Si es mujer, dos. Las campanas hablan. Si se toca a rebato, se avisa a la población de una emergencia. Cuando repican, se llama a fiesta. “El repiqueo es mi toque favorito”, asegura. Desgraciadamente, las campanas de Arabayona no están para muchas fiestas. Con Claudio se acabará la tradición. Solo Jesús, que aprendió a tocar siendo monaguillo, tiene en su mano que no callen para siempre.