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GEN Z TOPICS

Sobre tomar decisiones con la cabeza y no con el corazón

  • Protegerse a uno mismo siempre será la mejor de las opciones
  • El saber mirarnos desde fuera quizá nos haya salvado de más de un camino de fango

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Obra de Banksy, "Niña del globo"
Obra de Banksy, "Niña del globo"

Aquello de "pensar con el corazón" más que una forma de hablar y manera de ver la vida es ya todo un hecho real. Hace años se descubrió que el corazón, hablando de él como órgano vital y no en sentido figurado, tiene sus propias neuronas y que además puede llegar a intervenir en la percepción de la realidad. Ahora bien: dejando de lado la ciencia, confieso que aquello de dejarse llevar siempre fue una utopía para mí, por no decir un reto que nunca me gustó ni terminó de convencer.

Cuando algo escapa de nuestro control, y más en esta vida de cuadrículas y (supuesto) perfeccionismo constante en la que no hay cabida a ningún tipo de error, parece que todo se desmorona. El vértigo de no saber con certeza el final de una historia -que si puede ser rápido, breve e indoloro, mejor- causa en la persona una incertidumbre infinita que corta hasta el aire. Pero existe una cosa aún peor que la incertidumbre: el trágico final (la hostia para los amigos) que hace incluso que uno se acuerde y maldiga el momento en el que dio el primer paso. "Mira que lo sabía"; "en qué hora cedí"; "eso me pasa por...". El dilema entre tomar decisiones con la cabeza o con el corazón y la elección entre arriesgarse o asegurarse puede ser menos evidente y más difícil de lo que parece. Y para qué engañarnos: protegerse a uno mismo se convierte a veces en la mejor de las opciones.

A lo largo de la historia, numerosos filósofos han estudiado y reflexionado sobre la conciencia, el "conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios" (así la define la RAE). Siguiendo a Kierkegaard, padre del existencialismo, en sus comentarios sobre el famosísimo y legendario mito de Adán y Eva, este sostiene que el mal se encuentra por defecto en el mundo. Que el mal ya está cuando llegamos, porque nos topamos con él, y nuestra conciencia es la que despierta a la responsabilidad de elegir qué hacer y qué no hacer. Y lejos de cualquier relación con el pecado e ignorando totalmente la interpretación religiosa de este mito -porque nunca me gustó toda esa parafernalia-, lo cierto es que la historia de Adán y Eva es aplicable a cualquier tipo de situación en la que uno dude entre si "tirarse a la piscina" o no. Simplifiquemos por un momento la fábula más famosa de la historia de la humanidad en solo eso: saber que algo no nos conviene pero aún así quererlo.

Ser capaces de identificar y diferenciar entre el camino correcto y el incorrecto parece una obviedad que se suele pasar por alto pero que luego resulta ser la raíz de todo desenlace infausto que venía acechando tiempo atrás. Es gracioso -irónicamente, claro-, porque a veces ese final lo sabemos, lo intuimos, lo vemos de lejos, y lo mejor de todo: nos da igual. Dichosos aquellos ojos que no quieren ver, aquella venda que no quiere caerse o aquel autoengaño que, paradójicamente, miramos fíjamente a la cara, sabemos que está ahí y dejamos que permanezca hasta Dios -o quien sea- sabe cuándo (otra cosa es cuando nos topamos con el dolor de repente, sin previo aviso, porque es lo que nos ha tocado). Porque tan importante es saber identificar qué está bien o está mal como el sentirse libre de poder elegir en su total plenitud. El sociólogo Zygmunt Bauman, uno de los intelectuales más relevantes del Siglo XX, dijo que "la libertad solo se obtiene a costa de la incertidumbre", y una vez que uno se equivoca (una o mil veces, qué más da eso) y aprende a separar a los sentimientos de la razón, obtiene esa libertad traducida en un dominio de la situación tan poderoso que te hace sentir como la deidad omnipotente. ¡Ay, corazoncito, que creías que ibas a poder conmigo... pero no!

En el corazón tenemos 40.000 neuronas, las mismas que en un solo milímetro cúbico del cerebro (¿habrá entonces que empezar a utilizar a este más?). Annie Marquier, matemática e investigadora de la conciencia, estudia las funciones de las neuronas del corazón. Dice que, gracias a estas, el corazón puede "tomar decisiones para pasar a la acción independientemente del cerebro y que también puede aprender, recordar e incluso percibir".

Aprender, recordar e incluso percibir. Tres funciones vitales que poco o nada tienen que ver con que errar no sea humano o esté mal equivocarse. No, eso nunca. Pero sí que cada uno, dentro de su propio tiempo vivido y experiencia, ha sido capaz en algún momento de su vida de separar cabeza y corazón de un mismo ser. El saber mirarnos desde fuera y el hablar con nosotros mismos como si de otra persona diferente se tratase quizá nos haya salvado de más de un camino de fango. A modo de autoconsejo y con la autocrítica como amiga los sentimientos se desvanecen o, como mínimo, pasan a un segundo plano para saber actuar desde la lógica (cabeza) y no desde el deseo (corazón). Llegados a ese punto, la persona es capaz incluso de controlar los impulsos naturales, todo con el fin de no salir herida más adelante. Quizá el precio a pagar sea el no disfrute y el rechazo al conocidísimo carpe diem, así como la preocupación constante por el futuro. Sin embargo, en algunos casos saldrá rentable, pues el aliado será el poder asegurarnos que al menos el final no dolerá (o dolerá menos, quién sabe), consiguiendo una mínima garantía y un futuro más o menos firme -algo que, con la que está cayendo, se parece más a una fantasía que a otra cosa-.

La RAE define el término "querer" como "amar, tener cariño, voluntad o inclinación a alguien o algo". A su vez, define "necesitar" como "tener necesidad de alguien o algo". Y si "tener cariño" y "tener necesidad" no conviven en una misma definición, ¿por qué el ser humano se empeña en unir el "querer" y el "necesitar" en la suya propia? "Nada es infinito, te quiero pero no te necesito. No confundamos términos", cantaba -o más bien, acertaba-, Juancho Marqués, allá por 2014. Y atribuible esto al resto de los tiempos.