Furtivismo, delito y arraigo

Con las celebraciones navideñas, los precios del marisco se disparan y también la actividad de los que se dedican al marisqueo furtivo. En Galicia, con más de 1.500 kilómetros de litoral, la captura y venta de moluscos y crustáceos es uno de los motores de la economía, de la legal y de la que se alimenta de un lucrativo mercado paralelo. Un equipo de Informe Semanal ha recorrido varios lugares de la costa gallega para el reportaje ‘Furtivismo, delito y arraigo’.
En lugares como Cabo da Cruz (A Coruña), los mariscadores de la cofradía han tenido que contratar a 9 guardas para perseguir a los furtivos. Desde 2015 el marisqueo furtivo es delito, con penas de hasta dos años de cárcel, pero los más habitual es que las condenas sean de multas que no llegan a poder cobrarse. Los que lo practican alegan que no encuentran otro trabajo, que lo hacen, aseguran "por necesidad, porque hay que sobrevivir". Uno de ellos, admite que en la Nochebuena del año pasado le pagaron 3.000 euros por los percebes que vendió. Él se mueve casi en solitario con poca infraestructura, pero el Seprona se enfrenta también a grupos organizados que tienen embarcaciones y usan coches lanzadera para evitar que les intercepten.
En Galicia, con el furtivismo hay una cierta indulgencia social, pero en las zonas costeras donde la gente vive de la extracción del marisco la tolerancia social es ya muy reducida. "Se piensan que el mar de todos y las almejas son de todos, y el mar es de todos, pero las almejas no", insiste Susana Silva, mariscadora de la asociación "Mulheres Salgadas". Ellas siembran cada otoño miles de kilos de almejas y se confiesan cansadas del paso de furtivos de todo perfil, desde los "profesionales" a los del "puñadito para la paella".