No pregunto la manera de tirar piedras al campo, de ajustarme los riñones con la ayuda de un abrazo, de acordarme de la Luna y olvidarme del de al lado. No pregunto en los altares el dolor de estar casado. “No pregunto” es la respuesta. No respondo por encargo. No me importa preguntarme por el tonto de mi barrio. Si pregunto en Hortaleza, me responde un vallecano.
No pregunto por las líneas a la palma de la mano. No pregunto a los de arriba por la voz de los de abajo. No pregunto a los que besan ni pregunto a los besados, ni respondo con vergüenza las preguntas a mi rabo. No pregunto lo que olvido, me olvidé de preguntarlo. No pregunto lo que supe desde niño en el capazo. Si pregunto a La Moncloa, me responden en El Pardo.
No pregunto al perezoso del porqué de estar cansado. No pregunto a los idiotas el origen de su estado, ni a mi madre por mi padre, ni al camello por el narco, ni al fascista los motivos de creerse democrático -cuatro dedos abatidos y el del medio levantado-. No pregunto al sacerdote la razón de sus pecados. No pregunto lo que digo si me doy por enterado.
