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6.370 kilómetros separan el reinicio de cientos de vidas ucranianas: "Para cruzar la frontera atravesé un río a nado"

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El estallido del conflicto entre Rusia y Ucrania ha animado a un grupo de conductores que acabaron formando una comitiva de más de treinta taxis y dos autocaravanas con los que afrontar un viaje de dos días en carretera hacia Przemysl, en la frontera polaca.

24 horas - Regresa la caravana de taxistas madrileños con 133 refugiados ucranianos - Escuchar ahora

Partían de Madrid cargados de alimentos, ropa, productos de higiene básica, carritos y sillas para los más pequeños. Un viaje con intención de aportar toneladas de ayuda humanitaria y, a la vez, acoger a la vuelta del viaje a más de cien refugiados ucranianos en España.

Caravana de taxis madrileños deja quince toneladas de ayuda humanitaria en la frontera polaca y traer a 133 refugiados

Más de veinte taxis parten de Madrid cargados de quince toneladas de material humanitario. Su misión es dejarlo en la frontera polaca con Ucrania y rescatar del conflicto a un centenar de refugiados ucranianos para traerlos de vuelta a España. Àlex Llorca

En coordinación con ONG polacas y españolas, el convoy partió con la misión principal de rescatar del conflicto a un centenar de refugiados ucranianos y llevarlos a Madrid.

Treinta horas sin dormir y un cambio de ruta: "La frontera ya no es segura"

La terminal T4 del Aeropuerto de Madrid fue el punto de partida de esta historia. Dos conductores por vehículo garantizaban una ruta ininterrumpida a través de España, Francia, Alemania y Polonia hasta alcanzar la frontera.

Sin pausas para dormir, el viaje transcurrió de madrugada sin incidentes hasta llegar a Reims. Al norte de Francia todo se torció. Primero, uno de los vehículos sufrió una avería y estuvo cerca de abandonar el convoy; más tarde llegó un comunicado que cayó como una losa: la frontera ya no era segura.

Taxista: No es seguro atravesar Hungría con banderas de Ucrania en el lateral de los coches

Con más de tres millones de desplazados según ACNUR, la frontera con Polonia ha venido acumulando un gran número de refugiados que ha desbordado a las ONG en la frontera. Tanto es así que a los conductores se les dice que la carga y los vehículos corren peligro. El 13 de marzo por la noche Rusia bombardeó Yavoriv, localidad a escasos 50 kilómetros del centro donde esperaban las familias que los taxistas pretendían recoger.

Con el cambio de ruta se plantean dos opciones. La primera es Oradea, en la frontera con Rumanía. Rápidamente el grupo descarta esta posibilidad preocupados por el camino y el hecho de avanzar por un país desconocido para muchos. "No es seguro atravesar Hungría con banderas de Ucrania en el lateral de los coches", nos dicen algunos conductores que habían engalanado sus vehículos como muestra de apoyo al pueblo ucraniano.

La segunda opción es mantener el rumbo, pero alejarse de la frontera. Se decide tomar este camino y descargar las quince toneladas de pañales, ropa, medicamentos y comida en un almacén en Varsovia. Después de tomar la decisión, los conductores descansan finalmente tras treinta horas sin dormir.

Primera parte del propósito conseguida: "No esperábamos una ayuda así"

Varsovia recibe al convoy con una noche fría, helada. Temperaturas bajo cero que no enfrían el ánimo de los conductores. A la llegada, todos encienden sus luces verdes. Los taxis ya están disponibles para cargar pasajeros después de más de 3.000 kilómetros de ruta.

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La madrugada del domingo comienzan a descargar las cajas. Una a una, mano a mano hasta el almacén. Los paquetes españoles poco a poco ocupan las paredes. Un juego de encaje que sorprende por la magnitud.

"Me llamaron hace cuatro horas y me dijeron que venían veinte coches desde España. Luego eran treinta. Desde luego, no esperaba una ayuda así", dice Natalka, con una sonrisa enorme. Ella trabaja para Human Doc Foundation y es ucraniana. Nos cuenta que sus padres todavía siguen en el país vecino y que todas las cajas y bolsas llegarían en las próximas horas a la frontera, donde la situación es crítica.

En poco más de una hora, al ritmo de la música y con los setenta conductores y conductoras implicados, las quince toneladas abandonan los maleteros e inician una nueva ruta hacia las regiones limítrofes con Ucrania.

Más de cien experiencias diferentes

El pasado 28 de febrero a Okshana y a su hijo Alexei les despertó a las cuatro de la madrugada el sonido de una explosión. Járkov estaba siendo bombardeada por la artillería rusa y el refugio más cercano era el sótano de su casa. Aquel pequeño espacio se convirtió durante diez días en el único punto seguro de la ciudad para ellos. Primero pasaron frío, más tarde el hambre empezó a carcomer sus tripas y Alexei, de nueve años, acabó cayendo enfermo.

Con la llegada de la ayuda humanitaria a Varsovia, madre e hijo aprovecharon para huir escondidos en uno de los camiones. Así cruzaron la frontera hasta Varsovia. “Qué raro. No hay ruido de bombardeos”, escribía Okshana a una amiga tras pasar la primera noche en la capital polaca. Allí los encontramos.

A las afueras de Varsovia, a unos 30 kilómetros de la capital polaca, es difícil encontrar una estampa que diste de grandes plantaciones de cereal y fábricas. Las carreteras atraviesan en línea recta estos campos, sin giros sinuosos ni manchas en el horizonte que llamen la atención o hagan levantar la vista. En este entramado de asfalto y tierras de cultivo se alza un centro antaño de convenciones que ahora alberga 7.000 camas para refugiados ucranianos.

En la puerta de acceso, varios centenares de familias esperan un destino. Muchos, como Yulia y su hijo, quieren ir a Alemania, a reunirse con familiares. Otros como Andrei, un joven ucraniano de 26 años, solo quieren alejarse de Ucrania.

En el interior del pabellón el ambiente es tenso. La megafonía advierte de las normas de comportamiento, mientras miembros del ejército polaco vigilan las instalaciones. Las camas están en el suelo, como todas las pertenencias de los allí reunidos que acuden en tromba a las puertas cuando se anuncia que un autobús o coche sale de Polonia.

En una de las esquinas, las familias buscan entre montañas de ropa donada por voluntarios alguna prenda que abrigue o que pueda serles de utilidad para una nueva travesía. El hastío reina entre las familias que solo cuentan con la distracción de los más pequeños. Hay muchísimos niños correteando, jugando, gritando y llorando. Es la banda sonora de los desplazamientos forzosos.

Un nuevo capítulo para 133 personas que reinician vitalmente

Poco a poco, las ONG encuentran a las personas que viajarán con los taxistas. Son mujeres y niños, principalmente, con familias muy numerosas, y que salen del recinto por la parte trasera. Los conductores los reciben con aplausos y visible emoción. Es el primer saludo, el primer intercambio de palabras básicas. La barrera del idioma no impide a todos los reunidos comprender que este es el primer paso hacia una nueva vida.

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Por cuestiones de logística, los conductores tenían previsto recoger a 120 personas, pero sacrificando espacio personal y desplazando parte de los equipajes se logra más acomodo. 133 ucranianos y ucranianas se montaron, finalmente, en los coches y deshicieron el camino inicialmente recorrido por los taxistas.

Dos días de intercambiar pareceres y experiencias a través de la mímica y los traductores en internet. Así conocemos la historia, por ejemplo, de Elena y su marido. La guerra les sorprendió de vacaciones en el que fuera su país de residencia y regresan a España para reunirse con su hijo. Son optimistas y creen que volverán pronto. Otras historias, como la de Olga, son más tortuosas. Salió de Kiev con lo puesto y atravesó el país a pie durante una semana. Para cruzar la frontera tuvo que cruzar un río a nado. Viaja a España porque, simplemente, cree que es un país más seguro.

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Son 133 historias que a partir del jueves 17 de marzo de 2022 han comenzado un nuevo capítulo en Madrid y que le deben la oportunidad a un grupo de taxistas que un día decidieron hacer más de 6.000 kilómetros para ayudar.

Una ayuda que ya agradecen Okshana y Alexei, que en estos momentos viajan rumbo a Málaga con su familia de acogida. Allí están lejos del frío. Lejos del hambre. Lejos de los bombardeos. Y lejos de aquel sótano donde empezó su nueva vida.