Enlaces accesibilidad

La última lágrima de Marcelino, el mejor payaso del mundo

  • Marcelino triunfó sobre los escenarios de todo el mundo a principios del siglo XX
  • Nacido en Jaca, tuvo un trágico final y fue admirado por Chaplin y Buster Keaton
  • Una gran exposición en Huesca recupera la figura del payaso acróbata

Por
Mira las únicas imágenes en movimiento que se conservan del payaso jaqués Marcelino

A Marcelino le llamaban el Príncipe de los Payasos, era de Jaca y su historia es tan apasionante y trágica como desconocida. El aragonés fue admirado por Chaplin o Buster Keaton, compartió escenario con Houdini y guió los pasos de un debutante Clark Gable a principios del siglo XX.

Eran otros tiempos. El auge de la clase media y las conquistas sociales arrastran al público en masa a los teatros, donde aclaman al payaso acróbata. Marcelino tuvo el mundo a sus pies pero paradójicamente se quitó la vida completamente arruinado, y lejos del favor de las tablas que tanto le dieron. Su nombre se ha perdido entre las brumas del olvido, envuelto en ciertos toques de fantasía que él mismo se encargó de propagar.

Retrato de Marcelino en su época de esplendor. Biblioteca de Nueva York

Una gran exposición recién inaugurada en la diputación de Huesca y varias publicaciones, se han propuesto desempolvar recuerdos y repasar la intensa carrera del payaso [Mira en el encabezamiento de esta noticia las únicas imágenes en movimiento que se conservan de Marcelino]

Su origen español era uno de los misterios sin resolver. El periodista aragonés Mariano García Cantarero lo sacó a la luz a través del cotejo de su identidad en los archivos de la neoyorquina Isla de Ellis, a la que arribaban los inmigrantes en su entrada a EE.UU.

Su ardua investigación ha quedado recogida en Marcelino, el mejor payaso del mundo (Editorial Mira), que recoge las andanzas del mimo y está cuajado de curiosidades.

Nacido en Jaca como Marcelino Orbés Casanova (Jaca, 1873- Nueva York, 1927) e hijo de unos humildes labriegos pirenaicos, se enroló siendo tan solo un niño en la compañía circense de Los Martini, relata el periodista en una entrevista para el programa Marca España de RNE, y desliza que quizás difuminó su verdadera nacionalidad porque sus comienzos fueron muy difíciles en la España rural del siglo pasado.

De pequeña estatura y complexión fuerte, adopta el nombre artístico de Marceline y sus capacidades acrobáticas le llevan a las pistas del Circo Price de Madrid y al Alegría de Barcelona donde arranca su ascenso.

Ídolo de masas

Marcelino militó en los circos europeos más prestigiosos como Lockhart en Francia, Carré en Holanda y Hengler en Gran Bretaña. Hasta que da el salto al meollo del West End londinense.

El payaso ficha por el teatro Hippodrome de Londres y deja huella en un jovencísimo Charles Chaplin, de tan solo 11 años, con quien coincide en la Pantomima La Cenicienta.

“Chaplin lo cita en sus memorias, en las que apenas habla bien de muchos de sus compañeros de profesión pero muestra un gran cariño por Marcelino, Chaplin dice que era francés, algunos testimonios dicen que era florentino, español, catalán….”, señala Mariano García .

Cartel del espectáculo del teatro Hippodrome de Nueva York. Colección de Víctor Casanova.

En la capital británica Marcelino empieza a forjarse como ídolo de masas y arrastra a una cohorte de incondicionales seguidores. La fiebre por el clown se multiplica y los periódicos recogen que una princesa india le envía una joya cada día para intentar seducirle. Él pide ayuda a la prensa para frenar sus avances, en una suerte de vodevil publicado.

El artista era lo que se conocía como payaso “augusto”, una figura torpe y desaliñada que intentaba ayudar no dejando trabajar a nadie. Un mimo que mezclaba humor y tristeza en números que encandilaron por igual a adultos y niños, en un estilo ya extinguido.

“A Marcelino le encantaba actuar para los niños a pesar de que el no haber tenido hijos fue una de las grandes penas de su vida. Tenía una intuición pedagógica muy desarrollada y decía que él no hablaba en el escenario, sino que silbaba, porque los silbidos eran más fácilmente imitables por los niños y así podían jugar con sus amigos a ser Marcelino”, explica a RTVE.es Víctor Casanova, uno de los comisarios de la exposición de Huesca y autor de Muerte y vida de un payaso (Editorial Pregunta), donde indaga en las claves del ascenso y la caída del astro.

Si en Londres el clown

Marcelino era un payaso "augusto", una figura torpe que siempre estaba haciendo cosas. Foto: Colección Víctor Casanova

Su fama en este periodo se dispara y trasciende lo artístico. El payaso actúa cada mes para más de 250.000 personas-un hijo de Rockefeller alquila un palco solo para verle-su nombre inspira juguetes, protagoniza un cómic e imparte un curso de circo al que se apuntan centenares de fans de todos los estados.

"Esta afluencia masiva del público al teatro creó por primera vez la figura de las estrellas, que despertaban interés no solamente sobre las tablas sino fuera de los escenarios. Además, Marcelino alimentó siempre los mitos sobre su vida y el misterio de lo que escondía la pintura de su cara hicieron que los periódicos reflejaran a dónde se iba de vacaciones (a Atlantic City, a las cataratas del Niágara) o lo que hacía después de actuar (curiosamente, le encantaba ir al cine). El público le quería y durante una temporada en la que dejó el teatro para abrir un restaurante a diario le llegaban cartas del público que le pedían que volviera. Marcelino no pudo resistirse”, responde desde Nueva York Víctor Casanova.

La ciudad de los rascacielos le adora y los neoyorquinos acuñan el verbo “to marceline” o “marcelinear”, como ejemplo de una persona que parece que hace muchas cosas pero en el fondo no hace nada, como representaba el personaje de sus parodias.

Pero algo por dentro se rompe y las risas se tornan en lágrimas en esta historia. Con dos fracasos matrimoniales que le afectaron profundamente y varias inversiones ruinosas a la espalda, el brillo de Marcelino comienza a marchitarse. A lo que se suma la irrupción del cine, un nuevo arte que provoca el cierre de cientos de teatros.

Postal del Teatro Hippodrome de Nueva York

Marcelino, muy orgulloso a decir de sus biógrafos y quizás sacando su vena aragonesa, no supo o no quiso adaptarse a los nuevos tiempos y al cambio caprichoso de los gustos del público, y solo acierta a participar en dos pequeñas películas.

“Creo que durante toda su vida se sintió muy solo”, apunta el periodista Mariano García Cantarero sobre las posibles causas de su congoja.

Sumido en el pozo de la depresión, el clown se suicida con tan solo 55 años, siguiendo un ritual ciertamente teatral. Vestido de gala, despliega sus fotos de éxitos sobre la cama de una fría habitación de hotel. Había vendido su última posesión, un alfiler de corbata, con el que compró una pistola y se descerrajó un tiro.

"Cada vez le llamaban menos, estaba arruinado y se vio abocado a actuar en convenciones y eventos deportivos. En el último año y medio de su vida solo actuó durante seis semanas (…) Marcelino no quiso que nadie escribiese el guion de su propia vida y la muerte fue el último acto de afirmación de su dignidad. Al día siguiente su nombre volvió al lugar del que nunca hubiera querido irse, las portadas de los periódicos. El público no le había olvidado”, señala el comisario de la muestra oscense.

Su muerte fue publicada en el New York Times y a su funeral solo acudieron unas ochenta personas. Un gran ramo de flores blancas despidió a Marcelino. Lo envió Chaplin en memoria del payaso triste al que tanto admiró.

Luces y sombras sobre Marcelino Orbés

La muestra de la diputación de Huesca exhibe numeroso material original sobre la vida y la carrera de Marcelino Orbés, así como reproducciones digitales.

En total, son cerca de 300 obras entre documentos, fotografías, carteles, programas, postales, revistas, libros, objetos y prensa (Sala de exposiciones de la Diputación de Huesca. Hasta el 25 de febrero de 2018)

Retrato de Marcelino en 1925. Colección Víctor Casanova.

Marcelino era hombre de teatro y su exposición, comisariada por Víctor Casanova y Jesús Bosque se plantea como una representación que transcurre en los diferentes espacios de la sala:

Pasen y vean, invitando a entrar con la promesa de un gran espectáculo.

Bienvenidos, con el saludo de Marcelino en movimiento. Esta película, que permanece en los almacenes de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, nunca antes ha sido proyectada en España.

Se abre el telón. Nace Marcelino y muy pronto, con el circo, se lanza a recorrer España e Europa hasta terminar alcanzando gran fama en Londres. Casi desde el inicio construye un personaje que acaba confundiéndose con la persona.

El gran espectáculo. Nueva York, capital del mundo, construye el mejor teatro para el mayor espectáculo. Buscando la excelencia llaman a Marcelino para ser la estrella.

- Luces y sombras. Los tiempos cambian y los gustos del público también. Los reveses personales no ayudan, pero aun así el personaje busca nuevos caminos.

La última función. Frente a frente, la persona y el personaje se enfrentan a un trágico final. Aun así, un legado y un homenaje queda en aquellos que trabajaron con Marcelino y los que disfrutaron con su arte