El imperio crece y se expande.
A medida que se conquistan ciudades
y se fundan otras nuevas,
se despliega una gran red
de carreteras para comunicarlas.
A través de ella las riquezas
de los territorios conquistados
son transportadas por todo
el Imperio y llevadas a Roma.
Alimentos, bienes y productos
son intercambiados y distribuidos
por todo el territorio conquistado.
Gracias a las carreteras el comercio
y el bienestar romano
alcanzan un desarrollo y unas
magnitudes jamás logradas antes
por ninguna otra civilización.
Año 68.
El general Sulpicio Galba
se ha refugiado en Clunia,
una de las ciudades más importantes
del norte de Hispania.
Galba había iniciado una
conspiración cuyo objetivo
era derrocar al emperador Nerón,
pero tal empresa había fracasado.
Galba sabía cuál iba a ser
su terrible final y, aterrado,
decide quitarse la vida
antes de que lo atrapen.
Pero justo antes de consumar
su suicidio
un mensajero llega con una
sorprendente e inesperada noticia.
El emperador Nerón ha muerto.
Si la noticia de la muerte de Nerón
hubiera llegado un poco más tarde
Sulpicio Galba habría muerto.
Sin embargo, la rápida llegada
de la noticia
no solo evitó el suicidio
del general,
sino que lo convirtió en emperador.
Clunia adquirió el rango
de colonia romana
y pasó a llamarse Clunia Sulpicia
al ser el lugar donde Sulpicio Galba
se proclamó nuevo emperador.
Clunia estaba situada
en la vía romana
que comunicaba Caesaraugusta
con Asturica Augusta,
actuales ciudades españolas
de Zaragoza y Astorga.
La distancia por carretera
desde Roma hasta Clunia
era de unos dos mil kilómetros
y la noticia de la muerte de Nerón
llegó al general Galba
en tan solo siete días.
Eso significa que el mensajero
recorrió más de 280 k. diarios
durante siete jornadas
ininterrumpidas.
Algo realmente impresionante.
No hay caballo, ni posaderas
de jinete, que aguanten tal empresa.
Entonces ¿Cómo logró llegar
el mensaje en tan poco tiempo?
Visitaremos algunos lugares que nos
aportarán pistas importantes
que, quizás, nos permitan contestar
a esta pregunta.
Comenzaremos por un pequeño lugar
del norte de España,
a unos 40 kilómetros de la ciudad
de Pamplona, llamado Liédena.
En 1921, aquí, al lado del río
Irati, unas labores agrícolas
pusieron al descubierto un mosaico
que estaba enterrado.
El descubrimiento incentivó diversas
excavaciones que en las décadas
siguientes pusieron al descubierto
estos restos.
Conforman un complejo arquitectónico
de casi dos hectáreas.
Los estudios mostraron un peristilo
decorado con mosaicos
sobre el que se abría un gran salón.
Se localizaron también dos conjuntos
termales separados.
Un gran patio de recreo
con un estanque.
Y otro gran patio,
al este del conjunto,
bordeado por gran cantidad
de cuadras.
Muchos estudiosos interpretaron
el complejo como una villa,
establecimiento privado rústico
de explotación agrícola
que, por sus dimensiones
y por disponer de baños,
debió de pertenecer a alguien
importante
y de alto poder adquisitivo.
Y esta ha sido, y sigue siendo,
la hipótesis más difundida sobre
este yacimiento.
Sin embargo, hay varios datos que
apuntan a otro tipo de instalación.
En el entorno no hay ninguna
extensión agrícola de importancia.
No parece posible que este sitio
pudiera sobrevivir
del cultivo de las tierras.
Por otra parte, su estructura
arquitectónica se aparta
de forma evidente
del estándar empleado
en la mayoría de las villas romanas.
Sorprende en especial el gran número
de estancias, su uniformidad
y su disposición correlativa.
Y algo extraño
para una villa de lujo.
Estaba situada justo al lado
de la vía romana
cuando, lógicamente,
las villas privadas,
y más aún las villas de lujo,
se apartaban a una distancia
prudencial de la vía romana,
evitando la publicidad
y las molestias que los viajeros
ocasionaban,
buscando ante todo discreción
y seguridad.
La explicación lógica a este
misterio es que la llamada
“villa romana de Liédena”
no era en realidad una villa
destinada al recreo de un gran señor
o a la explotación agrícola.
Se trataba de un establecimiento
al servicio de la calzada romana
que pasaba por aquí.
Es decir, el equivalente a un hotel
moderno de carretera,
donde los viajeros podían descansar
y dormir,
además de asearse y relajarse
en los baños.
También comprar,
ya que debió de tener sus propias
tiendas o tabernae.
Y, evidentemente y muy importante.
Para dar servicio a los carruajes e
incluso al recambio de los caballos.
La disposición regular de tantas
estancias contiguas
responde muy probablemente
a establos
para albergar carruajes y caballos.
En la Historia Secreta de Procopio,
un destacado historiador bizantino
del siglo VI,
se habla del servicio postal romano.
En ella se explica que los mensajero
empleaban los mejores caballos,
que cambiaban frecuentemente
en las “postas”.
Lugares, además, habituales
de descanso y avituallamiento,
que estaban distribuidos
regularmente
a lo largo de las carreteras
romanas, y siempre junto a ellas,
para poder ofrecer con eficacia
sus servicios.
Así, podemos asegurar,
sin mucho miedo a equivocarnos,
que la llamada villa romana
de Liédena no es una villa romana,
sino una de las postas que daban
servicio a la carretera
que unía Pompaelo con Caesaraugusta.
Empezamos a comprender como un
mensaje podía llegar de Roma
a Clunia en tan solo siete días.
Sin embargo, una meditada reflexión
nos hace dudar de nuevo.
Cabalgando tantos kilómetros
a tal velocidad, y sin estribos,
porque los romanos no usaban
estribos,
un jinete rápidamente se agotaría
y su entrepierna sufriría graves
lesiones.
Entonces, ¿era el jinete sustituido
cada pocos kilómetros?
Y, si esto era así, ¿Qué sucedía
con el transporte de viajeros?
¿Acaso era un servicio mucho más
lento que el correo?
Para intentar dar respuesta
a estas incógnitas
viajaremos hasta el museo
del Arlés Antiguo.
Aquí, en el museo del Arlés Antiguo
tenemos multitud de relieves
provenientes de la antigua ciudad
romana de Arelate
y de otras ciudades cercanas.
Los relieves y las representaciones
gráficas que han logrado perdurar
nos suelen aportar datos
e informaciones muy interesantes
sobre la vida cotidiana romana.
Aquí nos encontramos con
un bajorrelieve donde podemos ver
un auriga conduciendo
un carro de carreras.
Se trata de una biga.
La biga era una clase de carro
tirado por dos caballos.
Este tipo de carros se empleaban
en las carreras de caballos
que tenían lugar en el circo,
uno de los edificios de espectáculo
de toda ciudad romana
de cierta dimensión.
Es por lo tanto un carro diseñado
y concebido
para alcanzar altas velocidades.
¿Podría haberse empleado
este tipo de vehículos
para el servicio de correos romano?
Iremos hasta Roma para hacer una
importante y reveladora reflexión.
Roma era el corazón del imperio
y muchas carreteras llegaban a ella.
Una de las carreteras más antiguas
e importantes era esta, la Vía Appia
que unía Roma con Brindisi,
una ciudad situada
a orillas del Mar Adriático
y que era uno de los puertos
comerciales
más importantes de la época.
Hoy en dia, la Via Appia ofrece
a caminantes y ciclistas
una experiencia única e inolvidable
a través de kilómetros de recorrido.
Sorprenden y llaman poderosamente
la atención, los innumerables restos
que de forma continuada se pueden
admirar a cada lado de la calzada.
Podemos admirar en este tramo
de la Vía Appia las grandes losas
conlas que fue realizada.
Imaginemos ahora una biga circulando
a toda velocidad
por un pavimento como este.
No es necesario realizar
un gran esfuerzo mental,
ni iniciar un simulacro,
para percatarse inmediatamente
de que es imposible mantener
una marcha rápida en estas
circunstancias.
Sin duda, el carro derraparía
o se desmantelaría
y los caballos y los viajeros
acabarían pronto por los suelos.
Seguimos por lo tanto sin contestar
a la pregunta
que insistentemente
nos venimos haciendo.
¿Cómo podían los mensajeros romanos
mantener altas velocidades
para llevar el correo?
Vamos a viajar hasta el centro
de la península ibérica
donde un hecho excepcional
nos ofrece una gran oportunidad
para responder definitivamente
a esta pregunta.
Aquí, cerca de la ciudad romana
de Úxama
se está construyendo
una moderna autovía.
Su trazado ha cortado la vía romana
que unía la ciudad romana
de Numancia con Osma.
Antes de que este tramo
de calzada romana
sea definitivamente “desmontado”,
se ha realizado una excavación,
lo que nos ofrece una extraordinaria
oportunidad de poder analizar
la técnica constructiva
de una vía romana.
Lo primero que llama la atención
son estos dos grandes bordillos.
Esto nos permite saber que el ancho
de esta calzada romana
era de unos seis metros y medio.
Podemos ver
que entre ambos bordillos
hay una cimentación
de grandes piedras.
Vemos claramente como las de abajo
son mucho mayor tamaño
que las de arriba.
Y aquí, más adelante,
vamos a ver una nueva capa.
Se trata de un recubrimiento
de gravas de tamaño pequeño,
o zahorras,
que constituían la última capa
por la que se transitaba.
Es decir, la capa de rodadura.
Esto nos aporta una visión
completamente nueva
de cómo era una calzada romana.
Porque nos delata que las carreteras
no estaban pavimentadas con losas,
como vimos en la Vía Appia,
sino con capas de gravas menudas
que se asentaban unas sobre otras
y todas ellas sobre una excelente
cimentación de piedras muy gruesas.
Esta es la respuesta, sin duda,
a todas las preguntas que nos hemos
estado realizando.
Las carreteras romanas, en contra
de la imagen popular que existe,
no estaban enlosadas.
El enlosado o el adoquinado,
se realizaba en el interior
de las ciudades, en las calles,
para evitar el polvo y el barro
y facilitar la limpieza.
Esto mismo, ocurría en la Vía Appia
a la salida de Roma
y también en otras muchas ciudades,
en las que una calle enlosada
se prolongaba fuera de la muralla
recorriendo el cementerio,
que incluía los mausoleos
y otros monumentos funerarios.
Pero, una vez que finalizaba
el cementerio,
el tratamiento urbano de la vía,
siempre se convertía
en una carretera funcional
de gravas menudas.
La imagen de las calles
y en particular la de esta
famosísima vía Apia,
ha creado un estereotipo
arqueológico y popular
que no se corresponde con la verdad,
porque en realidad, las carreteras
romanas no estaban enlosadas.
Comprendemos ahora que los caballos
pudieran ir al galope sin dañarse
las pezuñas,
ya que los caballos romanos
no estaban herrados,
y que los carros ligeros pudieran
desplazarse a gran velocidad
sin sufrir accidentes por circular
sobre resbaladizas losas.
Circulaban por carreteras con un
excelente pavimento, liso, regular,
sin baches, y bien mantenido.
Además, con un ancho suficiente
para permitir el cruce seguro
de dos vehículos,
manteniendo la marcha con total
comodidad y seguridad.
Gracias a todos estos datos podemos
atrevernos a describir
la técnica constructiva
con gran detalle
e imaginar cómo fueron construidas
las carreteras romanas.
Primero, se procedía a deforestar
una amplia zona,
desbrozando toda la vegetación;
después, en la franja donde se había
proyectado la vía,
se retiraba la tierra vegetal hasta
encontrar una base sólida.
A continuación, sobre esta base,
se colocaban los bordillos
de acuerdo con el ancho escogido
para la vía.
Entre los bordillos se colocaban
piedras gruesas
que servían como cimentación
y, sobre ellas,
otras capas de piedras más pequeñas,
mezcladas todas con áridos finos
para evitar que quedasen huecos.
Finalmente, en la capa de rodadura,
se añadían las zahorras,
un conjunto de gravillas, arena
y arcilla.
Los carros basculantes avanzaban
sobre las diferentes
capas compactadas,
para depositar los materiales
de la siguiente.
En un proceso en el que, después
del vertido en montones,
debía realizarse el extendido con
un tablón; el regado con una cuba
y, por último, la compactación
con un rodillo.
Un proceso continuo hasta acabar
de conformar la última capa,
la capa de rodadura,
que estaba compuesta de los mejores
materiales y de mayor calidad.
Sobre ella, circulaban los vehículos
y los animales de tiro.
La geometría final de la calzada
ofrecía ligeras pendientes laterales
que permitían desaguar el agua
de lluvia hacia el exterior,
para ser conducida lejos
de la calzada.
Y un dato relevante descubierto
hace poco.
A ambos lados de la calzada y a una
distancia de unos 20 metros de ésta,
se establecían las cunetas
de balizamiento
que impedían el acceso sin control
de los vehículos
desde fuera de la vía.
Estas cunetas, cuya existencia
se ha descubierto recientemente,
también aumentaban la visibilidad
del espacio periférico,
evitaban sorpresas
con la fauna salvaje,
y dificultaban el acecho
de eventuales asaltantes.
Con lo que ahora sabemos, esta
imagen que nos arrojan desde el aire
las excavaciones realizadas como
consecuencia de la construcción
de la moderna autovía, adquiere
un especial significado y valor.
La excelente calidad del pavimento
y el extraordinario diseño
de las carreteras romanas
permitieron la existencia de viajes
rapidísimos
y con largos recorridos diarios.
Y, como hemos visto en Liédena,
grandes instalaciones daban servicio
a los viajeros
por lo que, muy probablemente, los
viajes y los movimientos de viajeros
debieron alcanzar cifras
muy relevantes.
En unas excavaciones arqueológicas
realizadas en Bulgaria
aparecieron unos componentes
metálicos cuyo estudio
permitió la reconstrucción del carro
al que pertenecían.
El maravilloso resultado se expone
en el museo de Colonia.
Al ingenio de su diseño
constructivo,
se une que la cabina, el habitáculo,
está suspendido del chasis
en los cuatro puntos coincidentes
con la vertical del eje
de las ruedas.
Un magnífico y eficaz sistema
de amortiguación.
Realmente, esto es una verdadera
suspensión.
No sólo los hallazgos
en las excavaciones,
también los bajorelieves,
e incluso las pinturas,
nos han aportado una información
extraordinaria que nos ha permitido
descubrir la gran variedad
de vehículos
que fueron diseñados en función
de las distintas necesidades.
Para el transporte de pasajeros,
con cuatro ruedas,
contaban también con la raeda.
Algunas, sólo permitían alojar
a una o dos personas,
además del conductor.
Otras añadían un pequeño techo como
cubrimiento para el sol y la lluvia.
Y, con dos ruedas, el essedum,
un carro con el que podían
desplazarse muy deprisa;
los modelos más pequeños eran
conducidos por el mismo viajero.
También el carpentum, usado en las
ciudades y cubierto con una lona.
Y el cisium, un carro muy veloz
con ruedas muy altas de nueve
o diez radios.
Esta carruca de magistrados aparece
en un bajorrelieve
del museo Calvet de Avignon,
en Francia.
Se trata de un vehículo muy lujoso
que daba prestigio
a este tipo de funcionarios,
que se desplazaban para realizar
sus actos administrativos.
También destacaban las carrucas
dormitorias
cuyas notables dimensiones permitían
incluso que los pasajeros
pudieran ir durmiendo durante
el viaje,
gracias también a su excelente
sistema de suspensión
y a la uniformidad de la superficie
de las calzadas romanas.
Podemos dar credibilidad, así,
a los escritos antiguos que narran
como el emperador Tiberio viajó
durante más de dos días seguidos,
día y noche,
al encuentro de su hermano Druso,
gravemente enfermo,
para verle antes de su muerte.
El viaje representó jornadas
de hasta 300 kilómetros diarios
para ir desde Ticinum,
donde se encontraba Tiberio,
hasta Mogontiacum,
donde murió Druso.
El recorrido que Tiberio
tuvo que realizar,
y que los escritos nos confirman,
le obligó a cruzar los Alpes.
Esto, nos lleva inmediatamente
a una reflexión sorprendente:
Las pendientes de las carreteras,
incluso las que atravesaban
los Alpes,
debían de ser suficientemente suaves
como para permitir que los animales
pudieran arrastrar sin dificultad
vehículos pesados y sofisticados
como una carruca.
Esta limitación de la pendiente,
cuyo valor no era aconsejable
que superase el 6%,
representaba un tremendo reto.
Con su pericia y su dominio
topográfico
el ingeniero debía conjugar
los condicionantes orográficos,
intentando lograr el equilibrio
entre el recorrido más corto,
cuando nada se interponía en su
trazado, o el de menos pendiente,
si las montañas interceptaban
el recorrido.
Pero cualquier trazado
de una carretera,
por muy inteligente que sea,
se enfrentará irremediablemente
a multitud de obstáculos orográficos
Para hacernos una idea de cuales
fueron los retos
y de como fueron salvados,
vamos a hacer un recorrido
por algunos lugares concretos
del Imperio.
Comenzaremos por visitar un punto
del tramo de la carretera romana
que unía Asturica Augusta, la actual
ciudad española de Astorga,
y Bracara Augusta, la actual ciudad
portuguesa de Braga.
Esta es una carretera moderna
que unía las ciudades españolas
de Ponferrada y Orense.
A lo largo de su trazado
nos encontramos numerosos taludes
de los desmontes como éste.
Estos taludes se forman cuando
se corta o se excava una ladera,
en este caso para permitir el paso
de una carretera como ésta.
Para cortar la dura roca,
actualmente,
se utilizan explosivos
y maquinaría moderna.
Sin embargo si nos acercamos a este
talud y lo observamos detenidamente
observamos claras marcas de pico.
Líneas paralelas que nos delatan
la técnica del excavador.
Marcas idénticas a las que
encontramos en los túneles
y canales excavados en la roca
para construir los acueductos
y otras obras romanas,
como las galerías de las minas.
Esto tiene una sencilla explicación.
Este talud fue excavado
por obreros romanos.
Los técnicos modernos,
en el siglo XIX
aprovecharon gran parte del trazado
de la carretera romana
que unía las ciudades de Asturica
Augusta y Bracara Augusta
para construir
esta carretera moderna
y aprovecharon muchos
de los desmontes en roca
que los romanos habían realizado.
Podemos admirar la finura
y precisión
con que fue realizado este talud.
Sorprende la cuidada geometría y la
altura alcanzada en algunos puntos.
Admira imaginar el esfuerzo
invertido para excavarlo
con herramientas manuales
y sobrecoge suponer el esfuerzo
que fue necesario
para excavar los grandes
y numerosos desmontes en roca
de todo este trazado.
Muy cerca del desmonte en roca
que hemos visto,
la vía romana tuvo que enfrentarse
con el curso del río Bibei.
Los romanos eligieron justo este
punto para cruzarlo
y en él construyeron este magnífico
y sólido puente.
Un puente que ha perdurado más
de dos mil años
y que los ingenieros modernos
aprovecharon para trazar sobre él
la carretera actual.
Dos mil años después, este puente,
no solo se conserva y se sostiene
en pie, sino que, además,
soporta con total seguridad el paso
continuo de camiones modernos
de gran tonelaje.
La solidez de los puentes romanos
es admirable.
A pesar del maltrato del tiempo
y de la ausencia de mantenimiento
desde la desaparición del Imperio
que los construyó,
muchos de ellos han logrado llegar
hasta nuestros días
prácticamente intactos.
Puentes como el de Alcántara
o el de Salamanca, en España;
Chaves, en Portugal;
Vaison la Romaine, Boisseron y Apt,
en Francia;
y Rimini, Nona o San Martín,
en Italia,
son excelentes ejemplos.
Los ríos suponían dificultades
orográficas relevantes.
Pero no eran las únicas,
ni las peores.
A veces el trazado de la calzada
tenía que pasar por angostos
desfiladeros o gargantas
que no había posibilidad de bordear.
En la provincia de Pesaro y Urbino,
en Italia,
se encuentra La Gola del Furlo,
un abrupto desfiladero.
Allí, el emperador Vespasiano ordenó
abrir un túnel
de 38 metros de longitud para dar
paso a la Vía Flaminia,
la calzada romana que permitía
comunicar Roma con Ariminum,
en el Adriático.
Multitud de túneles,
como el del Furlo,
se abrieron para permitir el paso
de las carreteras romanas
por lugares insalvables
o para evitar grandes rodeos.
Todos ellos son obras de refinada
ingeniería
y de un gran esfuerzo constructivo.
Algunos ejemplos son realmente
impresionantes.
Por ejemplo, la Gruta de Sejano
al oeste de la bahía de Nápoles.
Un monumental e impresionante túnel
de 770 metros de longitud
que se inició en época de Augusto
y que hoy es un gran atractivo
turístico.
O no muy lejos, la famosa Cripta
Napolitana, un túnel de 705 metros.
La red de carreteras romanas no solo
estaba constituida
por las grandes calzadas
que atravesaban el imperio
comunicando las ciudades,
sino también por una miríada
de carreteras menores,
a veces privadas,
que permitían alcanzar cualquier
lugar importante del territorio.
Para conocer cómo era la vida fuera
de las ciudades
y la importancia de las carreteras
en el estilo de vida
de los ciudadanos romanos,
viajaremos a la moderna y turística
ciudad de Cambrils,
cerca de Tarragona,
la antigua Tarraco.
Cambrils es un municipio de clima
mediterráneo suave.
Sus excelentes playas, su puerto
y su excelente gastronomía,
basada principalmente en la dieta
mediterránea y la pesca local,
atraen a multitud de turistas,
especialmente en la época estival.
En 1980 la expansión urbanística
de Cambrils llevó a la construcción
de estos edificios residenciales
y vacacionales.
Las excavaciones que se realizaron
en este lugar para construir
las cimentaciones
de algunos edificios
pusieron al descubierto
estos restos.
Las investigaciones revelaron
que pertenecen
a lo que fue una villa romana.
Es decir, una casa de campo,
una vivienda rural.
Meticulosas excavaciones y estudios
nos permiten imaginar cómo era.
En este lugar había un corredor
o galería semisubterránea
que permitía la iluminación
y el acceso a una serie de aposentos
contiguos.
Estos aposentos son muy homogéneos
en proporciones,
por lo que la mayoría podían
corresponder a dormitorios.
Pero uno de ellos parece responder
claramente a una cocina.
Y otro a un triclinium.
El triclinium era una sala
imprescindible
en las casas de cierto lujo.
En ella tenían lugar los banquetes
con los que el propietario agasajaba
a sus invitados.
Enfrente del edificio habría
un jardín abierto a la playa,
donde con toda seguridad habría
un embarcadero.
En este lugar se han encontrado
evidencias claras
de que había un horno y seguramente
un taller cerámico.
Los estudios indican
que, en cierto momento,
la villa fue modificada y ampliada
con un nuevo brazo arquitectónico
en sentido perpendicular
y con otra batería de habitaciones
que definían un nuevo patio
interior.
Conducciones de agua
y alcantarillado
revelan un pequeño conjunto termal
y una nueva cocina con una letrina
contigua.
Las excavaciones arrojaron numerosos
fragmentos de pintura
y placas de mármol que indican
cierto lujo y confort
en la vivienda principal.
Algo que fue rotundamente confirmado
con el extraordinario hallazgo
de uno de los conjuntos de bronces
más importantes
que se han localizado en las últimas
décadas en esta parte del imperio.
A 20 kilómetros al rededor
de Tarragona
se han localizado numerosos restos
de villas romanas.
Los estudios demuestran
una cuidadosa e inteligente
parcelación del territorio
dotada de excelentes caminos
que conectaban
las diferentes propiedades
con las carreteras principales.
Y esto ocurría sin duda en la mayor
parte del imperio.
Así, de esta forma,
las villas romanas podían comerciar
con todo tipo de productos.
Tanto para abastecerse como para
suministrar al resto del imperio.
Para comprobar hasta qué punto
esto era así,
viajaremos hasta el municipio
español de Carranque,
situado en el centro
de la península ibérica.
En julio de 1983, aquí,
en el paraje conocido como
de las Suertes de Abajo,
cerca del municipio de Carranque,
a unos 35 km de Madrid,
un arado, durante unas labores
agrícolas,
levantó accidentalmente diversos
trozos de mosaico romano.
El hallazgo dio lugar
a unas excavaciones
que pusieron al descubierto diversos
edificios y estructuras
que contenían unos enormes
y espectaculares mosaicos
en excelente estado de conservación.
Los datos apuntan a una villa
romana señorial.
Hoy en día la belleza
de los mosaicos de Carranque
atrae a multitud de visitantes
gracias a que el yacimiento
ha sido abierto al público.
Se accedía a la casa por un pórtico
que tenía dos torreones laterales.
La casa se organizaba alrededor
del peristilo,
un espacio ajardinado central.
El peristilo estaba circundado
por amplios corredores pavimentados
con bellos mosaicos
y sobre ellos se abrían la mayor
parte de las habitaciones
de la residencia.
La vivienda,
organizada en un solo piso,
sigue los modelos de las casas
señoriales romanas
y ocupaba unos 1.200 metros
cuadrados.
Cerca de la vivienda se encontró
un edificio funerario,
probablemente para albergar
los sarcófagos de los propietarios.
Y un torcularium,
una construcción dedicada
a la producción de aceite y vino.
Y también el Palatium.
El Palatium tenía más
de 2.000 metros cuadrados
y fue un edificio espectacular
por su arquitectura y decoración,
destacando sus mármora en paredes
y suelos,
hoy en proceso de investigación.
Aquí el propietario recibía
a sus visitantes
y demostraba su estatus social
y económico.
En total se han encontrado
en este edificio
39 tipos de mármoles distintos
provenientes de todas
las partes del imperio.
Algunos procedentes de Egipto.
Otra buena parte de Turquía.
Una gran variedad de territorios
pertenecientes a la actual Grecia.
Dos venidos desde Tunicia
y uno desde Alemania;
sin olvidar a la península ibérica,
con una amplia variedad
de mármoles y calizas.
Realmente abrumador.
Esto demuestra la potencia
y la capacidad del comercio imperial
y, desde luego, su poderoso sistema
de transporte.
Pero no solo son abrumadoras
la variedad de procedencias
y las distancias de transporte.
Estas son dos de las columnas
que han perdurado pertenecientes
al Palatium.
Tienen cuatro metros de altura
y están talladas en una sola pieza.
Su peso ronda las tres toneladas.
Son de mármol Frigio proveniente
de las canteras imperiales
situadas en la actual Turquía.
El volumen y el peso de estas piezas
nos deben hacer reflexionar
sobre el tipo de carros de carga
que permitían su transporte durante
cientos, o incluso miles,
de kilómetros de carretera.
Una de las piezas más interesantes
de la colección del museo
de Historia de Langrés, en Francia,
es el llamado “relieve del vinatero
de Langrés”.
Este relieve nos ofrece
extraordinarios detalles
de un vehículo de carga que
transporta una gran cuba de vino.
En el relieve se puede observar
la robustez y complejidad del carro,
y también del conjunto de los arreos
y los atalajes del tiro.
El excelente grado de detalle
del grabado recoge incluso
un inteligente sistema de frenado.
Funcionaba gracias al accionamiento
de un mecanismo
que transmitía el movimiento
hasta las zapatas.
Se frenaban así, simultáneamente,
las dos ruedas traseras a solicitud
del conductor.
De esta manera, los hallazgos
en las excavaciones,
las pinturas y los grabados,
nos muestran una ingeniosa y amplia
variedad de vehículos de transporte
diseñados para todo tipo de usos
y mercancías.
Unos servían bien para el transporte
de mercancías ligeras
cuyo volumen pudiera decidirse
a voluntad
y otros para pesados monolitos
no fragmentables.
Muchos de estos vehículos,
plenamente cargados,
pesaban varias toneladas,
que se traducen muchas veces en más
de una tonelada por rueda
y en una presión sobre el terreno
de hasta 8 kilos por centímetro
cuadrado,
una fuerza muy superior a la que
nuestros vehículos modernos
transmiten a las carreteras
actuales.
Esto, representa una exigencia
enorme a la técnica, los espesores
y las calidades de los materiales
empleados para elaborar los firmes,
para que soportasen correctamente
las cargas sin deteriorarse.
Éste es el porqué de los larguísimos
terraplenes
que encontramos en las carreteras
romanas,
presentando alturas
sobre el suelo natural
que muchas veces superan un metro.
Intentemos pensar por un momento
las enormes cantidades
movidas de material pétreo
para levantar estos terraplenes,
crear sus cimentaciones y aportar
las distintas capas de firmes.
Y añadamos todos los esfuerzos
que hemos visto
en los otros trabajos constructivos.
Labores para desforestar bosques
y roturar montes,
para cortar las laderas en la dura
roca, construir los puentes,
perforar los túneles, construir
las paradas de posta
y todos los establecimientos al
servicio del comercio y del viajero.
Y deberíamos añadir otros elementos
menores, pero muy numerosos.
Como la construcción de cunetas
para canalizar las escorrentías
y evacuarlas finalmente a través
de drenajes transversales.
O la elaboración, transporte
y ubicación de los miliarios:
bloques de piedra que se colocaban
en el borde de la calzada
y que servían para marcar la
distancia a la ciudad de destino
y, eventualmente los datos
del promotor de la calzada.
Imaginemos la enorme dificultad
para calcular el coste
de tantas y tan costosas obras
y planificar la construcción
que todo esto suponía.
Y ahora pensemos que en el momento
de máxima expansión imperial,
las carreteras romanas conectaban
46 provincias
desarrollando una longitud
total nada fácil de cuantificar,
pero que sin duda y por los estudios
que se han hecho,
fue de varios cientos de miles
de kilómetros.
Y, por si esto fuera poco,
consideremos además el formidable
mantenimiento
que de forma continua e incansable
fue imprescindible realizar.
La construcción de la red
de carreteras romanas
ha supuesto, sin duda,
una de las grandes maravillas
del mundo antiguo
y uno de los grandes logros
del ser humano.
Tras la desaparición del imperio,
las carreteras romanas siguieron
utilizándose durante siglos.
Pero ya sin el necesario
mantenimiento regular,
en un proceso de destrucción
continuo,
hasta que muchas de ellas fueron
impracticables.
Su funcionalidad se perdió.
Los elegantes y sofisticados
vehículos romanos,
fueron sustituidos por las fatigosas
y lentas recuas de mulas.
Merece la pena desplazarnos hasta
un lugar de Francia
para comprender el alcance
de lo que estamos contando.
Iremos hasta Saint-Chamas,
una pequeña población
del departamento
de las Bocas del Ródano.
En las afueras de Saint-Chamas
se encuentra uno de los puentes
romanos más bonitos
y mejor conservados.
El puente Flaviano.
Los viajeros, al cruzar el puente,
pasaban bajo dos arcos monumentales,
conmemorativos, colocados sobre
los estribos del puente
y que, sorprendentemente,
han llegado a nuestros días en
excelente estado de conservación.
Tenemos aquí en el puente un detalle
muy curioso.
Estamos en el intradós de la bóveda
y vemos como el nivel original
del suelo llegaba aquí.
Sin embargo, el paso de los siglos,
de los carros,
y la desidia de las gentes que
no han conservado el puente,
ha provocado un desgaste,
respecto al nivel original,
de hasta un metro.
Apenas quedan 30 centímetros
para que la bóveda sea perforada.
Hace unos dos siglos que dejó
de haber tráfico en este puente.
El mantenimiento constante que los
técnicos romanos realizaban
dejó de existir cuando el Imperio
colapsó,
pero durante más de 1.500 años
la carretera y el puente
siguieron siendo utilizados por todo
tipo de gentes, vehículos,
animales y mercancías.
Sin mantenimiento, las capas
de zahorras se perdieron,
no fueron reemplazadas, y el
desgaste de la bóveda del puente,
provocado por las bestias de tiro
y sobre todo por las llantas
de los carros,
fue continuo y devastador.
Unos años más de uso habrían dado
lugar a la perforación de la bóveda.
Esto pone de manifiesto el enorme
esfuerzo
que los romanos tuvieron que
invertir en el mantenimiento
de sus miles de kilómetros
de carreteras
y sus innumerables puentes.
Un nuevo elemento que añadir
a la lista,
que hace extraordinaria la odisea
que supuso construir la colosal red
de carreteras romanas.
Sin embargo, en la búsqueda
de los caminos enlosados,
los estudiosos han considerado como
romanos numerosos caminos medievales
e incluso caminos modernos,
acompañados de los puentes
de su misma época.
De esta forma, hoy contamos
con un enorme listado
de caminos supuestamente romanos,
donde raramente encontramos
una carretera romana real
o un puente romano verdadero.
Pero también, y como consecuencia
de esto, lamentablemente,
mientras promocionamos como romanas
estas falsas carreteras
e incluso caminos de mulas
de mala factura,
miles de kilómetros de magníficas
carreteras romanas
permanecen desconocidas.
De esta forma, han sido
y siguen siendo destruidas
por las nuevas parcelaciones
del territorio,
durante las labores agrícolas,
por la construcción
de las carreteras modernas
y hasta por la urbanización
de nuestros pueblos y ciudades.
Pero las carreteras romanas son
obras de dimensiones tan colosales
que, a pesar de tanta desidia
y destrucción,
es imposible borrarlas completamente
de la faz de la tierra.
Cubiertas por la vegetación
de los bosques,
que tras el abandono han reclamado
el territorio
que los obreros romanos
les arrebataron.
Ocultas bajo caminos modernos
que aprovecharon,
muchas veces sin saberlo, su trazado
y sus cimentaciones.
O incluso ya roturadas bajo
la vegetación de los cultivos,
muchos kilómetros de carreteras
romanas siguen ahí.
Desconocidas,
invisibles a los profanos,
y solamente reveladas a algunos
especialistas.
Desde el cielo, los cambios de color
y textura que durante ciertas épocas
tienen lugar en los cultivos,
revelan rastros y huellas
que los entendidos saben valorar.
El espectáculo está servido.
A ojos del experto, la grandiosidad
y la magnificencia de la ingeniería
romana se manifiesta claramente.
Kilómetros y kilómetros de trazado
inteligente y magistral,
donde se aprecia el ancho de la
calzada e incluso la zona protegida
por las cunetas de balizamiento.
Siguiendo sus trayectorias
se adivinan también sobre el terreno
la existencia de yacimientos
arqueológicos desconocidos
que han permanecido ocultos,
esperando ser descubiertos,
junto a la misma calzada.
Establecimientos que sin duda dieron
servicio a la vía,
mansiones,
estaciones,
paradas de posta,
tabernas...
También pueden llegar a apreciarse
los lugares de extracción
de las gravas,
muchas veces junto a la calzada.
Apartadas de la calzada pueden
reconocerse las huellas
de las villas con sus explotaciones
agrícolas.
A veces, la imagen es sobrecogedora.
Campamentos militares completos
e incluso ciudades enteras.
Hemos llegado al final
de nuestro episodio.
En él hemos comprendido
que la imagen habitual
que nos han transmitido de las
carreteras romanas no es la correcta
Hemos visto que las calzadas romanas
no estaban pavimentadas con losas
en su superficie,
sino que se dotaban de grandes
espesores de materiales pétreos
y de capas de gravas,
que permitían circular
a gran velocidad sobre ellas,
tanto con carros ligeros
como soportando con eficacia
a los pesados vehículos de carga.
Hemos comprendido
el gran conocimiento
de las técnicas de la ingeniería
de caminos
y el esfuerzo constructivo
que requirió la construcción de
estas colosales obras de ingeniería.
Para elegir los trazados, adecuar
los terrenos, extender las gravas,
evitar y drenar las aguas, construir
los puentes y perforar las montañas.
Hemos visto como miles de kilómetros
de carreteras se desplegaban
sobre todo el imperio, conectando
las ciudades entre sí,
o con las villas y sus explotaciones
agrícolas
o con otros centros industriales.
Y también la gran variedad
de vehículos terrestres
y la eficacia e ingenio de su diseño
tanto para el transporte de cargas
como de pasajeros.
Hemos conocido el extraordinario
servicio postal romano
y las instalaciones auxiliares
que la red de carreteras romanas
disponía para dar servicio
al comercio y a los pasajeros.
Hemos comprendido el acusado
desconocimiento que profanos,
y hasta supuestos expertos,
tienen sobre estas maravillosas
obras de ingeniería
y como, ese desconocimiento,
está permitiendo la destrucción
sistemática
de este extraordinario legado.
Y, finalmente, hemos podido
contemplar desde el aire
como miles de kilómetros
de carreteras romanas
permanecen ocultas a nuestros ojos;
entre los bosques,
bajo las carreteras y los cultivos,
esperando ser descubiertas.
Al igual que sucedió
con las carreteras,
Roma llevó la explotación minera
a unas dimensiones
y a unas cifras colosales,
nunca alcanzadas antes por ninguna
otra civilización.
Y, de nuevo, lo hizo gracias
a su extraordinaria ingeniería.
Una ingeniería que los romanos
desplegaron magistralmente
en sus explotaciones mineras.