“La guerra es algo de lo que
todo el mundo puede hablar.
Afecta a cualquier ser humano.
Pero para los pacientes
de enfermedades mentales,
es algo diferente,
porque esas personas
no tienen quien les cuide.
Y la guerra destruye todo su mundo,
por dentro y por fuera.
Desde el punto de vista
de cualquier ser humano,
la guerra destruye
su manera de pensar,
su modo de vida, todo.
Siempre, en las guerras,
las enfermedades psiquiátricas
se multiplican por dos,
por tres o por cuatro.
La electricidad, el agua...
todo lo que está a su alrededor
colapsa de repente.
Y todo eso
provoca toda una serie
de problemas diferentes
para nuestros pacientes sirios,
especialmente en Alepo”.
Hay barrios enteros de Alepo
donde la vida se apagó hace tiempo.
La crueldad inhumana
de este conflicto
tiene cifras brutales:
van ya más de
medio millón de muertos;
más de la mitad de los sirios
son hoy desplazados, o refugiados.
La devastación no es sólo física.
De los daños mentales de la guerra
apenas se habla.
Pero en cada superviviente
hay una herida interior, abierta,
que no siempre se puede cerrar.
Los pacientes del Hospital
Ibn Khaldoun, en Alepo,
se han despertado
hace un cuarto de hora.
Aquí conviven 210 enfermos mentales.
Mohamed Hani sufre esquizofrenia
desde hace años.
Una bomba mató
a su padre y a su hermano.
El principal problema
es que su casa fue destruida,
y cada miembro de su familia
tuvo problemas,
así que le dieron ataques maníacos.
Lo ingresaron aquí
y ha mejorado.
El cerebro de Mohamed
trabaja a una velocidad endiablada.
Mohamed tiene un
Trastorno Obsesivo Compulsivo.
Hay una idea repetitiva
que taladra sistemáticamente
su cabeza.
Basal Hail
Conoce bien a sus pacientes,
Siempre busca un aliciente
para motivar a los internos.
Algo que rompa la rutina
en la que están atrapados.
Conseguir que el muchacho
tome su medicación
es un ritual lento, casi agónico.
En toda Siria solo hay
dos hospitales públicos
especializados en psiquiatría.
Uno está a las afueras
de Damasco
el otro es este.
Como tantos otros
centros médicos
no se ha librado de la guerra.
En 2012
lo tomaron los rebeldes,
en 2013
el estado islámico.
En esa época
algunos rebeldes,
muchos rebeldes,
atacaron el hospital
porque nuestro hospital
está cerca del aeropuerto
y en estos momentos
se libran muchas batallas
para alcanzar el aeropuerto
así que se quedaron
en el hospital.
El hospital está
a las afueras de Alepo
a solo tres kilómetros
del aeropuerto.
Desde el principio,
el centro psiquiátrico
se convirtió
en un importante
objetivo militar.
Algunos de nuestros pacientes
tenían alucinaciones y decían:
soy Dios, soy el profeta
y todo eso
y los mataron
porque pensaban
que no eran musulmanes,
o que no querían serlo.
Al final
algunos de ellos
convirtieron a los pacientes
en hombres bomba,
para hacerlos explotar
contra el Ejército sirio
o contra otro Ejército.
Los yihadistas se llevaron
a la fuerza
a decenas de pacientes.
Los sacaron en camiones,
como si fueran ganado,
y lo grabaron.
Estas imágenes corresponden
a ese traslado.
Hoy no hay
ni un indicio de vida
de muchos de estos enfermos.
Fue un año muy malo
para el hospital
porque la guerra
estaba aquí dentro
e incluso
explotaron dos coches bomba.
Colgaron todo eso
en su web
y filmaron ataques
contra el Ejército sirio
que no estaba en el hospital
porque en esa fecha
nadie estaba atacando
nuestro centro.
Los enemigos destrozaron
parte del hospital.
Pero desde el inicio de la guerra
decenas de ONG
han denunciado también esto.
Los ataques sistemáticos,
los bombardeos del régimen
y de su aliado ruso
contra hospitales y centros médicos.
Según la ONU
el 57% de los hospitales sirios
ha sufrido daños importantes.
El 37%
está fuera de servicio.
La guerra no ha respetado
ni a los centros hospitalarios
ni a los pacientes.
Pero los médicos,
por norma general,
han abierto la puerta
a las víctimas.
En cualquier guerra
especialmente en lo que tiene que ver
con la salud mental,
no preguntamos a los pacientes
por su género,
su edad
o sus pensamientos políticos,
no se nos permite hacerlo.
No daremos a ningún paciente
ningún cuidado especial
por pertenecer
a un bando u a otro.
Maja Munyet
es una de esas pacientes.
Su testimonio, por momentos,
no es coherente.
Pero Maja, sin duda,
guarda recuerdos.
Mohamed Halabi está
asustado y desorientado.
Acaba de ingresar.
Su casa quedó destrozada
en un bombardeo
en el centro de Alepo.
Desde entonces,
Mohamed vive
en un insomnio perpetuo.
La llegada de Halavi
inquieta a los pacientes
del pabellón.
A Mohamed entre tanto
ya le han puesto
el uniforme
y le han asignado un cuarto.
Para alguien cuerdo,
la peor de sus pesadillas
podría desarrollarse aquí.
El pabellón
de los internos más peligrosos
es un lugar extraño.
Hace calor
y el aire
parece sobre cargado.
Cuesta entender
cómo pueden vivir aquí juntas
personas que pasan
por el peor momento de sus vidas.
En veinte metros de pasillo
hay un coctel explosivo
de estado de ánimo.
Pacientes que buscan
algo de paz
sobre las baldosas del suelo
y pacientes que, simplemente,
van y vienen sin parar,
como si buscaran desesperadamente
una salida.
Es difícil imaginar
qué pasa por sus cabezas.
La cantidad de dramas
que se acumulan entre estas paredes.
Aquí dentro muchos internos
padecen un trastorno
afectivo bipolar,
pueden pasar bruscamente
de la tristeza al éxtasis.
De tener ganas de morir
a no poder dormir
de la emoción.
En este pabellón también reina
la esquizofrenia paranoide.
Muchos pacientes están atrapados
en una realidad paralela.
Una pesadilla que reviven
constantemente,
como si fuera real.
Tras estas rejas,
hay una línea difusa
entre la razón y el delirio.
La locura de la guerra
lo ha devastado todo.
El interior de las personas
y el exterior de los edificios.
Es casco viejo de Alepo
es un lugar sombrío, casi muerto.
Duele ver sin alma,
sin habitantes,
una zona que fue
todo vitalidad,
el punto de encuentro
de negociantes y mercaderes.
Según la ONU
la reconstrucción de Siria
podría rondar
los cuatrocientos mil
millones de dólares
pero es imposible saber
cuánto costará
sanar los daños mentales
que deja el conflicto.
¿Tiene alguna estimación
o sabe cuánta gente aquí,
en Siria,
sufre algún tipo
de enfermedad mental?
No es un problema
del que se hable mucho
pero las estadísticas
del ministerio de salud
y de la OMS
que abarca toda Siria,
afirman que hay cerca de
un millón doscientos mil
hombres, mujeres y niños
con problemas mentales.
A la hora del almuerzo
por rutina
y por seguridad,
los pacientes llegarán
a mesa puesta.
Los internos aguardan
frente a las rejas del pasillo.
No hablan
y el silencio permanente
nos da una idea
de la pesada carga que arrastran.
Mali Karabali
ha estado semanas enteras
sin a penas comer.
Son las secuelas de un secuestro
a manos del estado islámico.
Los yihadistas lo capturaron
en Alepo
y lo llevaron
a unos 330 kms.
Su familia lo encontró
en una prisión del Daesh
junto a Mali
en esa zona estuvieron secuestrados
los 1400 civiles y combatientes.
Le diagnosticamos psicosis,
este paciente,
como muchos otros,
vio cómo su casa
fue destruida.
Los miembros de su familia
están fuera,
solo su esposa está aquí,
su hijo mayor
está fuera de Alepo
así que
se vino abajo de inmediato.
No es de extrañar
que Mali fuera torturado.
Pero eso es algo
que ni él,
ni su familia,
han podido confirmar,
básicamente porque lleva meses
sin pronunciar
una sola palabra.
No es el único caso.
Luzana Alabaiz
a penas se comunica,
pero la cámara
llama poderosamente su atención.
En otra esquina del comedor
Abdal Hanan
combate la psicosis
medicándose tres veces al día.
La guerra lo dejó
sin casa y sin trabajo.
Las medicinas se preparan
con sumo cuidado.
Cada pequeño bote
tiene el nombre de un paciente
y la medicación exacta
que necesita.
Antes del conflicto
la industria farmacéutica de Alepo
fabricaba el 55%
de las medicinas que se consumían
en Siria,
pero el tejido industrial
quedó destruido
o inutilizado
y el país se vio obligado
a importar todo tipo de fármacos.
Si a un paciente
le paras un tratamiento,
de repente,
puede pasar desde aquí
a un pronóstico muy malo.
Puede darle
una psicosis grave,
puede que haya un ataque
o que se autolesione.
Ese paciente
puede matar a alguien,
o puede que destruya su vida.
No solo faltan medicinas,
se calcula que
unos quince mil médicos
han abandonado el país,
desde que se iniciara la guerra.
Saker Fragdi
se prepara para la siesta.
Su cuarto está acolchado
para evitar
que se autolesione.
Este joven estudiante de farmacia,
ha intentado suicidarse
varias veces.
La primera,
poco después de que su hermano
muriera durante los bombardeos.
La siesta es
una rutina fundamental.
Es el momento
en el que cada paciente
calma sus demonios
y encuentra por fin
el descanso.
El silencio transmite
una inusual sensación de paz
en los pasillos del hospital.
A media tarde
llega el momento
más importante del día
para este grupo de internos.
El fútbol los libera.
Saltar a esta chancha
les ayuda a eliminar
tensiones y miedos.
Hajme Curvi
siempre idolatró la radio.
Durante años
estuvo enganchado como oyente
con la oreja pegada
al transistor.
Hoy, por fin,
cumple un sueño.
Narrar en directo
y a pie de cancha,
un partido de fútbol.
Entró al hospital
en los primeros días del conflicto.
En aquella época
su casa fue destruida
de repente,
su esposa y su hija
murieron el mismo día.
Al descanso
Curvi cede el micrófono
a uno de los jugadores.
La música en realidad
forma parte de la terapia.
Incrementa la serotonina
y eso
reduce el estrés y el dolor
y aumenta
la relajación y el placer.
Cae la tarde
y las pacientes
del pabellón de mujeres
pueden ver un rato
la televisión.
Pero nadie mira la tele.
Pareciera que solo buscan compañía.
Las pacientes, callan
y el tiempo
parece detenido.
Ella rompe esa rutina
con un movimiento constante
deja su silla al pasillo.
Se preguntaba mucho
por la gente que se marchaba de aquí.
¿Por qué está ocurriendo
esta matanza?
Tuvo problemas psiquiátricos
y le diagnosticamos psicosis.
Torfa pasó toda la guerra
cuidando a su madre.
Vivía en Hamma
una de las ciudades
donde la revuelta quedó
literalmente aplastada.
Toda su familia
abandonó el país.
Cuando su madre murió,
Torfa dejó de encontrarle
sentido a la vida.
A quince metros de Torfa
una paciente rompe a llorar.
En momentos
el hospital es una montaña rusa
de sentimientos
con picos de euforia
y de una tristeza desoladora.
Durante varios días
sus pies recorrieron
sin rumbo
los barrios orientales
de Alepo.
La policía la encontró en la calle,
deambulando.
Sajed no sabía
ni quién era ni dónde estaba.
Su principal problema
tiene que ver con la guerra.
Su casa fue destruida.
Todo lo que tenía
se lo robaron
y su familia está fuera de Siria.
Su familia forma parte
de los dos millones y medio
de habitantes
que han huido de Alepo
durante la guerra.
La memoria de Sajed
apenas retiene datos.
Llegó sin documentos.
En el hospital no saben
si verdaderamente se llama Sajed,
entre otras cosas,
porque nadie
ha venido a visitarla.
El cansancio, el agotamiento
es otra realidad diaria
en la vida de un enfermo mental.
En Siria y en muchas
sociedades árabes
los locos cargan
con un estigma terrible.
Se considera que están
poseídos por espíritus
y eso provoca el rechazo
de sus propias familias.
Maja Makansi huyó a Líbano
al inicio de la guerra,
abandonó su hogar
y la escuela que dirigía.
Entró en una profunda depresión
cuando descubrió que su casa
estaba ocupada por combatientes.
Cuando Maja y su esposo
regresaron a Alepo
fueron secuestrados por el frente.
Horas después Maja fue liberada.
El secuestro duró un día.
Las consecuencias
duran hasta hoy.
Conmueve presenciar
la ternura y el cariño
procesado en este encuentro.
Pero Maja seguirá ingresada
en el hospital.
Ha intentado matar a su marido
varias veces
y ha intentado suicidarse
otras tantas.
Maja sueña
con un futuro mejor
pero su vida
está anclada en el pasado,
concretamente en este recuerdo.
Al pequeño Mohamed
lo mató una bomba.
Maja cayó
en una profunda depresión.
Luego han venido
varios intentos de suicidio.
Es de noche.
Los fantasmas de la memoria
se apagarán por unas horas
hasta que vuelva
el calendario inamovible
de la vida en el hospital.
En una guerra
las bombas, matan,
pero la locura te deja
en un agujero negro permanente.
Subtitulado por:
María Victoria CEREZO OLIVARES.
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