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Campana
Campana
Campana
(Hablan rumano).
Un río no es
un obstáculo insalvable.
Entre sus orillas,
siempre existe algún punto de paso,
algún cable tendido.
Este es un viaje por dos orillas
en las que se entrecruzan
dos de las grandes culturas europeas
La eslava, que lo denomina Dniéster,
“el río cercano”,
y la latina,
que lo conoce como Nistru.
Desde su nacimiento en los Cárpatos
a su desembocadura en el Mar Negro,
el Nistru-Dniéster atraviesa el país
menos conocido
y menos visitado de Europa:
Moldavia.
En sus fronteras,
delimita un conflicto no resuelto,
heredero de la disolución
de la Unión Soviética,
y marca una de las fronteras
del pulso estratégico
que, desde entonces, Rusia,
la Unión Europea y la OTAN,
mantienen en el este europeo.
Canta un gallo
Ladridos
Controles militares
en todos los puentes y pasos
entre las dos orillas.
Puestos de una fuerza pacificadora,
integrada por soldados rusos,
moldavos, transnistrios
que, junto con observadores
de Ucrania y de la OSCE,
vigilan además una franja
de seguridad en las dos orillas,
a lo largo de 225 kilómetros
del río.
Veinticinco años de vigilancia,
prueba de que este conflicto,
el de Transnistria,
en el este de Moldavia,
aún no se ha resuelto.
Las armas, sin embargo,
permanecen en silencio,
desde el alto el fuego de 1992.
La Moldavia actual es heredera
de la República Soviética
y de una historia anterior,
marcada por un frecuente cambio
de fronteras,
entre las que el Dniéster
ha sido siempre una referencia.
En su margen izquierda,
Transnistria es un territorio
de algo más de 4.000 km2,
vinculado históricamente
con el mundo eslavo.
Con la Perestroika, afloran
los nacionalismos y los conflictos.
Uno de ellos es el de Transnistria,
que se aviva al reivindicarse
una Moldavia independiente.
Algunos, incluso van más allá
y propugnan la unión con Rumania,
con la que comparten
lengua y cultura.
Esto genera suspicacia y temor
en Transnistria,
donde la población ucraniana y rusa
es mayoritaria
y prefiere seguir unida a Moscú y,
por ello,
declara su propia independencia.
Los incidentes y choques armados
se multiplican hasta que, en 1992,
se enfrentan en una guerra breve,
de marzo a julio,
que se cobra un millar de vidas
y confirma la pérdida de control
de Moldavia sobre Transnistria.
La autoproclamada República Moldava
Pridnestroviana
es un cúmulo de contradicciones,
que pueden verse bien reflejadas
en una de las entradas a Tiráspol,
su capital.
Por un lado, carteles
al más ortodoxo estilo soviético,
que saludan al viajero
y le recuerdan que Tiráspol
ha sido tres veces condecorada
por su esfuerzo bélico.
Al otro lado, un cartel
del equipo local de fútbol,
el Sheriff, con el lema
“20 años jugando para vosotros”.
Y enfrente,
el gran estadio del equipo.
El Sheriff,
pese a su orgullo transnistrio,
juega en la principal liga moldava,
donde ha ganado varios campeonatos.
Y como equipo moldavo,
ha participado
en la Liga de Campeones de la UEFA.
Una forma de poner a Transnistria
en el mapa,
aunque sólo sea el futbolístico.
Tiráspol,
segunda ciudad de Moldavia
y primera de Pridnestrovia,
la autoproclamada república
que rompió con Moldavia
en septiembre de 1990,
pero no con la Unión Soviética.
Y, al menos en apariencia,
es el último bastión soviético.
Su bandera y escudo son
los de la Moldavia soviética;
su himno,
una antigua canción patriótica;
su servicio de seguridad, el KGB.
A orillas del Dniéster,
Lenin preside la entrada
del Soviet Supremo,
en la calle principal de la ciudad,
la avenida 25 de octubre,
día del triunfo
de la Revolución bolchevique,
que hace 100 años
anunciaba una nueva era,
y hoy nadie, ni si quiera Moscú,
quiere conmemorar.
Quizás, los viejos símbolos,
más que querencia
por el comunismo soviético,
subrayan una vinculación, afectiva
y cultural, con Rusia,
esencial además
para su supervivencia.
(Canta en rumano).
(Habla en rumano).
El estilo soviético
alimenta la nostalgia,
pero también es negocio.
El Volna, La Ola en ruso,
en honor del cercano Dniéster,
hace de la vieja iconografía
un reclamo para clientela del país
y para los escasos extranjeros
que llegan a Tiráspol.
Pero, la autoproclamada
República Moldava Pridnestroviana
carece de reconocimiento
internacional.
Ni siquiera Rusia,
su principal valedor, se lo ha dado.
Sus ciudadanos cuentan
con un pasaporte
que no les sirve para viajar.
Al no estar reconocida
su independencia,
son ciudadanos de Moldavia,
estado asociado a la Unión Europea,
y pueden, por tanto,
viajar sin visado,
con pasaporte moldavo,
por la zona Schengen.
Además, otros tienen pasaporte ruso,
ucraniano e incluso rumano.
Emite moneda propia,
el rublo transnistrio,
que fuera de sus fronteras,
no tiene más valor
que el de un recuerdo curioso.
Y tras el decorado soviético,
medran
algunos negocios inconfesables
y el capitalismo más agresivo.
La centenaria destilería KVINT
es la principal industria
exportadora de Transnistria.
Su base, una de las grandes riquezas
de Moldavia;
sus viñedos, que la han hecho
la séptima exportadora del mundo
de vinos.
Productora de vodkas,
coñacs y vinos,
apreciados en su día
por la nomenclatura soviética,
es ahora propiedad
del grupo Sheriff.
El nombre y el anagrama
de este grupo, en cirílico y latino,
aparece en multitud de negocios,
desde gasolineras y supermercados,
hasta el principal club de fútbol.
Fundado, a principios de los 90,
por dos antiguos agentes del KGB,
reconvertidos en oligarcas,
controla buena parte
de la economía transnistria.
Según indica su página web,
sus empresas suponían, en 2012,
el 37 % de la economía,
el 19 % de los ingresos fiscales
y empleaba al 17 % de la población
activa de Transnistria.
Todo ello conlleva también,
aunque eso ya no lo apunta,
un gran peso político.
Tanto esta pequeña república,
como el resto de Moldavia,
parecen anclados en el pasado.
Para ambas partes,
el conflicto enquistado
es una rémora
y se traduce en pobreza
y falta de oportunidades.
Moldavia es el país
más pobre de Europa,
lo que ha empujado a emigrar
a cerca de un millón
de sus ciudadanos.
En sus pueblos abundan
los ancianos y los niños.
Y las remesas
que envían sus parientes,
suponen uno de los principales
ingresos del país,
más del 20 %
de su producto interior bruto.
Para Dmitri Gavrilov,
la falta de diálogo
frustra las expectativas
de los jóvenes de Transnistria.
En su día, él pudo ampliar
sus estudios en Londres
y decidió regresar a Tiráspol
para emprender nuevas iniciativas
y aportar su grano de arena
al entendimiento.
Tres lenguas:
rumano, ucraniano y ruso;
para un mismo culto:
el cristiano ortodoxo.
En estas tierras,
conocedoras del avance y retirada
de los imperios otomano y ruso,
de poderes diversos,
de fronteras cambiantes,
las heridas y agravios se acumulan.
En la margen derecha del Dniéster,
cerca de Tiráspol,
en una zona
bajo control transnistrio,
se alza un monasterio fundando
a mediados del siglo XIX,
por un grupo de monjes
que abandonan su sede en Rumania
al confiscarles las autoridades
sus tierras
y prohibirles utilizar
el ruso en sus ritos.
Más de un siglo y medio después,
en plena Perestroika,
la lengua, la reivindicación del uso
del rumano-moldavo,
con caracteres latinos,
atizó las tensiones
en la Moldavia soviética.
Lucien Blaga, uno de los grandes
poetas rumanos del siglo XX,
da nombre a un liceo de Tiráspol,
referente, como su director,
Ion Iovcev,
de la defensa de la enseñanza
en lengua rumana
y en caracteres latinos.
Iovcev, pese a las presiones
y amenazas sufridas,
no ceja en su lucha
contra una política que considera,
que busca la desnacionalización
de los moldavos en Transnistria.
En la zona de Dubăsari,
las aguas del Dniéster se embalsan
y alimentan una planta
de electricidad
que une las dos orillas.
Vigilada por soldados transnistrios,
muy suspicaces
ante la presencia de la cámara,
el paso por la presa está
limitado a peatones de la zona
y cerrado a los extranjeros.
En el área de Dubăsari,
en la margen izquierda,
se registraron
los primeros enfrentamientos,
ya a finales de 1990,
y fue una de las zonas
más castigadas por la guerra del 92.
Tras el acuerdo de alto el fuego,
forma aparte de la franja
desmilitarizada de seguridad,
de unos 20 kilómetros de ancho,
establecida a lo largo
de las dos orillas del Dniéster.
Esta zona incluye además,
una veintena de localidades,
de una y otra orilla.
Una de ellas es
la ciudad de Dubăsari,
dependiente
de las autoridades transnistrias.
La falta de un acuerdo definitivo
que zanje este conflicto,
agrava las heridas y frena
cualquier inversión o proyecto.
A veces, da la sensación
de que el tiempo se ha parado.
Cerca de Dubăsari,
las huellas
de aquellos duros enfrentamientos
perduran aún en Coicieri,
lugar de mayoría moldava,
donde la población
no dudo en atacar una unidad rusa
y enfrentarse
a las fuerzas transnistrias.
Orgulloso de haber defendido
a Moldavia,
Yuri Corsofan se lamenta
de que los veteranos de guerra,
como él,
hayan sido abandonados
por las autoridades de Chisinau.
Yuri nos invita a ir con él
a Corjova,
donde vive su amigo Valeriu.
De camino, visita el cementerio,
donde un monumento recuerda
a los caídos moldavos.
Una especie de obelisco,
con sus nombres
grabados en alfabeto latino,
rodeado de tumbas cubiertas
de inscripciones en cirílico.
Vareliu, también ex combatiente,
fue alcalde, entre 2003 y 2011,
de Corjova, una población cercana
a Dubăsari y de mayoría moldava.
Pese a los arrestos
y presiones de todo tipo,
Valeriu no se ha dejado intimidar,
pero, también se siente abandonado
por las autoridades moldavas.
El Nistru-Dniéster separa y une.
Un pequeño barco es el punto
de unión diaria entre dos Molovatas;
la vieja, en la margen derecha;
y la nueva, en la izquierda.
Ambas dentro de la zona
de seguridad.
Su ir y venir, varias veces al día,
marca el tiempo
y rompe la monotonía.
En la margen izquierda,
tanto en Molovata Nueva,
como en Coicieri,
casi todos sus habitantes
son moldavos
y son dos de las seis comunas
de la margen izquierda
que dependen de Chisinau.
Primera hora de la mañana.
Reunión de oficiales
de una unidad militar mítica,
presta al combate
en primera línea de fuego,
cada vez que Rusia está en peligro.
Los cosacos, “los hombres libres”,
para quienes lo más valioso
es su honor, su nombre
y servir a su pueblo.
Transnistria
no les es tierra extraña,
ya que,
hasta la Revolución Bolchevique,
formó parte de los territorios
bajo su administración.
Durante el conflicto, se creó,
como fuerza especial,
el Ejército Cosaco del Mar Negro,
que agrupó a unos mil voluntarios,
que juraron el código cosaco.
Bien armados, se convirtieron
en uno de los pilares
de las Fuerzas Transnistrias
y contaron con el apoyo
del Décimo Cuarto Ejército Ruso
destacado en la región.
Moscú mantiene unos 1500 soldados
en Transnistria,
parte como fuerza pacificadora
y parte para custodiar en Cobasna,
en el norte de la región,
uno de los mayores depósitos
de armas y municiones de Europa.
La OSCE, que ya verificó, en su día,
la retirada de unas 16.000 toneladas
de munición y material militar,
estima que almacena aún
otras 21 mil toneladas.
Transnistria es el paso obligado
de las principales rutas
que unen
Moldavia, Rusia y Ucrania.
Algunas de ellas, se han convertido
en una de sus principales fuentes
de ingresos.
Es el caso, por ejemplo,
del gas ruso.
Toda Moldavia
depende de su suministro,
pero beneficia, sobre todo,
a Transnistria,
que lo consume, paga poco o nada,
y su deuda, al carecer
de reconocimiento internacional,
corresponde oficialmente a Moldavia.
Esta especie de limbo económico,
también beneficia
a los residentes en Transnistria,
ya que disfrutan
de los servicios públicos
a precios inferiores
a unos del resto de los moldavos.
Y además, el menor coste
beneficia también a su industria.
Las mercancías que utilizan el tren
han de cruzar
un gran puente de hierro
sobre el Dniéster,
a la altura de Bender,
en su ir y venir
entre Odessa y Chisinau.
Una mirada por encima del tópico,
de los lugares comunes
que reflejamos los medios.
A través de sus fotos,
Ramin nos presenta
otra Transnistria,
nos desvela su tierra natal,
los lugares de su infancia,
el sentir de su orilla,
la orilla abandonada.
Bender fue el punto final
de la guerra de 1992.
La batalla decisiva,
en la que interviene
el Décimocuarto Ejército Ruso,
al mando del general
Alexander Lebed.
Bender o Tikina, junto con Tiráspol,
la ciudad más importante
a la ribera del Dniéster,
quedó muy dañada
por los enfrentamientos.
Uno de los edificios destruidos
fue el Liceo Alexandru cel Bun,
centro
que ya había sufrido presiones
al decidir impartir su enseñanza
en rumano y alfabeto latino.
Nina Ghereg vivó aquellos días.
La escuela se ha recuperado,
pero, las heridas
aún no se han cerrado.
Campana
A lo largo del Dniéster,
la comunicación entre los pueblos
de ambas márgenes es difícil.
En Bychok, un puesto
de la fuerza pacificadora
vigila los accesos al puente
que lo une con Gura Bîcului,
en la orilla derecha;
pero, si se quiere ir en coche
de uno a otro lado,
hay que dar un gran rodeo.
En la margen de Gura Bîcului,
aún pueden verse
los restos del viejo puente,
volado durante la guerra de 1992.
En 2003, con la mediación de la OSCE
y fondos de la Unión Europea,
uno nuevo ocupó su lugar,
pero, desde entonces,
sólo ha estado abierto una semana
al tráfico,
pese a que es parte
de una de las principales vías
de comunicación
entre el Báltico y el Mar Negro.
De vez en cuando,
lo cruzan a pie vecinos del lugar
que quieren ir a la otra orilla.
Este puente es, quizás,
el mejor símbolo
de este conflicto enquistado.
Todos pierden.
Quizás olvidan que su futuro
pasa por este puente.
Subtítulos realizados
por Chus Suárez Liaño.
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