MATRIMONIO A LA ITALIANA
Cláxones.
-¿Qué pasa?
-¿Qué ocurre?
-Con cuidado.
-Un momento.
-Deme la mano, por favor.
Deme la mano, señora, la mano.
-Ha sido un desmayo.
-Vamos, salga del coche.
-Por favor, con cuidado,
con cuidado.
-Eso, despacito.
-Con cuidado.
-Despacio.
-Écheme una mano.
Échenme una mano.
Ayúdenla, por favor.
Cuidado, pobrecita.
-Despacio.
-Cuidado, cuidado.
-Con cuidado, que no se caiga.
-¡Algo para sentarla!
-Qué carita, por favor.
-¡Rosalía!
-Qué mala cara tiene.
-Algo para sentarla.
-Con cuidado, con cuidado.
Siéntenla con mucho cuidado.
-Con cuidado.
-Despacio.
¿Qué pasa ahí?
-Es doña Filomena,
se encuentra mal.
Oh, Dios mío.
-Qué disgusto, pobrecita.
Doña Filomena.
Doña Filomena...
¿Qué ha pasado?
-En el laboratorio.
Se ha desmayado doña Filomena.
Me lo temía, ay, me lo temía.
Un médico, tenemos que avisar
a un médico.
Vamos.
-Claro, hay que llamar al médico.
Ay que llamar a don Doménico.
¡¡¡Alfredo!!!
-¡Alfredo! ¡Alfredo!
-¡Alfredo!
-¡Alfredo!
Pero ¿qué pasa? ¿Qué sucede?
-Vamos, tenemos que subirla
enseguida.
Madre mía...
Corre a avisar a don Doménico
y llama al médico.
¿Y cómo hago?
El coche lo tiene don Doménico.
Piensa en algo, vamos.
Sí, ya, pero...
Despacio.
-Eh, y no olviden
devolverme la silla.
Despacio.
Despacio, despacio.
Despacio, despacio.
Tiene las manos heladas.
Don Doménico...
¿Quién se lo dice?
-Pobrecilla.
-¿Quién se lo dice?
Qué desgracia.
-Qué golpe tan terrible.
Música pop.
(AMBOS) ¡A la caja!
-Ya voy, un momento.
Este va bien.
Con el traje rosa de París
parecerá una reina.
Diana, déjame ver.
Tiene un defecto.
-¿Un defecto?
Aquí está.
-Cállate.
Qué tesoro de esposa. Hum...
El próximo sábado, ante el altar,
tiene que estar preciosa
como una virgen.
-Lo siento, pero más de doscientos
millones yo no doy.
-¿Y los diez de la comisión?
-¿De la comisión? ¡Venga, hombre!
¿Dónde está don Doménico?
-Está por ahí, con la sastra.
Con permiso.
¿Los sombreros sesenta mil
y los dos?
-Sí, los dos.
¿El traje de novia?
Don Doménico.
¿Qué quieres?
Doña Filomena. Está mal.
Ay...
Llévatela a casa y llama al médico.
Ya está avisado, pero está mal
de verdad. No habla.
Ah, entonces...
Está agonizando.
Alfredo, estoy tratando
cosas importantes y me vienes...
Esto es serio, don Doménico.
Nunca me dejará en paz,
nunca, nunca.
-Yo creo sinceramente
que vale mucho más.
Este precio es de risa.
Abogado, tengo que salir.
Continúe usted con los señores,
por favor.
Este negocio, las dos pastelerías
y el laboratorio
los vendo en bloque
porque me voy a casar
y me voy a vivir a Roma.
Hasta luego.
Adiós, bonita.
-Adiós.
-Me parece muy caro.
Si no hay un acuerdo, yo...
-Estoy algo perplejo.
Si usted está de acuerdo,
haría una consulta.
Hágalo, hágalo.
Haga todo lo que necesite.
-Consultaría al profesor Brinati,
de la universidad.
Pero creo que por la mañana
tiene clase.
Bueno, pues que venga esta tarde.
-Sólo que el estado de la enferma
hasta la tarde...
¿Es tan grave?
-Sí.
Oh, Jesús...
Campanadas.
No me lo puedo creer.
-Arreglado, vendrá el profesor
Carozzi. Tranquilícese,
a ver qué se puede hacer.
Haga lo que sea preciso,
lo imposible.
No escatime en medios.
-Usted tranquilícese.
Campanadas.
Vaya con la enferma.
Enseguida.
-Y, ustedes, a lo suyo.
Don Doménico, atiéndale.
Llévele un café.
-Bien.
¡Lo he localizado!
¿Qué hacen aquí? ¡Al laboratorio!
-Su café.
Doménico...
Filomena...
Ah...
¿Qué has hecho?
Ahora vendrá el doctor.
Le haremos una consulta
y te curarás.
No, no...
¿Cómo que no? Sé que te curarás.
No, un doctor no.
Un sacerdote.
¿Cómo está?
Quiere un sacerdote.
Un sacerdote...
Corre a la parroquia
de San Cipriano.
Pregunta por don Alfonso.
Y por un confesor.
(LLORA)
-El médico me ha dicho
que le trajese un café,
porque le vendría bien.
¿Tiene azúcar?
-Dos cucharaditas.
¿Tan mal está doña Filomena?
Uh...
Se cae la cuchara.
Sirena.
Música popular.
¿Cómo es posible que suene
la sirena cada vez que me bajo
los pantalones.
Es increíble.
-Yo me voy.
-Sólo es la sirena.
Calma, tranquilas.
-Y después vienen las bombas.
-Adiós, comendador.
-El bombardeo pasa siempre
en un cuarto de hora.
-La sirena es la señal de alarma.
-Hace una hora que está aquí.
Tiempo de sobra. Págueme.
-No he hecho nada todavía.
-Desde la 7 a las 8.
-Dentro de tres minutos
podríamos estar todos muertos.
-No vuelva nunca más.
Sirena.
-¿Y si cantamos?
Y viva la torre de Pisa.
(TARAREA)
Aviación.
Música popular.
Y pretendemos ganar la guerra
con estas pintas.
-Vamos, vamos.
(TARAREA)
-¡Deprisa, deprisa!
¡Señora, no se detenga, por favor!
¡Vamos!
Aviación.
¡Adelante, adelante, rápido!
¡Vamos, señora!
¡Corra, corra, vamos!
¡Eh, usted, la luz!
Música popular.
Corta la música.
Explosiones.
Se abre una puerta.
¿Y tú qué? ¿No bajas?
No, no.
¿Por qué no bajas?
Vamos, te acompañaré al refugio.
No, la gente.
Allí está la vente. ¿Ve a la gente?
Aquí corremos peligro,
estamos cerca del puerto.
Es un objetivo militar.
No quiero que caiga una bomba.
Ojalá.
Vaya...
¿Se marcha?
Eh... Claro.
Tengo miedo.
Pues vente conmigo.
La gente.
Me da vergüenza.
Explosión.
Qué cerca...
¿Cuándo llegaste aquí?
Hace tres días.
¿Cuántos años tienes?
Diecisiete.
Explosión.
¡Ah!
Ah...
Explosión.
Tengo miedo.
Tengo miedo.
(LLORA)
Explosión.
Tengo miedo.
(LLORA)
Madre mía, tengo miedo.
Tengo miedo.
(LLORA)
¡Me largo!
¿Se marcha? No se marche.
¡Estar aquí es una locura!
No quiero morir.
Haz lo que quieras,
pero yo no voy a morir.
¿Cómo te llamas?
Filomena.
Explosión.
Ah...
¡Vámonos, Filomena!
¡No, no!
-¡Vamos, vamos!
¡Todo el mundo al autobús,
nos vamos!
-Ay, oh...
Pero ¿qué haces, cretino?
(RÍE)
¿Qué has hecho, hombre?
(RÍE)
Miedo de la policía.
-He tropezado.
Estás loco, ¿verdad?
-Le ocurre a cualquiera.
Sí. Fíjate lo que has hecho.
-Lo siento.
Todo tirado por el suelo.
Siempre igual.
Asunción.
-Bueno, ¿qué quieres que haga?
Don Dumby.
Ah, ¿me conoce?
Filomena.
¿Filomena?
Cállate de una vez.
Veo que no me recuerda.
No te fijas por dónde vas.
De la casa.
Vicco Fantasías. Hace dos años.
Había un bombardeo.
Ah...
Ah, sí, sí.
O sea, que no ha vuelto por allí.
Y ha hecho bien.
Para llorar y suspirar... Bah.
¿A cómo cobra la docena de huevos?
Alfred, sube al autobús.
La señorita viene en el coche
conmigo. La llevaré a Nápoles.
Si usted quiere.
Desde luego.
Un momento, que me bajo.
-¡Eh, eh!
-¡Que nos vamos!
¡Tengo que bajarme!
-Pues salga por la ventanilla.
-¡Bueno!
-Un momento, señorita, yo lo ayudo.
Ah...
Oh...
¿Qué mira?
¿Está toda la ropa limpia?
Bonito panorama, ¿Eh?
Espere, yo también me subo.
-¡Hala, vámonos!
¿Tienes parientes en San Sebastián?
No.
¿Entonces dónde?
Yo siempre ando por ahí.
Mi habitación es la más bonita.
Oye, ¿tú no llevas ligas?
Llevó...
liguero. Está más de moda.
¿Por qué? ¿No le gusta?
Eh...
Qué bárbaro, no para de llover.
¿Hum?
Debe ser una casita bombardeada.
Espera un momento.
¿No hay nadie?
¿No hay nadie aquí?
¡Filomena, ven!
¿Qué quiere hacer?
No hay nadie.
¿Hay alguien aquí? Ven, ven.
Un tren silba.
Qué antipática era esa camarera.
¿Y por qué la quieres fastidiar?
Para despreciarla.
¿Despreciarla?
Sí.
Ah.
¡Oh!
Hola.
-Nos hemos equivocado de casa.
-Uh...
Música de banda.
Huy, tiene coche nuevo.
Cómo brilla.
Felicidades, don Doménico.
¿Puedo?
Sí, sí, entra.
Pero, Filomena,
¿cómo te has vestido?
¿Por qué? ¿No le gusta?
Sí, sí, pero...
Los zapatos me los regaló usted.
Sí, pero con este vestido
en el coche nuevo...
Quería llevarte al hipódromo.
Ah, comprendo.
¿Te has ofendido?
No.
Me ha dicho la cosa
más bonita del mundo.
Que quiere llevarme con usted,
para que todos me vean.
Como una señora.
Hum...
Yo...
(RÍE) Venga, venga conmigo.
Vamos.
No, Filo, déjalo.
Pero yo no sé qué ponerme.
Vamos, venga.
-Gracias, monárquicos.
Está bien.
-Napolitanos, hablaros hoy
para mí es un gran honor.
¡Ha llegado la hora para Italia!
(APLAUDEN Y JALEAN)
¿Qué prefiere?
¿Un vestido de una pieza
largo o corto?
Como quieras.
-Para llevar a buen puerto
vuestra gloriosa empresa.
Uh...
No.
-Yo os convoco,
pueblo de Nápoles...
¿Y este?
Oh, Dios mío.
El volante...
No, no me gusta.
-Napolitanos,
nuestra hora ha llegado.
Eh, ¿y este?
Esto es una combinación.
(RÍE)
Filomena, para ti es más fácil
desnudarte...
(RÍE)
Que vestirte.
Tengo un traje de chaqueta.
Este.
Anda, pruébatelo.
Pero tendría que quitarme este.
Adelante.
Dese la vuelta.
Ah, da igual Filo.
Vamos, dese la vuelta.
Oh...
-El mañana se empeñará
a escribir hoy y...
¿Me está mirando?
¿Tú qué crees?
-Por la grandeza de Italia.
Napolitanos, repetid conmigo...
Hum...
¿Y qué quiere hacer
en el hipódromo, don Doménico?
Filo, ¿por qué después de tantos
años me sigues tratando de usted?
¿Y cómo debo llamarle?
No lo sé. Doménico,
Mimí.
Está bien, don Mimí.
Doménico.
Eso es.
Adiós.
-¿Dónde vas?
Me lleva a comer fuera.
-Ah.
Al hipódromo de Aniano.
Allí voy a conocer a sus amigos
importantes, ¿sabes?
¡Adiós, señores!
Nos veremos esta tarde.
Pero si no hay nadie.
Me has traído un día
en el que no hay nadie.
Los martes no hay carreras.
Después de todo, Aniano
es más bonito así. Es más poético.
Está tan vacío, tan solitario...
Anda, ven conmigo.
Vamos.
Ven.
Mira, mira qué panorama, mira.
Madre mía...
Ah...
Qué bien se ve todo desde aquí.
Dos filas más abajo se sienta
siempre la marquesa de Basano,
con unos prismáticos de marinero
así de largos.
¿Qué haces?
(RÍEN)
¿Sabes?, para ser feliz
de verdad
me gustaría tener aquí mismo
mi dormitorio.
Hay un grillo entre la hierba.
Ah... Sí, sí.
Qué niño tan rico...
¿Te gustan los niños, Dumby?
¿Dumby?
(RONCA)
No puedo
pensar que tú no estás
conmigo
No puedo ni recordar...
¿Qué te ocurre, Filo?
¿Se te ha ido la alegría?
¿Por qué me llevas al Palacio Real?
De acuerdo, ya está bien.
¿Quién está bien?
Tú estarás bien.
¿Cómo puedes pretender que yo
esté siempre a tu entera
disposición?
Al principio yo...
yo me atormentaba,
te estaba haciendo daño.
Tú siempre me decías:
"¿Tanto cuentan los demás
para ti? Tú eres mí hombre,
para mí los demás no cuentan".
Cuando te decía aquellas cosas
tenía sólo diecisiete años.
¿Qué entiende una a esa edad?
Pero he cambiado. De tu mano
me he convertido en una mujer.
Filo, ¿por qué tenemos
que estropear la noche?
En el fondo tú en mí
tienes un apoyo.
Yo nunca te abandono.
Sí, es cierto, viajo.
Claxon.
Pero siempre vuelvo.
¿Y por qué vuelvo?
Si por lo menos no volvieras
sería punto y final.
Basta se acabó, terminado.
Y, sin embargo, no.
Para lo bueno y para lo malo
me he resignado.
Después de seis meses, un año.
Siempre vuelves.
Y vuelta a empezar.
Canturreos.
No quiero estar siempre así.
Dumby, no quiero siempre estar.
Canturreos.
¿Cuál es mi casa? ¿Dónde está?
Sube, es aquí.
Ah, Dumby...
Ah, cuidado, por favor.
Ah, Dumby, Dumby, Dumby. Dumby.
Hum, hum...
¿Estás loca?
Loca, loca.
Loca.
Loca.
Qué bonita.
Ven, ven aquí.
¿Y eso qué es?
Son trastos.
Tranquila, mañana se los llevarán.
Timbre.
¿Quién es?
Soy yo.
Esto es el hall.
Y este el salón.
¿Puedo abrir, Dumby?
Sí.
Un momento. Cierra los ojos.
Voilà.
Dumby, Dumby...
(RÍEN)
Dumby, ¿sabes quién se ha casado?
¿Quién?
La genovesa, aquella compañera mía.
¿La genovesa?
(RÍE)
Vamos, adelante,
estás en tu casa, Filo.
El contrato está a tu nombre.
Ven. Aquí está la cocina
y un bañito.
¿Y esta?
El salón.
No, no, ella.
Ah, esta es la señora
que estaba de servicio
con el viejo inquilino.
He pensado que una mujer
te podría ayudar.
Pero si no te viene bien...
¿Cómo se llama?
Me llamo Rosalía Solimeno.
Mi madre, Sofía Trombetta.
Era lavandera.
Mi padre, Julliano Solimeno.
Herrador, señora.
Señora...
Preséntese mañana por la mañana.
Gracias, excelencia.
La señora de la casa.
(RÍE)
¿Dónde está el contrato?
Aquí.
¿Puedo sentarme?
Claro.
¿Cómo debo firmar?
¿Filomena Marturano
o Marturano Filomena?
Como te venga mejor.
Li...
lo...
...mmm...
Dios mío.
¿Hum?
me...
hum...
na.
Ah...
Ya está.
Ya está.
Hum...
Ma...
ah...
tu...
ra...
a...
Madre mía, que N más grande.
No.
Oh, Jesús.
La firma no es bonita,
pero es la mía. Ah...
¿Y cuánto es el alquiler?
Está en el contrato.
Son tres mil liras.
Pero con un beso basta.
Es bien poco. O me aumentan
el alquiler o me marcho.
Buenas noches, Alfred.
Buenas noches, don Doménico.
Y doña Filomena.
(RÍEN)
Déjame.
Ay...
(RÍEN)
Vale, vale.
Dumby,
nunca hemos estado tan bien juntos,
¿verdad?
Ajá.
Sí, pero ahora debo irme. Es tarde.
Enciendo la luz.
No.
Quédate a dormir conmigo.
Como los casados.
Hum...
Basta de este sol,
basta de este mar.
(TARAREA)
(TARAREA)
Teléfono.
-Vía San Potito 29,
interior 6, denuncia de alojamiento
disponible por muerte
de la inquilina Amalia Astarita.
¿Es aquí?
No.
Sí, sí, es aquí. Hazlo entrar.
Oh, Jesús, ¿y cuándo ha muerto
la señora Astarita?
Anteayer.
-La comisión, por lo tanto,
embarga el alojamiento
en cuestión y lo asigna a la...
No, aquí la comisión de embargos
no pinta nada.
-¿Quiénes son ustedes?
Soy el propietario,
Doménico Soriano.
-¿Y han venido a vivir aquí?
No, yo estoy de paso.
Sin embargo...
-¿Dónde lo pongo?
Ponlo ahí atrás.
El alojamiento está ya ocupado
por la aquí presente
Filomena Marturano,
la cual hace seis meses,
como usted puede ver
en la fecha del contrato,
hace seis meses
que paga el alquiler.
-Hasta luego.
En vista de los acontecimientos
dolorosos recientes...
¿Qué quiere que le diga?
-Entiendo.
Así que durante seis meses
se ha hecho cargo del alquiler.
del muerto. Y del niño.
¡Eh, los de abajo, hay un error,
el apartamento está ocupado ya!
-No puede ser,
esto es una auténtica
tomadura de pelo.
-Arreglado.
Dé las gracias a la señorita
y buenos días.
Debo ponerme loción de afeitar.
Tráeme un café.
-Dumby, ¿quieres una?
Gracias, Fofó, tengo la mía.
-¿Alguna cosa que declarar?
¿Perfumes, cigarrillos?
-Un sitio.
-Miremos esta.
Esa es la mía.
-¿Es suya?
Por favor, ¿quiere abrirla?
(MEGAFONÍA) Anuncie su vuelo
con destino a Madrid.
Rogamos a los pasajeros...
-Permiso...
(MEGAFONÍA) Puerta número 7.
-¿Y esto qué es?
Como ve, no son más que chucherías.
Cosas que cuando uno vuelve
de París se las encuentra
en la maleta no se sabe cómo,
claro.
(TOSE)
-¿Dónde las compraste?
Mañana por la mañana,
a primera hora,
quiero la tienda bien limpia.
Y los servicios,
que están hechos una porquería.
-Sí, sí.
Y dile a los muchachos
que no muevan mucho
los botelleros de agua.
Me han telefoneado dos veces
para decirme que los cascos
van rotos.
-Buenas noches, doña Filo.
Buenas noches.
Filomena.
Dumby, ¿ya estás de vuelta?
Hace un cuarto de hora
que te espero.
¿Y por qué no has entrado?
Mira lo que me he comprado
en Londres.
Treinta y cinco mil liras.
Hecho a mano. Se llaman Morrows.
Una noche de luna
los pones en la ventana,
pasado un tiempo,
cuando tienes un callo,
así se llama al conocido
callo Morrow. Pero ¿adónde vas?
Tengo aquí el coche.
Has estado fuera cuatro meses,
vuelves y me hablas de zapatos.
(SUSPIRA)
Muy bien, olvidémoslo.
Tengo que decirte una cosa.
Canturreos.
Dumby, hay un muchacho
que quiere casarse conmigo.
¿Contigo?
Sí, conmigo. ¿Es tan raro?
No, no.
¿Y quién es?
Es alguien que sabe todo de mí,
quién era y qué era.
Ah...
Dumby, yo te quiero.
Siempre te quise,
desde aquella tarde.
Pero tú nunca me has querido.
Ya lo sabía. Ahora me reprocharás
que te dejo sola alguna vez.
Pero ¿es que tengo
que estar siempre en Nápoles?
Además, la culpa es tuya, Filo.
Si no te ocuparas
tanto de mis cosas
yo no me vería obligado
a ocuparme de mis propios negocios.
¿Y me dices que no te quiero?
Si no te quisiera
no te hubiera sacado de allí.
No te habría metido en casa.
No llevarías puestas mis cosas.
Todo el mundo lo sabe,
conocen mi situación.
Y no te llevaría a mi casa,
como pensaba, con mamá.
¿Con tu madre, Dumby?
Sí, se ha enterado
y quiere conocerte, Filomena.
Campanadas.
Por aquí.
Mamá, ¿se puede?
Mamá.
-Ah...
Te he traído a Filomena.
Vamos, deja que te vea.
-Bella, guapa Filomena,
es como Carmela,
la simpática Carmela.
Ah... Sí, mamá, como a ti te gusta,
la nieta de Carmela.
-La nieta de Carme...
(TOSE)
No es nada, no es nada.
Es sólo un golpe de tos.
Gracias a Dios le dura poco.
Ven, ven.
Entretanto te enseñaré
la habitación donde...
Esta es la mía, al lado.
¿Quién es esa Carmela?
¿De qué nieta habla?
Oh, no, nada, nada.
Carmela ha sido la doncella
de mamá tantos años...
Ahora los hijos se la llevaron
a América, y Carmela,
para que mamá estuviera tranquila,
prometió mandarle una nieta
y mamá siempre:
"La nieta, la nieta,
¿cuándo llega esa nieta?".
Ya sabes cómo son los viejos.
Por supuesto, está muy lúcida;
pero tiene algunas fijaciones.
Pobre mamá.
Ya entiendo.
Y esta era la habitación
de Carmela.
Sí, dormía aquí. La casa es grande,
pero sólo tiene dos dormitorios.
El mío y el de mamá.
La cocina.
Sí, después están los salones,
la salita.
En fin, un poco inútil.
Como se construía antiguamente,
ya sabes.
Dumby, quiero que venga
también Rosalía.
La casa es grande,
y a mamá, como ya he comprendido,
habrá que darle hasta los pañuelos.
Claro, como tú quieras,
porque, ahora, en esta casa
tú eres la dueña.
Que duerme en el cuarto
de la criada.
Oh, Filo, qué injusta eres.
Tu verdadera habitación
es mi dormitorio.
Comprende, en consideración a mamá
tú sales despacio,
atraviesas el pasillo y...
Y encuentro tu dormitorio.
Porque tú a saber dónde estás.
Pero cuando esté...
-Carmela...
¡Filomena, Carmela, Canela, Canela!
Pero ¿qué pasa, mamá? ¿Qué pasa?
¿Qué dice, doña Matilde?
-El pesebre, el pesebre.
¿Qué pesebre?
-El pesebre. Ah...
La mujer con la gallina
va detrás del muro.
Detrás del muro.
La mujer con la gallina
va detrás del muro.
La mujer con la gallina
va detrás del muro.
-¡Detrás del muro!
Eso es, detrás del muro.
-Detrás del muro.
¿Qué dice?
-Creo que dice detrás del mulo.
Ah, detrás del mulo.
-¿Sabes, Doménico,
estuve un año en San Stefano?
¿En San Stefano de París?
-¡Y el padre pío!
¿Y a mí qué me importa?
-¿Ha venido el cura
para la bendición?
En Pascua, mamá,
el cura viene en Pascua.
Ahora es Navidad.
¿Entonces no viene?
Viene en Pascua.
-Mala suerte. Quiero hacer pipí.
Sí.
El orinal.
Está debajo del mueblo,
detrás del biombo.
Maldición, ¿será posible?
-El orinal.
¡Ya!
(TODOS) Salve María,
llena eres de gracia.
El Señor es contigo.
Bendita tú eres
entre todas las mujeres
y bendito es...
-Qué mujer más buena
era su madre.
-Le doy mi más sentido pésame.
-Era una mujer con la moral...
...muy alta.
Nuestro Señor le cuidará
allí donde esté.
-Me acuerdo de ella
cuando era pequeño.
-Y tan de repente.
-Iba a recogerle al colegio
con su bonita pamela de Florencia.
-Qué bonita era, qué bonita.
(TODOS) Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas
las mujeres y bendito es...
Señora Cucurulo...
-Oh, Doménico...
-Una verdadera desgracia,
-Doménico, Doménico, buenos días.
Ay...
-Buenos días.
-Pobrecita Matilde.
-Pobre Matilde.
Me encuentro mal.
Ay, me encuentro mal.
Señora Cucurulo,...
Señora Cucurulo,
señora Cucurulo...
Un café. La señora Cucurulo
se encuentra mal.
¿Conoce usted a esa señora
Cucurulo?
No la he visto nunca. Dame.
Espere un momento.
Lo llevo yo.
Bueno.
Oh, no, ¿cómo te va a ver
la gente
en una situación como esta?
-¡Fregona!
-¡Denos algo, por favor!
-¡Denos una propina, por favor!
(GRITAN)
-¡Denos algo!
-¡Gracias!
-Señora, señora, por favor.
Gracias.
-Buenos días, doña Filomena.
¿Dónde está?
-Está allí, como siempre.
(AMBOS) ¡A la caja!
Caramba,
qué buena pinta tiene.
¿Has traído los huevos de Pascua?
Sí.
Y la sorpresa.
Padre...
-Eh...
¿Esto es... el final?
Aún esperamos a un doctor
para una consulta.
Eh...
-Hijo...
Hijo,
sé sincero,
¿tú quieres a esta mujer?
Llevamos juntos ya tantos años...
Usted ya conoce nuestra historia.
-Sí, la conozco. Lo sé todo.
Dumby, ven.
Alfredo, aquí.
Cállate.
Uh, uh...
Cállate.
-Dime, Doménico Soriano,
¿quieres tomar por legítima esposa
a la aquí presente
Filomena Marturano
según lo manda
la Santa Madre Iglesia?
Sí.
-Y tú, Filomena Marturano,
¿quieres tomar como legítimo esposo
al aquí presente Doménico Soriano
según lo manda
la Santa Madre Iglesia?
Sí.
(LLORA)
Alfredo...
-Os declaro marido y mujer.
¿Quiere venir conmigo?
-Eh, sí.
Tú ponte allí y tú ven aquí.
Ebullición.
-Ah...
-Come.
-Bravo, bravo, bien, hijo,
has hecho una buena obra.
Será un alma más en el Paraíso.
Gracias, padre, gracias, gracias.
Música pop.
Hola, Diana, ¿eres tú?
-¿Sí, querido? ¿Has terminado?
Sí, sí, casi he terminado.
Pero ha pasado algo terrible.
-Parece que sí.
Te espero en el despacho
del abogado con cien millones
contantes y el resto en letras.
Además, Mimí... Hum.
De la imprenta he mandado
hacer las participaciones.
No, no, es urgente, Mimí.
Eh... con mucho los amigos
sabrán que nos hemos casado.
Pero eso no cambia nada.
No lo sé, no lo sé,
quizás dentro de poco.
Ah, sí.
La pobrecita se está muriendo.
¡Dumby, yo estoy aquí!
¡La pobrecita ya no se muere,
la Virgen me ha concedido
su gracia! ¡Somos marido y mujer!
¡Ajá!
Uh... La madre que...
Uh, uh...
-¡La señora ha resucitado! ¡Ay!
¡Filomena!
¿Qué quieres?
Pero...
¿Cómo has podido...?
¡¿Cómo has podido?!
¿Y cuántas has podido tú?
Te he permitido cambiar de cajera
una, dos, tres veces.
La primera... pasó rápido.
"Filomena, tienes que descansar".
Y bien, ya descansé.
La segunda, por suerte
te dejó ella.
Y así la tercera, te querías casar
con esa asquerosa.
¡Y vosotros lo sabíais,
lo sabíais, fuera de mi casa!
No lo sabía.
Tú, también fuera.
¡Y tú también!
¡Yo estoy en mi casa,
bajo el techo conyugal!
¡De aquí no me sacan
no los carabineros!
¡Mala mujer!
¡Eres una mala mujer,
siempre lo has sido
y siempre lo serás!
Mira cómo le hablas a tu mujer.
¿Mi mujer?
¡¿Dónde está mi mujer?!
¡Yo misma, la señora Soriano,
yo misma!
¡Yo te mato y te pago dos monedas!
¡Una mujer como tú,
que le paguen unas monedas!
¡Y estos asquerosos
que te seguían el juego!
¡Os mato, os mato a todos!
Y ahora una matanza.
¡El revólver!
¿Dónde está el revólver?
¡Ay, Virgen del Carmen!
En el cajón de la cómoda.
Y no lo desordenes,
que están las camisas
recién planchadas.
Cretino... ¡Eres un cretino!
¡Y un idiota! ¡Cretino!
Uh, uh...
¡Uh!
Madre mía...
¡Virgen Santísima!
¡Anda y que te den!
¡Virgen Santísima!
¡Un médico, está muerto!
¿Qué me pasa en las rodillas? ¡Ah!
¡El corazón!
¡Ah, el corazón! El corazón.
Está ahí.
-¿Quién está ahí?
¡Don Doménico!
¡Le ha dado un infarto! ¡Se muere!
¡No se muere, doctor, no se muere!
¡A quien no tiene corazón
no puede darle un infarto!
-¿Qué pasa, somos estatuas?
-Moveos.
-Venga, vamos, un poco de gracia.
¿Qué es el amor, que viene y va?
Yo lo encontré en la ciudad.
Ay...
-Hum...
Lalarará.
Rararará, rararará.
Rararará.
¿Eres de Nápoles?
-No.
-¿Eres notario?
-No.
-¿Y qué demonios haces?
Vamos. ¿Vamos o no?
-¡Enseguida!
¡Filomena, te llaman por teléfono!
¿A mí?
¿Diga?
¿San Sebastián del Vesubio?
¡Corre, corre, corre!
Maldita sea, maldita sea,
¿y ahora qué?
Siempre vengo en el autobús.
Ah, en el autobús.
Como aquella vez que nos vimos.
¿Por qué? ¿Tiene a alguien aquí?
Alfred, cállate.
Anda, vamos por ahí.
Anunciación, ¿dónde está?
¡Anunciación, la señora!
-¡Señora!
Anunciación, ¿cómo está?
-Está bien, duerme.
¿Duerme?
¿Está durmiendo?
¡Miguelito, Miguelito mío!
Se ha despertado.
-Señora, ya está bien,
pero ayer por la tarde
qué susto.
Tenía convulsiones.
¿Ah, sí?
(EL BEBÉ LLORA)
-Y yo perdí la cabeza.
Le digo a mi marido:
"Dios no quiera que ocurra
una desgracia.
¿Qué diría la señora?
Vete, vete a telefonear".
Me dijo: "¿A estas horas?".
-Sí.
-Le dije: "A estas horas,
aunque se despierte
toda la centralita".
Has hecho bien.
(LLORA)
Oh... Vamos, Miguel...
Miguelito mío, ven.
-¿Lo ve, lo ve?
Me llama a mí. Démelo a mí.
Miguel.
Miguel, ven aquí. Dámelo, dámelo.
(LLORA)
Ven aquí, Miguelito.
¿Cómo está?
¿Lo ha visto ya el médico?
Dime, ¿lo ha visto ya?
-Sí, ya lo vio el médico.
Llego y nos preguntó:
"¿Qué ha comido este niño?".
Y le dije: "Un kilo de cerezas,
con huesos y todo".
¿Con huesos?
-Sí, le hice una infusión
y le di una purga, pero fuerte.
¿Y ahora qué le pasa?
-Oh, la purga.
(LLORA)
-Ah, ah...
Haz todo, hermosura.
(EL NIÑO HACE DE VIENTRE)
Los huesecitos.
(RÍE)
Pero qué guapo eres.
Los huesecitos.
(RÍE)
(EL NIÑO HACE DE VIENTRE)
Don Doménico no debe enterarse.
Ni de lo del coche
ni de las otras cosas, ¿entendido?
¿Lo has entendido?
Sí.
No, repítemelo: "Lo entiendo bien".
Lo entiendo bien.
Qué hermoso es el niño.
Cuatro pares de camisetas,
tres pares de calzoncillos,
y los calcetines.
Qué guapa está la madre
con el niño en brazos.
Qué bella está.
¡Oh! ¿Qué ha pasado?
Filomena, yo...
me casaré contigo.
Tu hijo necesita un padre.
Alfredo, vamos, se hace tarde.
Perdona.
Alfredo, yo tengo otros dos.
¡Oh! Alfredo, ¿quieres parar?
¿Otros dos?
¿Pedimos otros?
No sé qué decir.
Con esto será suficiente.
-Buenos días, señora.
-Buenos días, señora.
Ricardo...
(RÍE)
Umberto...
-Señora, ¿nos da pasteles
como la otra vez?
-No comáis mucho.
Vamos.
(RÍE)
-Tened cuidado de no mancharos,
no quiero oír a las hermanas.
-Estas se comen de un mordisco.
(RÍEN)
Hay que ver cómo se están poniendo
estos niños.
Doña Filomena,
yo me caso con usted.
Perdone.
Seré como un padre para ellos.
Alfredo, para mí lo único
que cuenta son ellos.
Tú no puedes darnos
lo que él nos da sin saberlo.
Lo que nos da Doménico Soriano.
¡Lárgate!
¡No!
Retírate, Rosalía.
Sólo una mujer como tú
podría llegar donde has llegado.
No, no podías cambiar.
Veintidós años
no te han podido cambiar.
Pero os denunciaré,
os acusaré de falsos a todos.
A ti, al médico, al cura.
Cuando yo diga dónde has estado
y dónde te he conocido,
me darán la razón.
¡Os destruiré, os destruiré!
Oh, Dios...
Ay...
Siéntate, hombre.
Ah...
¿Has terminado?
Primero, donde me has conocido.
Vaya cosa.
Donde me has conocido
allí estabas tú, punto.
Segundo, no te he engañado
con el doctor ni con el cura.
Ellos se lo han tragado
y es normal.
Tenía que creérselo.
Cualquier mujer
después de veintidós años
a tu lado es lógico que se muera.
Durante veintidós años
he sido tu criada,
he dirigido la fábrica,
hasta la pastelería.
He llevado la casa
como cualquier mujer.
Te he atendido a ti y a tu madre,
que en paz descanse,
le he lavado los pies,
y no ahora,
que tengo cuarenta años,
cuando era más joven.
Y siempre como una criada
que en cualquier momento
la podían echar.
En todo este tiempo
nunca te visto sumisa,
comprensiva con nuestra nueva
situación.
Siempre con la cara torcida,
insolente.
Nunca te he visto
una lágrima en los ojos.
En todos estos años
nunca te he visto llorar. ¡Jamás!
¿Es que tenía que llorar por ti?
Era lo que me faltaba por oír.
¿Sabes cuándo se llora?
Cuando se conoce el vivir bien
y no lo logras.
Y eso no lo conozco.
Tampoco me has dado la satisfacción
de poder llorar.
Me has tratado como a la última
de tus mujeres.
Sí, señor, los pecados se purgan.
Pero ¿cuándo se para de pagar?
Ahora, a los cincuenta años
vienes a casa con los pañuelos
sucios de carmín que dan asco.
¿Dónde están?
Están guardados.
Muy bien.
Y ni siquiera te tomas la molestia
de tener un poco de prudencia.
Y si Filomena los ve, ¿qué pasa?
¿Quién es Filomena?
¿Qué derecho tiene?
Te comportas como un auténtico
cretino con esa asquerosa,
un hombre de cincuenta años
con una chica de veinte.
¿Y qué te importa si tiene veinte
o veintidós años?
¡Nada, nada, nada!
De ti no me importa nada.
Ahora me sirves y basta.
¿Después de veintidós años
iba a quedarme con una mano
delante y otra detrás?
Ah, el dinero,
por fin la verdadera razón:
¡el dinero!
¿Y crees que no iba a dártelo
sin que tuvieras que organizar
toda esta mascarada?
Eso es lo que tú crees,
que sólo es el dinero.
Es otra cosa la que yo quiero.
Y me la vas a dar.
Tengo tres hijos, Dumby.
Pero ¿cómo?
¿Qué estás diciendo?
Tres hijos...
Tres.
¿Tú lo sabías?
Sí, yo lo sabía.
¿Y qué son tus hijos?
Hombres, como tú.
Filomena, ¿qué quieres decir?
Para mí sois todos iguales,
ni más ni menos.
El mayor cumple veinte años
en mayo. Estudia.
El segundo...
No pongas esa cara,
que no son hijos tuyos.
Ah... ¿Y a ti te conocen?
¿Qué hacen? ¿Dónde están?
¿Por dónde andan?
¿Cómo han crecido?
Con tu dinero.
Durante todos estos años
te he robado.
Han crecido y los he hecho estudiar
con tu dinero.
Ah... O sea, que estos tres
que ni siquiera conozco
si me ven podrán reírse de mí
en la cara.
¡Si no sabes que existes!
¡Sólo conocen de mí mi dinero!
¿Y qué querías que hiciera?
¿Que los matase?
Eso me aconsejaron unas compañeras.
Pero ¿qué podía hacer?
¿Estaba loca?
Nadie que me dijera
una buena palabra, que me ayudase,
que me diera un consejo.
La respuesta la he tenido
que encontrar yo sola. Sola.
Ahora ya son mayores.
Doña Filomena, es usted una santa,
una santa.
Rosalía, ve a llorar a otro sitio.
Una santa... ¡Un diablo!
Tú eres una polilla venenosa
que destruye todo lo que toca.
Y, ahora, dime, si no quieres
dinero, ¿qué es lo que quieres?
Dumby, estoy cansada de esconderme,
de verlos crecer desde lejos.
Tienen que conocerme.
Tienen que conocerme y quererme.
¡Lo necesito, Dumby!
Además, ya son mayores.
No deben avergonzarse
cuando vayan a por un papel
o un documento.
Tienen que tener un nombre.
Tienen que llamarse como yo.
¿Llamarse como yo?
Soriano.
Lo sabía,
pero quería oírtelo decir.
¿Dentro de mi casa tres extraños?
Ni siquiera muerto
pondrán el pie aquí.
Te lo juro por...
¡No jures, que yo por un juramento
estoy pidiendo una limosna
de veintidós años!
¿Es que me has visto pedir limosna?
Pero ¿qué dices limosna?
En mi casa, en mi casa
quería meternos,
en mi casa, con mi nombre.
¡Esos hijos de...!
¿De qué?
¡Tuyos! ¡De puta!
Portazo.
Ay... Hasta la voz me ha hecho
perder esta desgraciada.
-Se ha despertado el señor,
señora Filomena.
Buenos días, don Dumby,
¿ha dormido bien?
Pero ¿cómo te presentas
en este estado?
¿Qué cosas están pasando
en esta casa?
Estoy haciendo unos trabajitos
de limpieza, ¿sabe?
Pero ¿qué haces?
Cojo la mesilla.
¿Y adónde la llevas?
Doña Filomena lo ha ordenado.
De aquí y allá,
por eso me la llevo.
¿Que ha ordenado qué?
¡Alfred, ven aquí!
Cristal roto.
Maldita sea.
Pero ¿qué pasa en esta casa?
Ay, cualquier día me ciego
y ya veréis lo que pasa.
Lucía, coge las sábanas nuevas
en el estante alto.
Están atadas con una cinta roja.
-Sí, sí, bien.
Rosalía, los vestidos,
en el armario.
La ropa de invierno
dentro de la bolsa,
los zapatos todos juntos
detrás del biombo.
¿Los zapatos? ¿Detrás del biombo?
Sí.
¡La habitación de mamá!
¡La habitación de la Sra. Soriano!
Desgraciada, tú estás loca,
estás loca.
Mamá, mamá...
Dumby, no volveré a dormir
en el cuarto de la criada.
¿Cómo?
¡Ponlo todo en su sitio!
¡Ponlo como estaba antes!
¡Ay, qué carácter!
Todo como estaba al principio.
Pero ¿qué pasa con este cuarto?
Es para mis hijos.
Estarán un poco apretados,
pero también han estado
muy anchos hasta hoy.
Ah...
Te las tendrás que ver
con mi abogado.
¡Y ya veremos cómo terminamos!
Por mí puedes llamar
al padre eterno.
Te haré echar por la policía.
Y a ti también. ¡Fuera!
Te devuelvo adonde te encontré.
Lo han cerrado, Dumby.
Hum...
-De acuerdo con los artículos
101, 110, 121, 122,
su postura es errónea. ¿Entendido?
Yo no hago buenas migas con la ley.
-Esto ya lo sabemos, señorita.
Desde el punto de vista legal
usted, quizá por ignorancia,
ha cometido un fraude.
(LEE) Artículo 101:
Matrimonio en inminente
peligro de muerte.
En caso de peligro de muerte
inminente, etcétera, etcétera...
Explica todas las modalidades,
pero peligro de muerte inmediato
no ha habido, porque lo suyo,
querida señorita,
ha sido una ficción.
Están los testigos.
Alfredo, Lucía, Rosalía...
Tan pronto se fue el cura
se levantó de la cama y me dijo:
"Dumby, ya somos marido y mujer".
-Y aquí encontramos,
en el artículo 122,
violencia y error.
(LEE) El matrimonio puede ser
impugnado por cualquiera
de los cónyuges cuyo consentimiento
ha sido arrebatado con violencia
e incluso por defectos de error.
Yo no he entendido nada.
Filomena, me he casado
porque creí que te ibas a morir.
-El matrimonio no puede ser válido
en estas condiciones.
Tú tampoco lo has entendido.
Abogado, explíquelo en cristiano.
-Este es el artículo,
léanlo ustedes mismos.
Yo no quiero leerlo.
Eso no lo acepto.
-En pocas palabras,
como no ha estado en peligro
de muerte, el matrimonio se anula.
No vale. ¿Entendido?
Y lo ha previsto.
-Les digo lo mismo que antes.
Han ultrajado un sacramento.
No vale.
No vale.
Tenía que morir.
-En efecto.
¿Si hubiera muerto?
-Hubiera sido perfectamente válido.
Ya. Y eso es la justicia.
-La ley no puede apoyar
su actuación, aun siendo humana,
haciéndose cómplice
de algo perpetrado
con daños a un tercero.
Y don Doménico Soriano
no tiene intención alguna
de unirse en matrimonio con usted.
¡Ah! Está claro.
¿Lo has comprendido ahora?
No.
La madre que la parió.
Pero creo que tiene razón.
¿Y sabes por qué?
Te has calmado.
Has adoptado otra vez
ese aire de dueño.
Abogado, proceda.
No te preocupes.
Yo ni siquiera te quiero.
Sí, abogado, proceda,
acabemos cuanto antes.
No estaba en peligro de muerte.
Quería cometer un fraude.
Quería robar un apellido.
Pero sólo conocía mi ley,
aquella que hace reír, Dumby,
no esa que hace daño.
Oh...
-Perdón.
Alfredo, ven aquí.
Ve a por mis hijos,
a por los tres.
Sí, ¿los tres?
Ya han llegado dos.
Falta el más pequeño, el mecánico.
¿El mecánico?
Rosalía, ayúdame, que yo no puedo.
Me tiemblan las manos.
Tantos años esperando este momento
y ahora tengo miedo.
¿Miedo de qué?
¿Qué les digo, cómo se lo digo,
qué dirán ellos?
¿Qué le van a decir?
"Gracias, mamá,
por todos los sacrificios
que ha hecho por nosotros".
Tiene que estar muy guapa.
Póngase un poco de color.
No.
¿Quiere que la vean así?
Quiero mostrarme como una madre.
La señora vendrá enseguida.
Entretanto,
servíos vosotros mismos.
Ah... Les he dado unos pastelitos.
-Pues yo creo que te he visto
en alguna parte.
-Hum...
-¿Tú has estudiado en Roma?
Teléfono.
-No, estudiaba en el instituto...
-Eran ursulinos.
-No, no eran ursulinos.
Pasa, coge tú uno también.
-Buenos días.
-Buenos días.
-Buenos días.
-¿Tienes una cerilla?
-No.
-¿Y tú?
-¿Y tú quién eres? ¿De dónde sales
-Perdón, voy a presentarme.
Me llamo Miguel Expósito.
-Encantado. Umberto Expósito.
-Yo también soy Expósito.
-Qué maravilla, así que los tres
somos Expósitos. Qué casualidad.
¿Vosotros también habéis recibido
una cartita?
-Sí, yo la he recibido y...
Vamos, vamos, doña Filomena.
Espera un momento, deja que me vea.
-¿Sabéis quién es esta
Filomena Marturano?
-Yo no. ¿Tú la conoces?
-Es una mujer creo que muy famosa.
Ahora no está Italia,
pero vive en esta casa.
-¿Qué querrá de nosotros?
-Ja, esto parece una película
de intriga.
-Oye, ¿y tú cuántos cigarrillos
fumas al día?
-Cuatro o cinco.
-¿Y cuántos años tienes?
Se abre la puerta.
-Quince.
Oh, es sólo un momento.
Adelante, abogado.
-Señorita...
Oh, vaya...
Acabemos de una vez
con este asunto.
El abogado ha preparado
los documentos.
Pasemos al despacho. ¿Qué pasa?
(RÍEN)
¿Quién está ahí dentro?
No entres.
Espérame en el despacho,
voy enseguida.
Tranquilo por los documentos,
los firmo, los firmo.
Ya he hecho las maletas. ¿Verdad?
Sí.
Te dejo libre, pero a mis hijos
no renuncio. Anda, ve.
Filomena, pero ¿por qué?
¡Déjame!
¿Quién eres tú para que mis hijos
no sepan que soy su madre?
Abogado, esto me lo permite
la ley, ¿verdad?
No te preocupes más por mí,
yo soy fuerte, lo sabes.
Nunca lloro. ¿Lo ves? Sonrío.
Anda, ve. Están solos, vamos, vete.
Tú estás loca, estás loca.
Por aquí, abogado.
Sí, soy yo. Yo misma, Miguel.
Esa loca que va siempre al taller
con cualquier excusa
para ver lo que haces.
Hum...
También tú me conoces,
¿verdad, Ricardo?
Yo soy esa que para comprar
un par de guantes
te hace poner la tienda
patas arriba.
Tú, en cambio,
no me has visto nunca.
-No.
Y, sin embargo,
cuántas veces he comido
cerca de ti.
-¿Dónde?
En el restaurante.
Cerca del hospital.
Tú en la mesita al lado
de la ventana
y yo en la de enfrente.
Tú no me veías,
siempre estabas estudiando,
incluso mientras comías.
Esto no es una película,
como dijo Miguel.
Es un drama. Tremendo.
Porque...
vosotros sois mis hijos.
¿Qué hacéis ahí?
Tú, ve a lavar el coche.
Y tú, a lo tuyo.
Bah...
¿Conocéis los bajos fondos?
Yo nací en Forcielli,
en esas pequeñas chavolas,
donde ni siquiera en verano
se respira,
donde no entra ni un rayo de luz
a mediodía.
En una de esas chabolas
vivía yo con mi familia.
¿Cuántos éramos? No lo sé.
Tampoco me acuerdo
de lo que le pasó a mi familia.
Siempre con la cara asustada,
uno con el otro.
Nos acostábamos sin darnos
las buenas noches
y nos levantábamos
sin decirnos buenos días.
Y el calor, ese calor...
Por la tarde nos sentábamos
a la mesa con un gran plato
y no sé cuántos tenedores.
Una sola vez
mi padre se interesó por mí.
Sólo con recordarlo tiemblo.
Tenía dieciséis años.
Me dijo: "Ya eres mayor.
Ya no tiene por qué comer aquí.
Ya lo sabes".
Pasaban las señoritas
bien vestidas y con bonitos zapatos
y yo las miraba.
Pasaban del brazo de sus novios.
Había alguno que de vez en cuando
me ayudaba.
Un panadero
que me daba alguna vez pan fresco.
En invierno aquel panadero
era un consuelo,
pero mi padre tenía razón,
me había hecho mayor.
También se dio cuenta el panadero.
Un día me encontré con una amiga.
Casi no la reconocí
de lo bien vestida que iba.
Me deslumbró lo guapa que estaba
y le pregunté qué había hecho.
Y ella me dijo: "Así y así
y así y asá".
Perdonadme.
Para vosotros era mejor nada
que una madre así.
¿Verdad?
¿No es cierto?
Entonces dadme un beso.
-Tengo las manos sucias.
¡Qué más da!
-Qué tonto he sido.
Nunca imaginé que era mi madre
la señora que escuchaba
detrás de las puertas.
Ricard...
-¿Adónde vas?
Déjalo ir. Es su carácter.
Ricard...
¿Qué haces?
¿Adónde vas? No te vayas.
Ricard, ¿qué haces?
¿Adónde vas?
Vuelve.
Vuelve, Ricard, vuelve.
¿Se han ido?
Faltan dos.
Se acabó la fiesta, Alfredo.
¿Es para hoy?
¿Falta mucho para que termine
esta comedia?
No estemos encerrados aquí
con este sol,
esperadme en el portal.
Arreglo una cosa con el dueño
de la casa y vuelvo enseguida.
Ah...
Ya estoy lista.
¿Dónde está el abogado?
Se ha ido. No iba a estar
todo el día a tu disposición.
Los documentos están aquí.
Y aquí también está la pluma.
¿Quieres leerlos?
No, para mí están bien.
Estas son las llaves de la casa,
de los armarios, de todo.
Mañana mandaré a recoger mi ropa.
¿Puedo firmar?
Sí, aquí.
Ah...
Estás loca.
Podrías tener el dinero
sin tanta historia.
Has disgustado sin necesidad
a esos chicos.
¿Por qué se lo has dicho?
Dumby, uno es hijo tuyo.
No empieces.
Uno de los tres es hijo tuyo.
Por favor, Filomena.
Podría haberte dicho
que los tres son hijos tuyos.
Yo te lo hubiera hecho creer.
Pero sólo uno lo es.
No es verdad. Tú me conoces bien
y me dices esto
para tenerme atrapado.
¿Tú atrapado?
Lo habrías dejado morir.
Tu hijo vive gracias a mí.
¿Y cuál es?
No me acuerdo.
Para mí los tres son iguales.
Doña Filomena, no se ha ido,
también se ha quedado Ricard.
La esperan abajo los tres,
en la plaza.
Lo sabía.
¿Cuál es?
¿Lo ves? Son iguales.
Tienen que ser iguales los tres.
¿Y qué si son iguales tus hijos?
No los conozco,
no quiero conocerlos. Fuera, vete.
Sí, me voy, me voy.
Esperadme abajo.
Un momento, Dumby.
Una tarde me dijiste:
"Filo, finjamos que nos amamos".
Yo aquel día te amé de verdad.
Tú no, tú fingiste.
Y cuando te fuiste
me regalaste las clásicas
cien liras.
Y en aquellas cien liras
yo puse el año y el día.
Tú desapareciste,
como de costumbre,
y a tu vuelta ya tenía barriga.
Te dijeron que estaba enferma,
en el campo.
Y tú te tragaste el cuento.
Aquí está la fecha.
Me la quedo.
Toma.
Los hijos no se pagan.
(JALEAN)
-¿Qué te ocurre, Dumby?
¿Eh?
Nada.
Voy a tomarme un café.
-¿Te encuentras mal?
¿Te acompaño?
No, no, vuelvo enseguida.
(GRITAN)
¡Aquí está, aquí está la prueba,
Alfred, mírala aquí!
Hum...
¿Duermes?
No, pensaba.
No pienses y mira.
La de Milán.
Ajá.
La mujer del cirujano
tenía buenos pechos.
Lee la dedicatoria.
(LEE) Bellagio, verano 1946,
tres meses de sueño con Mariseta.
Alfred, si yo estaba en Bellagio
soñando con Mariseta
no podía estar aquí, en casa,
con Filomena.
Haz el cálculo de un embarazo.
No puede ser hijo mío.
A menos que sea sietemesino.
¿Ah?
¿El de los guantes sietemesino?
¿Un pedazo de tío como ese?
A ver,
agosto, julio,
junio...
(BOSTEZA)
Me equivocas, hazte un café.
Para mí la clave
está en el billete de cien liras.
Te he dicho que no.
Está fuera de curso,
es de la época de los americanos.
No, señor, me he informado
en el banco.
Fueron válidos hasta finales
del 51.
Los del 50 fueron retirados.
Maldita sea, si por lo menos
me hubiera dado cincuenta liras
ahora podría calcularlo mejor
y no, cien liras.
Me estoy liando.
Recapitulemos.
El de la tienda de guantes,
sietemesino,
el mecánico, el que maneja todo,
está excluido.
Estábamos en París,
en las carreras.
Y después me fui a Londres.
Aún están los visados
en los pasaportes.
Alfred, júrame una vez más
que no lo sabes.
Lo juro.
¿Y la voz de la sangre
no te dice nada?
La voz de la sangre...
No sé qué decir,
pero lo averiguaré.
Filomena,
hace diez días que te espero.
Parezco un policía.
¿Qué quieres?
¡Hablar!
Pero ¿cómo puedo hablar
si estás de pie?
Por favor, quiero escuchar
de tu boca que lo que me has dicho
es una mentira.
Ahora que ya estás tranquila
es justo que yo también
me tranquilice.
No hay una cosa que hayas dicho
que no se la lleve el viento.
Eso sin tener en cuenta la historia
de la fecha del billete
de cien liras. Venga, Filomena.
Tú eres analfabeta.
Hay que ver el trabajo
que te cuesta poder escribir,
y no digamos firmar.
Es verdad.
Pero sólo son tres números.
Y una fecha.
Y eso lo sé hacer.
Tampoco lo dice pensando en nada.
Fue una tarde importante, bella.
¿Cómo es posible
que no la recuerdes?
¿Qué año era?
¿Quiénes estaban? ¿Los alemanes?
¿Los americanos?
¿Qué traje llevaba, qué zapatos?
Mira que eres raro, Dumby.
Recuerdas el día que llevabas
unos zapatos y no aquella tarde.
¿Y qué quieres que haga?
Veinte años.
El mundo ha cambiado
y todo sigue igual.
Casas, palacios, rascacielos.
Y, en medio,
un drama tan viejo como el mundo.
Es viejo porque tú eres viejo.
También en América
hay muchos rascacielos.
Y dentro de los rascacielos,
viejos dramas.
El problema es que antes
tenías un corazón así de grande.
Y ahora mira
en lo que se te ha quedado. Toma.
Filomena.
¿Es que te vas otra vez así?
Oye, ¿qué pasa?
¿Has vuelto a maquillarte?
¿Cuántos años tiene?
-Quince.
Eso ya me lo preguntó ayer.
Entonces has nacido en el 49.
-Sí.
¿En qué mes?
-Marzo, 23.
¿Quiere hacerme el horóscopo?
Ah...
Disculpe...
Ya está.
¿Qué tiene el coche?
Pues...
-Bien, veamos. Apártese.
Un cretino ha arrancado
el cable de la bujía.
Acostúmbrese a cerrar el capó
con llave
y no volverán a hacerle la faena.
Ajá.
¿Cuánto te debo?
-Nada, dele propina al chico.
Dani, limpia el cristal del señor.
Hasta la vista.
-Parece que no entra.
Pero si teníamos las mismas manos.
-Oh, no, usted gasta el ocho
y yo el nueve.
No es la talla lo que cuenta,
es la forma. ¿Me permites?
-El dedo medio es igual.
Y el pulgar, el pulgar.
-No son iguales.
No son exactamente iguales,
pero casi.
-No son iguales, no, no lo son.
-¿Ricard?
-Perdone un momento.
Buenos días, señorita.
-Buenos días.
-La esperaba ayer.
Su paquete está listo.
-Gracias.
-Siempre tan guapa.
-Gracias.
-Sé puntual esta tarde.
-Vale.
-Quedamos a las 8, ¿no?
Buenos días.
-Adiós.
Te gustan las mujeres, ¿eh?
-A mí sí.
Atiéndale, Angelina, si sigo yo
voy a acabar mal con este viejo.
-Voy.
Ya es suficiente, Filo.
Basta.
Tienes que decirme cuál de los tres
es mi hijo.
Tienes que decírmelo, Filomena,
porque si no no sé qué va a pasar.
Ahora comprendo
por qué me has traído aquí,
al Vesubio. Vas a tirarme.
¿Quieres saberlo? Te lo diré.
Quizás sea lo mejor,
así podrás ayudarle.
Me has vencido.
EL estudiante.
Sí, sí, Umberto.
Umberto.
Umberto.
Eso, claro.
Ha escogido el camino
más difícil.
Estudia y se esfuerza
porque no puede vivir en medio
de esa confusión
que hay en tu casa.
Sois muchos, demasiados.
El estudio es agotador.
Y necesitará después
presentarse a la universidad.
El hijo de Soriano.
Un momento,
este es el que más lo necesita
de todos.
¿Una madre qué debe hacer?
Tiene la obligación
de ayudar al más débil.
Pero tú no me has creído.
Estás loco.
Ricardo, el comerciante.
¿El de los guantes?
No, Miguel, el mecánico.
Escúchame,
¿qué quieres,
ponerme entre la espada y la pared
hasta el final?
¿No te cuenta que apenas
te he dicho que era el estudiante
y enseguida has empezado a pensar
en ayudarle, en darle dinero?
A ese sí y a los otros no.
¿Y entonces qué pasará?
¿No comprendes que el interés
los pondría unos contra otros?
¡No seas egoísta, Dumby!
¡No pienses en ti!
Es inútil.
Déjanos las cosas como están.
Creo que es lo mejor.
Filomena, esta tarde cojo el coche,
voy donde tus hijos
y les digo toda la verdad.
¡Que soy rico, y esto, y aquello,
y les diré que hoy uno de ellos
es mi heredero!
¡Dumby!
¡Dumby, Dumby, tienes que dejarlos!
¡No debes enfrentarlos!
¡Déjame, Filo!
¡Mantente lejos de ellos
o te arrepentirás!
¡Déjame tranquilo!
¡Ah!
¿Qué pretendes?
Recuerda que si vas a contarles
a mis hijos lo que te he dicho
te mato, pero no como lo dices tú,
que lo has dicho
durante veinte años.
¡Cierra la boca, ciérrala!
¡Tienen que ser iguales los tres!
¡Cierra la boca!
¡Iguales los tres!
¡Cállate!
¡Iguales!
Cállate.
¡O te mato!
¡Cállate!
¡Te mato!
¡Cállate!
¡Te mato! Te mato.
Te quiero mucho, Dumby.
Más que al principio.
(TODOS) Buenos días.
¿Estabais charlando?
¿Ya no charláis?
-Cierto, charlábamos,
don Doménico.
Sentaos.
Son ya las seis de la mañana
y vuestra madre,
como de costumbre, se retrasa.
A mí esto de don Doménico
no me gusta.
-No nos ha dicho
cómo quiere que le llamemos.
Porque creía
que lo habíais comprendido.
Dentro de poco me casaré
con vuestra madre.
Si viene,
que con ella nunca se sabe.
Y desde mañana me llamaréis
por mi nombre: Suriano.
¿A quién de vosotros le gustan
los caballos, las carreras?
(RÍEN)
¿De qué os reís?
-¿Con qué dinero jugamos?
Ah...
(RÍE)
Cuando era joven me gustaba cantar.
Era una pasión, un hobbie.
¿Quién de vosotros canta?
-Yo no.
-Yo tampoco.
-Yo sí.
¿Tú cantas?
-Desde luego.
Déjame escucharte.
¿Conoces "El monasterio
de Santa Clara?".
-Es una canción muy antigua,
está pasada.
Anda, cántamela.
-¿Y qué hago?
¿Me voy a la sacristía?
No, aquí, en voz baja,
sólo para oír la entonación.
-Venga, venga, Miguel, canta.
Una chica me quería,
sin saberlo me decía...
-Así canta cualquiera.
¿Dónde está la voz?
-¿Acaso esto no es voz?
-No fastidies.
-Entonces yo soy Caruso.
¿Sí? A ver, prueba,
déjame escucharte.
-No puedo, no tengo la caradura
de este.
Bueno, lo intentaré.
A ver.
Una chica me quería,
sin saberlo me de...
¿Cómo sigue?
Sin saberlo me decía...
sin saberlo me decía:
"No te vayas todavía, vida mía".
(TODOS) Una chica me quería,
sin saberlo me decía:
"No te vayas todavía,
no te vayas todavía".
¡Ya está bien, ya está bien,
callaos!
Tres napolitanos
y ninguno sabe cantar.
Campanadas.
Qué asco.
-¡Felicidades, doña Filomena!
Gracias.
Este vestido pinga, pinga.
-Usted sólo ve los defectos.
Yo hago trajes
desde hace muchos años.
Tienes una cara muy dura.
¿Cómo puedes negarlo?
Este vestido pinga.
-Está bien, pero no pinga.
Sólo cuelga, cuelga, cuelga.
Doña Filomena, está guapísima.
No me lo recuerdes,
llevo arreglándome toda la mañana.
Oh, qué guapa estás, Filo,
has rejuvenecido veinte años.
-Por favor.
Campanadas.
-Es una buena persona.
¿Te gusta tu trabajo?
-Sí, me encanta.
Y estos zapatos...
-Felicidades.
-Felicidades.
No aguanto los zapatos.
-Si te molestan, quítatelos.
Oh...
Felicidades, bonita ceremonia.
Estoy agotada, tráeme un vaso
de agua, por favor.
-Mamá está agotada
y quiere descansar.
Adiós, mamá.
Adiós, hijo.
Pero ¿cómo...?
-Hasta la vista, mamá.
Adiós, hijo.
¿Ya os vais?
-Hasta luego, mamá.
Adiós, Miguel.
-Adiós. Nos vamos.
-Buenos días, papá.
(AMBOS) Buenos días, papá.
Nos vamos mañana.
-Sí, claro, nos vemos mañana.
-Vamos.
(LLORA)
(SUSPIRA)
¿Estás llorando, Filomena?
(LLORA)
Sí, estoy llorando, Dumby,
y no sabes lo hermoso que es.
(LLORA)