2015-2016
'Carlos, Rey Emperador', una cuidada producción protagonizada por Álvaro Cervantes y Blanca Suárez que narra la historia de uno de los hombres más poderosos que ha conocido Europa, gobernador de un imperio de proporciones tan extraordinarias como su diversidad.
Los espectadores descubrirán a través del relato de la vida de Carlos de Habsburgo desde su llegada a España, de qué modo el heredero del Imperio Germánico, de Borgoña, de los Países Bajos, del Franco Condado, Artois, Nevers y Rethel, de los territorios de la Corona de Aragón y sus posesiones italianas vinculadas y de los castellanos, norteafricanos y americanos de la Monarquía Católica crece cómo estadista, cómo se fortalece al reaccionar a las amenazas que le rodean con los aciertos y errores de sus consejeros
'Carlos, Rey Emperador' está dirigida por Oriol Ferrer, uno de los directores de 'Isabel', y contará con Salvador García y Jorge Torregrosa como directores capitulares. Su guionista es José Luis Martín, coordinador de guión de la segunda y tercera temporada de la ficción sobre los Reyes Católicos.
Álvaro Cervantes se mete en la piel de Carlos V, un joven cuya fuerza de voluntad, tesón y determinación lo convertirán en el hombre más poderoso de Europa, a pesar de la hostilidad que lo rodea y de la gran talla de sus rivales. A su lado Blanca Suárez como Isabel de Portugal, único amor verdadero del emperador: una mujer culta, hermosa e inteligente que supo gobernar con acierto y criterio propio en ausencia de su esposo.
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Justo afán.
Majestad,
la Corona portuguesa entendió como una ofensa muy grave
la ruptura del compromiso de vuestro hijo con la infanta.
Los reyes quieren a la infanta como a una hija.
Mostrarán resistencia, pero no se opondrán.
La próxima semana, majestad.
En esta guerra con el rey de Francia, todos lo tienen por ganador.
Oíd:
El rey es pusilánime e inexperto,
pues nunca ha entrado en batalla ni parece capaz de ello.
Su herencia es dispersa y sus estados sumidos en continuos conflictos.
Empujando una de sus piezas, todas las demás se derrumbarán.
Comadreos propios de los embajadores venecianos. Ya os acostumbraréis.
Cuando os enfrentéis a vuestro enemigo en el campo de batalla,
todos habrán de cerrar la boca.
Bien es cierto que esta guerra ha de asentar vuestro reinado.
Lo que hagáis en ella decidirá cómo se os verá en los años venideros.
Mi madre, la emperatriz,
pensaba que un buen rey no ha de ir a la batalla para demostrar grandeza.
Aunque no hubo mejor que ella,
mujer era al fin y al cabo.
Sin duda, ahora he de ir a la batalla y he de salir victorioso.
Pues sé que me juego mi prestigio ante mis enemigos.
Y ante mis amigos.
Majestad.
- ¿Deseabais verme? - Acercaos.
No atacaremos lo que Enrique ha conquistado.
Vamos a invadir la Francia misma.
Por el norte. Por el sur, habría que salvar los Pirineos y, desde Milán,
deberíamos recuperar antes la Saboya para entrar en Francia.
Hemos de elegir bien dónde golpear.
Necesitamos una ciudad lo bastante importante para que su derrota
nos procure el prestigio que necesitamos.
Y que su caída corte el avance francés hacia Flandes,
facilitando el nuestro hacia París.
Por tanto,
solo puede ser Péronne
o San Quintín.
¿Estáis de acuerdo con mi parecer?
Nadie habría calculado mejor la estrategia a seguir.
¿Péronne o San Quintín?
San Quintín obliga a tomar plazas más pequeñas para asegurar la posición,
pero sus defensas son más vulnerables.
- (FELIPE) San Quintín, pues. - ¿Nos apoyará vuestra esposa?
Con ello, tendríamos media guerra ganada.
Señor duque,
el rey de Inglaterra soy yo.
Nobles de Inglaterra,
Dios ha devuelto al hogar al rey, nuestro señor.
Habéis sido tan...
cordial con mis nobles que pensé que jamás quedaríamos a solas.
Para ellos, solo soy
el marido de la reina.
He de ganarme su confianza.
¿Os imagináis
que ese fuera vuestro único cometido?
Ser el marido de la reina.
Esa sería la más hermosa de las tareas.
Pero Dios ha querido cargar mi espalda con penosas obligaciones.
Y de ellas he de tratar con vos.
Démonos unos minutos.
Es asunto de gran importancia.
¿Acaso hay alguno más importante que la sucesión?
Majestad.
Majestad,
¿por qué escogisteis un lugar tan apartado para vivir?
En todo seré como vos.
Menos en el final de mis días.
En verdad, superaré a ambos.
¿Planeáis la campaña contra el francés?
¿Qué hacéis ahí? ¡Dejadnos a solas!
(APREMIA CON DOS PALMADAS) ¡Vamos!
Solo como un servidor lo he tratado.
¡Pero huisteis!
(NIETO) ¡Huisteis de los luteranos!
¡Nunca huiré! ¡Nunca, nunca, nunca!
Yo hubiera vencido o hubiera muerto.
Pese a todo, mi mayor deseo sigue siendo ser como vos.
Hechos como el que presenciasteis no son nuevos.
Aunque, según dicen, cada vez son menos frecuentes.
Vuestro nieto ha vivido sin su madre y lejos de su padre.
La vuelta del rey pondrá orden.
Si tan grave fue, ¿cómo habéis podido mantenerla en secreto?
¿Deseáis confesión?
Pero fue antes de vuestro matrimonio.
No hay pecado que Dios no pueda perdonar en su infinita misericordia.
Lo hará con los vuestros.
Y espero que también lo haga con los míos.
¿Hasta aquí lo habéis traído?
He comprado dos buenos sabuesos.
No hay mejor perro para la caza que el inglés.
Mi señor,
mis lores se oponen a la guerra contra Francia.
¿Qué los lleva a desasistir a su rey en momento de tanta necesidad?
Alegan acuerdos nupciales que vos mismo firmasteis.
Que Inglaterra no lucharía en las guerras del emperador.
¿El emperador?
Vos y yo somos los dueños de los territorios que Francia ambiciona.
- ¡Es nuestra guerra! - Inglaterra quiere la paz.
¿Acaso yo se la niego? Derrotemos a Francia y la paz se impondrá sola.
Alteza,
entre quien os aconseja alguien desea nuestro reino en manos del francés.
La prudencia puede conducir a error.
- No ha de confundirse con traición. - Decid:
¿y os aconsejan que no reconozcáis como sucesora a vuestra hermana?
- ¡Hermanastra! - Hermanastra.
Esos felones prefieren que os suceda la reina de Escocia.
¡María Estuardo vive en Francia a la espera de desposar al delfín!
Permitid si os place que los reyes de Francia lo sean de Inglaterra.
¿Dais por seguro que no os daré hijos?
¿Dónde están nuestros hijos? ¿Dónde están?
¿Cómo engendrar de un marido ausente?
¡Dios!
¿Qué maldición arrastramos las reinas de Inglaterra?
Sé que tenéis razón.
Sé que nombrar a Isabel mi sucesora alejaría el peligro.
¿Pero cómo olvidar 24 años de sufrimiento?
La Bolena causó vuestra desgracia.
- Ya pagó con su cabeza ese mal. - ¿Y yo he de legitimar
su matrimonio con mi padre nombrando heredera a mi hermanastra?
- Alteza... - No sabéis lo que ha sido mi vida.
La repugnancia que me causa traicionar la memoria de mi madre.
(SUSPIRA)
Estoy de vuestro lado.
Velaré por vos.
Siempre.
Haré lo que sea necesario para conseguiros el apoyo de mis lores.
¡Pero de Isabel...!
De Isabel hablaremos más adelante.
Y quiera Dios
que, antes de la boda de María Estuardo con el delfín francés,
vos y yo engendremos al próximo rey de Inglaterra.
Todos vivimos en la aldea al servicio de vuestra majestad.
Y a todos he visto alguna vez.
No los necesito. Voy a ser soldado.
En casa, leemos cosas de santos.
Pero... ¿por qué me habéis llamado?
¿Al rey?
Quisiera estar junto a él, venciendo a los franceses.
Estad preparado.
Yo diría que, más pronto que tarde, el emperador deseará volver a veros.
- Pero... me ha despedido. - Bueno.
Hoy, su majestad ha pasado un mal día.
La gota es una enfermedad muy latosa.
¿Qué opináis vos?
Es comprensible que una madre quiera vivir cerca de su hija.
¿Por qué os preocupa?
¿Tanto os pesa la ruptura del compromiso?
Me inquieta Leonor.
No me malinterpretéis.
No pretendo remover el pasado, hallándome al final de mi vida.
Solo deseo que vuestra paz y vuestro sentimiento no se vean perturbados.
Os lo agradezco.
Permitid, pues, que nuestra María se reúna con su madre.
Pues es vuestro deber de buen cristiano.
Solo he de haceros una petición.
Que Leonor no venga a vivir a Portugal.
No puede haber dos reinas en la corte.
Y menos si ambas son hermanas.
Se hará como dispongáis.
Yo misma daré tan grata nueva a la infanta.
Ni siquiera recuerdo a mi madre.
Solo era una niña cuando marchó.
En eso, su infancia no fue distinta a la vuestra.
Solo la obediencia al emperador la apartó de vos.
Siempre os ha escrito.
Y yo he seguido sus consejos.
Sé de su preocupación por mí.
Y la tengo presente en mis oraciones.
Siendo así, esto es una bendición para vos.
¿Así lo creéis?
Mejor dejemos las cosas como Dios ha dispuesto.
- ¿Os negáis a satisfacer su deseo? - ¡Entendedme!
- Somos dos desconocidas. - Pero es vuestra madre.
No.
Mi madre habéis sido vos.
Es de la corte portuguesa.
Vuestra hermana no podrá vivir con su hija tal y como era su deseo.
Majestad,
es la propia infanta María quien se niega.
Altezas.
De nada podemos quejarnos.
Antes de que ambas partamos, permitidme que trate de convencer
a los reyes de Portugal.
Pero vos habéis dicho...
Iré igualmente a Portugal. Deseo conocer a nuestra hermana Catalina.
Escuchará a Catalina. Ella la crio.
Haré que nuestra hermana haga suya la petición de Leonor.
Hijos y padres deben estar cerca cuando se necesitan.
No existe mayor verdad.
¡Señor! Dejadme a solas con el rey.
El consejo ha entendido que la guerra contra Francia también es la nuestra.
¿Puedo entonces contar con el apoyo de Inglaterra?
Mi armada cubrirá el Canal.
7000 hombres pasarán a Francia y se sumarán a vuestro ejército.
Algunos de mis lores os acompañarán en vuestro regreso al continente.
Pero...
algo debéis cumplir.
Si esta es también la guerra de Inglaterra,
la victoria habrá de ser igualmente nuestra.
Mis huestes participarán en la batalla decisiva
- o los lores no nos lo perdonarían. - Podéis contar con ello.
Os doy mi palabra.
Y todo mi agradecimiento.
¿Cuándo partiréis?
Lo antes posible.
Son muchos los trabajos pendientes.
No cabría otra respuesta.
Lo sé.
Lo sé...
Sois virtuosa en demasía.
¿Virtuosa?
¡No, mi señor!
No existe virtud en este mundo que mi amor por vos no venciera.
¡Es miedo a mostrar lo que os pueda desagradar!
¿Por qué decís tal cosa?
¿Qué pecado he cometido para que Dios me castigue de tan cruel modo?
Me juré... Me juré desde muy niña no padecer los tormentos del amor.
Y ahora me hallo junto a un esposo joven y vigoroso
y yo sin cabeza ni voluntad.
Jamás...
Jamás
quiera Dios que améis a quien no os pueda corresponder.
Cuando César anima a los suyos para ir a la batalla.
Si sus hombres creen en él y él cree en la victoria,
nada los detendrá.
Pero... el honor lo es todo.
¿Acaso es posible?
¿Me permitís?
¿Vos habéis escrito sobre vuestras campañas?
Pues ese es el que querría yo leer.
(EL SACERDOTE ORA EN LATÍN)
(JUAN) ¡Basta!
Hasta aquí ha querido Dios que llegase.
¡Marchad! (RESPIRA CON DIFICULTAD)
- ¡María, acercaos! - No os fatiguéis.
Acercaos, digo.
(SUSPIRA) Me muero.
Quiero pediros que vayáis con vuestra madre.
Se lo debo.
Solo partiré tranquilo si ella queda feliz.
¿Lo haréis?
¿Lo haréis?
Lo haré.
Abracémonos al fin como hermanas.
(SUSPIRA)
Si la regencia no me obligase, con gusto iría con vos
y me reuniría, por fin, con nuestros hermanos.
¡Cómo añoré vuestra cercanía cuando era niña!
Y yo os envidiaba por estar junto a madre.
Fue muy duro
y doloroso.
Lo sé.
Por eso, me duele el sufrimiento de Leonor
por no poder reunirse con su hija.
Se halla enferma.
Creo que no vivirá mucho.
Perded cuidado.
¿La infanta cumplirá su deseo?
Lo hará, pues así se lo dijo a mi esposo en su lecho de muerte.
¡Alteza! Un gran contingente francés se acerca a San Quintín
para romper nuestro asedio.
- ¿Y los refuerzos ingleses? - Ya han desembarcado,
pero necesitan descanso y transporte. No llegarán hasta dentro de dos días.
- Esperaremos. - ¡Es hora de actuar!
¡Vuestro ejército solo aguarda vuestra llegada para el asalto!
- Si partís ahora, tendremos... - ¿Acaso no me habéis oído?
La suerte de los ingleses es la mía, para que no nos den la espalda.
- Partid y sujetad a Alba. - Señor,
perded esta batalla, y lo habréis perdido todo.
Sé que debo entrar en combate. Pero id y aguardad hasta el límite.
¿Qué locura es esta? Ya se divisan los estandartes franceses. ¿Y el rey?
El rey ha de esperar a los ingleses y vos habéis de esperar al rey.
Monseñor, aquí no estamos para hacer política. ¡Esto es la guerra!
O vamos al encuentro del condestable o nos veremos entre dos fuegos.
- Es ahora o nunca. - ¡Ya me habéis oído!
- Debéis esperar. - Esperar es ser vencidos.
- Hemos de llegar al límite. - Ya lo hemos dejado atrás.
Sabed que la derrota solo será vuestra,
pero la victoria será del rey.
(MARÍA DE HUNGRÍA) Aquí estoy en familia.
Y el entendimiento natural que nos ha unido
ha hecho posible que vuestro justo deseo se haga realidad.
La infanta me acompañará a mi regreso y, pasando la frontera,
podréis, por fin, abrazar a vuestra hija.
Duque.
La victoria sobre Francia es rotunda y completa.
La batalla de San Quintín se recordará con la de Pavía o Mühlberg.
Como el gran triunfo de la monarquía hispánica.
En las tres estuve igual de ausente.
Majestad.
Esta victoria es vuestra,
pues vos dispusisteis todo para que fuera posible.
El triunfo es tan grande que nada más importa.
Todos os aclamarán por ello.
Aún tenemos que entrar en la ciudad y vencer otras resistencias.
La batalla continúa y vos estaréis en ella.
Más de 5000 franceses han muerto en la batalla.
Entre los nuestros, apenas contamos con 300 bajas.
Y muchos solo sufren heridas.
- (CARRASPEA) - Los prisioneros aguardan.
No hay linaje que se precie en Francia que no esté aquí sometido.
Esta es la victoria que Dios ha querido.
Y, sin duda, ha sido una gran victoria.
Señor, los estandartes del ejército de Francia están a vuestros pies.
Pues vuestra victoria ha sido justa y noble.
Alzaos, condestable.
El valor que habéis demostrado en la batalla
no hará sino acrecentar vuestra fama.
Permitidme que os presente a vuestros prisioneros.
Duque de Montpensier.
Duque de Longueville.
Príncipe de Mantua.
Vuestro hijo, el rey, ha obtenido una gran victoria en San Quintín.
El ejército francés ha sido completamente derrotado.
Lo ignoro, señor.
Pero, por suerte, pronto regresará.
Majestad, ¿no termináis de comer?
- Debemos avanzar hacia París. - ¿Por qué correr riesgos?
No. Es justo lo que quiero evitar.
La derrota del francés ha sido indiscutible.
Lo será cuando entre en París al frente de los míos.
Tenéis razón, mi señor.
Pero no sabemos las fuerzas que protegen la capital.
Si avanzamos, el rey Enrique ordenará a las tropas de Italia que le asistan
y podríamos vernos entre dos fuegos.
Ni flamencos ni ingleses os apoyarán. Hemos vencido.
No arriesgarán más vidas y dineros.
¿Acaso pensáis anexionar Francia? Sabéis que eso es del todo imposible.
Nada más vais a obtener de la guerra que lo que ya habéis conseguido.
¿Vos pensáis de igual modo?
Mi corazón está con vos, majestad.
Pero la razón está de parte de monseñor.
Venid aquí, hijo mío.
Juntos hemos de hacer frente a la adversidad.
Privados como estamos de nuestros mejores hombres.
Hoy sois el heredero de un reino vencido.
Quiera Dios que mi vergüenza no sea también la vuestra.
¿Tan grande ha sido la derrota?
Si el español emprende el camino hacia París,
- todo estará perdido. - ¿Pensáis rendiros?
¡Jamás! Pero habéis de saber
que solo la providencia y un golpe audaz podrían salvarnos.
Y ambas cosas rara vez suceden al mismo tiempo.
Dios hará su parte. ¿Qué hemos de hacer nosotros?
Nuestro ejército regresa de Italia. Si Felipe retrasa su avance,
aún podremos defender la capital.
Pero ¿a qué audacia os referíais? ¿Reconquistar San Quintín?
Si salvamos París,
ese es el golpe que se esperan.
Y será el que no daremos.
Tomaremos...
- Calais. - ¿Calais?
Padre, es una locura.
Provocaréis que Inglaterra se vuelque en apoyo de Felipe.
No. Al contrario.
Con el recelo que esta guerra ha causado entre los ingleses,
lo harán responsable de su pérdida
y se volverán contra él.
¿Confiáis en mí?
¡Por Francia! ¡Por la victoria!
¿Y la infanta?
No busquéis. Nadie me acompaña.
hasta el momento de la partida.
No ofendáis a Dios con esas palabras.
Es vuestra hija quien se niega a vivir con vos.
He intentado que cambiara de parecer, pero ha sido en vano.
Ni siquiera ha respetado la palabra dada al rey en su lecho de muerte.
Carlos os lo ocultó porque quería evitaros tan amargo trance.
Que me perdone Dios, pero esta es la verdad.
¿Sabéis qué me aconseja el emperador?
¡Marchar sobre París!
Imposible. El ejército que Enrique tenía en Italia ya está en Francia.
¡Así es! Ahora nada se puede. Pero, en su momento, se pudo. ¡Y mucho!
Tan válidas son hoy las razones que se esgrimieron entonces.
De haber desoído vuestros consejos, París sería mío.
Y en vez de decepcionar al emperador, le habría demostrado
¡que soy capaz de gobernar sin sus consejos!
¿Qué victoria es esta que he conseguido?
Tal vez esté a tiempo.
¿Qué frenó al rey?
Vos lo hicisteis.
Escapando.
Mal general y peor emperador hubierais sido
de haberos dejado atrapar.
Yo no tengo padre.
Y todos piensan que soy su hijo. Pero yo sé que no es así.
¡Señor! ¡Despertad!
Francia ha tomado Calais.
- ¡Que Dios asista a la reina! - Pedid también por nos.
Pues Inglaterra nos acusará de haber causado tan grave perjuicio.
Cuando muera,
el nombre de Calais aparecerá grabado en mi corazón.
Leonor...
Tomad, al menos, un sorbo.
Hacedlo por mí.
Luchad. ¡Luchad!
Os lo suplico.
No me abandonéis.
Poco se consigue cuando nuestra vida se acerca a su fin.
Mas, si hacéis balance de todo lo que habéis logrado,
habréis de estar satisfecho.
Carlos, hoy, la melancolía habla por vos.
Quizá fueron demasiado altas las metas que os propusisteis.
con mano firme y segura.
No permitirá que su hijo la desmande.
¿Qué más queréis pedirle a esta hora al Señor?
Os halláis aquí, donde quisisteis estar.
Y habéis reunido a vuestro hijo con vos.
Legitimadlo si os ha demostrado que es digno de vos.
(SUSPIRA)
¿Esa es la penitencia que os habéis impuesto?
¿Negaros el deseo de que ese niño os vea como padre?
Mejor recibido seríais en el cielo si pensarais en él antes que en vos.
Y, si eso no os basta, pensad como emperador
antes que como hombre.
Ese niño que tanto valoráis, puede ser muy valioso para nuestra familia.
Me voy.
Y os llevo en el corazón.
Y pensad, hermano, que,
si Dios no hubiese querido que tuvieseis ese hijo,
no os lo habría dado.
¡Majestad!
¿Qué os sucede?
Majestad.
No, no... No os levantéis.
Han de sajaros para que baje la calentura.
(EL SACERDOTE CELEBRA EN LATÍN)
César arrebató el escudo a un soldado y se puso al frente.
Nombrando a los centuriones por su nombre
y exhortando a los demás, mandó avanzar.
Con su presencia, recobraron los soldados nuevos bríos,
deseoso cada cual de hacer los últimos esfuerzos
a vista del general en medio de su mayor peligro.
me ha insistido en que os sirva tuétano para cenar.
Una vez estuvo enfermo. Piensa que eso fue lo que lo salvó.
Vuestros otros hijos son príncipes y llevan los negocios de estos reinos.
Majestad... No me fatiguéis.
Os serviré en todo lo que pidáis.
Dios se alegrará mucho con vuestra decisión, majestad.
¿Y qué deseáis de mí?
Majestad,
¿vais a morir
sin escuchar como este hijo, que ya amáis, os llama padre?
(GRITA DESESPERADO)
(GRITA ATERRORIZADO)
(SE SOBRESALTA Y RESPIRA AGITADO)
¿Qué os leo hoy, majestad?
Tampoco el emperador ha de rendirse.
(JERÓNIMO HIPA)
¿Qué debo perdonaros?
(JERÓNIMO LLORA)
Adiós, majestad.
Mañana vendré y os leeré el final.
Las tropas están preparadas. Hay que mandar estas nuevas al emperador.
Quiera Dios que ello restituya su fe en mí.
Señor, esa carta no va a llegar a tiempo.
Debéis prepararos.
El emperador se muere.
(LLORA ANGUSTIADA)
(HIPA Y LLORA)
(SOLLOZA)
(HACE LA SEÑAL DE LA CRUZ EN LATÍN)