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La radio que se lee

La música de la cultura

  • El músico Patxi Andión reflexiona sobre el fenómeno de los músicos ministros
  • Escucha la entrevista que Consol Sáenz hizo a Susana Baca durante su visita al Mercat de Música Viva de Vic (Barcelona)
  • La cantante fue nombrada ministra de Cultura peruana hace unas semanas

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Susana Baca de la Colina, eminente cantante y compositora peruana ha sido nombrada ministra de cultura del Perú por el presidente Humala. Es el tercero de los casos tras Rubén Blades en Panamá y Gilberto Gil en Brasil. Asunto que solo se ha dado en Iberoamérica, de momento: Hay que pensar.

La cultura, como conjunto de modelos, formas y expresiones a través de los que se manifiesta una sociedad es quizá el mayor signo de humanidad con el que contamos. Es lo que según los paleo antropólogos nos hizo desplazar y sobrevivir a las diecisiete clases de homínidos que nos precedieron y que nos disputaron el territorio y la historia, es por ello, lo que nos hace mas humanos.

Objetivo: trascender

La cultura está ligada a la comunicación y esta es la inexorable vía de la socialización que fue nuestra gran arma de supervivencia, la gran construcción histórica del ser humano. Es el gran legado interpretativo que nos queda de las civilizaciones precedentes sobre cuyos logros hemos basado los humanos modernos nuestros proyectos con vocación de influir y perdurar. El objetivo más humano: trascender.

En todo ello, el lenguaje es quizá la herramienta perfecta, el móvil principal y hoy sabemos que el lenguaje flexible, articulado, de los humanos, está basado en dos protolenguajes previos, el lenguaje de los sueños y el lenguaje de la música, sobre todo en sus patrones rítmicos.

Con ello, nos metemos en el meollo del asunto: ¿Necesitamos gestionar la cultura además de “hacerla”? ¿Es necesario un ministerio de cultura? ¿Cuánta importancia tiene un ministerio de cultura? ¿Qué hace una/un músico en un ministerio de cultura?

Hacer cultura

Demasiadas preguntas para alguien más entrenado en hacerlas que en responderlas. Sin entrar en el significado de hacer cultura, que por sí solo precisaría del verano para reflexionarlo y prepararlo, parece evidente que es necesario gestionar la cultura, así al menos lo han hecho todas las civilizaciones y sociedades precedentes, subvencionando de una u otra manera a los artistas, escritores y pensadores para que sus logros pudieran existir y perdurar.

No parece posible hoy en día en que las tendencias mercadistas ganan más y más fuerzas dejar a la cultura a su propio albur. La sociedad civil planetaria no parece preparada para que se pueda mantener por sí misma.

Es verdad que los músicos no necesitamos vestir el uniforme de la casa que nos paniagua, pero precisamos del cuidado del Señor de turno que no es otro que el Estado. Al Mercado no le interesa el valor de la cultura, solo le interesa el precio.

Si estamos de acuerdo en que es necesaria la intervención de las administraciones públicas en el mantenimiento del enfermo terminal eterno en que se ha convertido la cultura, la presencia de un ministerio, una oficina de gestión pública al más alto nivel se antoja imprescindible.

Por otro lado, si como es cierto, es la cultura nuestro signo de humanidad más valioso, desde el desembarco del sapiens sapiens, al menos hace unos cincuenta mil años, la importancia de ese valor es máxima.

Podremos prescindir en un futuro de muchas cosas que hoy se nos antojan imprescindibles, pero en todo aquello con lo que nos vayamos quedando y en aquello que vayamos incorporando, el único software que lo hará funcionar será el conjunto de modelos y acciones que llamamos cultura.

Un músico en un ministerio

Por último queda el final del interrogante: ¿Qué pinta una/un músico en un ministerio de cultura?, el peor de todos, el más difícil de resolver.

Los músicos pasamos desde hace demasiado tiempo como integrantes de un circo de famosetes, donde el sexo, el alcohol, las drogas y otras menudencias nos abocan a ser una fauna de suicidas prematuros. Tipos que desayunan Jack Daniels, no ven el telediario y entre sí se enzarzan en un ensayo por tres o cuatro cromas de afinación.

Todo ello parece verdad y puede que lo sea aunque, naturalmente, solo en parte, no toda la verdad. Porque los músicos somos aquellos enanos del circo de la cultura que sabemos que nuestro quehacer no tiene márgenes de error, una frase literaria puede escribirse de muchas maneras, una musical no, solo adquiere sentido si están todas sus notas expresadas alcanzando perfectamente los 440 ciclos, no 438 ni 442.

Devotos de diosas tan escurridizas como las musas. Estudiosos enfermizos que se afanan en el dominio perfecto de un instrumento durante horas y horas cada día, para solaz de los demás, de los que no están alfabetizados en su lenguaje. Los que hemos puesto paisaje a la vida, al amor, a la alegría, a la enfermedad y a la muerte. Los que hemos militado en la célula revolucionaria inconforme con la falta de libertades apostando nuestra vida en ello. Los que hemos sido perseguidos, encarcelados y vilipendiados en nuestro inexorable camino del olvido.

Aunque sobre todo, somos expertos en el mundo sensorial, tan es así que la música es la manifestación cultural común a todas las culturas, pueblos, épocas históricas, y latitudes del mundo. Sabemos que se puede vivir sin la rueda, pero no se podría sobrevivir sin la música. La música describe las sensaciones sin necesidad de traductor simultáneo. Porque es la lengua desconocida que todos hablan.

Si la pretensión es que desde un ministerio de cultura se luche por transmitir sensaciones, la inteligencia emocional por sí misma, se congratulará, de que allá arriba, se afane un músico. Cualquier músico.

Y…. vuelan golondrinas de cristal por el cielo azul del corazón, mientras canturrean la última canción.

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