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El sueño incompleto de Nelson Mandela

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El legado de Nelson Mandela

Cuando aquella mañana de febrero del 90 abandonaba la cárcel el preso 46664, Sudáfrica entera empezaba un cambio sin vuelta atrás. La mejor prueba llegó meses después, en junio del 91, cuando las tres cámaras del parlamento, la blanca, la mestiza y la india, derogaron la última ley que sostenía un moribundo ‘apartheid’. Quizá fue la presión internacional o la asfixia económica. Pero seguro que también influyó la figura que impulsó el cambio y que es ya un referente para la Historia: Nelson Mandela.

Veinte años después de aquella última ley, Sudáfrica trata de gestionar, no siempre con éxito, esa herencia social y afrontar los nuevos retos que golpean al país: los efectos sociales de los años de apartheid, el SIDA diezmando a la sociedad y un preocupante índice de criminalidad.

Superando el Apartheid

Fiel a sus ideales de reconciliación, Mandela cambió su condición de 'peligroso opositor' por la de presidente en abril del 94.  Había ganado las primeras elecciones democráticas de Sudáfrica con su formación, el Consejo Nacional Africano, que aún hoy aglutina los votos de la comunidad negra, es decir, más del 60% de los votos.

En estas dos décadas y tras cuatro elecciones el país del ‘apartheid’ ha sido gobernado por tres presidentes negros. Desde que Mandela jurase como presidente y bajo su liderazgo, Sudáfrica ha logrado eliminar, a veces a golpe de decretazo, el componente político de la segregación.

Reportaje sobre la historia del apartheid en Sudáfrica

En estas casi dos décadas de gobiernos democráticos, el país ha mejorado mucho desde la ruina que dejó el ‘apartheid’, pero la herencia del sistema aún está presente: “Pasarán muchos años para superar los efectos de las leyes racistas”, advirtió en los 90 el propio Mandela.

Pasarán muchos años para superar los efectos de las leyes racistas

El país reinventa sus clases sociales y, aunque hay una incipiente clase media negra con capacidad para pagar a sus hijos escuelas de calidad, las élites blancas siguen controlando las grandes fortunas. Las parejas mixtas son, aún hoy, una excepción y las distintas razas viven juntas, aunque en muchas ocasiones, sin mezclarse.

Su sector privado es el más importante de todo el continente con un PIB comparable al de Argentina, Dinamarca o Finlandia.  Sin embargo, una cuarta parte de la población oficialmente no tiene trabajo y vive con un euro al día, según el PNUD, y más de la mitad del país sigue atrapado entre los límites de la pobreza. La inmensa mayoría de ellos son negros.

Un SIDA que diezma a la población

“En Sudáfrica vive el 0,7 % de la población mundial, pero representa alrededor del 17 % de todos los casos de VIH del mundo”, comentaba a la Agencia Inter Press el investigador del Instituto Sudafricano de Estudios Raciales (SAIRR), Thuthukani Ndebete. Y es que Sudáfrica cuenta con uno de los peores índices de infección del planeta.

Al año mueren unas 300.000 personas por el VIH. Más de ocho millones de personas están infectados. La terrible realidad deja, también, una desoladora cifra de huérfanos. En 2009, según el Fondo de la ONU la Infancia (UNICEF), alrededor de dos millones de menores sudafricanos habían perdido a uno de sus padres por el SIDA. “Casi un tercio de la población del país tiene menos de 15 años”, asegura Siobhan Crowley, de UNICEF.

Además, esta tragedia tiene también su eco en la economía. “La reducción en el crecimiento de la población tiene un impacto negativo en Sudáfrica”, asegura Ndebete, “porque el grupo más afectado por el VIH tiene entre 15 y 49 años, la edad más productiva”.

El índice de criminalidad

La otra gran lacra de Sudáfrica es la inseguridad. Con más de 18.140 asesinatos al año, el país está considerado por la ONU como uno de los de mayor criminalidad del ‘club’ de los industrializados. Hay, aproximadamente, unas 50 muertes violentas al día y más de 5.700 delitos graves.

A todo ello se une la corrupción. Aunque Sudáfrica percibió una mejora importante con respecto en el período 2005-2007, desde entonces la puntuación del país según el índice anual de Transparencia Internacional no hecho más que bajar: desde el 5,1 sobre 10 en 2007 al 4,5 en 2010. El año pasado compartía con Brasil la posición 69, con una puntuación de 4,3.

Así, veinte años después de caer la última ley del apartheid, el sueño de Mandela para Sudáfrica aún se antoja borroso, con muchas sombras y algunas incógnitas. Entre ellas, quizá, si después de muerto el ejemplo Madiba seguirá liderando las voluntades dentro del país para afrontar estos retos modernos.