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La red se rinde a la espía que vino de Facebook

  • Una de las espías rusas detenidas, se 'vendía' en las redes sociales
  • La prensa americana y británica sensacionalista elogia a sus encantos

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Imagen de la foto de perfil de Anna Chapman en la red social Facebook.
Imagen de la foto de perfil de Anna Chapman en la red social Facebook.

"Si puedes imaginarlo, puedes conseguirlo; si puedes soñarlo, te puedes convertir en ello". Así se presentaba Anna Chapman -uno de los once supuestos espías rusos detenidos por Estados Unidos- en su perfil en Facebook y a buen seguro que tenía razón.

Si cuando era niña imaginó viendo las películas de James Bond que se convertiría en una de esas espías 'femme fatale' que traicionaban al héroe, lo ha conseguido; más aún, si alguna vez soñó en convertirse en una estrella por ello -tal y como revela su adicción a las redes sociales, donde muestra su atractiva imagen de todas las formas posibles- 24 horas expuesta a la luz pública han fabricado el milagro.

La prensa estadounidense y británica -vivió varios años en Reino Unido, donde trabajó y dejó un ex marido- se han rendido a las encantos de Anna, reproduciendo sus cuidadas fotos en Facebook, su hinchado perfil en la red social profesional Linkedin e incluso algún que otro vídeo de Youtube en la que muestra a sus compatriotas rusos que es posible el sueño americano, encarnado en su persona con apenas 28 años.

"Belleza pelirroja atrapada en el escándalo del espionaje ruso", titula a toda página el tabloide neoyorquino New York Post. Ese mismo rotativo llega a decir que la agente secreto tiene "un cuerpo propio de la colección de Victoria's secret".

Por su parte, el famoso blog The Huffington Post invita a calificar de uno a diez las fotografías sensuales a la par que turísticas -Anna ante el Big Ben, Anna en Times Square, Anna en la Estatua de la Libertad- y los comentarios en sus vídeos de Youtube son del tipo "me gustaría que me espiase cuando ella quiera".

Anna, la espía con gusto por las redes sociales

La historia es jugosa. Anna -si ese es su verdadero nombre- es una joven rusa hijo de diplomático, que habla inglés de forma fluida -también chapurrea el frances y el alemán-, tiene un master en Economía y vive en un piso caro en el distrito financiero de Nueva York, donde dirige una exitosa agencia inmobiliaria por Internet.

Cultiva contactos con altos ejecutivos de Nueva York y se convierte en una entusiasta del estilo de vida americano. "Es muy fácil aquí", le dice a una periodista rusa sin identificar en el mencionado vídeo de Youtube.

"Ama el lanzamiento de iniciativas innovadoras y trabajar en equipos apasionados para añadir valor al mercado", dice Chapman en su presentación en Linkedin, donde detalla que ha trabajado anteriormente en una empresa de inversión y en un hedge fund en Londres. También dice que tiene un máster en Economía por una universidad rusa.

La investigación de varios medios británicos muestra que Chapman trabajó en banca de inversión en Barclays pese a que en un primer momento la entidad bancaria lo negó.

Mientras, en Facebook muestra otro lado: posa con una copa de vino junto a dos hombres en el Simposio de Tecnología Global en la Universidad de Standford en marzo -cuesta más de 1.000 dólares acudir- y en un hotel de superlujo en Estambul.

"Agradable, muy profesional, amigable", le define David Hartman, dueño de una inmobiliaria de Nueva York que ha tratado alguna vez con ella.

"Por supuesto que es inocente", ha declarado Irina Kushenko, su madre, que no ha  querido hacer más declaraciones.

La operación del FBI

El FBI tiene una versión muy distinta. El ayudante del fiscal, Michael Farbiarz,asegura que las pruebas contra Chapman son "devastadoras" y que se trata de "alguien que tiene un entrenamiento extraordinario, una sofisticada agente rusa".

Según los agentes federales, Chapman usaba un ordenador portátil configurado para transmitir mensajes a un agente ruso sin identificar que estaba bajo seguimiento del FBI.

Los intercambios de mensajes ocurrieron diez veces, siempre en miércoles, hasta que en junio un agente del FBI de incógnito se hizo pasar por un empleado del consulado y, llevando un micrófono, se citó con Chapman en una cafetería de Manhattan.

En el encuentro, propio de una película de espías, ella empieza a hablar en ruso pero luego acuerdan cambiar al inglés para atraer menos atención sobre ellos.

"Necesito más información sobre ti antes de que pueda hablar", le dice Anna. "Ok, mi nombre es Roman...Trabajo en el consulado", le contesta el agente.

El infiltrado asegura que ella le comunica que se va a Moscú en dos semanas para "hablar oficialmente de su trabajo" pero él quiere hacerle un encargo antes: que le de un pasaporte falso a una mujer que también va a trabajar como espía.

Al día siguiente le dice que esté en el lugar acordado y que lleve una revista de una determinada manera para que sea identificada como un agente ruso.

Entonces aparece otro infiltrado del FBI que le pregunta: "Perdone, ¿nos conocimos en California el verano pasado?". Ese es el código, pero ella le insiste y pregunta si no hay nadie vigilando.

Tras el encuentro, Chapman llama a Rusia y le dicen que devuelva el pasaporte a la Policía y salga del país porque es posible que todo sea un montaje. Ante esa perspectiva, el FBI procede a su detención.

Una operación con claroscuros

Con este relato, Chapman se ha convertido en el rostro de una operación que, más allá de enturbiar el buen momento de las relaciones con Rusia, deja muchos cabos sueltos.

"La única cosa que falta en más de una década de operación fueron los secretos que enviaron a Moscú", ha ironizado The New York Times, que cita a fuentes oficiales para detallar que los espías no podrán ser acusados de espionaje, dado que no les pillaron enviando ningun mensaje.

Más lejos llega el periodista del Guardian, Simon Jenkins, que ironiza sobre la relevancia de la operación.

"El FBI y la CIA han acabado con una operación que debe haberle costado millones a Rusia y no ha dado nada que no pudiesen haber conocido por los blogs políticos del New York Times y el Washington Post. ¿Por qué no dejar a los espías con ello? Estoy seguro de que pagan impuestos. Es risible que supusieran ninguna amenaza al pueblo americano", señala.

Y es que, más allá de lo novelesco del asunto, solo quedan experiencia como la que narra Scott Beauchamp, que hizo una entrevista de trabajo a Champman, en The Daily Beast.

"La entrvista fue bastante aburrida", reconoce. "No hubo intercambio de dinero, ni uso ni una vez un transmisor de radio ni le pregunté si era una chica Bond".

Eso sí, no pasó desapercibida para su mujer. "¡No me contaste que ella estaba buena!".