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Clegg se queda esperando el fin del bipartidismo

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El líder liberal-demócrata habla por teléfono a su llegada a Sheffield.
El líder liberal-demócrata habla por teléfono a su llegada a Sheffield.

Como Vladimir y Estragón, los dos protagonistas de su libro favorito, Nick Clegg se quedó la "decepcionante" noche del jueves esperando un masivo voto ciudadano por el cambio del sistema que nunca llegó.

Porque el particular 'Godot' del líder liberal-demócrata no era otro que un gran apoyo popular que le diese las llaves de Downing Street y que le aupase al segundo puesto en número de votos, por delante de los laboristas.

"Sencillamente, no hemos logrado lo que esperábamos", ha reconocido Clegg ante los periodistas en su circunscripción, Sheffield.

Con gesto apesadumbrado, su rostro reflejaba lo que los analistas han denominado la muerte del 'efecto Clegg', surgido tras el primer debate electoral, donde la frescura y honestidad de su discurso encandiló a los británicos y sorprendió a sus rivales.

La injusticia electoral

Entonces las encuestas le dieron un impulso que le colocaban por encima de los laboristas, rozando incluso el 30%. Los sondeos de los últimos días apuntaban a un agotamiento de su discurso, algo que han terminado por refrendar las urnas.

Y es que la cruda realidad del bipartidismo y el voto útil  le han dejado con poco más del 22% que consiguió hace cinco  años e incluso con seis menos escaños, un resultado que incluso podría  amenazar su hasta hace unas horas incuestionado liderazgo del partido.

Entonces, los dos principales partidos sumaron 559 escaños de los 650, mientras que en 2010 habrían alcanzado en torno a 570, diez más.

Eso sí, el problema del desigual reparto de escaños por el sistema electoral está más presente que nunca. Con apenas el 65% de los sufragios, conservadores y laboristas se repartirán con casi toda probabilidad el 88% de los diputados.

Mientras tanto, los liberal-demócratas tendrán con el 22,9% el 8,5% de los escaños, menos incluso que hace cinco años, cuando con un 22% lograron el 9%.

Por este motivo, la iniciativa para cambiar el sistema electoral británico se convertirá en una prioridad más absoluta aún para el tercero en discordia, aunque Clegg no tenga todo el poder en sus manos, ya que los conservadores pueden optar por gobernar en minoría con los apoyos de los unionistas.

En este ámbito, los cantos de sirena de los laboristas para pactar un gobierno pueden ser escuchados por un Clegg debilitado, que soñaba con ser segundo y forzar la caída de Brown como líder del Laborismo y que ahora ve cómo su poco querido primer ministro sale ligeramente reforzado al mantener con holgura a su partido en el segundo puesto.

Sin precipitaciones

Tras proclamarse su victoria en la circunscripción de Sheffield por la que se presentaba, Clegg ha asegurado que "el resultado final de las elecciones todavía es impredecible" y ha añadido "la gente ha votado, pero nadie parece haber ganado claramente".

Durante la campaña defendió que la fuerza más votada, en este caso los "tories", debe tener la prioridad a la hora de intentar formar Gobierno y ahora lo ha reiterado ante la sede de su partido, entreabriendo la puerta de Downing Street a David Cameron.

La condición principal de los liberaldemócratas para apoyar a algún partido es que se convoque un referéndum para que los británicos decidan si quieren mantener el sistema electoral actual, que beneficia a los dos grandes partidos, o si prefieren un sistema que refleje de manera proporcional el voto popular.

Los más atentos a los gestos se fijaron en que Clegg compareció en la noche electoral con una corbata roja, el color del Partido Laborista, y no con la amarilla de los colores de su partido.

En el otro lado, solo la unión entre conservadores y  su partido daría a Reino Unido la estabilidad que necesita en estos tiempos de crisis. La solución, en los próximos días.