Enlaces accesibilidad

Delibes, medio siglo de narrativa en España

Por

 

Cuando en 1948, un Miguel Delibes que rozaba la treintena (nació en 1920) obtiene el premio Nadal con La sombra del ciprés es alargada, su opera prima, la primera generación de la posguerra ya era una realidad consolidada.

Camilo José Cela, Carmen Laforet o Gonzalo Torrente Ballester, coetáneos del escritor vallisoletano, ya contaban con novelas publicadas y con un notable reconocimiento de crítica y lectores. Aunque de manera tardía, Delibes, con ese primer libro, se incorporaba con todo merecimiento a esa leva generacional.

El Premio Nadal de 1948 era una mezcla de novela de formación (su protagonista es un joven casi adolescente) y obra de corte existencial, de reflexión angustiada sobre el misterio de la muerte.

Delibes iniciaba, así, una de las trayectorias más sólidas, coherentes y respetadas de la literatura en castellano del siglo XX, una trayectoria que sería reconocida, además, con premios de tanto calado como el Nacional de Narrativa, el de la Crítica, el Nacional de las Letras Españolas, el Príncipe de Asturias de las Letras y el galardón cumbre en el mundo hispanohablante, el premio Cervantes, que le fue concedido en 1993.

Miguel Delibes: Cervantes

Escritor fuera de norma puesto que entonces era profesor de la Escuela de comercio de Valladolid, dibujante de viñetas y crítico de cine en El Norte de Castilla, del que sería director a partir de 1958 (después de 6 años como subdirector), Miguel Delibes proyectaría, en su literatura, una mirada ética y crítica sobre el mundo circundante, sobre un mundo suyo y reconocible: la Castilla rural, el universo hecho de pequeños pueblos fundidos con la naturaleza y con costumbres y oficios tan ancestrales como la caza, la agricultura o la pesca, y la realidad de una capital de provincias como Valladolid.

Un narrador crítico y sabio

A lo largo de la década de los cincuenta y en los primeros años sesenta, y descansando en esa doble realidad, Delibes escribió algunas de las novelas más destacadas de la época.

El mundo rural cruzado por la experiencia infantil de El camino (1950) o Las ratas  (1962) encontró su contrapunto en la realidad urbana y hasta cierto punto carente de horizontes de Mi idolatrado hijo Sisí (1953),  de Diario de un emigrante (1958) o de La hoja roja (1959) .

En Diario de un cazador (1955) ambos universos se interrelacionaron en la personalidad sencilla, de una sabiduría popular, del conserje de un instituto apasionado por la caza.

Con esas novelas, Delibes vino a reflejar algunos de los ambientes de aquella España, un país en proceso de cambio (pese a la dictadura): la vida familiar de la pequeña burguesía de provincias, la realidad de la emigración del desarrollismo, la cotidianidad de una localidad rural (un mundo en precario) visto a través de las miradas del niño y del adolescente.

Sin proclamarlo a lo cuatro vientos, pero de una manera eficaz, Delibes actuaba como un narrador crítico, algo que se manifestó de manera mucho más abierta en una novela como Los santos inocentes, de 1981, una auténtica denuncia de la explotación y el señoritismo en el campo de Castilla.

El trasfondo filosófico de su obra, un humanismo cristiano sin dogmatismos

Quizá lo que le distancia de la narrativa social de aquellos años (López Salinas, García Hortelano, López Pacheco, cierto Aldecoa, el primer Juan Goytisolo) es el trasfondo filosófico de su obra: un humanismo cristiano que rechazaba dogmatismos y visiones cerradas.

Tradición e innovación

Si todos los títulos hasta aquí enunciados nos muestran a un Delibes con una poética de corte tradicional, es preciso destacar que fue, también, un escritor abierto a la innovación, que no eludió los retos que se plantearon a la literatura en castellano en las décadas de los 60 y 70.

A ese impulso cabe adscribir una novela como Cinco horas con Mario (1966), un largo monólogo en el que Delibes, a través de las reflexiones de la protagonista, Carmen, ante el marido muerto, realiza una crítica demoledora a la sociedad conservadora, pacata, de aquellos años y, de manera muy especial al nacionalcatolicismo.

Esa vocación experimental se reflejó también en Parábola del náufrago, de 1969, una meditación, de rasgos kafkianos, sobre la alienación en las sociedades contemporáneas.

Pero Delibes ha sido también un escritor que ha puesto en la picota las actitudes intolerantes (individuales y colectivas, civiles y religiosas) en El hereje (1998), que  ha denunciado las limitaciones de la democracia representativa y al caciquismo que pervive en las pequeñas ciudades en El disputado voto del señor Cayo (1978), las secuelas de la guerra civil y las dificultades que encontró, en los primeros años de la democracia, la reconciliación de quienes habían combatido en uno y otro bando en La guerra de nuestros antepasados (1975) o en 377A madera de héroe (1987).

Ese narrador matizadamente crítico se haría elegíaco y radicalmente intimista en Señora de rojo sobre fondo gris, libro escrito con motivo de la muerte de Ángeles, su esposa, y publicado en 1991, y meditador sobre la propia vida y sobre sus pasiones y placeres en textos confesionales, próximos al diario, como Un año de mi vida (1972), El último coto (1991), La caza de la perdiz roja (1963) o Las perdices del domingo (1981).

El cuento, el ensayo con un punto periodístico o la novela corta han sido, también, géneros frecuentados por Delibes, casi siempre con el leit-motiv de un campo y de una naturaleza amenazadas -Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), Castilla como problema (2001), Castilla habla (1986), La tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? (2005), escrito con su hijo Miguel Delibes de Castro...-.

Y, como rara excepción también ha habido un Delibes que ha pensado sobre el propio oficio de escribir, sobre la novela y sus límites y potencialidades: España 1939-1950: Muerte y resurrección de la novela (2004).

Con Miguel Delibes se nos ha ido un escritor de raza. Toda una época y distintas generaciones de lectores han sido testigos de una trayectoria larga, intensa y profundamente comprometida con una lengua de hondas raíces como el castellano, con una ética humanista y con la defensa de la naturaleza frente a los peligros de una civilización que a veces muestra su cara más depredadora.

*Manuel Rico es escritor y crítico literario, colaborador del  programa  de RNE "El ojo crítico". Su novela Verano (2008) acaba de ser   galardonada con el premio Ramón Gómez de la Serna 2009 / Villa de   Madrid.