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Mis sensaciones en Andalucía

Por
andalucia

El cortijo con el ganadero

Cuando llegamos el ganadero estaba dispuesto a explicarme qué era un cortijo. Me llevó a un patio, donde había casas alrededor, la del dueño, la de su jefe, los establos de caballos y el lugar donde guardaban todos los utensilios para el cuidado de ellos.

Después me trajo a Mallorquín, un caballo muy manso. Kenzie lo olió y se quedó tranquila al ver que éste también lo estaba. Era muy dócil, se dejaba acariciar, a pesar de no conocerme. Él encantado de que le cepillase, era muy suave, con pelo muy cortito y suave. Una de las cosas que me impresionó al conocer a Mallorquín fue el ruido que hacía al pisar cemento, el patio, porque las herraduras eran recientes y hacían bastante ruido, paso suave, pero pisaba como si llevase botas. Me gustó acariciarlo.

Después lo vistió con la silla de montar, me explicó que hay varios tipos de silla de montar. También le puso una cosa en la cabeza, que era para llevar las riendas, y justo una cosa de cuero le colgaba por la nariz, era para espantar las moscas. Muy gracioso y útil.

Después, nos fuimos a la plaza de toros, donde iba a montar a Mallorquín. La primera vez que me subía a un caballo. Me tuvieron que ayudar a subir, porque es muy alto y sin ayuda es mucho más complicado. Coloqué el pie donde me dijo, en una cosa que era para colocar el pie, y me agarré a la silla de montar, para darme impuso. Mallorquín pudo con mi peso, con el de la silla de montar y con todo lo que se le pusiera encima, es un caballo fuerte y no se queja de nada. Se quedaba quieto, eso me tranquilizaba. Una vez arriba, no parecía que estuviera tan alta. Al moverme, como iba poco a poco, sentía un leve balanceo, como si estuviera en una barca, a pesar de moverme, también sentía ese vaivén de un lado para otro. Cuando se paraba, aún seguía con la sensación de estar moviéndome, como si estuviera en una embarcación. Me gustó mucho la sensación, porque me sentía segura.

Haciendo arte con la cal

Conozco a un artista francés que ha dejado Francia para venir a Morón. No lo ha dejado todo por la cal, el amor también hizo que se decidiera por esta tierra andaluza.

Me cuenta el proceso. Cojo dos piedras que me da, una de cal y otra que no. La de cal industrial pesa bastante menos, aunque tengan el mismo tamaño y sean casi iguales. Después echamos piedras en un barreño, que enseguida empiezan a chisporrotear, se nota calor. Creo que puede ser muy peligroso meter la mano ahí.

Pintamos una casa con cal, tal y como son las casas en Andalucía, de cal blanca. Aunque también puede ser de colores, como por ejemplo, en un pueblo de Marruecos, donde las casas son todas de cal azul. Depende que pincel utilizamos, estará más suave o no. Cada vez queda más suave, hasta llegar al punto de que parece mármol, caliente, pero tan suave como el mármol.

Después, utilizamos la cal para hacer un cuadre, siguiendo un proceso. Me ensucio un poco, pero da igual. Pone un color azul, que le explico que es tan intenso que lo llego a ver, no sé por qué, pero ese azul lo distingo. Seguimos con el proceso, para que no queden rugosidades y quede perfecto. No hace falta ver, porque con el tacto se nota si hay alguna imperfección, si hay alguna imperfección se sigue hasta dejarlo, liso, suave, muy suave. Me recuerda a algunas portadas de libros, donde son muy suaves las portadas… casi te resbala la mano.

Paseando con Amos Milton y los baños árabes

Quedo con Amos Milton, propietario de unos baños árabes y escritor de la novela El abogado de Indias. Quedamos en un sitio muy importante para él, el archivo de indias, donde estuvo más de cuatro años investigando documentos para su novela. Sabe muchas curiosidades sobre Sevilla. Sus calles toman otra perspectiva, paseando con él y descubriendo anécdotas de gente que hace siglos vivió y pasó por las mismas calles que pasamos nosotros. En la catedral me hace tocar unas cadenas, pesadas, frías y gruesas. Todas son diferentes, me explica que en la época había pocos herreros, todo el mundo solicitaba sus servicios y no daban a basto con todas las demandas, es por eso que todas son diferentes, firma de cada estilo de herreros. Se pusieron las cadenas, ya que muchos comerciantes transitaban esas calles, pero en los días de lluvia, aprovechaban la catedral, para seguir vendiendo y protegerse de la lluvia. La iglesia cansada de que no les hicieran caso, optaron por poner las cadenas, para que no pudieran pasar con sus animales dentro. Era muy interesante todo lo que me contaba, porque para todo había un explicación. Escucharle era como volver al pasado, aunque yo no haya vivido esa época, te daba la sensación de poder estar 5 siglos atrás.

Por algunas callejuelas estrechas me contaba que algunos amantes las utilizaban como escondite, y en toras que estando a oscuras, cuando la noche se hacía presente, era muy peligroso pasar, porque había reyertas. En una de las calles me dijo que paseaba Don Juan Tenorio, el protagonista de José Zorrilla, se dice que paso por esas calles. Incluso hay una taberna, que era una hostería, donde bebía sus vinos. Allí es cuando Amos me cuenta, el porqué de que a las tapas les llamen tapas. ¿Qué mejor explicación que hacerme una demostración? Pide un vino y una tapa de jamón, entonces coge una loncha de jamón y lo pone encima de la bebida. Por eso, como lo tapaban, se le llama tapa. Era para que los insectos que revolotearan por ahí no se colasen en la bebida. Beber vino con una loncha de jamón no es misión imposible, es algo peculiar, pero no complicado. Eso sí, el vino sabe mucho mejor, porque el olor a jamón se te introduce en las fosas nasales ante cada sorbo.

Acabamos el paseo llegando a los baños árabes. Me explica cómo le surgió la idea de montar algo así. Una resaca, nunca había sido tan maravillosa como la suya. A veces las mejores ideas, aparecen en los días que menos te lo esperas. Ese día le cambio la vida. Empezó por Sevilla y ha acabado montando baños árabes por todo el mundo. Me invita al hamman de Sevilla, donde empezó todo. Nada más entrar se respira calma, incienso y relajación. En algunas áreas el vapor es tan intenso, que entran ganas de sacarte toda la ropa. Pero, la espera no va a ser muy larga. Muy pronto voy a cambiarme y bajamos a una piscina, con agua templada, donde se está de maravilla. Se supone que puedes flotar, pero quizás pensé que se podría flotar mucho más. Pero, no estaba en el mar muerto, simplemente era agua salada, lo cual ayuda a flotar con más facilidad. Pudiera flotar con más intensidad o no, se estaba muy bien, relajándonos y charlando en el agua. Ha sabido recuperar algo que hace años estaba en todas partes. La tradición musulmana, sobre todo en Andalucía, el andalusí, estuvo muy presente. Hoy día sirve para que todo quien quiera pueda desconectar del presente, del día a día, para volver al pasado, olvidándose de las preocupaciones.

Las setas y el cocinero patán

Jaime me lleva al nuevo centro de Sevillas: las setas. Me cuenta que forma parte de una asociación llamada La Matraka. Le pusieron ese nombre, porque es la parte más alta de la Giralda, después del giraldillo encontramos una matraca, un instrumento que hace ruido y solamente suena en procesiones. Jaime y su grupo han querido recuperar las azoteas, para que todo el mundo disfrute al aire libre de la cultura. Hacen talleres, ponen películas, hacen conciertos….

Me presenta al cocinero patán. Éste se define así, son un grupo de cocineros patanes, porque así les llaman. Vamos a cocinar en la azotea, aunque el viento esté presente, podremos con él. Me presenta los ingredientes que tiene en la mesa, aunque no los veo, ni sé dónde están puestos. Me hace algunas adivinanzas, tipo que huela tal cosa y adivine lo que es, por mucho que digan que tenga el olfato más desarrollado, casi no acierto ningún elemento. Porque, por ejemplo el tomillo, como no lo suelo utilizar, no sé muy bien cómo huele. Como me relaciono más con el orégano, digo orégano. Aunque, al lado tiene orégano, y es verdad que huele diferente.

Después de saber los ingredientes que hay, me explica lo que vamos a hacer. Yo intento colaborar todo lo que puedo, aunque el hecho de no saber dónde están las cosas y estar en un espacio reducido, hace que casi todo lo haga él. Bueno, aprendo varios trucos, como darle con una cucharada a la granada y que salga todos los granitos, dándole golpecitos.

Hace una cocina innovadora, porque hay cosas que jamás se hubieran ocurrido, como: ponerle aceite de oliva a una naranja, entre otros ingredientes.

Al final, cuando está todo hecho, llega lo que más me gusta: catarlo. Está todo buenísimo. Excepto, la escarola, por mucho que le fastidie al cocinero patán, por muy disfrazada de sabores que esté, sigue siendo escarola y sigue estando amarga.

Bailando flamenco con Lidia

Por la tarde voy al museo del flamenco, donde me espera Lidia, una artista del flamenco. Justo acaba de llegar de Madrid, donde ha estado haciendo una función. No para de viajar y tiene mucha trayectoria. Demuestra mucha pasión y sé que va a ser una profesora genial, porque transmite mucha pasión. Pero, yo ya le aviso que mucho ritmo no tengo, así que se lo voy a poner difícil, aunque voy a dar todo lo que pueda. Me lleva al sitio donde suele ir a ensayar. Es un sitio estrecho y con espejos. Me dice que lo primero es sentir el ritmo, mal empezamos. Al final le copio los pasos, siguiendo palmadas y puntas, y aunque parezca mentira logro seguirle. Después me cuenta el movimiento de las manos, pero cuesta más copiarle, porque no tengo referencias visuales, y el movimiento no hace ruido. La toco para saber cómo se hace, y lo hago, aunque casi como si fuera un robot. Pero, lo hago. Para concluir la clase, me hace una demostración de su arte, pone música y empieza a taconear. Yo estoy en el suelo, y aunque no sea un tablado, noto las vibraciones de su taconeo en mi interior. El flamenco llega al corazón, porque me hace palpitar a cada taconeo que da, me acelera las pulsaciones, con esa percusión tan acelerada.

Me encanta Lidia por lo emotiva, por lo que transmite y la pasión que pone en lo que le gusta. Nos despedimos y me invita a su espectáculo.

Viendo a Lidia actuar

Llego el momento de ver a Lidia en acción. Había bastante gente esperando a que empezase el espectáculo. Sobre todo extranjeros.

Primero sonó una guitarra, con unos tintes tristes, con mucho ritmo.

Cuando llegó el turno de Lidia, se notaba que era una alegría, porque lo demostraba con su taconeó. Me sorprendía notar lo rápido que taconeaba, había veces que me pegaba hasta sustos. Porque eran cambios de ritmo, casi no podías ni respirar al ver lo rápido que pisaba fuerte, Volví a experimentar lo mismo que en su clase, un palpitar en el corazón muy rápido, ¡ni que yo estuviera taconeando! Pero todo se transmite, y ella me transmitió su energía, su pasión. Se nota que se deja la piel en todo lo que hace.

Demostró una vez más el duende que lleva dentro.