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La censura vive entre nosotros

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Quienes desarrollamos nuestra pasión por el cine en las tardes de los cincuenta y las noches de los sesenta, nunca sospechamos que el Rick (Bogart) de Casablanca hubiera combatido en las Brigadas Internacionales. La censura se encargó de ocultarnos esa parte comprometida del pasado del personaje. Igual que nos impidió ver a Ingrid Bergman y Gary Cooper luchando por la causa de la República en Por quién doblan las campanas. O que nos privó de reírnos con la caricatura de Hitler que Chaplin hizo en El gran dictador y silenció el mensaje antimilitarista de Senderos de gloria, entre tantas y tantas películas prohibidas. Advertíamos las huellas de las tijeras oficiales, sobre todo en los besos, suprimidos mediante un fundido en negro. E incluso corrían rumores sobre las secuencias mutiladas por la censura; rumores que a veces eran falsos, como los supuestos desnudos de María Montez en Las mil y una noches, o de Rita Hayworth en Gilda.

Pero desconocíamos la magnitud de la devastación censora. Porque sobre la censura nada podía decirse. Sus sesiones eran secretas, y sus dictámenes, reservados; incluso, los autores censurados tenían obligación de cortar sus obras, siguiendo las indicaciones censoras, de modo que las mutilaciones no pudieran ser fácilmente advertidas. Muchas películas no pudimos verlas hasta que, ya en los años setenta, los cinéfilos cruzamos masivamente los Pirineos, para hacer cola en los cines franceses y disfrutar las imágenes prohibidas de algunos clásicos como Octubre o King and Country, junto a estrenos vetados por el franquismo, como La naranja mecánica o El último tango en París.

La censura no desapareció hasta la llegada de la democracia. Desde 1977, las pantallas españolas de cine y televisión gozaron la libertad. Y se recuperaron algunos títulos, libres de cortes o deformaciones de la censura. Con la muerte en los talones volvió a estrenarse, primero con las escenas suprimidas años atrás sin sonido, por no existir el doblaje; después, dobladas con voces distintas al resto de la película. Algo parecido ocurrió con Mogambo, Locuras de verano, ¿Qué pasó entre tu padre y mi madre?, etcétera.

Los efectos de la censura española sobre el cine extranjero se desvanecían al importar una copia nueva: las películas habían permanecido intactas en sus países de origen. Pero los daños causados por la tijera franquista al cine español, se mantenían. Muy pocos directores pudieron hacer lo que Vicente Aranda: guardar los planos o secuencias que habían sido cortados de sus películas y volver a insertarlos, restituyendo a aquellas la integridad perdida a manos de la censura. Las mutilaciones infringidas a sus obras son irremediables; han quedado como un daño sin posible remedio. Porque era obligatorio destruir todo el material prohibido. Y porque muchas secuencias eran ya suprimidas o alteradas en la previa censura de guiones. Como dice Bardem: "Los efectos de la censura, duran para siempre, son eternos; las películas quedan cortadas, y no puedes explicar que no eran así, sino de otra manera; o sea que la maldición de la censura es una maldición para siempre".

Hacer una serie sobre la censura es, para un amante del cine de mi generación, casi un acto de justicia. Significa recuperar las imágenes prohibidas que durante tantos años nos impidieron ver. Y mostrar, a través de ellas, la cerrazón mental de aquellos policías del alma, que se dedicaban (en palabras del ministro Arias Salgado) a "salvar almas de españoles", a base de propinar tijeretazos. Investigar en los documentos de la censura (en sus informes oficiales, en los dictámenes manuscritos de sus funcionarios, en los guiones tachados, de los que se ofrecen algunas muestras en esta serie) es adentrarse en las tinieblas intelectuales del sistema político que España sufrió durante interminables décadas. Pero tampoco puede explicarse la censura sin detenerse en el contexto político y social de cada uno de los momentos de nuestra Historia. No se puede olvidar que si se cortaban los besos en la pantalla, se castigaban como delito contra la moral los besos o las caricias en público, en unos tiempos en que España vivía sometida a la disciplina de un cuartel y bajo la moral de un convento.

La serie Imágenes prohibidas cuenta la historia de la censura cinematográfica en España, entre 1912 y 1977: desde sus primeras normas, hasta su abolición. Pero también narra la historia de la intolerancia política durante nuestro siglo. Más de medio centenar de personalidades han prestado sus testimonios: directores, productores, actores, historiadores y, también, censores. Durante largos meses, un excelente equipo de profesionales de TVE se ha esforzado en investigar en archivos de documentos e imágenes. Un equipo de amantes del cine, que han tratado de conjugar rigor y amenidad en el resultado de su trabajo: la serie Imágenes prohibidas. Un programa característico de la televisión pública y que actualmente solo cabe esperar de ella.