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Vivir a 5.700 metros de altitud

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De izquierda a derecha, Fernando Garrido, Alberto Ayora, Ricardo "Barni", Arturo, Nacho Orviz, David Pérez, Pedro, Valentin "Valen" y Miguel, los miembros de la expedición.
De izquierda a derecha, Fernando Garrido, Alberto Ayora, Ricardo "Barni", Arturo, Nacho Orviz, David Pérez, Pedro, Valentin "Valen" y Miguel, los miembros de la expedición.

Conforme el primer rayo de sol alcanza la tienda de campaña poco a poco la temperatura comienza ser más soportable. Durante la noche todo aquello susceptible de congelarse se ha transformado en estado sólido, y ahora es tiempo de volver a la vida.

Lentamente. Superando la pereza inicial, saco la mano del saco y compruebo la presión atmosférica en mi reloj: 509 mb y sopla una ligera brisa. El resplandor amarillento intenso del tejido del que es mi hogar desde hace unos días me confirma que hoy también disfrutaremos de un magnífico día. Asomo la cabeza por la puerta de la tienda y me saluda un espléndido cielo azul.

Hacia las ocho de la mañana nos juntamos todos los miembros de la expedición en nuestra tienda comedor; una acogedora tienda domo que en las horas centrales resulta un auténtico horno, pero que durante las frías noches en la morrena, se agradece en su justa medida a la par que ofrece un acogedor e impagable refugio. Son los momentos iníciales de un día cualquiera, en los que todas la expediciones que compartimos campo base, igualmente seguimos rutinas parecidas.

Sobre la morrena del glaciar nos desparramamos apenas cincuenta alpinistas y una veintena de sherpas, sin contar los cocineros, ayudantes de cocina y porteadores ocasionales que suben ocasionalmente a este campo. En total, 12 miembros de una expedición india, 17 de una expedición internacional de una agencia nepalí, 3 franceses, 3 canadienses, 2 suizos, 5 noruegos, 2 italianos y los 9 miembros de nuestra expedición, que sumamos "únicamente" ocho expediciones en esta temporada pre monzónica.

En el desayuno solemos aprovechar para medir las saturaciones de oxígeno, pulsaciones, y comprobar cómo va avanzando el proceso de aclimatación. La excesiva altura de este campo no permite una recuperación óptima y conviene no bajar la guardia. Aunque, a decir verdad, las conversaciones que se originan en las sobremesas suelen alterar los parámetros funcionales de más de uno. Instantes típicos en todo campo base que los que ya llevamos algunas expediciones a nuestras espaldas saboreamos con especial intensidad.

Una reparadora ducha bajo un fino hilo de agua, la obligada colada, abstraerse en la sala de lectura, redactar correos a los seres queridos, o tareas más funcionales como las obligadas fotos a los patrocinadores, atender a los medios de comunicación, filmar para TVE, preparar raciones para los campos de altura, repasar botiquines o la cámara hiperbárica, en definitiva cualquiera de estas tareas pueden rellenar el espacio de cualquier jornada normal en un campo base. Y pensar. Pensar en lo que has dejado atrás, en lo que estás viviendo y en el futuro más cercano.

Cuando esta noche una vez más me sumerja en mi saco de dormir, el sueño me encontrará como al resto de compañeros de expedición, repasando el itinerario a ese Campo I que mañana nos espera y a la incógnita de cómo nos encontraremos en la ascensión al Campo II el próximo viernes. Y un efímero día a casi seis mil metros de altitud habrá quedado atrás.