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119 WhatsApp sin leer: contra la ética de la inmediatez online

  • Si ya veníamos haciendo más abuso que uso de lo digital como herramienta de comunicación, este virus aceleracionista lo ha agravado aún más
  • Últimamente se ha multiplicado la angustia de aquellos que incurrimos en el "luego respondo" y el luego nunca llega

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119 WhatsApp sin leer: contra la ética de la inmediatez online
119 WhatsApp sin leer: contra la ética de la inmediatez online

En el momento en que esto escribo tengo 119 mensajes de WhatsApp, 16 de Instagram y otros tantos en Twitter, que no los notifica numéricamente, sin leer. Algunos son de grupos de cumpleaños que alguien utilizó años después para mandar un Change.org, una encuesta para su TFG, un concierto que daba o un libro que sacaba y no abrí. Otros son notas de voz enviadas como apertura de una conversación desde números que lo tengo en la agenda y que directamente declino escuchar, porque qué clase de lunático mandaría una nota de voz a alguien que no lo tiene guardado en la agenda. Probablemente algunas de ellas arranquen con un "siento mandarte un audio pero", una aseveración que siempre esconde lo mismo: la desidia del emisor, que se la trae al pairo tanto el receptor como el protocolo, que solo quiere ahorrarse un ratito tecleando, vaya. Pero ese no es el asunto que hoy nos ocupa.

Además de estos dos tipos de mensaje no leído tengo un tercer grupo: el de WhatsApps que importan pero ya da vergüenza contestar. El de conversaciones iniciadas mientras trabajaba, mientras pasaba tiempo con mi novio, mientras me debatía entre el bote pequeño o el grande de tomate frito del Mercadona; el de mensajes que se ven de soslayo e ilusionan pero uno no contesta en el momento sino que deja para un después que nunca llega. Así, van pasando las horas, los días y las semanas. Y llega un punto en el que al que no respondió a tiempo le da vergüenza contestar y al que no le respondieron a tiempo le da pudor insistir. Es este grupo de mensajes sin responder el que atormenta y angustia, el que le persigue a uno por las noches, el que hace que las relaciones se enfríen y en el peor de los casos se acaben, máxime en un momento en el que hemos tenido casi que prescindir de los conocidos, en un mundo dividido entre convivientes y no convivientes, personas que viven en tu comunidad autónoma y personas que no, grupos estables de seis y aquellos que quedan fuera.

"Se ha multiplicado la angustia de aquellos que incurrimos en el luego respondo y el luego nunca llega"

Y es que desde hace más de un año el móvil se ha convertido en muchos casos en la única herramienta a nuestra disposición -a falta de una terraza o de un Alsa que coger sin jugársela- para conectar con amigos y familiares. Y, si ya veníamos haciendo más abuso que uso de lo digital como herramienta de comunicación en detrimento de lo analógico, este virus aceleracionista, que ha puesto a x2 procesos que ya venían dándose, lo ha agravado aún más. Los mensajes, las videollamadas, los fueguitos en el DM, los privados de Twitter y los mails se han multiplicado, y con ellos se ha multiplicado también la angustia de aquellos que incurrimos en el "luego respondo" y el luego nunca llega.

Imagino que en nuestra angustia -que muchas veces es una angustia real, de la de sentirse una mierda de persona incapaz de mantener los vínculos y de cuidar a nadie- tienen que ver varios factores y el primero de ellos es nuestra propia dejadez. Porque es verdad que no nos costaría nada aparcar por un momento la decisión de si el bote grande o el pequeño en el Mercadona o archivar la conversación y responderla por la noche en lugar de andar haciendo scroll en Twitter hasta que se nos caen los párpados del sueño o nos salen los tuits repetidos, todo esto es cierto. Pero también entra en juego nuestra incapacidad para adaptarnos al ritmo y las dinámicas de socialización de las aplicaciones de mensajería y las redes sociales.

Cada vez son más las interacciones -que no conexiones- a las que nos vemos obligados a responder. Las conversaciones de ascensor sobre el tiempo son ahora "ehhhh que pasa, que me tienes abandonao" o "q tal?" a deshora. Y el ascensor lo cogemos como mucho un par de veces al día: el WhatsApp lo tenemos disponible 24/7, sin respetar ni domingos ni fiestas de guardar.

Sobre él y otras aplicaciones de mensajería pesa, además, un protocolo que no ha necesitado ser verbalizado ni puesto por escrito para operar con total solvencia. Un código de Hammurabi pero sin presunción de inocencia en el que operan leyes tales como que aquel que lea un mensaje y no responda al instante o en un periodo prudencial de un par de días es como poco un descuidado y como mucho un indeseable. Solo unos pocos nobles de espíritu asumen, cuando les contestamos meses después o cuando, no sin vergüenza, nos reencontramos con ellos en analógico tras tres audios y dos mensajes sin abrir, que no pasa nada.

Que en este caso está bien que lo que pasa en digital se quede en digital. Que el trabajo y la prisa y el tener-que-hacer nos pasan por encima, que cuidar es algo más que ser el que más rápido responde a los mensajes -incluso el que responde a los mensajes, cuando no son urgentes-, que el móvil se ha convertido casi en un imperativo más y eso a veces ahoga un poco. Y que hay quien se adapta mejor a tener que invertir media o una horita al día en responder mensajes que nunca son urgentes y hay a quien se le hace un mundo y acaba escondiéndose como un bicho bola y así llega el momento en el que se le acumulan 119 mensajes sin leer. 119 mensajes entre los cuales seguramente hay muchos que merece la pena responder, pero qué vergüenza da ya, qué irresponsable mirar el WhastApp una o dos veces al día y casi nunca para contestar nada, qué vergüenza ahora escribirle a tal amigo, al que llevas meses sin escribir pero en el que piensas cada semana. Y de ahí la angustia.

"Que WhatsApp, Instagram y Twitter permitan la inmediatez no significa que la exijan"

"Quítate el tick azul por lo menos", me dijeron una vez, ante mi incapacidad para resolver mis problemas a la hora de seguir las dinámicas socialmente aceptables e impuestas sin ser verbalizadas en las redes y aplicaciones de mensajería. Y me lo planteé, porque, como decía La Rochefoucauld, "la hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud". Hacer como que no leo nunca todos esos mensajes cuando en ocasiones y aunque no responda sí lo hago sería reconocer mi vicio. Que está mal, que no estoy en el bando correcto de la historia.

Pero, a pesar de la angustia algunos días, de sentir que no cumplo, que no llego, lo descarté. Porque hay otras noches en las que pienso que no responder es lo normal: que WhatsApp, Instagram y Twitter permitan la inmediatez no significa que la exijan. Y pienso también, desde el reino de la cantidad en el que vivimos instalados, en la diferencia entre el número de personas con las que interactuaría si no hubiera móvil y con las que interactúo habiéndolo y me tranquilizo. Porque igual lo que no es normal es también un poco eso.

BONUS TRACK: Mientras escribía esto se me acumulaba un mensaje más en la bandeja de entrada: era de mi padre, y no era urgente. Dos días después y tras quedar a desayunar con nosotros, rota la barrera de los ceros y los unos, nos acusó tanto a mi hermano como amí de no haberle respondido un WhatsApp. Suele decirnos "estáis palotes azules y no contestáis". El fenómeno de la ética no escrita de WhatsApp no es patrimonio de los nativos digitales.

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Ana Iris Simón es periodista y, actualmente, guionista en Gen Playz. Ha trabajado en las revistas VICE España y TELVA y acaba de publicar su primer libro, Feria (Círculo de Tiza, 2020).