Londres, octubre de 1868
"Querido hijo mío, te escribo hoy esta carta porque tu partida me preocupa mucho, y porque quiero que lleves contigo unas palabras mías de despedida, para que pienses en ella de cuando en cuando en los momentos de tranquilidad.
No necesito decirte cuánto te quiero, y que siento mucho, lo siento en el alma, separarme de ti. Pero la mitad de esta vida está hecha de separaciones, y son dolores que hay que sobrellevar. Además, la vida, con sus pruebas y peligros, te enseñará más que cualquier estudio o tarea que puedas realizar.
No abandones jamás la sana costumbre de rezar tus oraciones por la noche y por la mañana. Yo no la he abandonado nunca, y conozco el consuelo que nos presta al alma. Confío en que puedas decir siempre en tu vida que has tenido un padre cariñoso que te ha amado..."