Además de oxígeno, nitrógeno o dióxido de carbono, el aire que respiramos contiene pequeñas cantidades de gases orgánicos, como el benceno y el tolueno. Estos se oxidan en pequeñas partículas o aerosoles que contribuyen a condensar el agua en las gotas que formarán las nubes.
Ahora, un estudio del Instituto de Ciencias del Mar, del Instituto de Química Física Rocasolano y el laboratorio Marino Plymouth incide en la importancia de las nubes, que filtran la radiación solar, para comprender los cambios climáticos del pasado y del futuro.
El principal autor del estudio, el investigador del ICM-CSIC Charel Wohl, cree que apenas estamos empezando a desvelar los múltiples ingredientes que forman las semillas de las nubes. Y que si no acertamos con las nubes, no acertaremos con el clima.
El trabajo describe las primeras mediciones de benceno y tolueno en los océanos polares e indica que estos compuestos tienen un origen biológico. Hasta ahora, se pensaba que la presencia de estos gases en el aire marino polar era una prueba del alcance de la contaminación humana procedente de la combustión de carbón y petróleo o del uso de disolventes.