Ya es casi imposible hallar un mar o un océano que no esté afectado por los desechos marinos y buena parte de los contaminantes llegan por vía fluvial. Los ríos que vierten más desechos son los del sureste asiático como el Amur, Hai, Amarillo, Yangtsé, de las Perlas, Mekong, el sistema del Ganges y el Indo y los africanos Níger y el Nilo.
También arrastran enormes cantidades de desechos al océano algunos fenómenos extraordinarios y catastróficos, como el tsunami del este de Japón de abril de 2011. Además de la pesca y otras actividades que generan restos de redes, palangres, boyas y neumáticos utilizados como defensas de las embarcaciones.
En el Mediterráneo, un mar rodeado de humanidad, las cantidades de desechos son elevadas en superficie, en la columna de agua y, sobre todo, en el fondo. Algunos lugares, como el estrecho de Mesina, entre Sicilia y el sur de Italia, son verdaderos vertederos submarinos. Cuando hay episodios de lluvias fuertes, el agua arrastra hacia las hondonadas marinas grandes cantidades de desechos vertidos previamente en los barrancos costeros por los residentes, incluyendo los objetos más inverosímiles, desde neveras hasta automóviles, y desde juguetes hasta bolsas de basura.
En los países en vías de desarrollo, el vertido de desechos al medio natural es moneda corriente. Aunque todos los países quieren un medio ambiente más saludable, en los países pobres la prioridad de alimentar a la población pasa por delante de la protección del medio ambiente.
Es por ello que desde la Cátedra de la UB de Economía Azul Sostenible se apuesta por aplicar un sistema de monitorización global, consensuar el uso de métodos y protocolos comunes para obtener y contrastar datos, incluir la basura marina en todos los acuerdos y directrices de protección medioambiental y lograr una mayor implicación de la clase política para evitar que los desechos marinos se sigan acumulando en los océanos y, especialmente, en los fondos marinos, parte de los cuales son ya auténticos vertederos.